Apunts Jota'O

Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

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Enllaços

LA CIVILIZACIÓN GRIEGA

François Chamoux

INTRODUCCIÓN
El cuadro natural
LA CIVILIZACIÓN MICÉNICA
De cómo los micénicos eran ya griegos
a lineal B y las tabletas micénicas
Nacimiento y apogeo de la civilización micénica
La sociedad micénica
Desaparición de los Estados micénicos. La invasión doria.
LA CIVILIZACIÓN GEOMÉTRICA O LA ÉPOCA DE HOMERO
La colonización jónica
Repartición de los dialectos griegos
La adopción de la escritura alfabética: Homero
La guerra rural en tiempos de Hesíodo
LA ÉPOCA ARCAICA.
Del siglo VIII al VI a C. Hasta las guerras médicas.
La crisis social y la colonización.
La evolución social y política. La tiranía y los tiranos.
Atenas arcaica
La civilización orientalizante en el arcaísmo griego
LA ÉPOCA CLÁSICA
Desde las guerras médicas al advenimiento de Alejandro Magno (490 – 336 aC)
POLEMOS
La importancia de la guerra en el mundo griego.
Las tropas ligeras. Su armamento. Siglo IV.
Táctica y estrategia.
Consecuencias sociales del estado de guerra. os mercenarios.
RITOS Y DIOSES
Las fuentes de nuestro conocimiento de la religión griega.
La pureza ritual. La plegaria. La ofrenda
Los juegos y su papel en la religión griega
El culto de los muertos.
Oráculo y adivinación. Santuarios oraculares. Asclepio.
El espíritu crítico contra la religión tradicional.
El trabajo. La esclavitud. Repartición numérica de la población.
El derecho de ciudadanía y la educación del ciudadano.
Derechos y deberes del ciudadano. Los diversos regímenes políticos.


INTRODUCCIÓN
La lengua griega está representada por textos literarios sin ninguna interrupción desde el siglo VIII aC. Hasta nuestros días. El desciframiento de las tabletas micénicas permite incluso remontarse (aunque verdaderamente sólo por medio de documentos puramente administrativos y de una interpretación difícil) hasta el siglo XV, por lo menos, antes de nuestra era.

El cuadro natural

La Grecia propia forma la extremidad meridional de la península Balcánica. Sus dimensiones son modestas: no hay mucho más de 400 kilómetros desde el macizo del Olimpo, que señala el límite septentrional de la Tesalia, hasta el cabo Tenaro (o cabo Matapán), punta meridional del Peloponeso.... El mar, deslizándose profundamente entre las montañas, ofrece una cómoda vía de comunicación: ningún punto de la Grecia propia se encuentra a más de 90 kilómetros del mar.

LA CIVILIZACIÓN MICÉNICA
De cómo los micénicos eran ya griegos.


A mediados de siglo XX se produjo un acontecimiento cuyas consecuencias fueron considerables para la historia griega: una escritura llamada lineal B, que había sido hasta entonces misteriosa, fue descifrada en 1953 por los ingleses Ventris y Chadwick. Demostraron que los micénicos eran griegos, o, por lo menos, hablaban griego, pues la pertenencia al helenismo se manifiesta ante todo por la lengua. Hubo que admitir entonces que la historia y la civilización griegas comenzaron no en el siglo VII, sino en el momento en que aparecen los primeros textos descifrables, es decir, a mediados del segundo milenio, hacia el fin del siglo XIV, si no antes.... La lengua griega nos es, desde entonces, conocida por textos que se despliegan desde el siglo XV aC hasta nuestros días.... Los inicios de la Grecia arcaica nos aparecieron en aquel momento, no como un comienzo, sino como una prolongación o un renacimiento.

La lineal B y las tabletas micénicas.

La lineal B es un sistema gráfico en el que los símbolos representan en su mayoría sílabas. A lo signos de valor silábico vienen a añadirse ciertos ideogramas que representan globalmente palabras (el hombre, la mujer, el trigo, el carro, la copa, el bronce, etc.); otros símbolos representan unidades de cuenta o de medida, y, en fin, cifras. Estos signos estaban grabados, por medio de un estilete, sobre tabletas de arcilla blanda, o bien la forma de una placa rectangular parecida a la página de un cuaderno, sobre la cual las líneas de escritura van de izquierda a derecha y están, por lo general, separadas entre ellas por una raya horizontal, o una forma estrecha y oblonga que ofrece solamente el espacio para una o dos líneas de escritura.

Las tabletas micénicas no han proporcionado todavía ni textos literarios, ni contratos, ni correspondencias o tratados entre soberanos. Hasta ahora sólo poseemos piezas de los archivos procedentes de los servicios de intendencia anexos a los palacios de Cnossos, de Pilos o de Micenas. Visiblemente, estos documentos no estaban redactados para ser guardados; respondían a una necesidad puramente práctica y servían solamente para llevar las cuentas de palacio... No solamente nos enseñan la lengua que hablaba, sino que entrevemos su organización social. El soberano administra sus súbditos y su dominio con la ayuda de funcionarios encargados de tener al día sus registros... Otros textos hacen alusión a movimientos de tropas o a operaciones marítimas. Otros, en fin, mencionan nombres de divinidades a las cuales se hacen ofrendas.

Nacimiento y apogeo de la civilización micénica.

Parece que fue al comienzo del II milenio antes de nuestra era cuando los primeros helenos se extendieron por la Grecia propia, a partir de las regiones del norte, Macedonia y Tesalia, donde habían penetrado anteriormente. Allí se mezclaron con una población ya establecida... A estos antiguos habitantes, los recién llegados impusieron su lengua, una lengua indoeuropea que debió llegar a ser el griego micénico... Los helenos del continente (1600-100, aprox.), que hasta entonces habían sobre todo mantenido relaciones con el nordeste del mar Egea y las Cícladas, tomaron contactos frecuentes con la Creta minoica. Estos contactos tuvieron una importancia decisiva. Los guerreros griegos se encontraron desde este momento en relación con una civilización antigua, brillante y refinada. En esta época, Creta era un Estado centralizado, con una capital, Cnossos, poblado con más de 50.000 habitantes, donde reinaba un monarca rico y poderoso, rodeado de una aristocracia amante de la vida cortesana, de los palacios adornados de frescos, de villas confortables, fiestas y juegos. Gracias a una marina próspera, el comercio cretense florecía y exportaba los productos de un arte original y delicado..... El poder de los griegos micénicos reinó en la cuenca del mar Egeo y difundió en una extensa área sus productos manufacturados, de Siria y de Egipto hasta la Italia meridional y Sicilia.

La coyuntura internacional era favorable, puesto que los dos grandes imperios egipcio e hitita habían establecido entre ellos un cierto equilibrio y las ciudades de Palestina y Siria que las separaban y dependían nominalmente del uno o del otro no dejaban de gozar de una gran libertad en sus relaciones económicas. Los griegos se aprovecharon de ello para desarrollar su comercio en estas regiones intermedias.... La guerra de Troya, hacia el final del siglo XIII, es uno de los últimos episodios de esta expansión, que debía dar lugar inmediatamente después, en el curso del siglo XII, a una decadencia profunda y duradera.

La sociedad micénica.

Según la lineal B se nos presenta un pueblo guerrero, fuertemente organizado en principados independientes. El príncipe, que lleva el título homérico de anax, reside en su rica y poderosa mansión y controla con el intermedio de funcionarios especializados el conjunto de actividades del grupo social del cual es jefe: administra los dominios agrarios, da trabajo a los artesanos, asegura el sostenimiento de los cultos. Las tropas de que dispone están bien provistas de armas de bronce: lanza y espada... La caballería no se conoce todavía, pero los carros con dos caballos transportan lo más escogido del ejército... Una flota de guerra protege los navíos mercantes y permite fructuosas razzias en las tierras extranjeras. La piratería, considerada una actividad noble, y el comercio, ponen esos pequeños Estados en relación con el mundo egeo entero, de Troya a Creta pasando por las Cícladas y las costas de Anatolia.

Ya estos griegos de la primera edad veneraban los mismos dioses que seguirán venerando sus lejanos descendientes. El desciframiento del lineal B proporcionó los nombres de numerosas divinidades a las cuales los micénicos llevaban ofrendas, y ha revelado también, con gran sorpresa nuestra, que la mayor parte de los “olímpicos” del Panteón clásico eran ya objeto de culto en el curso del II milenio aC.

Desaparición de los Estados micénicos. La invasión doria.

¿Cómo esta civilización tan vivaz... se ha hundido tan rápidamente en el curso del siglo XII aC? Invasión doria... (Siglos XII a X: Edad Media Griega) Los dorios eran griegos menos evolucionados que, partiendo de las regiones montañosas del noroeste de la península, ocuparon poco a poco la Grecia central, la mayor parte del Peloponeso y las islas del sur del mar Egeo y la misma Creta –siglo XII y un aparte del X-.

Propuesta de explicación: En el curso de los siglos XIII y XII, emigraciones muy complejas afectaron al conjunto del Próximo Oriente en todo el Mediterráneo oriental. Nos son conocidas por los documentos egipcios que hablan en diferentes ocasiones de ataques llevados a cabo por los Pueblos del Mar, coalición heterogénea en la que ciertamente han participado contingentes griegos. Esas invasiones, de momento rechazadas, después parcialmente victoriosas, afectaron gravemente al equilibrio político del Próximo Oriente. El Imperio hitita se hundió. Egipto se replegó sobre el delta, abandonando sus posesiones de Asia, las condiciones que habían favorecido el comercio en la cuenca oriental del Mediterráneo desparecieron ante el progreso de la piratería.

Los micénicos, que estaban directamente interesados en estos cambios comerciales, sufrieron cruelmente de su relajación. Fueron bien pronto separados de sus compañeros orientales y reducidos a los únicos recursos de su suelo. Éste, que nunca ha sido muy rico, no proporcionaba recursos suficientes para una población numerosa y habituada a la opulencia. Los principados micénicos, bajo la presión de la necesidad, se habrían entonces revuelto los unos contra los otros, en una serie de guerras intestinas que provocaron sucesivamente la destrucción parcial y, después, la caída de la mayor arte de ellos.

Los dorios, al extenderse sobre una gran parte del mundo griego, habrían, pues, encontrado no una civilización en pleno brillo que habrían brutalmente destruido, sino una civilización moribunda, en una sociedad en decadencia. Su llegada habría acelerado el empobrecimiento general de Grecia, provocando de esa manea una emigración hacia las tierras más ricas de la costa anatolia, donde el helenismo debía volver a encontrar su fuerza y su esplendor. Fue en el siglo IX cuando los cambios exteriores pudieron reanudarse y la Grecia propia, de nuevo en situación de enriquecerse por el contacto con Oriente, revivió poco a poco.

