Apunts Jota'O

Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

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PROBLEMA DEL CANVI
EN LA FILOSOFIA GREGA

de William K.C. Guthrie (1950)



INTRODUCCION.


"La filosofía europea, en cuanto intento para resolver los problemas del universo sólo por la razón, que se opone a aceptar explicaciones puramente mágicas o teológicas, comenzó en las prósperas ciudades comerciales de Jonia, en la costa del Asia Menor, a principios del siglo VI a.c..

Fue, como dice Aristóteles, producto de una época que ya poseía las cosas necesarias al bienestar físico y al ocio, y su motivo fue la mera curiosidad. La escuela jonia o milesia está representada por los nombres de Tales, Anaximandro y Anaxímenes; y está muy justificado llamarla escuela, porque estos tres pensadores nacieron en la misma ciudad jonia de Mileto, vivieron en la misma época, y la tradición dice que tuvieron entre sí relaciones de maestro y discípulos.

De dos maneras puede definirse el objeto de sus investigaciones. Buscaban algo permanente, estable, en medio del caos del cambio constante; y creían que lo encontrarían preguntándose: "De qué está hecho el mundo?". El mundo, tal como lo perciben nuestros sentidos, aparece inquieto e inestable. Muestra cambios contínuos y manifiestamente azarosos. El crecimiento natural puede producirse o puede ser frustrado por fuerzas exteriores ciegas. En cualquier caso, le sigue siempre la decadencia, y no hay nada que dure para siempre. Además, vemos una infinita pluralidad de objetos que no guardan entre sí ninguna relación. La filosofía comenzó por la creencia de que detrás de este caos aparente existen una permanencia oculta y una unidad, discernibles por la mente, si no por los sentidos.

Esto se aplica, naturalmente, a toda filosofía. Como ha dicho un moderno escritor sobre el método filosófico: "Parece haber hondamente enraizada en la mente humana una tendencia a buscar... algo que persista a través del cambio. En consecuencia, el deseo de una explicación sólo parece satisfacerse al descubrir que lo que parece nuevo y diferente existió siempre. De ahí la busca de una identidad subyacente, de una materia persistente, de una substancia que perdure a pesar de los cambios cualitativos y por la cual pueden explicarse esos mismos cambios.

Es central la creencia de que detrás de la aparente multiplicidad y confusión del universo que nos rodea existen una sencillez fundamental y una estabilidad que la razón puede descubrir.

Les pareció a los primeros pensadores que esa estabilidad hay que buscarla en la substancia de que está hecho el mundo. Pero no es ésta la única respuesta posible. También puede suponerse que los componentes materiales del mundo están en un flujo constante de decadencia y renovación, que son diversos e incomprensibles, pero que el elemento permanente y comprensible consiste en su estrucutura o forma. Si nueva materia igual a aquélla adopta la misma estructura, es la estructura lo que debemos tratar de comprender. En la misma Grecia, tuvieron a su vez los defensores de la forma contra la materia. Mas al principio, la pregunta, reducida a sus términos más sencillos, era ésta: "De qué está hecho el mundo ?"
Al advertir que esos pensadores no se hacían más pregunta que ésta: "De qué está hecho el mundo ?", se ve uno tentado a clasificarlos como materialistas.

Lo que tenemos que esforzarnos por comprender es un estado mental anterior a la distinción de materia y espíritu, de suerte que a la materia, que era la fuente única de toda existencia, se la consideraba dotada de espíritu o vida.


EL PROBLEMA DEL MOVIMIENTO
(Heráclito, Parménides)



Heráclito mereció ya en la Antigüedad los sobrenombres de "El Oscuro" y "El Adivinador". Aunque desconocemos las fechas exactas de su vida, su posición en la historia de la filosofía está bastante bien determinada por el hecho de que criticó directamente a Pitágoras, y él, a su vez, fue favorable y claramente aludido por Parménides. Quizá desplegó lo principal de su actividad hacia fines del siglo VI y comienzos del V a.c.

Si lo encontramos difícil de entender, no se debe solamente a que no conozcamos más que unos fragmentos de sus escritos. Era hombre de pensamiento altanero y desdeñoso, y le gustaba formular frases oraculares más que desarrollar sus ideas en una argumentación paciente y continuada. Su manera de expresarse es como la del oráculo de Delfos, el cual, según el mismo Heráclito, "ni dice del todo ni oculta su sentido, sino que lo manifiesta por un indicio". Sin embargo, merece la pena esforzarse en conocer algunas de las ideas que sirven de fundamento a sus frases sueltas, porque revelan una fase interesante en la historia del pensamiento.

