SÓCRATES O LA MAYORÍA
INFALIBLE
Luciano Cánfora
Atenas, Donde un delito de opinión podía pagarse con la vida, no era una
ciudad precisamente tranquila. Pero en círculos restringidos y un tanto
disolutos se podía gozar de una conversación inteligente, variada y
paradójica, inagotable, enriquecida por divertidos intermedios... En “El Banquete”: Aquél era el estilo de los “grandes” de la ciudad y de su
séquito de intelectuales; del que, como es obvio, Sócrates formaba parte.
Los atenienses, diríamos hoy los “atenienses medios”, veían todo eso con
otros ojos, no sin grandes recelos... El estilo de vida de los invitados
al “Banquete” los volvía aborrecibles a sus conciudadanos, e impulsaba a
sospechar de ellos.... En primer lugar en lo que se refiere a la
indisciplina sexual, que Alcibíades no se preocupaba por esconder...
Al contar la noche del “Banquete”, Platón le ha quitado dramatismo y le
ha añadido carácter sublime... Se sitúa en las casas de los “señores” de
mentalidad libre y desprejuiciada. Platón sabía perfectamente que, en el
momento del proceso, aunque fuera entre bastidores, una de las
principales acusaciones contra el viejo Sócrates fueron las “enseñanzas”
que Alcibíades sacó de él. Enseñanzas que se mezclaban con las
relaciones personales y la atracción física: habían corrido muchas
conjeturas acerca de la posibilidad de que Alcibíades hubiera sido
“amante” de Sócrates.
“El banquete” quiere representar, en una versión a la que pocos hubieran
dado crédito en aquel momento, lo que verdaderamente era aquel grupo,
disuelto poco después por la cascada de procesos que arrastró no sólo a
Alcibíades, sino también a buena parte de sus amigos... A partir de
aquellos juicios todo fue, si así puede decirse, de mal en peor. Los
procesos se aplacaron sólo cuando los delatores agotaron su inventiva,
junto con su mala fe. Pero para entonces el terreno estaba ya cubierto
de escombros. Se había inducido a los atenienses a creer que en verdad
era inminente un golpe de Estado o, mejor dicho, “una conjura
oligárquica y tiránica”, para usar el lenguaje democrático corriente por
entonces... Atenas no recuperó la calma hasta que pudo incriminar a
Alcibíades, el cual se sustrajo al juicio apresurándose a ponerse en
guerra contra su propia ciudad.... Entonces se desencadenó la crisis
institucional, breve pero cargada de consecuencias, del año 411: se
derrocaron las instituciones cardinales de la democracia y quedó a la
vista de todos hasta qué punto ésta era débil y carecía de verdaderos
defensores. Inútil añadir que la participación en un golpe de Estado de
un miembro destacado del círculo socrático como era Critias, y de su
padre Calescro, no pasó inadvertida. Sócrates no hacía política, no
intrigaba en busca de cargos públicos de relevancia, pero sus
“discípulos” no dejaban de inquietar al “ateniense medio”. Estaban
siempre en el campo opuesto al de la democracia.
En la batalla naval más espectacular de la guerra del Peloponeso –que
tuvo lugar en las islas Arginusas en agosto de 406- los generales
atenienses obtuvieron la victoria. En aquel año Sócrates era buleuta, es decir, había sido elegido, por sorteo, para formar parte del
Consejo de
los Quinientos. Por eso se vio implicado en el juicio contra los
generales victoriosos, a quienes se culpó de no haber salvado a los
náufragos, arrastrados por la tempestad que se desató tras la batalla.
La asamblea popular, investida del papel de corte de justicia, osciló
entre impulsos opuestos, manipulada por las minorías aguerridas y –en
aquellas circunstancias- decididas a liquidar a aquellos estrategas.. Lo
hacían quizás porque los creían demasiado cercanos a Alcibíades... Se
trata de un ejemplo perfecto de la fuerza de las élites, de las minorías
organizadas, cuyo éxito radica en convencer a la “mayoría” de que está
ejerciendo su propia voluntad soberana como mayoría. En el desarrollo
del juicio a los estrategas, que era crucial incluso para el resultado
de la guerra, dos minorías organizadas y enfrentadas entre sí se
disputaban el favor de esa “mayoría”... Sócrates formaba parte de la
minoría derrotada... De lo que no cabe duda es de que el gesto de
desafío de Sócrates al “pueblo soberano” no fue bien visto. Había osado
poner en tela de juicio la tesis de la superioridad del “demos” sobre la
“ley”.