LA CIVILIZACIÓN GEOMÉTRICA O LA ÉPOCA DE HOMERO.
La colonización jónica.


La decadencia de los Estados aqueos y la invasión de las tribus dorias provocaron durante tres siglos unos movimientos de población que modificaron profundamente la distribución del pueblo griego en la cuenca del mar Egeo. Mientras los recién llegados ocupaban progresivamente la mayor parte de la Grecia continental y el Peloponeso, los antiguos ocupantes, si querían sustraerse a la dominación doria, abandonaban estos lugares para buscar en otros una tierra más acogedora... Es seguro que el movimiento se dirigió hacia el este, hacia las Cícladas y hacia la costa de Anatolia, y que terminó con el establecimiento permanente en toda la franja occidental del Asia Menor de una serie de colonias griegas muy pobladas y prósperas (emigración jonia para distinguirla de la invasión doria).

Repartición de los dialectos griegos.
Los antiguos distinguían a los griegos en función de grandes divisiones lingüísticas, apoyadas sobre los dialectos que consideraban que correspondían a unas divisiones étnicas.
Dialecto eolio: Tesalia, Beocia, Lesbos y costa próxima de Asia Menor.
Dialecto arcadio: Arcadia (Peloponeso)
Dialecto dorio: Laconia (Esparta)
Dialecto jónico: Ática, Asia Menor.
Dialectos noroccidentales: Macedonia, Etolia.

Esta distribución fue duradera. Entrañó consecuencias tanto para la historia política como para la civilización. La comunidad o el parentesco de dialecto fue en el mundo griego, aunque fácilmente roto por las rivalidades intestinas, un factor de unidad o al menos de solidaridad entre los Estados. Se ve claramente durante las guerras del siglo VaC, en que Atenas y Esparta atrajeron a sus campos respectivos, con más o menos éxito, ciudades jonias y ciudades dorias.. Es cierto que la comunidad de tradiciones religiosas, que tanto para los jonios, como para los dorios se unía a la comunidad de lengua, hizo mucho para mantener el sentimiento de su parentesco originario... Con todo, por poco fundamentada que sea esta distinción en el plano étnico, a cuasa de las mezclas de poblaciones, juega un papel psicológico nada despreciable, contribuyendo a oponer Esparta y Atenas, que encontraron en el hecho de pertenecer a dos fracciones distintas del pueblo griego una justificación cómoda a su rivalidad.

En el plano de la civilización, la diversidad de dialectos es durante largo tiempo una característica esencial del helenismo. Los griegos tenían el sentimiento profundo de que su parentesco reposaba sobre la comunidad de lenguaje: el uso de la lengua griega es lo que los diferenciaba de los bárbaros, y fundamentaba a sus propios ojos su solidaridad enfrente del resto del mundo.

La adopción de la escritura alfabética: Homero.

La adopción del alfabeto fenicio por los griegos se sitúa verosímilmente en el siglo IX o principios del VIII aC. Las inscripciones alfabéticas más antiguas pertenecen a la segunda mitad del siglo VIII. Al adoptar para su uso particular la ingeniosa notación fonética imaginada por los fenicios, los griegos introdujeron una innovación capital, la notación de las vocales, que los semitas no tenían en cuenta... No es casualidad el que las dos primeras obras literarias de altos vuelos, la Ilíada y la Odisea, sean hoy día fechadas por la mayoría de los estudiosos en el siglo IX o más ordinariamente en el siglo VIII, es decir, en el momento en que los helenos empiezan a utilizar la escritura alfabética.

Homero compuso su obra en el mundo de las ciudades jonias de Asia Menor. Éstas, en el siglo VIII, prosperaban después de sus comienzos difíciles. Agrupadas en una liga de doce ciudades, unidas por afinidades de lengua y de religión, como el culto común que tributaban a Poseidón en el santuario panónico del cabo Micala, unidas a Atenas por lazos sentimentales y recuerdos históricos, tenían una sólida organización social, cuyo elemento esencial era una aristocracia de grandes terratenientes que disponían de la realidad del poder, estuviesen o no agrupados en torno a un rey. En los palacios de esos poderosos de la Jonia fueron recitadas por primera vez la Ilíada y la Odisea. La una evoca, a través de la perspectiva del tiempo, una expedición famosa cuyo recuerdo era caro a los helenos instalados en tierra de Asia; veían con justo título en la empresa aquea contra Troya la prefiguración de la colonización jonia de Anatolia, y las narraciones de hazañas guerreras excepcionales gustaban a esos nobles auditores, ellos mismos fervientes adeptos de la caza y de los ejercicios militares. La otra halagaba la imaginación con las narraciones de aventuras lejanas en los mares de Occidente.

La guerra rural en tiempos de Hesíodo

La otra cara nos viene presentada por otro poeta, más áspero y menos seductor, Hesíodo (segunda mitad del siglo VIII, aprox., probablemente). Conocía la obra de Homero, al que imita de una manera precisa.. A diferencia de Homero, no vivió en la corte de los poderosos; era Hesíodo un campesino de Beocia, poseedor de un pequeño dominio. Dos de sus poemas han llegado hasta nosotros, los dos redactados en lengua épica, La teogonía o genealogía de los dioses, y Los trabajos y los días, poema agrícola y didáctico... La obra de Hesíodo, a diferencia de Homero, a pesar de ciertas torpezas de forma y estilo formulario, tiene un carácter muy personal, y nos informa con precisión sobre el destino de un pequeño pueblo de campesinos en la Grecia geométrica... Este destino no es, ciertamente, muy envidiable. El campesino se esfuerza duramente sobre su pequeña parcela de tierra, expuesto a los caprichos de las estaciones. El trabajo es su ley. En caso de éxito, podría ascender a la riqueza, que es lo único que atrae la consideración. Pero las querellas de familia o con los vecinos dan lugar a un proceso que los reyes, es decir, las grandes familias, resuelven un excesivo número de veces por medio de sentencias torcidas, después de haberse dejado seducir con regalos. Hesíodo invoca ardientemente la justicia y afirma su confianza en la equidad de Zeus, el dios supremo; pero con ello indica cuán raramente, a sus ojos, esta justicia será respetada. Por lo menos, la llamada constante que hace a esta abstracción divinizada enseña la fuerza de una exigencia moral que se abría camino entre los ciudadanos necesitados, poco satisfechos de su condición y conscientes de merecer otro destino. Había en ello en las ciudades griegas una fuente de conflictos sociales que, en el curso del período siguiente, iban a conducir a la gran empresa de la colonización de tierras lejanas y a profundos trastornos políticos.

LA ÉPOCA ARCAICA
(Del siglo VIII al VI a. C). Hasta las guerras Médicas


A diferencia de la Edad Media helénica, la época arcaica no desaparece en una oscuridad total. La adopción de la escritura alfabética permitía desde entonces conservar documentos de archivos: listas de magistrados, listas de vencedores en los Juegos, contestaciones de los oráculos; más tarde, leyes, decretos, tratados. La lista de vencedores en los Juegos Olímpicos, que sirvió mucho más tarde de cronología universal, comenzaba en el 776 la instauración de estas fiestas panhelénicas...

Los fenómenos esenciales son los siguientes: una crisis social muy extensa, cuyo origen radicaba en una imperfecta distribución de la propiedad agraria, provoca una emigración de gran volumen que hace nacer colonias griegas mucho más allá de los límites del mundo egeo, desde el mar Negro a España; esta emigración no ha bastado para resolver el problema, y la evolución interior de las ciudades se acentúa, arrastrando con frecuencia remolinos violentos y la instauración de regímenes nuevos como la tiranía; y por último, concurrentemente con estos acontecimientos políticos, un gran hecho de civilización informa todo el período: la reanudación de contactos estrechos con el Oriente.

La crisis social y la colonización.

La crisis social se nos aparece mayormente por sus efectos, así como por el testimonio de Hesíodo, que es válido sobre todo para una región, Beocia, y para su época, el final del siglo VIII a C.. En el cuadro restringido de la ciudad, que se había constituido de un extremo al otro del mundo griego en las dos orillas del mar Egea, vivían en cada comarca algunos millares de hombres que se repartían los recursos de un territorio de dimensiones modestas. Cada una de estas unidades políticas, lo mismo si se componían de aldeas dispersas o que una ciudad importante hubiese tomada su dirección, había conocido una organización monárquica, tal como los poemas homéricos nos la presentan: un príncipe hereditario, asistido de los jefes de las grandes familias, presidía los destinos del pequeño Estado. Lazos de consanguinidad o religioso, clanes familiares o gene (genos), grupos unidos por un culto común o fratrías, daban mayor cohesión al conjunto. En la ciudad, el poder pertenecía a los propietarios de la tierra, fuente esencial de riqueza, únicos que poseían los medios de mantener los caballos necesarios a sus carros de guerra y adquirir un costoso armamento pesado. Esta aristocracia agraria reducía con frecuencia al monarca a la condición de “primero entre los pares”; la función real no era más que un título, una magistratura entre otras, guardando un carácter sobre todo religioso. Pero al mismo tiempo, por una evolución ineluctable, las bases económicas del orden social se modificaron. El régimen sucesorio parece haber sido generalmente la partición por igual de los bienes entre los herederos directos. Desde el momento en que el posesor de un lote de tierras tenía más de un hijo, su patrimonio se encontraba dividido a su muerte en fracciones que, a cada generación, iban disminuyendo; muy pronto, la condición del propietario de cada parcela pasaba a ser la de un miserable, y su empobrecimiento le obligaba ya a cargarse de deudas, ya a ponerse al servicio de un rico, que aprovechaba la ocasión para alzarse, tarde o temprano, con el pequeño dominio. De ahí una tendencia general a la concentración agraria a beneficio de algunos privilegiados, mientras una masa creciente de la población trabajaba en condiciones difíciles y corría el peligro de perder su independencia económica e incluso, por el juego de las deudas y de la servidumbre por ellas, su libertad entera. Tal es, descrita en forma extrema y esquemática, el fenómeno que adivinamos en todas partes en el mundo griego de los comienzos de la época arcaica, y que, al sumarse al crecimiento regular de la población, llevó a los griegos a la aventura colonial.

Los antiguos han definido, un poco sumariamente, esta causa esencial de la emigración como la “falta de tierra” o stenocoria. En la práctica, las ocasiones que determinaron la partida de los colonos hacia la tierra extranjera variaron mucho; rivalidades entre los jefes políticos, deseo de aventuras, destierros pronunciados contra una parte del cuerpo social, ulteriormente espíritu de empresa inspirada por un imperialismo político o comercial. Pero casi siempre existe en la base la necesidad de resolver por u medio radical un problema de superpoblación o una crisis agraria.

