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Concepción antropológica: estructura trina del ser humano

El camino en el arte de ser

El despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad.

La tarea humana por excelencia: el conocimiento de uno mismo para llegar a ser lo que realmente por naturaleza ya somos.

Toda buena formación humana debería proporcionar los fundamentos suficientes para practicar una determinada forma de mirar la realidad y de estar en el mundo y para dar respuesta a cuestiones básicas como quién es el ser humano y cuál es su tarea fundamental en la vida e interrogarse sobre su posible destino. Los demás saberes y las demás artes deberían orbitar en torno a esta sabiduría esencial.

Las enseñanzas y prácticas de las filosofías sapienciales de Oriente y Occidente relativas al arte de ser son tan actuales hoy como ayer. Lamentablemente, lo que estas tradiciones han considerado objetivos prioritarios en la formación del ser humano son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo y de nuestra civilización occidental. M. CAVALLÉ, filósofa

A. El camino en el arte de ser

Toda buena formación humana debería proporcionar los fundamentos suficientes para practicar una determinada forma de mirar la realidad y de estar en el mundo y para dar respuesta a cuestiones básicas como quién es el ser humano y cuál es su tarea fundamental en la vida y interrogarse sobre su posible destino. Los demás saberes y las demás artes deberían orbitar en torno a esta sabiduría esencial. Sin embargo, en la actualidad no es así. El despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad. Lo que las milenarias tradiciones culturales han considerado objetivos prioritarios en la formación del ser humano son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo y de nuestra civilización occidental.

Es urgente actualizar esas enseñanzas, pues ¿de qué nos sirven los conocimientos especializados y el logro de todo aquello que nuestra sociedad considera símbolos externos de realización y de éxito si carecemos de paz interior; si nos hemos tomado neuróticos; si desconocemos cuál es el sentido de nuestra existencia y qué anhela lo mejor de nosotros; si vivimos fustigados por nuestros propios pensamientos; si nos vemos arrastrados por emociones e impulsos que nos conducen a donde no queremos ir; si no sabemos comunicamos productivamente con quienes amamos ni abrimos a la intimidad profunda que anhelamos; si no sabemos amar; si hace tiempo que nos hemos estancado interiormente y nos sentimos vacíos; si nos acosan sentimientos crónicos de falta de significado, aislamiento, ansiedad o soledad; si necesitamos psicofármacos para funcionar; si transitamos de excitación en excitación, pero desconocemos el sabor de la verdadera alegría; si hemos perdido la capacidad de contemplar y no sabemos aquietamos y hallar contento, sustento e inspiración en esa quietud; si tenemos miedo a mirar dentro de nosotros; si no somos nuestro mejor amigo; si tememos vivir y tememos morir; si hemos alcanzado una satisfacción mediocre, pero carente de plenitud real...?

B. Dos grandes enfoques en la concepción del ser humano

Dos grandes enfoques en la concepción antropológica. Dos grandes formas de concebir al ser humano: uno de estos enfoques considera que la realidad del humano se agota en su realidad psicofísica. Otro enfoque reconoce una dimensión ontológica última del ser humano que trasciende el nivel psíquico y le abre a la filosofía y a la espiritualidad. Admiten que el autoconocimiento culmina más allá de la individualidad clausurada en sí misma y abre al Ser, al fundamento y, en consecuencia, a la totalidad, al conocimiento objetivo de la realidad última de las cosas.

La conciencia testimonial

«Conócete a ti mismo.» Aforismo del templo de Apolo en Delfos

Contemporáneamente, la psicología es la disciplina que parece haber retomado la invitación délfica al conocimiento de sí mismo, una exhortación que, durante milenios, constituyó la divisa por excelencia de las tradiciones sapienciales. Ahora bien, ¿qué entiende la psicología por «sí mismo»? ¿Cuál es para esta disciplina, la naturaleza de ese «sí mismo» que es preciso conocer?

Cuando intentamos responder a esta pregunta, hallamos dos aproximaciones muy distintas a esta cuestión: dos formas de abordar la tarea del autoconocimiento, que conllevan, implícitamente, dos maneras de concebir la identidad humana.

Uno de estos enfoques considera que la realidad del humano se agota en su realidad psicofísica. Este supuesto está implícito en numerosas psicologías y psicoterapias. La psicología es la disciplina que estudia los procesos psíquicos (impulsos, cogniciones, emociones y conductas); pero muchos de sus desarrollos tienen un presupuesto filosófico latente: el que el conocimiento de ese funcionamiento psíquico equivalen al conocimiento de nuestra identidad y da respuesta a la invitación tradicional «conócete a ti mismo».