Jenofonte. Muchos años después del ajusticiamiento de Sócrates, inserta
en sus “memorias socráticas lo siguiente: Intentaba demostrar de forma
concluyente que la fuente de la política democrática radical de
Alcibíades quedaba fuera de la enseñanza socrática, y dependía en todo
caso de un “pernicioso maestro” como Pericles. Quería demostrar la
distancia política entre Alcibíades y Sócrates... Sócrates replicó
públicamente que él no reconocía otra autoridad que la ley y que “no
haría nada que estuviera en contra de la ley”.
El juicio que se cerró con la pena capital de los generales fue, también
desde el punto de vista militar, un gesto suicida... Después de la
derrota en la guerra del Peloponeso, vino el famoso gobierno de los
Treinta en Atenas, conocido, en la tradición posterior, como el de los “tiranos”.
Su jefe era Critias. Había frecuentado a Sócrates, aunque no sin
desavenencias. El sobrino de Critias era Platón. Desde el principio, el
gobierno oligárquico fue tan agresivo que determinó un fenómeno nuevo en
la historia política de la región: la fuga en masa de todo aquel que
pudiese temer la persecución política por simpatizar con el anterior
régimen democrático. Atenas redujo sus dimensiones. El Pireo se segregó,
y allí se establecieron los demócratas. Fueron relativamente pocos
quienes se quedaron “en la ciudad”, y por ello mismo se vieron
comprometidos con el nuevo orden. Sócrates estuvo entre ellos. ¿Por qué?
Platón (Carta Séptima) declara haber apoyado en un principio al nuevo
régimen de los Treinta... Platón declara también que su alejamiento de
los Treinta se produjo cuando éstos rompieron con Sócrates... En el
juicio Sócrates (Apología) aduce no haberse alejado nunca de Atenas
salvo por obligaciones militares. Y Platón hace heroica esa decisión de
Sócrates de aceptar la sentencia de muerte al quedarse en la ciudad.
Podría haber salvado la vida si huía. Critón lo visita en la prisión y
le propone la fuga, que ya ha sido preparada –y que aquellos mismos que
lo habían condenado quizás esperaban, y hasta auspiciaban-, él se niega...
Aquel heroico “permanecer en la ciudad” en espera de la muerte que el
Estado le infligía fue por tanto la respuesta, tardía pero elocuente, a
las acusaciones de quienes ponían en duda las verdaderas inclinaciones
políticas del filósofo cuando en el 404 “permaneció” en la ciudad
gobernada por Critias.
Relación entre Sócrates y el gobierno de los Treinta. Su camino se
bifurcó enseguida. Sócrates corrió el riesgo de sufrir la venganza de
los Treinta por haberse negado a formar parte de la delegación que debía
detener y ejecutar a León de Salamina, huido del terrible proceso contra
el partido democrático... Los oligarcas le impusieron la prohibición de
proseguir con su actividad de crítico interlocutor de los jóvenes (“prohibición
de dialogar con los jóvenes”)
Más tarde, en su propio proceso, la acusación contra él era muy grave:
“Sócrates es culpable de corromper a los jóvenes, y de no creer en los
dioses en los que cree la ciudad, y de introducir deidades nuevas” La
primera parte de la acusación era de naturaleza política, aunque de
manera encubierta, puesto que el acuerdo de pacificación cerrado al
final de la guerra civil prohibía las persecuciones judiciales
retroactivas. Sin embargo, estaba claro que, refiriéndose a la entera
carrera de Sócrates, aquella acusación aludía a los dos discípulos que
por diversas razones la ciudad había aborrecido: Alcibíades y Criticas...
La segunda parte de la acusación era la más seria judicialmente, puesto
que se refería a un “daño” todavía en acto y de incalculables
consecuencias: el ateísmo. Era la culpa más grave frente al pueblo de
una ciudad antigua: el “ateísmo” era una palabra de un peso enorme. (Anaxágoras,
amigo de Pericles, ya tuvo que huir de la ciudad anteriormente).
El aspecto más desconcertante del proceso contra Sócrates es que bajo
una acusación de esta índole se hubiera convocado un jurado popular. Los
quinientos jueces que condenaron a Sócrates constituían una
significativa muestra del cuerpo cívico de la ciudad. La base para
formar una corte era una lista de seis mil ciudadanos, probablemente
voluntarios, que se renovaba anualmente; simples ciudadanos, no expertos
en derecho. Eran cerca de una quinta parte de toda la ciudadanía. El
número de los jurados variaba según la importancia de la causa; pero se
trataba siempre de varios cientos. Cada jurado tenía plena autoridad y
competencia; cada juez recibía un salario de tres óbolos al día, lo que
bastaba para vivir. Por eso los necesitados aspiraban a ser elegidos
jueces. Seguramente no eran los ciudadanos de ideas más “abiertas”. Casi
toda la vida de la ciudad pasaba a través del trabajo judicial de estos
hombres. De uno u otro modo, los negocios y las disputas, incluidas las
de índole política, acababan en los tribunales. Más que en la asamblea
popular, era allí donde los ciudadanos-jueces regían la vida de la
comunidad... 280 miembros del jurado votaron a favor de la culpabilidad
de Sócrates y 220 votaron por la absolución.