En la mayoría de las narraciones de fundaciones coloniales encontramos: la crisis económica y social que provoca la decisión de emigrar; la consulta del oráculo de Delfos, que debe proporcionar a la empresa la garantía de una autoridad religiosa indiscutible, y también consejos útiles para la buena dirección a tomar para evitar chocar con otros colonos; la intervención autoritaria del estado, en forma de decreto de la asamblea, para organizar la expedición, designar su jefe y los participantes, obligados a expatriarse bajo pena de las más severas sanciones; la partida en pequeño número, pues el cuadro restringido de la ciudad griega permite resolver un grave problema social con la emigración de algunos centenares de hombres solamente; su instalación en una isla costera, en las proximidades de un continente desconocido, para asegurarse un refugio antes de penetrar en el interior, y, en fin, la instalación definitiva de una colonia agrícola en un lugar propicio, que ofrece agua y buenas tierras de labor...

- La colonización al norte del mar Egeo
- La colonización en Italia, Sicilia y el Adriático
- La colonización en Extremo Occidente. España, Provenza, Córcega
- La colonización en África: Cirene. Los griegos en Egipto y en Chipre.

La evolución social y política. La tiranía y los tiranos.

Las ciudades griegas del siglo VII a C tenían en su mayor parte un régimen aristocrático fundado en el predominio de los grandes propietarios rurales. Incluso cuando la realeza hereditaria existía todavía, los grandes guardaban la realidad del poder. Tenían la tierra, y de ahí su nombre de “poseedores del suelo”, geomores, o gamores... Tenían los caballos, necesarios para tirar de los carros en los que montaban los guerreros pesadamente armados, únicos capaces de decidir la suerte de la batalla (“criadores de caballos”” – hippobotai-). El juego de las herencias, el de los préstamos en objetos y la esclavitud por deudas determinaron la concentración de la riqueza agraria y el empobrecimiento de los campesinos pequeños y medios, que protestan. Mas he aquí que un recursos inesperado se ofrece a ellos. La táctica militar se modifica en provecho suyo: a los combates individuales entre los nobles de los dos campos, llevados al terreno de la lucha por sus carros, sustituye una innovación de grandes consecuencias, un procedimiento de lucha más eficaz, la maniobra a pie en batallón cerrado, o falange. Con su gran escudo circular, su casco, su coraza y sus canilleras, el guerrero pesado u hoplita, que maneja la lanza y la espada, forma con sus compañeros una masa compacta y temible contra la que los combatientes aislados transportados en carro no pueden hacer nada. Todo ejército pronto debe poseer su cuerpo de batalla formado de esos infantes bien equipados, a los que basta tener no un carro, sino un escudero para ayudarles a llevar sus provisiones. Los hoplitas se reclutaban entre los pequeños y los medianos propietarios, lo bastante ricos para procurarse una armadura y mantener un peón, pero que no habrían podido comprarse un caballo. Indispensables para la guerra, estos hombres pronto saben reclamar su parte en las responsabilidades políticas. El principio de muchas reformas ulteriores está aquí. Se verá, por otro lado, a continuación las mismas causas producir efectos análogos, cuando el desarrollo de la marina de guerra habrá obligado a enrolar para las escuadras un gran número de remeros; estos últimos, gentes de poca monta que no tenían otros bienes que sus brazos, querrán también jugar un papel en la ciudad y acelerarán por ello mismo la evolución política de muchos Estados marítimos

La lucha contra los privilegios de la aristocracia –privilegios políticos, judiciales y agrarios- conduce con frecuencia a concentrar los poderes en manos de un hombre. Cuando se trata de un árbitro designado por los grupos sociales en conflicto, este hombre revestido de una autoridad excepcional da ala ciudad leyes que los partidos se comprometen a respetar. La época arcaica en Grecia es la edad de oro de los legisladores. Puede ser un extranjero, al que se llame a causa de su reputación de sabiduría o porque se espere sabrá mejor dar muestras de imparcialidad si no está mezclado por su nacimiento en los conflictos locales. Así, para reformar sus instituciones, los cirenaicos, a mediados del siglo VI, hacen venir a Libia un sabio de Mantinea; Éfeso llama a un ateniense; Tebas, a un legislador de Corinto. En otros lugares, es uno de sus conciudadanos a quien los habitantes revisten de su confianza para restaurar el orden y la ley. Zaleucos en Locres Epizefiriana, en la segunda mitad del siglo VII, es el más antiguo de esos personajes semilegendarios. Dracón, en Atenas, hacia el 625-620, pertenecía a la nobleza ática, como Solón al comienzo del siglo VI. En Mitilene, en la isla de Lesbos, el legislador Pítaco restableció la concordia cívica ejerciendo el poder supremo durante diez años: mereció por su firmeza, su equidad y su moderación figurar en el número de los Siete Sabios, aunque creyó deber castigar con el destierro a los poetas Alceo y Safo.

La mayor parte de estos legisladores se preocuparon de los mismos problemas esenciales. Tenían primeramente que codificar el derecho de propiedad, sobre todo para los dominios agrarios, pues la capacidad política está unida a la posesión de una cierta fortuna, representada esencialmente por un lote de tierras; de ahí la importancia que se concede a las disposiciones reglamentando la herencia, para evitar lo mismo la extrema división que la concentración excesiva de las fortunas. Con esta preocupación se relacionan las prescripciones contra el lujo, lo mismo si se trata del vestido de las mujeres que de las ceremonias fúnebres, a fin de hacer desaparecer una causa importante de dilapidación de los patrimonios. Su segunda preocupación fue establecer reglas más equitativas en materia judicial, para reformar los abusos y las “sentencias torcidas” de los grandes, contra los cuales se levantaba Hesíodo: redactando códigos, muy frecuentemente rigurosos, como el de Dracón, pero que se imponían a todos, se esforzaron en satisfacer una reivindicación esencial del pueblo bajo. En fin, se enfrentaron con el problema del homicidio: a las costumbres de venganza privada que, en caso de muerte, perpetuaban la vendetta de familia a familia y de clan a clan, opusieron una justicia e Estado, mezclada de preocupaciones religiosas, que, a despecho de su extrema severidad, liberó en parte al individuo de la sujeción al clan familiar o genos.

Estas reformas no aparecen como inspiradas por una voluntad revolucionaria; al contrario, sus autores desean mantener el equilibrio de la sociedad tradicional, que representa a sus ojos la virtud. Pero sus tendencias conservadoras no los privaban de discernir la necesidad de hacer su parte a las aspiraciones razonables de la multitud. Allí donde lo consiguieron, es decir, en la gran mayoría de las ciudades griegas, la evolución política interna se hizo pacíficamente, en el cuadro de un régimen aristocrático y censitario que sabía ensancharse cuando era preciso... En desquite, cuando el legislador fracasó o se prescindió de utilizar sus servicios, fue preciso recurrir a la fuerza. En todo esto todavía el papel jugado por los individuos fue primordial: la edad arcaica, en Grecia, es también la edad de los primeros tiranos.

El término tirano, tyrannos, cuyo origen es sin duda extranjero, es muy discutido; designa en un principio todo personaje investido del poder supremo: al comienzo no hay diferencia entre el tirano y el rey, basileus. Más tarde, la denominación quedó reservada a los usurpadores que conquistaron el poder y los guardaron por la fuerza. Un matiz peyorativo se une, pues, a la palabra, lo que ya es sensible en Herodoto, y que se acentúa con Platón y los filósofos del siglo IV. Pero el fenómeno de la tiranía nos interesa menos por las consideraciones morales que provocó entre los escritores y los moralistas, que por el papel que jugó en la ciudad griega arcaica. Tucídices, con su habitual lucidez, ha tenido perfectamente conciencia de ello cuando escrito: “ En general, la tiranía se estableció en la ciudad cuando las rentas aumentaron”. Entiende con ello que el enriquecimiento por el artesanado y el comercio, creando una nueva fuente de desequilibrio social en el Estado, favoreció los trastornos políticos. Ante la negativa opuesta por la aristocracia agraria a sus reivindicaciones, las otras clases sociales acabaron por conceder su confianza a un hombre enérgico y sin escrúpulos que, por la violencia o por la astucia, se apodera del poder y rompe la resistencia de los grandes. Con frecuencia, este hombre es, él mismo, un noble, ocupando ya una función importante en el Estado. Otros son de origen humilde... Pero todos utilizan con habilidad y decisión las condiciones locales para alcanzar sus fines.

Se ponen a la cabeza de los descontentos: sea de los pobres, como Teógenes de Megara, que conquistó la popularidad haciendo degollar los rebaños de los ricos; sea de los pequeños propietarios rurales, como Pisístrato en Atenas; sea de una fracción étnica de la población que se cree oprimida, como Clístenes de Sicione, que dirigió una política hostil a los dorios, antes elementos dirigentes de la ciudad. El tirano forma o se hace atribuir una guardia personal, los doríforos o lanceros, que le vale seguridad y respeto. La recluta con frecuencia entre los mercenarios que se ofrecen ya en esta época en el mundo griego a quien quiere pagar sus servicios. Utiliza esta fuerza para abatir la aristocracia cuando ésta se niega a reconocerle; así Pisístrato destierra la familia de los Alcmeónidas, Arcesilas III confisca los dominios de los nobles cirenaicos y distribuye sus tierras entre sus partidarios... Los tiranos favorecen también, por el gusto del lujo y para estimular la imaginación del público, las artes plásticas y la literatura. Hacen ofrendas suntuosas en los grandes santuarios panhelénicos... Frente a los Estados extranjeros, fuesen griegos o bárbaros, la política de los tiranos no puede ser fácilmente definida en conjunto. Algunos se dejan tentar por empresas de razzia o de conquista, pero en su conjunto los tiranos no buscaron las aventuras exteriores. Preocupados por asegurar su poder y, tanto como fuese posible, hacer perenne su dinastía, desarrollaron sus fuerzas militares para garantizarse de las amenazas, tanto interiores como exteriores, y no para lanzarse a una política imperialista...

La lógica del gobierno tiránico, incluso si, como en Cirene, estaba enmascarado por la ficción de una realeza hereditaria, determinaba que sucumbiese bajo los golpes de sus adversarios, es decir, de los partidarios de la aristocracia expulsada del poder, desde el momento en que el vigor y la lucidez del tirano se aflojaban. De esta manera, a despecho del deseo que cada uno de ellos tuvo de fundar una dinastía, poco numerosos son los que llegaron a alcanzarlo y ninguna de esas dinastías pasó e la tercera generación...