Hasta entonces los filósofos habían buscado la permanencia y la estabilidad. No hay, decía Heráclito, ni nadie puede desearlo, un mundo estancado. Todo lo que vive, vive por la destrucción de otras cosas. "El fuego vive por la muerte del aire, y el aire por la del fuego; el agua vive por la muerte de la tierra, y la tierra por la del agua". Los pitagóricos hablaban de la armonía de los opuestos; pero  cómo pueden estar en armonía los opuestos si no es con repugnancia? Se trata sólo, decía, de la consonancia de tensiones opuestas, como la de un arco. La base del equilibrio es la lucha, que, por lo tanto, es buena en sí misma, puesto que es la fuente de la vida. Es absurdo llamar bueno a un aspecto o fase de ella, y malo a otro.

"El mundo -dice Heráclito- es un fuego inmortal, encendido con medida y que con medida se apaga". Si supusiéramos que Heráclito creía, como los jonios, en una materia primordial única de la cual procedía el mundo, la materia primordial, para él, sería el fuego. Pero Heráclito no pensaba como los jonios. No creía en una cosmogonía, como Anaximandro, en una evolución del mundo a partir de un estado único primitivo. El mundo es, fue y será siempre lo que es ahora, y el fuego proporciona una especie de símbolo de su naturaleza.

Es la mejor expresión material (y entonces no era posible otra clase de expresión) de sus dos principios centrales:

1) todo nace de la lucha;

y 2) todo está en constante flujo.

Porque el fuego, en primer lugar, sólo vive consumiendo y destruyendo, y en segundo lugar, constantemente cambia de materia, aun cuando, como la luz de una vela, pueda parecer fijo y permanente durante algún tiempo. Si el mundo todo vive así, se le puede definir con propiedad como una especie de fuego.

Decían los griegos que Heráclito hablaba por enigmas, y para esto había dos razones. Primero, su propio carácter le llevaba a deleitarse con el lenguaje aparatoso y paradójico. Nos dejó paradojas absolutas, como "Lo bueno y lo malo son lo mismo", y también imágenes fascinadoras e incitantes, como: "El tiempo es niño que juega con chinitas sobre el reino del niño que es el tablero". En segundo lugar, es difícil de entender, porque en él el pensamiento ya había alcanzado una etapa particularmente difícil. Ya no podía admitir las simples cosmogonías de los jonios, ni hallar sencillo y natural comprimir la vida y el pensamiento en la camisa de fuerza de la substancia material. Ambas cosas eran muy propias para hacerlas reventar en seguida.

La rotura se produjo de una manera extraña. Fue debido, en definitiva, a la obra de un pensador a la vez poderoso y limitado, cuya fuerza y cuyas limitaciones forman una y otras una vertiente del pensamiento griego. Ese pensador fue Parménides, cuya vida corresponde a la primera mitad del siglo V. Según el diálogo de Platón acerca de él, tenía unos sesenta y cinco años en 450. Después de él, la filosofía griega no podía ser ya lo que había sido, porque todos, incluso Platón y Aristóteles, advertían que había que tenerlo en cuenta, y, digamos, apaciguar a su sombra o espíritu.

Parménides era exactamente lo contrario de Heráclito. Para éste, el movimiento y el cambio eran las únicas realidades. Para Parménides, el movimiento era imposible, y el todo de la realidad consistía en una substancia simple, inmóvil e inmutable. Parménides llegaba a esta extraordinaria conclusión mediante un proceso mental no menos extraordinario.

Muchos problemas de la filosofía griega proceden de la confusión de la gramática, la lógica y la metafísica. Y se confundían estas tres cosas, porque, como materias separadas de estudio, no puede decirse que existiera ninguna de ellas, y esto es algo particularmente importante que hay que recordar cuando se trata de entender a Parménides.
Una idea que los griegos de aquella época encontraban difícil de comprender es que una palabra pueda tener más de un significado. Indudablemente, tal dificultad tenía alguna relación con la proximidad de la fase mágica primitiva, en que una palabra y su objeto formaban un todo único. Ahora bien, el verbo "ser" en griego significaba "existir". Naturalmente, en el lenguaje corriente se usaba también en el sentido completamente distinto de poseer determinada cualidad, como ser negro, ser frío, etc.; pero esto era una diferencia a la cual nadie había dedicado todavía una meditación especial.

