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Aprender a vivir «humanamente»

La principal función de la Educación no debería consistir tanto en transmitir conocimientos, sino «enseñar a vivir».

La principal tarea en la vida consiste en evolucionar, expresarnos, actualizarnos, desarrollarnos, crecer «humanamente»...

La orientación hacia la concepción de la propia vida como un proceso de autodesarrollo personal debería constituir parte esencial de toda verdadera y auténtica Educación.

El momento actual está caracterizado por una transformación generalizada e intensa de muchos parámetros, lo que sitúa nuestra época en uno de esos momentos histórico de cambios civilizatorios y culturales profundos. Algunos rasgos de las sociedades actuales disipan la calidad humana del momento presente: superficialidad, artificiosidad, banalidad, sofisticación, pensamiento uniformizando y débil, hipertrofia conceptual, racionalidad embotada, hiperactividad compulsiva, cronificación de las desigualdades económicas, sociales y culturales...

Estamos inmersos en un estilo de vida utilitarista y mercantilizada, donde el pragmatismo, las leyes del mercado, la falta de sentido, de valores positivos, de un consumismo encolerizado, insatisfacción a nivel de comunicación interpersonal y tantas otras frustraciones impiden un más auténtico y verdadero desarrollo y realización de las personas. Llenos de ruido exterior e interior, ya no somos capaces de escuchar nuestra voz más íntima. Estamos saturados de ideas y palabras, pero vacíos de contenido auténticamente sustancioso. Podemos continuar viviendo medio dormidos, dejándonos llevar por la corriente... o, al contrario, experimentar la conciencia de vivir despiertos, en el camino hacia la consecución de una vida más plena.

Ante el desconcierto y la incertidumbre, el mundo actual necesita orientación. Hay que transformar el modo de vida actual y hacerla más humana. La tarea más importante que tenemos ante nosotros mismos es la de ser cada día más humanos. Adentrarnos, ensayar, otras formas de vivir más «humanamente». Para ello es necesario acceder a un mayor nivel de conciencia. Este vacío de nuestra civilización sólo se solucionará cuando en ella la «sabiduría» se constituya de nuevo en eje de referencia.

Es posible suministrar a los individuos instrumentos de cambio suficientes para que cada uno asuma la responsabilidad de su propia aventura humana. Un nuevo amanecer se vislumbra en el horizonte. En la lejanía se vislumbra un futuro más humano. Nosotros mismos, hombres y mujeres de nuestro tiempo, debemos ser los gestores de nuestro propio destino. Hacia la creación y construcción de este futuro esperanzador pretendemos encaminarnos.

“El fin de la vida es el pleno desenvolvimiento. Estamos aquí para realizar nuestra naturaleza perfectamente.” (Oscar Wilde)

Llamados a crecer, a desplegarnos, a autorrealizarnos

La naturaleza de la vida consiste en anhelar más vida, una vida más intensa y plena. La vida se revela como un proceso creativo que implica una constante actualización de formas y posibilidades latentes que pugnan por expresarse y alcanzar un creciente grado de complejidad. La constante que parece guiar la existencia en todas sus manifestaciones y órdenes es la de que todo tiende a actualizar el potencial que trae consigo y a alcanzar su pleno desenvolvimiento. (Mónica CAVALLÉ: El sentido filosófico de la vida humana)

Hay un principio básico que debería estar enraizado, arraigado, en lo más íntimo de cada uno de los seres humanos. De hecho, en la práctica no lo está y  tampoco en general la Educación contribuye a que este sea integrado personalmente y asumido por cada uno de nosotros: los seres humanos estamos llamados a crecer, a desplegarnos humanamente, a progresar, a no quedarnos estancados, a desarrollar nuestra dimensión más propiamente humana. Estamos llamados a autorealizarnos, a realizarnos como seres humanos, a no vivir alienados, a «convertirse en lo que uno es».

La principal tarea en la vida consiste en expresarnos, actualizarnos, desarrollarnos, crecer «humanamente»...