Si pues el fenómeno de la tiranía estuvo muy ampliamente extendido en el mundo griego, entre la mitad del siglo VII y la mitad del V, en cada ciudad en particular no duró nunca mucho tiempo. Pero este régimen pasajero, si dejó ordinariamente un recuerdo amargo en razón de los rudos métodos empleados por los tiranos, no tuvo únicamente efectos desgraciados. En ciertos casos, señaló la etapa necesaria en la vía que conducía a la democracia. Esto es particularmente visible en Atenas, y es también cierto en Corinto, en Cirene y en las ciudades de Sicilia, como Sircusa o Gela, donde un régimen aristocrático moderado sucedió a la tiranía. Frecuentemente, por lo menos, los tiranos dieron a las ciudades que rigieron un impulso notablemente vigoroso en el dominio económico y cultural, mientras contribuían a romper o a suavizar los viejos cuadros sociales.

Atenas arcaica
A partir del momento en que comienza a batir moneda, en los principios del siglo VI, es cuando en efecto Atenas empieza a participar de una manera activa en el movimiento económico. Es curioso que el Ática, a la que hemos visto desarrollar una civilización brillante en la época micénica y en la época geométrica, haya sufrido una especie de eclipse en el siglo VII. ¿Por qué? Atenas sufría la misma crisis política y social que las demás ciudades griegas; poderes excesivos concentrados en las manos de las grandes familias o gene, deudas insoportables de los campesinos, funcionamiento defectuoso de una justicia enteramente en manos de la aristocracia, multiplicación de las venganzas privadas. Algunas tentativas de reformas, excesivamente tímidas, fracasaron y un joven ambicioso, Cilón, intentó establecer la tiranía. La reacción de los nobles, dirigidos por la familia de los Alcmeónidas y su jefe Megacles, se lo impidió. La represión fue rigurosa, hasta el punto de que ciertos partidarios de Cilón, refugiados en un santuario, fueron muertos con violación del derecho de asilo. Este sacrilegio pesó largo tiempo sobre el genos de los Alcmeónidas, que fueron desterrados con su jefe. Dos siglos más tarde se reprochará aún a Pericles, que por su madre pertenencia a esta familia, la mancha hereditaria de la matanza de los cilonianos. El cretense Epiménides vino a purificar la ciudad (632).

Después de este fracaso, el legislador ateniense Dracón recibió el encargo de reformar la justicia. Redactó el muy severo código lleva su nombre. Mientras fijaba por primera vez el derecho ático en leyes escritas, sustituyó las venganzas privadas por un procedimiento legal ante tribunales de Estado. Además, distinguiendo entre la muerte voluntaria y la muerte involuntaria, precisó la noción de responsabilidad individual. La arbitrariedad y el poder absoluto de los clanes familiares se encontraron fuertemente socavados.

Pero la crisis social no estuvo con ello resuelta. Éste fue el papel del sabio Solón, poeta, político y comerciante, todo a la vez, que fue llamado en el 594-593 a la alta magistratura del arcontado, con plenos poderes para legislar. Comenzó por abolir todas las deudas y por suprimir sus efectos sobre las personas y sobre los bienes. La esclavitud por deudas fue prohibida. Diversas medidas jurídicas aflojaron la fuerza tiránica de los lazos familiares en el interior del genos. Leyes suntuarios impidieron las manifestaciones de lujo con motivos de los funerales, que daban a los clanes la ocasión de ostentar su riqueza y su poder. Una serie de medidas económicas de detalle tuvieron por objeto favorecer la agricultura y el comercio. Solón reformó los pesos y las medidas e hizo adoptar para la moneda el sistema euboico: esta reforma libró a Atenas de la influencia económica que Egina, que practicaba el sistema “fidoniano”, amenazaba ejercer sobre ella. La plata de las minas del Estado del Laurion, en la extremidad meridional del Ática, dio pronto a las acuñaciones solonianas un valor reconocido en el mercado internacional.

Otras medidas son de orden político. Los ciudadanos estaban repartidos, por una parte, entre los cuatro tribus jónicas tradicionales, en función de su nacimiento y, por otra, entre cuatro clases censatarias determinadas por la renta anual. Solón no modifica esta doble repartición, pero funda la participación en los cargos públicos sobre la clasificación censataria, haciendo de esta manera posible el acceso a ellos de todo individuo que se enriquezca. Instituye un Consejo anual de cuatrocientos miembros, cien por tribu, para preparar los trabajos de la Asamblea. También crea un Tribunal popular, el Helio o Heliana, cuyos miembros son elegidos entre todos los ciudadanos y que jugará ulteriormente un papel esencial en la democracia ateniense.

Las reformas de Solón establecían sobre muchos puntos las bases de lo que será más tarde el régimen democrático de Atenas. Pero, a pesar de ello, no trajeron la paz cívica. Cada uno de los dos partidos, lo mismo los nobles que el pueblo, habían esperado más de este legislador lúcido y moderado. Treinta años más tarde, en el 561-560, un noble de Braurón, Pisístrato, por un audaz golpe de Estado, se apoderó de la Acrópolis y estableció la tiranía. Dos veces arrojado del poder, suypo cada vez volver a instalarse en él nuevamente, y transmitió a su muerte, en el 528-527, la tiranía a sus hijos Hiparco e Hipías, que la ejercieron pacíficamente hasta el 514, año en que los tiranoctones Harmodios y Aristógiton asesinaron a Hiparco por agravios muy personales que no tenían nada que ver con la política. Hipías se mantuvo en el poder hasta que una intervención lacedemónica, solicitada por los Alcmeónidas, adversarios del tirano, y aconsejada por el oráculo de Delfos, le expulsó en el 510.

La tiranía, tan execrada en los tiempos siguientes en la memoria de los atenienses, había de todos modos proporcionado a Atenas ventajas considerables. Enemigo e las grandes familias cuya fortuna estaba formada de grandes dominios, Pisístrato contaba por el contrario con la simpatía de los pequeños propietarios rurales: favoreció por diversos medios la formación de una clase campesina independiente y estable, muy ligada a la tierra que cultivaba con sus manos. El problema agrario que Solón no había podido resolver se encontró, pues, regulado desde entonces.

Después de la caída de Hipías se formaron dos partidos: uno favorable a la aristocracia y a la alianza lacedemónica; el otro dirigido por el Alcmeónida Clístenes, partidario del pueblo. Después de una intervención espartana que fracasó, Clistenes se impuso a sus adversarios e hizo adoptar nuevas e importantes reformas políticas: la democracia ateniense había nacido. Una coalición heteróclita, en la que entraron, con Esparta, Corinto, Calcis y los beocios, se descompuso sin haber conseguido éxito. Beocios y calcídicos, que habían quedado solos, fueron completamente derrotados en el año 506, y esta victoria valió a Atenas lotes de tierra en Eubea, en los cuales instaló por primera vez colonos medio campesinos, medio soldados, los cleroucos.

La civilización orientalizante en el arcaísmo griego.

Desde su instalación en la costa occidental del Asia Menor, los griegos no habían dejado de estar en relaciones con los Estados indígenas del interior... Los griegos se acomodaron con bastante facilidad a una sujeción poco pesada respecto de príncipes refinados que mostraban miramientos para con el helenismo. .. Gracias a estas relaciones cordiales con la Lidia, las ciudades griegas de la Jonia conocieron durante la primera mitad del siglo VI un período de gran prosperidad. La difusión de la cerámica jónica común, embalaje corriente para los productos de exportación, lo testimonia abundantemente. Se la encuentra en todas partes: en Provenza, en España o en las colonias del mar Negro... Paralelamente a su desarrollo económico, la Jonia conoció entonces un brillante desarrollo cultural... Pero ya, desde largo tiempo, la influencia del pensamiento y, sobre todo, de las artes orientales no cesaba de ejercerse sobre la civilización griega entera. El siglo VII y la primera mitad del VI llevan en nuestras clasificaciones arqueológicas el nombre de período orientalizante.

Ahora bien, en el mismo momento en que este arte y esta civilización sacan beneficios de la aportación asiática sin dejarse dominar por ella, se dibuja una amenaza temible, procedente de ese Oriente hasta entonces fuente de riqueza y de provechos y, de repente, cargado de un peligro mortal para el helenismo. Un poder nuevo se revela a mediados del siglo VI, la potencia persa, fundada en el corazón del Irán por Ciro el Aqueménida. En pocos años, ese conquistador y ese político de genio, partido del reino de Media del que se ha hecho amo, derriba el poder de Creso (546), se apodera de toda Anatolia y pone bajo su dominación las ciudades griegas de la costa y varias islas del mar Egeo. Después somete a Babilonia y toda el Asia anterior, del Mediterráneo a la Mesopotamia. Su hijo Cambises conquista Egipto (525). A partir del 522, un gran rey, Darío, reina sobre el imperio aqueménida y mira de extender más lejos sus límites. En diversas ocasiones, había encontrado en su camino a los griegos de la Grecia propia; Esparta había sostenido a Creso contra Ciro y guardaba una actitud hostil con respecto al imperio persa. Atenas se había negado a autorizar el retorno de Hipías, que los persas favorecían. En el 499, una expedición persa intentó sin éxito someter la isla de Naxos, en la Cícladas. Este fracaso animó a los jonios a la rebelión; obtuvieron de Atenas un refuerzo de veinte navíos y otros cinco navíos de Eretria y después enviaron una columna expedicionaria al valle del Hermos, donde saquearon incendiaron Sardes, sin respetar el santuario de Cibeles, venerado por los lidios. Toda la Grecia asiática se compromete entonces en la rebelión, mientras los atenienses regresaban a sus lares. Pero Darío reaccionó con vigor y eficacia: En el 494, la toma de Mileto, siguiendo a la victoria naval de Lade, donde la flota jonia había sido deshecha, señaló el fin de la revuelta. Los milesios fueron deportados en masa, el santuario de Apolo, en Dídimo fue saqueado y las ofrendas sagradas fueron llevadas como botín a Susa, donde una de ellas ha sido encontrada en nuestros días. Poco después, en el 492, un ejército persa mandado por Mardonio pasaba los Estrechos y restauraba la autoridad de Darío en la Tracia y Macedonia, ya sometidas una primera vez, así como las ciudades griegas de la región, antes de la rebelión de la Jonia. Dos años más tarde, en el 490, una expedición mandada por Datis y Artafernes salía de Cilicia; su objetivo inmediato era castigar Atenas y Eretria por el apoyo que estas dos ciudades habían proporcionado a la sublevación de la Jonia. Pero se perseguía ciertamente un pensamiento político más ambicioso: se trataba también de poner la Grecia entera en la dependencia del Gran Rey. En la prueba de las Guerras Médicas se jugaba el porvenir de una civilización griega independiente. La gloria de Atenas es haberlo comprendido desde un principio y haber hecho frente al peligro sin desfallecer.