Para Parménides, que fue el primero en pensar sistemáticamente sobre la lógica de las palabras, decir que una cosa ES podía y debía significar, únicamente que esa cosa existe, y esta idea acudía a él con la fuerza, de una revelación concerniente a la naturaleza de la realidad. Toda su concepción de la naturaleza de la realidad nace de atribuir esa fuerza sencilla y metafísica al verbo "ser". Los filósofos jonios habían dicho que el mundo ERA una cosa, pero que SE CONVERTIA en muchas. Mas, preguntaba Parménides, Cómo puede decirse que una cosa cambie, como vosotros decís, por ejemplo, que el aire se cambió o convirtió en agua y en fuego ? Cambiar significa "convertirse en lo que no es"; pero decir de lo que ES que NO ES, es mentir, sencillamente. Lo QUE ES no puede NO SER ALGO, porque "no ser" significa desaparecer de la existencia.

Entonces ya no sería lo que es; pero esto es algo que se admitió, y que tenía que ser admitido, desde el comienzo. El sólo y único postulado inicial de Parménides es que "ello es", es decir, una sola cosa existe. El resto se infería.

Quizá parezca un juego de palabras sin sentido; pero en aquel tiempo se le tomó muy en serio, y fue Platón, en la plenitud de su madurez, quien, en el diálogo titulado "El Sofista", aclaró que, aunque usaban la misma palabra "es" Parménides y los pensadores contra quienes éste argumentaba, decían dos cosas diferentes. En su tiempo, su doctrina parecía incontrovertible, y se deducían de ella extrañas consecuencias. Todo cambio y todo movimiento eran irreales, porque implicaban que LO QUE ES se convertía en LO QUE NO ES o en DONDE NO ES, y es un contrasentido decir de lo que es que no es. Además, el movimiento era imposible por una segunda razón: porque no existe el espacio vacío. Pues, en caso contrario, el espacio podría definirse como "el lugar en que la cosa real, lo que es, no es"; pero donde no tenemos lo que es, tendremos únicamente lo que no es, o sea, lo que no existe.

Por lo tanto, el mundo real, todo lo que es, tiene que ser una masa inmutable e inmóvil de una sola clase de substancia, y que permanece siempre en quietud eterna e inalterable. Apenas si es necesario decir que no parece que sea así, pero esto no desanimó a Parménides. Todo lo que los hombres se imaginan acerca del universo -decía-, todo lo que piensan, ven, oyen y sienten es pura ilusión. Sólo la mente puede alcanzar la verdad, y la mente -afirmaba con la sencilla arrogancia del primero de todos los pensadores abstractos- demuestra incontrovertiblemente que la realidad es por completo diferente.

La importancia de Parménides estriba en que inició a los griegos en la senda del pensamiento abstracto, hizo trabajar a la mente sin referencia a los hechos externos y exaltó sus resultados por encima de los de la percepción sensible.
En adelante, ya no era viable ninguna filosofía que sostuviese que el mundo, vario y diverso, procedía de una unidad primitiva. Parménides había asestado un golpe mortal al monismo materialista de tipo jonio. La primera reacción fue que había que salvar a toda costa el mundo de las apariencias.

El sentido común de los humanos se rebeló y dijo que las cosas familiares que podemos ver y tocar tienen que ser reales; y puesto que esto ya no podía combinarse con la creencia en una unidad primitiva, se negó la parte de la premisa de Parménides que dice que la realidad era substancialmente una. Los filósofos que inmediatamente le sucedieron son PLURALISTAS.