Sócrates (Apología) deja claro que una de las principales razones que lo
dejaron solo frente a la opinión pública fue su crítica de la política.
Recuerda sus encuentros con diversos políticos, con los que intentó
determinar la naturaleza específica de su saber; un esfuerzo que acababa
siempre en la constatación de la inexistencia de tal saber. Hacer
preguntas inquietantes (pero si la política es una ciencia, ¿no debería
poder enseñarse?) no sólo a los atenienses comunes, sino a quienes
detentaban el propio “saber” político –es decir, a los políticos que
dominaban la asamblea y los destinos colectivos- había sido, por su
parte, la manera más antidemagógica de proyectar una visión crítica de
la democrática, denunciada como una “fábrica del consenso”. Sin embargo,
lo único que consiguió fue ganarse la hostilidad de todos los
beneficiaros del sistema, fueran dominadores o dominados. Al llevarlo a
juicio, sus acusadores buscaban tal vez una manera de intimidarlo, sin
desear necesariamente su muerte. Fue él quien “provocó” a los jurados,
utilizando un lenguaje que lo reafirmaba en su papel de crítico
inquietante, frente a un público y en un contexto de resonancia mucho
mayor que sus habituales conversaciones más o menos privadas.
ENFRENTAMIENTO ENTRE JENOFONTE Y PLATÓN
(AMBOS DISCÍPULOS DE SÓCRATES).
Jenofonte. Colaboró con los del Gobierno de los Treinta... Se
exilió posteriormente y se estableció definitivamente al servicio de los
generales espartanos en Asia. (Anábasis)
A través de sus obras, Jenofonte estableció un diálogo con Platón, el
otro socrático que puso al maestro como protagonista de sus escritos. Un
diálogo cuya aspereza no pasó inadvertida a los estudiosos antiguos. La
disputa se desarrollaba, como no podía ser de otra manera entre
discípulos de Sócrates, en el territorio de la teoría política, de la
discusión en torno a la “mejor” fórmula político-social. Al modelo
platónico, cuyo punto culminante es la propuesta del gobierno de los
filósofos, Jenofonte opone, en la “Ciropedia”, la idea de un monarca
“educado” de manera completa, incluida la filosofía. El ejemplo que
propone es justamente el de Ciro el Grande, idealizado al máximo. Ya los
críticos antiguos advirtieron que era este modelo el blanco al que
Platón dirigió sus dardos en “Leyes”, la obra de su extrema vejez, la
única en la que Sócrates no figura entre los interlocutores.
A la rivalidad entre Platón y Jenofonte no le faltaba, seguramente,
motivos personales Platón se encarniza con Jenofonte en el “Menón” Y la
aspereza mostrada por Jenofonte podía tener su origen en las rivalidades
internas del grupo de los socráticos, que la guerra civil, y el papel
que a cada uno le tocó cumplir en ella, volvió aún más retorcidas.
Platón desprecia a Jenofonte porque, junto con otros, se embarcó con
Clearco y Ciro como mercenario “la hez de todas las ciudades”.
Tanto Platón como Jenofonte creyeron en Critias y en su experimento.
Platón declara haberse retractado enseguida, al ver que perseguían o
amenazaban con perseguir incluso al propio Sócrates. Jenofonte, en
cambio, participó de aquella aventura hasta sus últimas consecuencias, y
lo pagó durante buena parte del resto de su vida. Platón no dejó de
soñar con el gobierno de los filósofos, y Critias y los suyos se creían
dentro de esa categoría. Jenofonte, quizás también en razón de su
experiencia directa tanto de la monarquía persa como de la espartana,
recogió y relanzó, en su obra mayor, la “Ciropedia”, el ideal
monárquico: el del “buen rey”, entronizado –a diferencia del “tirano”- a
la cabeza de una élite de “iguales” de la antigua Persia, en la que Ciro
se había educado, y en otras oportunidades con los “iguales” de Esparte.
Jenofonte vivió la decadencia de ambos mundos e intuyó o previó con
mayor claridad que Platón –aunque no por ello dejara de tener conciencia
de las imperfecciones de cualquier modelo- las formas políticas que se
afirmarían durante el siglo siguiente, que se abriría poco después con
la conquista macedonia de Oriente.