Algunas disciplinas psicológicas de corte humanista, o bien transpersonal, reconocen, en cambio, una dimensión ontológica última del ser humano que trasciende el nivel psíquico y le abre a la filosofía y a la espiritualidad. Admiten que la tarea del autoconocimiento supera a la propia psicología, pues culmina más allá de la individualidad clausurada en sí misma y abre al Ser, al fundamento y, en consecuencia, a la totalidad, al conocimiento objetivo de la realidad última de las cosas. Estos desarrollos de la psicología recogen intuiciones de las tradiciones sapienciales de Oriente y de Occidente.

Estructura trina del ser humano

Para buena parte de la filosofía antigua de Occidente y de las sabidurías orientales, las dimensiones física y psíquica del ser humano se hallan integradas en un nivel superior. El binomio psyché-soma no define la identidad última del ser humano; lo que especifica a este último es el nous (espíritu, intelecto o conciencia pura). Este nivel superior de la estructura humana jerarquizada constituye una instancia no simétrica frente a las anteriores, libre frente a ellas, y a las que, a su vez, subordina e integra. Para estas tradiciones, el orden y la salud del psiquismo dependen de que se respete esta jerarquía.

Así, por ejemplo, aunque, según la interpretación habitual, Sócrates y Platón proponen un dualismo antropológico entre cuerpo y alma, lo que realmente postulan es la señalada estructura trina, pues distinguen entre el cuerpo, el alma inferior y alma superior o nous. El alma inferior (el alma irascible y el alma concupiscible) se encuentra intrínsecamente ligada al cuerpo. El alma racional o superior, el nous, especifica al ser humano como tal y es jerárquicamente superior a las anteriores, como ilustra la alegoría del carro alado. Esta alegoría, que forma parte del diálogo platónico Fedón o del alma, describe la estructura del alma humana. Un auriga, símbolo del Intelecto o alma superior, conduce con dificultad hacia el mundo de los dioses un carro alado tirado por dos caballos. Uno de ellos simboliza el alma irascible; el otro, el alma concupiscible. A esta alma superior se refiere Platón cuando, por boca de Sócrates, afirma:

«Nuestra alma es muy semejante a lo que es divino, inmortal, inteligible, simple, indisoluble, siempre lo mismo, y siempre semejante a sí propio». Fedón

En Aristóteles encontramos de nuevo esta estructura trina: soma, psyché. y nous. A su vez, divide a este último en intelecto pasivo (nous patetikos), corruptible como el cuerpo, e intelecto activo (nous poietikós), causa eficiente -productora activa- del conocimiento. El intelecto activo -sostiene de modo enigmático el filósofo- «viene de fuera», es decir, es algo divino en el ser humano. Siguiendo a Anaxágoras, afirma que el intelecto agente es simple, independiente, impasible y parado, espíritu puro y sin mezcla, eterno y, por lo tanto, no sometido a generación ni a corrupción.

En el pensamiento estoico hallamos igualmente esta ordenación: cuerpo, alma (hálito o principio vital) y nous. El nous es la inteligencia cósmica y divina, la única inteligencia, que se manifiesta en la inteligencia humana como guía o Regente (hegemonikón). El alma racional o Principio rector es reflejo de lo divino en el ser humano y es, asimismo, lo que cimenta su humanidad. Marco Aurelio afirma, en esta línea, que lo superior en nosotros es divinidad, y que esa chispa de lo divino (daimon) que reside en nuestro interior debe ser protector y guía.

Todos los filósofos señalados nos vienen a decir que, paradójicamente, la dimensión que especifica lo humano no es humana; que lo propio del ser humano es ser más que humano. Algo «divino» en él fundamenta su humanidad.

En el ámbito de las principales tradiciones sapienciales de Oriente (como el vedanta, el budismo, el taoísmo y el yoga), también están presentes los tres estratos básicos señalados: el nivel somático, el nivel psíquico, con sus correspondientes subniveles, y la realidad ontológica superior y definitiva. El vedanta denomina a esta última Conciencia pura. La Conciencia, en este caso, ni ha de confundirse con los niveles psíquicos, ni es una cualidad de ellos.

Ver también la sección: CONCEPCIONS ANTROPOLÒGIQUES


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