PLATON Y ARISTOTELES



Cuando se planteó la solución del problema central, relativo a lo que es real y a lo que no lo es, Platón estaba profundamente influido por dos pensadores anteriores cuyas opiniones ya hemos examinado, Heráclito y Parménides. Los heracliteanos sostenían que en el mundo del espacio y el tiempo todo estaba en perpetua fluencia. El cambio ni por un momento dejaba de producirse, y nada era la misma cosa en dos instantes consecutivos. La consecuencia de esta doctrina era que no podía haber conocimiento de este mundo, pues nadie puede decir que ha conocido algo que en este momento es diferente de lo que era hace un instante. El conocimiento requiere un objeto permanente que pueda ser conocido. Por otro lado, Parménides había dicho que esa realidad permanente existe, y que sólo puede ser descubierta por la actividad de la mente, completamente aparte de la actividad de los sentidos. El objeto del conocimiento tiene que ser inmutable, y eterno, libre del tiempo y del cambio, en tanto que los sentidos sólo nos ponen en contacto con lo mudable y perecedero.
Estas reflexiones, juntamente con un profundo interés por las matemáticas pitagóricas, fueron la base de que partió Platón en sus meditaciones sobre los problemas de la definición que Sócrates había planteado en el terreno de la ética. Para él, dos cosas estaban simultáneamente a discusión: la existencia de principios morales absolutos, lo cual constituía el legado de Sócrates, y la posibilidad del conocimiento científico, que, según la teoría heracliteana del mundo, era una quimera. Platón creía apasionadamente en ambas cosas, y puesto que para él era impensable una solución escéptica, hizo la otra cosa que quedaba como única posible.
Sostuvo que los objetos del conocimiento, las cosas que pueden ser definidas, existen, pero no pueden ser identificadas con nada del mundo perceptible. Existen en un mundo ideal, fuera del espacio y el tiempo. Tales son las famosas "ideas" platónicas, llamadas así por una transliteración de la palabra griega idea, que Platón le aplicó, y que significaba modelo o patrón. Así, pues nuestra palabra "idea" es una traducción todo lo impropia que pudiera desearse, pues nos sugiere algo que no tiene existencia fuera de nuestras mentes, mientras que para Platón únicamente las ideai tenían existencia plena, completa e independiente.
Debemos suponer, pues, un mundo ideal que contiene los prototipos eternos y perfectos del mundo natural. Todo lo que nuestro mundo tiene de cuasi-existencia lo debe a la imperfecta participación en la plena y perfecta existencia del otro. Y como esta actitud tiene en sí algo de una creencia casi religiosa, y hasta de experiencia mística, y no puede ser completamente explicada por argumentos racionales (aunque Platón haya sostenido con mucho empeño que los argumentos racionales demuestran que no podemos hacer nada sin ella), Platón recurre a la metáfora para explicar la relación entre los dos mundos.
Algunas veces habla Platón del mundo ideal como modelo o patrón del otro, que lo imita en la medida en que pueden hacerlo las cosas materiales, y otras veces se refiere a la participación del uno en la existencia del otro. Para expresar esa relación usaba preferentemente una palabra que sugiere la que hay entre la interpretación que un actor hace de un papel y el papel mismo tal como fue concebido por el autor de la obra.
Hemos llegado a la doctrina de las ideas, como lo hizo Platón, por el camino de Sócrates, y, por lo tanto, hemos encontrado primero las ideas morales y los conceptos intelectuales. Pero Platón la amplió hasta incluir todas las especies naturales.
Sólo reconocemos a los caballos individuales como miembros de una especie única, y tenemos un concepto que nos permite usar y definir el término general "caballo", porque en el mundo inmaterial existe un ideal absoluto de caballo, de cuyo ser participan imperfecta y transitoriamente los caballos individuales de este mundo.
De hecho, hay en el pensamiento corriente de nuestro tiempo reproducciones de las ideas platónicas mucho más parecidas de lo que pudiera pensarse. Si se les preguntase a quienes las emplean negarían que tengan en la mente conceptos semejantes; pero, en realidad, una cantidad sorprendente del pensamiento cotidiano se conduce como si hubiera entidades reales e inmutables correspondientes a los términos generales que usamos. En ciencia, tenemos las leyes de la naturaleza. Si no en la actualidad, por lo menos en el pasado más reciente, cada una de esas leyes era tratada como si existiera aparte de los acontecimientos en que se manifiesta, acontecimientos que, naturalmente, nunca son del todo uniformes ni se repiten nunca con exactitud. Si se les pregunta a los científicos, contestan que no son más que conveniencias prácticas y sólo toscas aproximaciones a la verdad. Representan fuertes probabilidades, pero no más. Sin embargo, se han levantado imponentes construcciones de teorías científicas sobre el supuesto de su verdad invariable. Sin la fe en que las mismas leyes de la naturaleza operarán mañana como han operado hoy, la ciencia no progresaría.
Ejemplo aún mejor de la objetivación, por lo menos en el lenguaje corriente, de un término general se refiere al empleo de los nombres de enfermedades. La palabra "gripe" es ejemplo perfecto de un término general que designa una serie de casos particulares entre los cuales no hay dos exactamente iguales. Y, sin embargo, se habla de "gripe" como de algo absoluto, de una cosa que existe por derecho propio. Hay muchas personas que, si se les plantease la cuestión directamente, aun no acertarían a ver que no tiene una existencia independiente de ese tipo. Y no obstante nuestra experiencia no conoce enfermedades, sino personas enfermas, entre las que no hay dos que presenten exactamente los mismos síntomas. El término general no representa nada real que esté fuera y por encima de los casos individuales.
Podemos decir, pues, que en cierto modo Platón elevó a la jerarquía de doctrina filosófica, y lo defendió como tal, lo que muchos de nosotros admitimos inconscientemente en nuestras conversaciones y escritos, es a saber, la existencia de algo invariable que corresponde a los términos generales que usamos, fuera y por encima de los variables ejemplos individuales, incluidos todos en el término general.