PLATÓN Y LA REFORMA DE LA POLÍTICA
Platón era al menos una decena de años más joven que Jenofonte. Nació el
año en que Pericles murió de peste (430-429 a C). De sus pariente, el
más relevante en la escena política era Criticas. Y no lo era menos en
la escena teatral; ésta era, por entonces, la sede más importante de la
comunicación de masas en Atenas, junto con la asamblea, pero seguramente
más populosa y frecuentada por la gente. En la asamblea reinaba por
entonces un cierto ausentismo: sólo en las grandes ocasiones se llegaban
a reunir cinco mil personas; rutinariamente el número de los presentes
era mucho menor. En cambio, Platón da cuenta de una función teatral a la
que asistieron treinta mil espectadores. Allí se forjaba la conciencia
de la ciudad mediante una forma de arte que, si bien controlada por el
Estado, permitía que se expresasen autores que sutilmente, a través de
la escena, ponían en tela de juicio los fundamentos de la ciudad.
Durante los años críticos de la juventud de Platón este fenómeno se
hallaba en su apogeo, y Critias era uno de aquellos autores; su socio
era Eurípides. Ambos se intercambiaban las tragedias; si era necesario,
uno ponía en escena la obra del otro. El trabajo más importante era el
de dirigir al coro y a los actores; quien se hacía cargo de ello podía
figurar como autor de la obra, y con frecuencia ciertamente lo era.
Critias había sido blanco de la misma acusación dirigida con frecuencia
a Eurípides: la de ateísmo... Como político, Critias participó desde el
primer momento, junto a su padre Calescro –hermano de Glaucón, el abuelo
de Platón-, en los intentos de subversión oligárquica... Vínculo de
Platón con Eurípides: precoz interés de Platón por la tragedia. Platón
desarrolló una actividad poética intensa, componiendo no sólo ditirambos
y cantos líricos, sino también tragedias; además estudió pintura...
Hasta que conoció y escuchó a Sócrates... El encuentro con el maestro
comporta un corte con el pasado.
Platón permaneció junto a Sócrates hasta su muerte. El hecho de que en
el 404 se hubiera comprometido con el nuevo régimen, bajo la presión de
sus parientes cercanos Criticas y Carmides, no implica en absoluto un
distanciamiento con respecto a Sócrates. En la Carta séptima afirma
haber retirado su apoyo al gobierno de los Treinta cuando éstos entraron
en conflicto con Sócrates... después de la muerte de Sócrates, Platón
pensó que debía alejarse por un tiempo de Atenas. Se dirigió a Megara
“en compañía de otros socráticos”. Esto significa que los discípulos se
sentían amenazados, o por lo menos atemorizados, por el dramático final
de aquel juicio, y por eso fueron en busca de refugio a casa de Euclides,
en Megara. Buscaban así ponerse a salvo de las eventuales represalias.
Más tarde, ya de vuelta en Atenas, preferirá llevar su actividad
filosófica “a puerta cerrada”, en un círculo separado y a salvo de las
miradas de sus conciudadanos, llevando una conducta exactamente opuesta
a la del perpetuo deambular característico de Sócrates. Eso se deberá
entre otras cosas, y quizás sobre todo, a la trágica conclusión de la
experiencia socrática.
Los puntos de vista de Jenofonte y Platón son contrarios. Platón, aunque
desilusionado por el gobierno de los Treinta, “salva”, por así decir, a
Criticas y Carmides. En cambio Jenofonte muestra especialmente hacia
Critias toda la hostilidad. Según Jenofonte Critias es quien ha querido
manchar a los caballeros con la masacre de Eleusis, y además quien ha
llevado a la ruina personal a los miembros de su partido... Para Platón,
en cambio, aquella guerra civil no fue más que un desgraciado
paréntesis; el verdadero trauma permanecía indeleble: era el monstruoso
proceso con el que la democracia restaurada había llevado a Sócrates a
la muerte... Porque de ese acontecimiento se deriva la opción vital de
Platón: su renuncia a congraciarse con la democracia y a practicar la
indagación callejera.
Son dos vidas paralelas, con una diferencia. Jenofonte rompe con Atenas
como consecuencia de la guerra civil y de sus secuelas. Platón rompe, él
también, con Atenas, pero no ya como consecuencia de la guerra civil,
sino de la muerte de Sócrates. Es entonces cuando, juzgando que el
modelo político representado por su ciudad es imposible de reformar,
busca otros caminos, nuevas experiencias que serán alimento y banco de
pruebas para su pensamiento político.
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