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LA ÉPOCA CLÁSICA
(Desde las Guerras Médicas al advenimiento de Alejandro Magno, 490-336 aC)


POLEMOS
La importancia de la guerra en el mundo griego

Las tropas ligeras. Su armamento. Siglo IV

Al lado del cuerpo de batalla formado por los hoplitas, los ejércitos griegos disponían de tropas ligeras y de caballería. Las tropas ligeras nos son tan bien conocidas como los hoplitas, lo que se explica fácilmente por su origen social. Mientras los infantes pesados, que deben procurarse un armamento costoso de su propio bolsillo, pertenecen a la clase acomodada, los arqueros, honderos y tiradores de jabalina se reclutan en las filas de los ciudadanos pobres. No tienen necesidad de armas defensivas, pues su papel no es buscar o esperar el choque, sino hostigar de lejos al enemigo. Sus armas arrojadizas son poco costosas; son as mismas que para la caza ..............

Táctica y estrategia.
Para poner fin a la superioridad reconocida de los hoplitas lacedemonios fue preciso que se produjese una revolución táctica, debida al genio militar de Epaminondas. En Leuctra, en el 371, después de Mantinea, en el 362, el tebano hizo una innovación decisiva: en lugar de poner, conforme a la tradición, su propia falange en el ala derecha, substituyó a la formación en línea con una formación en cuña, retrocediendo su derecha y llevando adelante su izquierda. En la punta del dispositivo, colocó sus hoplitas en cincuenta filas de profundidad. Esta masa compacta, “semejante a la proa de una triera”, aplastó la falange lacedemonia que se le oponía y que estaba repartida, según el uso, en una profundidad de doce filas. Habiendo de esta manera roto desde un principio la fuerza principal del enemigo por un golpe acertado dado en el lugar adecuado, se hizo fácilmente dueño del resto del ejército adversario, que había dispuesto en cambio de una neta superioridad numérica. La invención de la “falange oblicua”, a la cual Epaminondas unió, en Mantinea, el empleo de la caballería como arma de choque, trastornó costumbres establecidas desde el siglo VII y mostró los recursos que un jefe hábil podía encontrar en la maniobra. Hacía largo tiempo que los atenienses se habían dado cuenta de ello en la guerra naval, pero en tierra, el espíritu conservador de los lacedemonios y el respeto que inspiraba su valor guerrero habían privado hasta entonces de perfeccionarse al arte militar. Filipo de Macedonia, recogiendo la lección de Epaminondas (Tebas), iba a hacerlo progresar a su vez.

Consecuencias sociales del estado de guerra. Los mercenarios.

Esta crisis social, de la que Aristófanes presentía la inminencia, debía traer una consecuencia importante para las tradiciones militares helénicas: la reaparición del “mercenariado”, que se manifiesta desde el final de la guerra del Peloponeso y que transforma ya de una manera sensible los métodos y las condiciones de la guerra en el siglo IV aC., antes de trastornarlas enteramente en la época helenística. La institución de los mercenarios, como se ha demostrado recientemente, traduce un profundo desequilibrio social; para que haya hombres, en gran número, que acepten llevar una vida inconfortable y afrontar la muerte, no como una obligación inherente al deber cívico, sino simplemente para servir a un amo, sea el que sea, que les paga, es preciso que la sociedad a la que pertenecen no les deje otra cosa que escoger. El fenómeno es tanto más notable si se tiene en cuenta que el sueldo de los mercenarios, lejos de ser elevado, parece, en el siglo IV, más bien inferior, de ordinario, al de un obrero calificado. De todas maneras, el número de soladados de fortuna al servicio de los ejércitos griegos de la época es considerable. Al comienzo del siglo, son por lo menos 40.000, según cálculos recientes, de los cuales la mitad aproximadamente estaban en Sicilia, al servicio de Dionisio el Viejo; en el 366, en el momento en que Tebas está en la cúspide de su poder, o en que Atenas reanuda, con Timoteos, una política imperialista, y en que Dionisio el Joven, que acaba de suceder a su padre, envía tropas a Grecia para sostener a Esparta, se cuentan aproximadamente 20.000 mercenarios en los diversos teatros de operaciones; a mediados del siglo hay por lo menos otros tantos, de los cuales un gran número al servicio de los fócidos, que, envueltos en la tercera guerra sagrada, utilizan los tesoros de Delfos para reclutar mercenarios y consiguen de esta manera, durante diez años, afrontarse con sus enemigos. Hay, pues, en ello, un fenómeno nuevo que interviene con gran frecuencia en el siglo IV, en la organización de los ejércitos griegos.
Ciertamente, el “mercenariado” había ya aparecido en la época arcaica, pero, a juzgar por los documentos de que disponemos, los mercenarios no parecen haber conocido en la época arcaica un desarrollo comparable al que tomaron en el siglo IV. Sin duda, el drenaje de la colonización bastaba a los miserables y a los desarraigados. En el siglo V por lo menos, prescindiendo del caso de Arcesilas IV, el reclutamiento de mercenarios parece desaparecer. Es en el curso de la guerra del Peloponeso cuando se manifiesta de nuevo.

Desde ahora, y cualesquiera que sean las causas, el papel jugado por esos soldados de profesión va a crecer en los ejércitos griegos, en detrimento de los soldados-ciudadanos. Su calidad técnica mejora con el ejercicio que saben imponerles generales de valor, como los atenienses Conon, Ifícrates y Timoteos, como el espartano Agesilas, o bien esos oficiales de menos categoría, verdaderos jefes de banda, cuyo tipo es Menelaos el Pelagón, un macedonio, que entró al servicio de Atenas en el 363 y recibió de ella diversos honores, entre ellos el derecho de ciudadanía. Las modificaciones introducidas en la táctica militar, en buena parte, se debe al empleo de los mercenarios...

¿Estos soldados profesionales se mostraban más implacables para con la población civil que no lo eran las tropas tradicionales? A decir verdad, tanto unos como otros practicaban el pillaje, considerado como un derecho del vencedor. Pero es un hecho que los contemporáneos veían con cierto temor crecer esas bandas de mercenarios, compuestas: De apartidas, de desertores, de individuos culpables de toda clase de crímenes; se les reprochaba: Sus exacciones, sus violencias, su desprecio por la ley, se acababa por considerarlos como: Los enemigos comunes de todo el género humano.....

Esos textos demuestran lo suficiente en qué sentido evolucionaban las costumbres guerreras del mundo griego. La guerra había sido hasta entonces el asunto común de cada ciudad, y al mismo tiempo, por lo menos en principio, el asunto de cada ciudadano en particular. Desde este momento, interviene una cierta especialización en ese dominio como en otros: el servicio militar, incluso sus instituciones, como la efebía, se proponen hacerlo más eficaz y mejor regulado,; ya no es considerado de hecho como el primer deber del ciudadano el cumplir con convicción, sino con entusiasmo. Se procura, por todos los medios, encontrar la manera de descargarse de él a favor de una categoría de especialistas que se reclutan a precio de dinero en el extranjero. Los progresos del individualismo, el aflojamiento de los lazos que unían el individuo a la ciudad, la preocupación de sustraerse de los peligros o de las obligaciones que imponía la solidaridad cívica, todo eso se junta con la constitución de un mercado internacional de mercenarios a consecuencia de una crisis económica y social. La oferta y la demanda crecen paralelamente. Se añade a ello la creciente complicación de la técnica militar –en el armamento, en la táctica, en el empleo de máquinas-, que hace más evidente la superioridad de una tropa de profesionales sobre un ejército de ciudadanos. La epopeya de Alejandro, en razón del papel preponderante que jugó en ella el ejército nacioal macedónico, podrá ocultar durante algún tgiempo la realidad de esta evolución. Pero cuando el gran jefe habrá desaparecido, se vrá pronto hasta qué punto el desarrollo de los cuerpos de mercenarios favorecía los designios de los generales ambiciosos; desde este momento, la guerra en el mundo helénico dejará de ser un asunto de las ciudades para pasar a ser un asunto de los príncipes.


El trabajo. La esclavitud. Repartición numérica de la población.

Un cierto desprecio se une al trabajo manual: el término mismo de obrero, banausos, está afectado de un matiz desfavorable, como lo es, más aún, el de kapelos, que designa al pequeño comerciante. El que ejerce una actividad de esta clase, incluso si toca al arte auténtico, no goza de mucha consideración en la sociedad griega, incluso en la más democrática como la de Atenas. La verdadera ocupación digna de un hombre libre, como se ve bien en Platón, es participar en los negocios públicos: los jóvenes de las grandes familias que rodean a Sócrates no tenían otra ambición, y la educación “liberal” que recibían no tenía otro objeto que prepararlos para ello –o por lo menos así lo pretendía, de lo que Sócrates dudaba. En Lacedemonia, precisa, ese prejuicio era más frecuente, mientras que en Corinto era más débil. Es verdad que en Atenas una ley de Solón dictaba pena contra todo ciudadano ocioso, pero no sabemos exactamente cómo se definía la ociosidad y no parece que esta ley haya modificado el sentimiento público a propósito del trabajo manual. Las ideas recibidas habían evolucionado desde la época homérica. En varias ocasiones, en efecto, en la Odisea, se hace notar la habilidad técnica de Ulises, cuyo espíritu fértil en recursos se despliega lo mismo fabricando una cama que mandando en la guerra, sin que a los ojos del poeta y de sus auditores el rey de Itaca parezca desmerecer, bien al contrario. Sin duda no se trataba de un trabajo retribuido, que era lo que la opinión de los griegos clásicos tenía por poco honorable, sino de un actividad independiente.

Así, y contrariamente a lo que se podría creer, en la práctica, una ciudad democrática como Atenas no concedía al trabajo artesano mucha mayor consideración que en las ciudades aristocráticas. Sin duda Pericles, en el famoso discurso que le atribuye Tucídices, insiste en el hecho de que su patria permita a los artesanos y a los obreros, si son ciudadanos, participar en la gestión de los asuntos del Estado, pero el mismo Pericles, instituyendo el uso de pagar una indemnización diaria (mixtos) a todo ciudadano encargado de una función pública, lo mismo si se trata de magistrados que de miembros del Consejo, de jueces que de soldados en campaña, contribuyó ampliamente a apartar a sus compatriotas del trabajo productivo, para hacerles buscar esos cargos modestamente retribuidos, pero suficientes para asegurarles la existencia de cada día. De esta manera en Atenas los oficios manuales fueron progresivamente abandonados a los esclavos y a los extranjeros domiciliados, o metecos, cuyo número era considerable. Estudiando las cuentas relativas a la construcción del templo llamado Erecteón, en la Acrópolis, cuentas que nos son conocidas por inscripciones, se comprueba que entre los obreros, en número de 107, que se han podido identificar, figuran solamente 14 ciudadanos, estando el resto formado de metecos y de esclavos.