A R I S T O T E L E S


Nació en el 384 a.C. en Estagira, en la Grecia del Norte. Era un jonio por cuyas venas corría la sangre de los científicos, pues su padre pertenecía al cuerpo médico, fue médico del padre de Filipo II de Macedonia. A la edad de diecisiete años pasó a Atenas, para estudiar en la Academia de Platón.
El rasgo definitivo de Aristóteles como filósofo es un vigoroso sentido común, que se negaba a creer que este mundo no sea plenamente real. La filosofía, según le parecía, era un intento para explicar el mundo natural , y si no logra hacerlo, o sólo consigue explicarlo mediante un mundo misterioso y transcendental de prototipos, privado de la propiedad característicamente natural del movimiento, hay que pensar que ha fracasado. Es típico este comentario suyo sobre las ideas platónicas: "Pero llamarlas modelos, o decir que las demás cosas participan en ellas, es decir palabras vacías y metáforas poéticas".
En lo fundamental, continuó al lado de Platón y Sócrates. Su pensamiento está dirigido, no menos que el de Platón, por la idea de la aspiración heredada de Sócrates por su maestro: la idea de que la verdadera causa o explicación de las cosas hay que buscarla no al principio, sino al fin".
En otras palabras, la pregunta a que puede y debe contestar la filosofía es: "Por qué?" No es suficiente contestar a la pregunta: "Cómo?". Para hablar con más exactitud, podemos decir que el legado permanente del platonismo a Aristóteles fue doble, aunque sus dos aspectos están íntimamente relacionados. Lo que tomó y retuvo fue:
1. El punto de vista teleológico.
2. La convicción de que la realidad reside en la forma.
No pudo renunciar a su sentido de la suprema importancia de la forma, en la cual, como ya hemos visto, los griegos incluían naturalmente la función. Saber de qué materia está hecha una cosa tiene sólo una importancia secundaria, ya que la materia originaria es algo que comparte esa cosa con otras que han tomado forma diferente, y entenderla significa descubrir las características que la distinguen de las demás cosas. Su definición,, pues, debe expresar la forma en que se han desarrollado. En esto, según Platón y Aristóteles, reside su esencia.
He aquí, pues, un hombre tan decididamente convencido como Platón de que el conocimiento es posible, y que tiene que ser conocimiento de la forma, no de la materia. Mas de estas premisas Platón, como sabemos, deducía que la única explicación posible estaba en la hipótesis de un mundo de formas transcendentes y absolutas realizado parcial y transitoriamente en el mundo de la naturaleza. Contra esto se rebelaba el sentido común de Aristóteles porque la relación entre los dos mundos, la causalidad de las ideas, quedaba sin explicar. Sobre todo, no ayudaban éstas a explicar lo que había constituido el enigma de la filosofía griega primitiva y que le parecía a Aristóteles la única cosa que, por encima de todas, necesitaba explicación, o sea, los fenómenos del movimiento y el cambio. En consecuencia, renunció a ellas; pero debe suponerse que continuó planteada la dificultad que estaban destinadas a salvar. Cómo traer al ámbito del conocimiento filosófico un mundo de fenómenos variables, sin cesar cambiantes, que tan pronto existen como no existen, y que nunca son iguales a sí mismos en dos momentos consecutivos? Dónde está la estabilidad que, según vimos al comienzo, exige la mente humana?
Puesto que las cosas perceptibles cambian, y los antiguos pensaban que el cambio ocurre entre dos opuestos o extremos -del negro al blanco, del calor al frío, de lo pequeño a lo grande, y así sucesivamente-, Aristóteles usó la palabra que habían empleado los antiguos filósofos griegos, y también llamó a las formas los "opuestos". La razón por la cual sus predecesores habían encontrado el problema del cambio tan difícil de explicar lógicamente es que habían argumentado -decía- como si dicho problema exigiese asentir a la proposición de que esas cualidades opuestas podían cambiarse la una en la otra. Confundían la afirmación "esta cosa fría se ha puesto caliente" con la afirmación "el calor se ha hecho frío". Esta última afirmación viola la ley de la contradicción y es imposible, y Parménides había tenido agudeza bastante para advertirlo. De aquí la necesidad de postular el substratum, que en sí mismo carece en absoluto de cualidades (aunque, naturalmente, nunca existe desnudo y solo).