Es evidente que entre la gente común tal principio, tan elemental y básico, no está enraizado, no está asumido conscientemente, no forma parte de la mentalidad de los individuos, de sus motivaciones y aspiraciones explícitas. Más bien la gente se mueve por inercias, se deja llevar. La gente está en «otra onda». Se tienen otras motivaciones, otros proyectos condicionados por la mentalidad dominante en el «sistema», se tienen otros propósitos vitales, otros desvelos más prosaicos, otras aspiraciones, bastante alejadas de tan central preocupación e interés existencial. Ello es fruto del deficitario nivel educativo que nos caracteriza. Constituye una dimensión del tipo de cultura con la que el «sistema» intenta orientar y condicionar nuestras vidas. La principal tarea en la vida consiste en expresarnos, actualizarnos, desarrollarnos, crecer «humanamente»... Esa orientación hacia la concepción de la propia vida como un proceso de autodesarrollo personal debería constituir parte esencial de toda verdadera y auténtica Educación.

Aprender a vivir «humanamente»

Los tiempos que estamos atravesando deberían estimularnos a todos hacia una mayor toma de conciencia sobre nuestra precaria situación como especie, concienciarnos más explícitamente sobre nuestras necesidades esenciales y encaminarnos hacia un nuevo aprendizaje en el«arte de vivir», objetivo último de toda auténtica Educación.

Somos animales sí, pero el ser humano es un animal racional, reflexivo, y por eso el más noble de entre los animales. Somos más que simples animales. No podemos vivir al mismo nivel que las bestias.  Nuestra vida debía ser superior a la del simple nivel animal.  Vivir «humanamente» podemos considerarlo, pues, como el principal «oficio» de todo ser humano. Es, debería ser, nuestro principal empeño en la vida… 

Los seres humanos no nacemos completamente determinados. Nuestra vida está abierta, no está determinada. Será cada cual quien tenga que recorrer la trayectoria por él diseñada. Debemos, pues, aprender a vivir ¿Pero... «aprender» qué? Aprender a vivir «humanamente», naturalmente, porque a vivir no se nace aprendido. Debemos aprender a vivir de una forma más plena y no solamente vegetar como simples animales.

«Vivir» es un oficio que nos incumbe a todos, y como tal debemos aprender a desarrollarlo, de la forma más competente posible.  La vida es como una página en blanco o como un guión abierto, siempre está por escribir. Se trata del irrenunciable «oficio de vivir». «Aprender a vivir», supone concebir la vida como una obra personal, como la realización de uno mismo (la autorrealización) dotándose de los medios necesarios para llegar a vivir la propia vida de una forma más plenamente humana.

Hay quien se mantiene permanentemente instalado en el simple «vivir» sin apenas otras aspiraciones ni pretensiones mayores. Otros, sin embargo, se plantean vivir más plenamente, perfeccionar su vida. Existen diversos grados, intensidades o profundidades en el vivir: desde la del simple obrero, cuyas circunstancias vitales son tan precarias que no le permiten otra cosa sino trabajar para sobrevivir, procurar el sustento propio y el de su familia, quedando completamente absorbido por tan urgente y perentoria necesidad… hasta la del verdadero «sabio», que teniendo en menos los quehaceres comunes más cotidianos, se entrega con esmero a la búsqueda de la verdad, del significado y sentido de la propia existencia, y a des-velar el misterio, el secreto profundo de la realidad, acumulando a partir de la propia experiencia personal los conocimientos necesarios para vivir de una forma más plena, atesorando un determinado tipo de sabiduría que le permita afrontar, no como haría un animal sino humanamente, los avatares de la vida. Vegetar, sobrevivir, autorrealizarse, vida plena, fecunda, vida autorrealizada… son grados diversos de desarrollar la propia existencia.

Artistas de nuestra propia vida

El «arte de vivir» es fruto de la sabiduría alcanzada por cada quien a partir de su propia experiencia de la vida. Es ese complejo cúmulo de conocimientos, experiencias vitales, aprendizajes que cada uno ha ido elaborando, atesorando, a partir de la propia experiencia frente a los avatares de la vida, frente a los retos que supone el vivir. Es la filosofía de la vida que cada uno ha ido elaborando en el transcurso de esa compleja trama que es el vivir. En la antigüedad ese tipo de «sabiduría», anhelada y perseguida por las mentes más preclaras y lúcidas, por los auténticos sabios, era considerada como esencial en el «arte de vivir»

En la antigüedad, con una civilización greco-romana preocupada por la consecución de un tipo de vida plena y fecunda, el mejor camino para progresar en el «oficio de vivir», en el «arte de vivir», era la actividad «filosófica». En el mundo antiguo el objetivo no sólo era producir hombres educados, civilizados, héroes o ciudadanos, sino «sabios» en el arte de vivir. Esos sabios en el arte de vivir («filo-sofos»), buscadores, amantes de esa sabiduría vital, encarnaban en ellos mismos todo un modelo de vida.