Se ve por esto el carácter esencialmente aristocrático de la ciudad griega, incluso cuando se proclama un Estado popular. Las nociones de democracia y aristocracia no se conciben entre los helenos más que relacionadas al solo cuerpo de los ciudadanos que participan más o menos ampliamente en los asuntos del Estado. Ahora bien, ese cuerpo de los ciudadanos, lejos de englobar a la mayor parte de los habitantes, representa de hecho una minoría privilegiada, salvo acaso en algunas ciudades de montañeses donde se era demasiado pobre para comprar y mantener muchos esclavos. Pero todas las grandes ciudades griegas ofrecen el mismo cuadro. Los ciudadanos son los únicos titulares no solamente de los derechos políticos, sino también de los principales derechos civiles, como el derecho de poseer bienes inmobiliarios, tierras o casas. Al lado de ellos, los extranjeros domiciliados, los “cohabitantes” (es el sentido propio de la palabra meteco), gozan de un estatuto especial, asegurándoles ciertas garantías: participan en las cargas financieras y militares que impone el Estado, pero no tienen ningún derecho político. Esparta no autoriza a los extranjeros a residir en su suelo; al contrario, Atenas los acoge gustosamente y juegan en ella un papel importante en la industria, el comercio y la vida intelectual. En fin, la población servil es con frecuencia tan numerosa como los ciudadanos y a veces más.

Al lado de los esclavos propiamente dichos, se encuentran en Tesalia, en Creta y en el Estado lacedemonio una clase de siervos adscritos a la tierra. En Esparta son los ilotas, descendientes, parece, de las poblaciones sometidas por los dorios a su llegada a Laconia o en ocasión de la conquista de Mesenia. Reducidos a una completa servidumbre, cultivaban los lotes de tierra que el Estado atribuía a sus amos espartanos. Cada año se proclamaba el estado de guerra con los ilotas, para mantener entre estos explotados un temor saludable. Los jóvenes espartanos, cuando estaban sometidos a la prueba de la criptia, tenían el derecho de dar muerte a todo ilota que encontrasen fuera de su casa durante la noche. Esta autoridad discrecional, mantenida con una determinación feroz, permitía a los ciudadanos ser descargados de toda tarea que no fuese la preparación de la guerra. De todas maneras, alrededor de los ricos cultivos de Laconia y de Mesenia, reservados solamente a los espartanos y cultivados por los ilotas, las regiones fronterizas del Estado lacedemonio estaban ocupadas por los habitantes que se llamaban periecos (“los que habitan en torno”). No eran ciudadanos, pero podían entregarse libremente a los trabajos agrícolas, al artesanado y al comercio, a diferencia de los espartanos, con la sola obligación de servir al lado de éstos en el ejército lacedemonio. El detalle de su condición jurídica es mal conocida, pero parecen haberse beneficiado de los derechos civiles (a diferencia de los metecos en las otras ciudades griegas) y fueron en general leales sujetos de Esparta. La existencia de los periecos está testificada en otras ciudades griegas, pero estamos muy mal informados sobre la naturaleza exacta de sus poblaciones.

La condición de los esclavos es, en principio, en todas partes la misma, aunque las costumbres pudiesen introducir algunas diferencias en la práctica. Siguiendo la expresión de Aristóteles (Política, I,3,...), que refleja la opinión corriente, el esclavo no era más que un “instrumento animado” a la disposición de su amo. Los textos jurídicos, como las actas de liberación que poseemos en gran número para la época helénica, los designa con los términos de “un cuerpo masculino” o “un cuerpo femenino”, como si se tratase de un objeto y no de una persona. Es que perdiendo la libertad ha perdido la calidad de ser una persona, y esto cualquiera que sea su origen, griego o bárbaro. Es por lo que no se admite su testimonio en justicia excepto que sea sometido a tormento: la fuerza del sufrimiento parece indispensable para hacerle declarar la verdad. Desde los tiempos homéricos se multiplican los testimonios que enseñan que la condición servil, lo mismo si viene del nacimiento que de la desgracia, envilece al hombre y le hace perder toda dignidad. El esclavo no tiene ni vida personal ni vida familiar. Las mujeres sirven al placer de su amo sin reserva ni escrúpulos... Ciertamente las costumbres atenienses, acaso más por economía bien entendida que por preocupaciones de humanidad, introdujeron en la ley algunas medidas de protección garantizando a los esclavos contra violencias excesivas.

Esclavos o ilotas, metecos o periecos, ciudadanos con su familia, no tenemos la posibilidad de cifrar de una manera segura el porcentaje de esos diversos elementos de la población de las ciudades. Como para siempre en la historia antigua, los datos estadísticos faltan casi por completo. Evaluaciones aproximadas: Atenas, al principio de la guerra del Peloponeso, hacia el 432,m debía contar aproximadamente con 40.000 ciudadanos (es decir, con sus familias, cerca de 150.000 personas), con 10.000 a 15.000 metecos (es decir, con las familias, 40.000 personas) y con cerca de 110.000 esclavos, o sea una población total de 300.000 habitantes. El Estado lacedemonio, inmediatamente después de las Guerras Médicas, hacia el 480-470, contaba sin duda con 5.000 espartanos (es decir,, 15.000 personas con las familias), con 50.000 periecos y con 150.000 a 200.000 ilotas, en total, 250.000 habitantes. Muchas ciudades medias debían tener un número de ciudadanos próximo a la cifra de 10.000... En medio de una población compuesta en gran parte de personas civil y políticamente incapaces, todos los que jugaban algún papel, por pequeño que fuese, se conocían por lo menos de vista.

El derecho de ciudadanía y la educación del ciudadano

El nacimiento, por sí solo, no basta; precisa, además, que el niño sea reconocido oficialmente por su padre y admitido en los cuadros sociales de la ciudad. Mientras esta formalidad no está cumplimentada, se lo puede siempre abandonar, exponiéndolo en la siguiente forma: el uso era colocar al bebé que se abandonaba en una marmita de tierra, añadiendo algunos objetos, brazaletes o collares, que pudiesen eventualmente servir para hacerlo reconocer si tenía la fortuna de sobrevivir.

En Esparta, la decisión de dejar vivir al recién nacido ni tan sólo pertenecía al padre, sino al consejo de los ancianos de la tribu, que, después de examinar al niño, autorizaban criarlo si les parecía vigoroso y bien formado; si no, lo hacían tirar en un abismo del Taigeto. En Atenas, la ceremonia de las Anfidromías, que tenía lugar el quinto día o el séptimo, según fuentes, después del nacimiento, indicaba la entrada oficial del recién nacido en la familia: las mujeres de la casa, que habían asistido al nacimiento, cogían al niño en sus brazos y lo llevaban corriendo en torno del hogar doméstico. Era a la vez un rito de purificación por la mancha determinada por el parto y un rito de admisión del niño en el culto familiar. Un poco más tarde, el décimo día, el niño recibía su nombre, con motivo de un banquete al que se convidaba a la familia y a los amigos. A esas ceremonias domésticas se añadía una primera presentación a esa agrupación medio religiosa medio política, intermedia entre la familia y la tribu, que se llama la fratría. Desde este momento el niño tenía una existencia legal.

La educación que va a recibir varía totalmente según que se trate de Esparta o de Atenas. El joven espartano, apenas llegado a la edad de siete años, entra en un sistema complejo de educación colectiva organizada por el Estado. Pasa de clase en clase a medida de su edad, dirigido por maestros y monitores, sometido a ejercicios regulares, a pruebas con frecuencia penosas y a una disciplina rigurosa que tiende a desarrollar la resistencia física y la fuerza moral, a fin de hacer del joven un soldado. Esta educación se prolongaba hasta la edad de treinta años; incluso el matrimonio no dispensaba al joven espartano de la vida en común con sus camaradas.
El lugar concedido a la formación intelectual en ese sistema era evidentemente reducido; se limitaba al canto coral, al estudio de los poetas nacionales, Alcman, Terpandro, Tirteo,y a la enseñanza de una moral cívica exigente y limitada. De donde nacía una desconfianza con respecto a la retórica que sorprendía a los otros griegos, tan inclinados a cultivar el arte de la palabra, y que los llenaba de admiración por sus sentencias breves y comprimidas que se llamaban apotegmas lacedemonios.

El joven ateniense, hacia la edad de seis o siete años, escapa a la exclusiva compañía de las mujeres en el gineceo y va a la escuela acompañado de un esclavo que se llama el pedagogo. Las leyes de Solón hacían un deber, del padre de familia, el velar por la educación de sus hijos... Los maestros de escuela se establecen por su cuenta y reciben de los padres del niño el precio de sus servicios. El gramático enseñaba a leer, a escribir y a contar; después hacía aprender de coro o memoria los poemas de Homero, de Hesíodo, de Solón o de Simónides; los diálogos de Platón enseñan qué importancia se atribuía al conocimiento de los poetas para la formación intelectual y moral. El maestro de música enseñaba a tocar la lira e incluso la cítara, ésta de un manejo más complejo, que requería una competencia técnica poco compatible con las tradiciones de una educación liberal. La doble flauta (aulos), por un momento introducida en las escuelas y muy apreciada por el público ateniense, fue después excluida, nos dice Aristóteles, porque despertaba emociones demasiado fuertes, que turbaban el alma en lugar de disciplinarla. En todo caso, la música jugaba un papel capital en la educación del joven griego. En fin, el maestro de gimnasia o pedotriba, en construcciones especialmente dispuestas al efecto y que se llamaban palestras, enseñaba al niño los principales ejercicios atléticos. A partir de los quince años, el adolescentes frecuentaba los gimnasios públicos, en la Academia, en el Liceo o en el Cinosargos, en donde encontraba a su disposición instalaciones análogas a las de las palestras privadas, y además, una pista de carreras a pie, jardines y salas de reunión donde filósofos y sofistas se complacían encontrando a sus discípulos después de los ejercicios corporales. Después de los dos años de efebía, los jóvenes continuaban yendo al gimnasio, lugar favorito de entrenamiento, de descanso y de reunión. Disposiciones legislativas muy antiguas dictaban reglas para la administración de los establecimientos atléticos, fijando las horas de apertura y de cierre, reprimiendo con rigor ejemplar las tentativas de robo y reservando a los hombres libres el uso de esas instalaciones..