Dado este substratum -esto es, dada la distinción que nos parece elemental, entre susbtancia y atributo-, podemos explicar un proceso de cambio -por ejemplo, el enfriamiento, el decaimiento o la muerte- diciendo no que el calor, la ausencia de color o la vida se han cambiado en sus opuestos el frío, el color y la muerte, sino que el calor, la falta de color y la vida han abandonado el objeto concreto y han sido reemplazados en él por otras cosas.
Esta distinción ya había sido señalado por Platón, que en el "Fedón" habla de la confusión mental que resulta de tomar: "las cosas que poseen los opuestos" por los opuestos mismos. Pero la solución de Aristóteles difería en un punto esencial, pues mientras que a Platón le parecía esencial afirmar la existencia de las formas aparte y por sí mismas, a la vez que de manera misteriosa "entraban en" las cosas concretas, para Aristóteles estaban siempre en algún cuerpo físico.
Aristóteles, al aceptar plenamente el movimiento, de acuerdo con su temperamento más científico (y especialmente biológico), se encontró en la obligación de contestar a quienes, como Parménides, lo habían declarado imposible. El dilema de Parménides, fue tanto como cualquier otra cosa, resultado de la inmadurez de la lógica y del lenguaje en su tiempo, y ya Platón había indicado el modo de escapar a él.
Aristóteles parafraseó el dilema en los siguientes términos: No existe nada semejante a "convertirse en" o "llegar a ser", puesto que lo que es no puede llegar a ser (porque ya ES), ni puede nada proceder de lo que no es. Platón había hecho ver que la efectividad de este dilema dependía de la incapacidad para comprender que el verbo "ser" se emplea en dos sentidos totalmente diferentes, a) existir, y b) tener cierto predicado (ser hombre, ser frío, etc.). Con estas nociones a la espalda, Aristóteles presentó como solución el doble concepto del SER POTENCIAL y el SER ACTUAL, distinción usada hoy con tanta frecuencia, que resulta difícil comprender que haya sido necesario tanto esfuerzo mental para llegar a ella
Según Aristóteles, la antítesis entre "lo que es" y "lo que no es" no representa la verdadera posición. Indudablemente, donde nada en absoluto existe, nunca puede haber nada. Ningún griego lo negaría y ésa fue una de las razones por las cuales Aristóteles sostuvo que el mundo es eterno. Pero no es ésta, sin embargo, la situación con que tenemos que tratar.
Un embrión "no es" un hombre. Esta afirmación no implica la no existencia, sino antes bien el hecho positivo de que existe un trozo de materia de tal naturaleza, que le es posible llegar a ser un hombre. Dado su análisis de los objetos concretos en substratum y forma, Aristóteles podía decir que el embrión consistía en un substratum poseído en el momento de lo que él llama la "privación" de la forma de hombre. Tampoco ésta es una afirmación puramente negativa, sino que implica la potencialidad de realizar la forma. Aristóteles ve toda la naturaleza con ojos de teleólogo, y el concepto de función va aquí también en primera fila. La función del ojo, por ejemplo, es ver. En términos aristotélicos, no realiza plenamente su forma y su actualidad si no está viendo. Así, pues, un ojo ciego se caracteriza por la "privación" de la vista.
La idea de que las criaturas naturales progresan de la potencia al acto por virtud de su propia naturaleza dinámica no puede separarse en nuestra mente del análisis de las cosas tomadas tal como se presentan, análisis que revela la necesidad de determinado substratum capaz de ser informado en diferentes grados por cualidades que en sí mismas son intransformables. Lo uno puede compararse a una fotografía instantánea tomada con rayos X; lo otro, es la explanación del proceso. De cualquier manera, y puesto que para Aristóteles los fenómenos que primordialmente exigen una explicación son el cambio y el movimiento, la visión dinámica de la naturaleza suministrada por los conceptos de DYNAMIS Y ENERGEIA domina todo el sistema, y su inventor la emplea mucho al formular sus teorías en todas las ramas de los conocimientos.

 

 

 

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