Las escuelas de sabiduría que florecieron a partir del siglo IV antes de nuestra era perseguían acceder a una forma de vida humana más perfecta, más plena.  El mundo clásico está imantado por el anhelo de alcanzar la «sabiduría», ese saber esencial para vivir dignamente como humanos. Los «sabios-filósofos» anhelaban un tipo de «sabiduría» que les acercaba a un conocimiento más profundo de la realidad, así como a una vida más auténtica y profunda. El método, el camino para llegar a ella es la reflexión.

Esa reflexión no era sólo una actividad intelectiva, tenía un carácter eminentemente existencial, es decir, era una reflexión orientada primordialmente a la mejora, transformación, perfeccionamiento de uno mismo, ya que su finalidad era alcanzar una vida verdadera, la vida plena. Y para ello era necesario orientarse acertadamente, enfocar, encaminar adecuadamente la propia vida. Reflexionar, criticar, buscar qué vida es la mejor y aplicarse a ella: sin esa búsqueda, sin ese afán, vivir no merece la pena. De ahí el anhelo, el deseo, el afán por alcanzar la «sabiduría» necesaria para ello. De ahí el amor a la «sophia-sabiduría» («filo-sofia») que impregnaba el espíritu de aquellas gentes.

Perfeccionar la propia vida. Para ellos la vida no es un guión sin improvisaciones, un esquema preestablecido que basta ejecutar mecánicamente. Al contrario: la vida siempre está por construir, es una estatua que hay que esculpir, una gloria a conquistar. O un destino, que es necesario desafiar y al mismo tiempo cumplir. «Perfeccionar» la propia vida significa, en primer lugar, educarse: aprender a relacionarse con uno mismo y con los demás. Integrar en la propia personalidad los valores en los que se funda la vida del hombre de bien. Esa educación debe producir gentes civilizadas, y una cultura básica, común a todos. Un segundo tipo de perfeccionamiento, este muy presente en el mundo clásico, era alcanzar una vida sin perturbaciones, una vida apacible, serena y soberana. El objetivo, en esta ocasión ya no era producir individuos civilizados, héroes o ciudadanos, sino «sabios», es decir, expertos en el «arte de vivir», individuos capaces de conseguir la perfección accesible a los humanos. Individuos capaces de superar los conflictos dentro de sí mismos y con los demás. Aquellos que conseguían la felicidad gracias a una absoluta imperturbabilidad, a un estar de acuerdo consigo mismo, superando todas las adversidades del destino. Sólo el sabio es verdaderamente rico, libre y feliz. La vía de la «sabiduría» que proponen los antiguos consiste en prepararnos, en estabilizarnos definitivamente a fin de permanecer inmutables frente a todo lo que pueda surgir. Esta vida suprema y sencilla, accesible a todos, pero alcanzada solo por una exigua minoría, puede servirnos de motivación y estímulo a cada uno de nosotros para impulsarnos a ir más allá en nuestro autodesarrollo personal.

El verdadero «artista» de la vida será aquel, pues, que haya alcanzado un alto grado de coherencia entre su manera de pensar y de vivir, entre su pensamiento y su forma de enfocar la vida, su forma de vivir. Aquel cuya forma de vida es la prueba palpable de la coherencia, armonía, entre su pensamiento y su acción; es decir, aquel que llega a ser creíble, aquel que es capaz de vivir de forma coherente y armoniosa entre su sentir, pensar, ser, hacer y actuar. El verdadero artista de la vida será aquel que haya alcanzado una total, completa coherencia, armonía, concordancia entre su decir, su pensar, su ser y su forma de vivir.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también la sección: L'ANTHROPOS, UN ÉSSER A DESCOBRIR


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