Pederastia. Ésta ha gozado en el mundo helénico de un cierto prestigio, en razón de la calidad social de sus adeptos y del talento de Platón. Pero, de todas maneras, se equivocaría gravemente quien creyese que la pederastia estaba generalmente extendida en la sociedad griega y que no provocaba ninguna reprobación. Ciertamente, la moral sexual de los helenos no ha sido nunca rigurosa, salvo en lo concerniente a la esposa adúltera y su cómplice. Pero si las costumbres admitían sin reserva el mantenimiento de una concubina o la frecuentación de cortesanas, no eran en todas partes tan indulgentes cuando se trataba de homosexualidad. Hay que reconocer aquí una diferencia entre los Estados. En ciertas ciudades dorias, en Esparta, en Creta, también en Tebas, donde los adolescentes eran confiados al cuidado de adultos encargados de formarlos en el ejercicio de las armas, esta “camaradería militar” favorecía, desde una época muy antigua, el nacimiento de amistades “particulares” que se acompañaban demasiado fácilmente de familiaridades físicas. Esos lazos personales fueron a veces fomentadas para reforzar la cohesión moral de las tropas escogidas... Pero en Atenas y en el resto del mundo griego, era el privilegio de una pequeña minoría que la opinión condenaba muy vigorosamente. Aristófanes fustiga continuamente a aquellos de sus compatriotas en los que la homosexualidad era notoria; no lo habría hecho tan fácilmente si no hubiese estado seguro de encontrar una audiencia favorable del público. La pederastia hacía estragos en la aristocracia y no en el pueblo... En la época de la guerra del Peloponeso, la homosexualidad reclutaba adeptos en las sociedades secretas o heterías aristocráticas. El proceso de Sócrates refleja la hostilidad y el desprecio que el pueblo de Atenas sentía en relación con esos jóvenes depravados. Repugnaba a la mayor parte de la opinión...

Las leyes de Atenas eran severas para la incitación de los adolescentes al libertinaje; la violación incluso de un esclavo era castigada como la de un adolescente libre, de tal manera era el acto mismo lo que la moral pública condenaba.

Derechos y deberes del ciudadano. Los diversos regímenes políticos.

La ciudad griega es ante todo el conjunto de los hombres que la componen. Es por lo que el nombre oficial que lleva en los textos no es un nombre de país o e ciudad, sino un nombre de pueblo; no se dice Atenas, sino los atenienses ... Más allá de la familia, en el sentido restringido de la palabra, había los clanes tradicionales, de carácter nobiliario, que se enlazaban a un antepasado más o menos mítico y que encontraban su cohesión en cultos comunes. Ciertamente, en Atenas por lo menos, la evolución que debía desembocar en la ciudad clásica se había hecho esencialmente contra la autoridad en otro tiempo todopoderosa de los jefes de los clanes, ; de esta manera, tal como hemos visto, se debe interpretar la legislación de Dracón sobre el homicidio. Las diversas leyes suntuarias que proscribían todo lujo excesivo en los funerales tenían parejamente por objeto evitar a las familias nobles rivalizar en la ostentación de sus recursos en la ocasión de cada luto.

No todos los ciudadanos pertenecían, ni mucho menos, a un genos. Pero todos están agrupados en asociaciones de carácter religioso y cívico, que conocemos muy imperfectamente: “gremios” o heterías, que no hay que confundir con las asociaciones políticas como las “hermandades” o fratrías, que son más generalmente extendidas y que velaban en Atenas sobre el derecho de ciudadanía: el padre hace inscribir a sus hijos legítimos o adoptivos en el registro de la fratría y el recién casado presente a su mujer a los miembros de esa agrupación.

De todas maneras, la constitución ateniense de Clístenes, sin quitar a las fratrías sus privilegios, había creado, al lado de esas asociaciones, una subdivisión de la ciudad en razón al territorio, los demes, barrios urbanos o cantones rurales, que pasaron a ser el elemento fundamental de la organización cívica. Desde ese momento, la pertenencia a la ciudadanía se definía oficialmente por la inscripción sobre los libros de un demo, que jugaron el papel de registro civil. Esta formalidad tiene lugar cuando el joven alcanza sus dieciocho años y está sancionada por un voto de los ciudadanos que componen el demo, los demotes; después de haber sido inscrito, el joven ateniense pasa a ser efebo. Su nombre oficial es, desde ese momento, compuesto de su nombre propio, seguido del nombre de su padre puesto en genitivo y un adjetivo (el demótico) que indica su demo, certificando de esa manera su cualidad de ciudadano: Pericles, hijo de Xantipo, del demo de Colargos (en un arrabal al este de Atenas); Demóstenes, hijo de Demóstenes, del demo de Peania...

Por encima de la repartición en fratrías o en demes, la mayor parte de las ciudades griegas han conservado la vieja repartición del conjunto de los ciudadanos en tribus. Como su nombre lo indica, la tribu (filé) tiene un origen étnico o gentilicio. Representa con frecuencia la antigua división del pueblo griego antes de su llegada a la cuenca egea. De esta manera, en las ciudades dorias se encuentran frecuentemente las tres tribus dorias con sus nombres tradicionales,.. Atenas, hasta el final del siglo VI, no ha conocido más que las cuatro tribus jonias. Pero después de la caída de los Pisistrátidas, el Almeónida Clístenes, descendiente del tirano de Sicione, las reemplazó por diez tribus fundadas en un principio territorial, que no eran más que agrupaciones de demes.

El papel de la tribu en la ciudad arcaica y clásica, en todas partes donde esta división existe, es extremadamente importante. No solamente los miembros de la tribu están unidos para la celebración de cultos comunes, como el de los héroes epónimos, sino que además la repartición de los cargos públicos, políticos, judiciales, militares o fiscales se hace en el cuadro de la tribu. Es en Atenas donde apreciamos mejor esta organización interna del Estado. La gran mayoría de las magistraturas es colegiada, y cada colegio cuenta con un número de magistrados igual al de tribus (diez desde Clístenes), o un múltiplo de ellas. La misma regla para la constitución de los tribunales. El reclutamiento del ejército, desde un tiempo inmemorial, reposaba también sobre esta división del cuerpo cívico, que era cuidadosamente mantenida en las unidades de infantería o de caballería. Por esto el escuadrón por cada tribu se denomina él mismo una “tribu”, filé, mandado por un filarca.

En el dominio fiscal, la repartición de la mayor parte de las cargas directas que pesan sobre los particulares está organizada por tribus y es lo que se llama liturgias, que son los gastos públicos de los que se hacen cargo sucesivamente los ciudadanos ricos, comprometiendo, por otro lado, el prestigio de las tribus cuando se trato de un concurso que las pone en competición en la persona de sus gimnasiarcas y de sus coregas. Así, en la vida pública diaria, el ciudadano se encuentra constantemente llamado a la solidaridad con los miembros de su grupo. .. Así, sólidamente encuadrados en cuerpos intermedios, los ciudadanos participaban más o menos ampliamente, según las ciudades, en el gobierno del Estado. En la época clásica, la vieja monarquía de los tiempos homéricos ha dejado lugar en casi todas partes a un régimen aristocrático o popular. Únicamente se han perpetuado dinastías nacionales en pueblos poco evolucionados situados en los confines del helenismo, en Macedonia o en Epiro.

El ejercicio de poder lo comparten la asamblea de los ciudadanos, el consejo o los consejos y los magistrados. Estos tres elementos fundamentales del sistema político griego aparecen en la mayor parte de ciudades, con prerrogativas variables, cualquiera que sea el régimen político, aristocracia, oligarquía, o democracia... La asamblea (Ecclesia) agrupa en principio a todos los ciudadanos que gozan de sus derechos políticos. Como no puede reunirse má que raramente, un consejo restringido tiene por papel seguir los asuntos; lleva habitualmente el nombre de Bulé. Cuando está compuesto por los ancianos de la ciudad (gerontes), se le llama Gerusia. Puede incluso darse el caso de que Bulé y Gerusia coexistan. En cuanto a los magistrados, aseguran la administración de los diversos servicios públicos y hacen ejecutar las decisiones de la asamblea y del consejo. Frecuentemente están constituidos en forma de colegio sobre la base de la representación de las tribus. En teoría, este sistema combina una forma de gobierno directo (decisiones tomadas por la asamblea) con un embrión de gobierno semi-representativo (acción del consejo), estando sometidos los magistrados a la inspección permanente del consejo y a la intermitente de la asamblea. El mundo griego clásico, como se ha demostrado recientemente, no ha conocido realmente el sistema propiamente representativo, en el que los mandatarios delegados por el pueblo tienen todo el poder para obrar en su nombre sin estar sometidos a la rendición de cuentas; únicamente escasos Estados federales, como la Confederación beocia, han podido practicar un sistema de ese género. Pero en la mayor parte de las ciudades, la realidad del poder pertenece sea a uno, sea a varios consejos restringidos (el régimen tiene entonces un carácter aristocrático u oligárquico), sea a a la asamblea más o menos guiada por la Bulé (es el caso de los regímenes democráticos como el de Atenas).

Aunque los teóricos, siguiendo a Aristóteles, hayan intentado clasificar con el mayor celo las diferentes constituciones de las ciudades griegas, ninguna de ellas podía representar uno de esos regímenes en estado puro. Es más bien una cuestión de tendencia y de filosofía política que permitía definirlos a través de su infinita variedad. .. Cabría decir, sin embargo, que los regímenes aristocráticos reservaban a los representantes de familias nobles el acceso a los diversos consejos y preferían que los miembros de esos consejos fuesen vitalicios; tal era el caso de Areópago de Atenas antes de la reforma de Solón. El papel de la asamblea del pueblo es entonces reducido a la aprobación más o menos espontánea de las decisiones tomadas por los consejeros. Por lo demás, están previstas medidas para limitar el número de los ciudadanos de pleno ejercicio, excluyendo, por ejemplo, como fue el caso de Tebas, a todo ciudadano que hubiese vendido géneros en el ágora desde menos de diez años, es decir, en la práctica todos los pequeños comerciantes rurales. Los regímenes oligárquicos no difieren de los precedentes sino por el método empleado para escoger la minoría que dentro de los cuerpos cívicos se reserva lo esencial del poder. Ya no es el origen social lo que cuenta, sino la riqueza lo que permite una mayor renovación de las clases directoras. Se fijan condiciones censatarias para acceder al consejo y a las magistraturas e incluso para formar parte de la asamblea. Según que el problema social se encontrase planteado o no con gravedad, la oligarquía tomaba un carácter violento o moderado, y las medidas restringiendo el número de ciudadanos privilegiados eran más o menos rigurosas. Aristóteles ha enumerado los artificios destinados a apartar al elemento popular del interés por los asuntos públicos; se trataba entonces de una seudodemocracia que recubría una oligarquía de hecho. La democracia verdadera puede tener y posee, en efecto, de ordinario instituciones muy análogas a las de los regímenes aristocráticos u oligárquicos, pero esas instituciones funcionan con un espíritu muy diferente. La Ecclesia se reúne regularmente, todos los ciudadanos tienen acceso a ella y disponen de una entera libertad de palabra; controla estrechamente la acción de los magistrados y del consejo; decide sobre todos los asuntos importantes por decretos votados a manos alzadas después de discusión pública; practica, pues, el gobierno directo, guiado por las opiniones de los oradores que orientan su política. En el Estado ateniense, que es el que conocemos mejor, las reuniones de la asamblea tienen lugar, en la época clásica, cuatro veces por pritanía. Se llama pritanía el período de treinta y cinco o treinta y seis días durante el cual los cincuenta buleutas (o miembros del consejo) de una misma tribu sirven de comisión permanente del Bulé y llevan el título de pritanos. Como hay diez tribus, el año legal se divide en diez pritanías. De esta manera, la Ecclesia es convocada regularmente cada nuevo diez días, con excepción de las fiestas o del mal tiempo que podían perturbar ese ritmo. Una frecuencia tal explica a la vez la parte preponderante tomada por la asamblea en la gestión de los asuntos y la débil proporción de ciudadanos que podían encontrarse libres para asistir a reuniones tan numerosas. No había quórum necesario, salvo en casos excepcionales como para la aplicación de ostracismo; precisaba entonces que hubiese 6.000 sufragios emitidos (sobre aproximadamente 40.000 ciudadanos). Pero la asistencia era ordinariamente mucho menos numerosa. Se ve por ello, una vez más, hasta qué punto la “democracia” antigua es una ficción.

A despecho de expedientes como los mixtos eclesiásticos, medalla de asistencia o dieta instituida en el siglo IV para atraer a los ciudadanos a la asamblea recompensándolos del trabajo perdido, a pesar de la intervención de los agentes de policía (los arqueros escíticos) que conducían a los viandantes hacia la Pnix por medio de una cuerda untada de bermellón, y aunque en teoría un ciudadano no pueda tener otra ocupación mejor que el gobierno del Estado, no por ello dejaba de estar éste en manos de una minoría de ociosos urbanos atraídos por la preocupación del interés público, el prestigio de un orador o el cebo de una indemnización...

El peligro del sistema estaba evidentemente en la versatilidad y la credulidad de una multitud que oradores hábiles podían maniobrar a su gusto, por medio de argumentos groseros o de sentimientos primarios. Una política coherente y ordenada difícilmente podía encontrar la adhesión de una asamblea tal si no se encarnaba en un hombre apto para captarse la adhesión de la multitud y luego conservarla; el mérito excepcional de Pericles fue precisamente conseguirlo durante cerca de treinta años, en los cuales llevó a su apogeo el poder y la prosperidad de Atenas. Pero ese milagro no se renovó y se vio a continuación al más rico de los Estados griegos sufrir la derrota y la servidumbre por no haber sabido adoptar y mantener una línea política determinada. La historia de su conflicto con Filipo ilustra cruelmente la incapacidad de la democracia ateniense, en la forma que había tomado en el siglo IV, para hacer frente a un grave peligro exterior. Mientras el soberano de Macedonia, durante veinte años, persiguió su designio con tenacidad, empleando a veces la astucia, otras la fuerza, según las circunstancias, sabiendo a veces ceder y negociar, para reanudar inmediatamente después su marcha hacia el objetivo que se proponía, el pueblo de Atenas, solicitado por consejos contradictorios, pasa de la indiferencia a la inquietud y de la inquietud al desaliento; se lisonjea de prevenir con medidas intermedias un peligro en el que tampoco quiere creer más que a medias; durante largo tiempo no sabe escoger entre la amistad peligrosa del príncipe y la rivalidad abierta, y cuando, después de haber cerrado los ojos durante tantos años sobre esta creciente amenaza contra sus intereses y su independencia se resuelve finalmente a combatir, esta decisión valiente viene demasiado tarde y no puede terminar más que en el desastre. Y no obstante, a no juzgar más que por la superioridad de medios de que disponía, en la lucha contra Filipo, como en la guerra del Peloponeso, Atenas debía lógicamente vencer, si el mecanismo de sus instituciones no la hubiese condenado a la impotencia.

Conscientes de los inconveniente es de la democracia, un cierto número de oradores y de filósofos, en Atenas mismo, se complacían en oponer a la debilidad o a la ligereza de su propio pueblo la seriedad y el civismo probados de los espartanos, modelados por instituciones inmutables que en una época muy antigua, acaso hacia finales del siglo IV, el legendario Licurgo había hecho redactar para sus conciudadanos, la retra, o ley fundamental definiendo las principales líneas del sistema. Incluso si, en la realidad, las cosas han pasado menos rápidamente y menos simplemente que lo cuenta la tradición, la permanencia de las instituciones espartanas en la época clásica es un hecho establecido. Esta constitución tiene precisamente por objeto prevenir todo cambio, y lo consiguió efectivamente.

La constitución política de Esparta está fundada en la dominación total y exclusiva de la casta guerrera, los espartanos propiamente dichos, sobre los periecos y los ilotas. Esos privilegiados se llaman a sí mismos los Iguales. Únicos ciudadanos, sacan su subsistencia de las mejores tierras de Laconia y de Mesenia, que los ilotas cultivan para ellos. Cada espartano recibe el producto del lote de las tierras, o cleros, que le está destinado. Formado desde la infancia en una rigurosa disciplina colectiva, el ciudadano queda sometido, después de su mayoría de edad, a obligaciones estrictas: vive en común con los de su clase de edad hasta los treinta años, no teniendo derecho más que a una vida conyugal restringida al mínimo. Después de los treinta años, dispone de una mayor libertad y posee un hogar personal; pero tiene todavía la obligación de tomar parte en una comida diaria con los hombres de su unidad militar y participar como antes, hasta los sesenta años cumplidos, en el entrenamiento intensivo del ejército. Se concibe que una marca social tan constantemente mantenido haya dado a los batallones lacedemonios la cohesión táctica y moral que hizo la admiración universal y que les valió tan frecuentemente la victoria.

La constitución de Esparta asociaba elementos tomados de los diversos regímenes conocidos de los griegos: monarquía, aristocracia, democracia. Dos reyes hereditarios, pertenecientes a las dos familias de los Ágidas y de los Europóntilos, disponían en principio del poder ejecutivo. Pero su autoridad no se ejerce libremente más que en el dominio militar, en el que el ejército en operaciones está ordinariamente puesto bajo el mando de uno de los dos reyes. Para las decisiones capitales, un consejo de veintiocho ancianos, la Gerusia, comparte las responsabilidades del poder y sirve de Alto Tribunal de Justicia. Los gerontes que lo componen tienen más de sesenta años y son designados vitaliciamente por los ciudadanos reunidos en asamblea: el volumen de las aclamaciones que saludan a cada candidato permite a un jurado decidir cuáles son los elegidos. La asamblea de los espartanos, o Apela, que designa a los magistrados según este procedimiento rudimentario, se reúne regularmente para oír los informes que le hacen las autoridades del Estado y para aprobar las decisiones que proponen. La Apela no discute: manifiesta su conformidad con sus jefes, que de esta forma en las circunstancias difíciles pueden prevalerse del apoyo moral dado por la asamblea de los ciudadanos.

Excepción hecha de la supervivencia de una doble realeza hereditaria, encontramos en los elementos del sistema espartano el consejo y la asamblea de las otras ciudades griegas. Es en la aplicación donde aparece la originalidad de Lacedemonia. La Apela, en la práctica, no puede contrariar la voluntad de los magistrados. Todo está previsto para asegurar el ejercicio de una autoridad firme que estaba primitivamente en las manos de los dos reyes y que, después de Licurgo, la Gerusia compartía con ellos. Pero, además, una magistratura colegiada y anual, los éforos, juega un papel decisivo en el Estado. Los cinco éforos o “vigilantes” han sido creados después de Licurgo. Elegidos por la Apela y escogidos en su seno, han de vigilar en nombre del pueblo entero a la vez la acción de los reyes, que han jurado ante ellos gobernar según las leyes, y la docilidad de los ciudadanos a la tradición en las costumbres privadas o públicas. Responsables de la seguridad del Estado, tienen todos los poderes para asegurarla por decisiones sin recurso: instrucciones a los magistrados, censuras, sanciones diversas. Todo tiembla y se dobla ante ellos, que no rinden cuentas a nadie, salvo a sus sucesores en la magistratura suprema. Por lo demás, parecen haber obrado largo tiempo, cualquiera que haya sido su rigor implacable, de conformidad con las aspiraciones profundas de los ciudadanos.

Esta sociedad cerrada, orgullosa, estrecha, resueltamente conservadora, quiso preservarse a todo precio de los contagios del exterior. Rechazó, a partir de mediados del siglo VI, todas sus seducciones del arte y de la arquitectura. Impulsada por su voluntad de sobrevivir semejante a ella misma, proscribió el comercio y hasta el empleo de la moneda de plata. Limitó su ambición a mantener bajo su autoridad la Mesenia, granero que nutría su casta militar; a d ominar el Peloponeso al precio de operaciones siempre renovadas contra Argos o las ciudades de la Arcadia y, por último, a romper por la fuerza toda tentativa de hegemonía en la Grecia propia, lo mismo si se trataba de la invasión persa, del imperialismo ateniense o de la política de Epaminondas, contra la que se agotó. Esos designios seguidos, firmes pero singularmente limitados, fueron durante largo tiempo coronados por el éxito, pero no llevaban consigo ni expansión económica ni prestigio cultural. Además, por una lenta e insinuante degradación, la base misma del Estado espartano no cesó de corromperse y reducirse. El principio de igualdad entre los ciudadanos, fundado en la posesión por cada uno de ellos de un lote de tierras de valor igual, sufrió numerosos ataques. Las victorias mismas de Esparta habían determinado un flujo de riquezas extraordinario... A despecho de las severas enseñanzas de la tradición, el apetito de poseer, disimulado bajo una austeridad aparente, seducía a muchos espartanos... El deseo creciente de aumentar las fortunas particulares acabó por provocar la concentración de la propiedad agraria entre manos cada vez menos numerosas, en detrimento de la igualdad prescrita por la ley. Un gran número de espartanos, incapaces de pagar las cotizaciones destinadas a las comidas en común, cayeron de la casta de los Iguales a la de los Inferiores. El número de ciudadanos con pleno derecho decrece sin cesar en el curso del siglo V y del IV: de 5.000 aproximadamente después de las Guerras Médicas, pasa a menos de 3.000 en la época de la batalla de Leuctra, en el 371, según estimaciones. Esta lenta pero constante disminución de sustancia del cuerpo cívico la perciben ya los observadores de la Antigüedad como la enfermedad mortal de la que Esparta estaba afectada, la oligantropía o falta de hombres. Por ella sola, esta carencia hubiese imposibilitado toda política de altura, incluso si la tradicional estrechez de miras del gobierno lacedemonio hubiese permitido concebir una.
 

 

 

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