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Los sedimentos evolutivos que nos hicieron humanos

Razón y emoción

Somos mucho más "animales" de lo que nos pensamos.

La racionalidad es una capacidad recién llegada al mundo mental animal.

Lo más específica y típicamente humano no es una imposible racionalidad pura (que no existe), sino una mente compleja, ensamblada sobre sedimentos animales y mentales muy arcaicos.

La humanización individual o colectiva consiste en un arduo proceso de sometimiento, de dominio, de “domesticación” de nuestra naturaleza animal.

“Conócete a ti mismo” es un viejo aforismo que desde que se puso en circulación en la antigua Grecia ha constituido parte esencial del mejor pensamiento humano de todos los tiempos… El ser humano a nivel cósmico es ciertamente una realidad compleja, insólita, misteriosa... sin embargo, una familiaridad con la neurociencia puede contribuir a profundizar en la comprensión de esa misteriosa y compleja realidad que somos cada uno de nosotros.

Los humanos somos unos seres singulares. Somos animales sí, pero animales racionales. La "racionalidad", una original capacidad que distingue a los humanos. La reflexión antropológica en un determinado momento histórico desembocó en la creación del mito de la "razón pura” (una razón "pura", "moderna", "ilustrada"). Con el advenimiento del mundo moderno se creyó que era la razón (una razón “pura” una especie de encumbramiento, divinización, de la razón desligada de cualquier otro condicionamiento, una razón de la que se excluían los demás componentes de la mente humana) la que nos otorgaba dicha singularidad... en aquellos tiempos se tenía una visión de la razón completamente desligada de sus raíces evolutivas. ¿Es la "racionalidad" la expresión máxima de nuestra singularidad...? En nuestros días la neurobiología nos advierte que hay que relativizar la potencia de nuestra capacidad mental.

A continuación ofrecemos un resumen de la cuestión siguiendo la presentación que de todo ello hace R. M. Nogués(1) en su obra "Neurociencias, espiritualidades y religiones".

Existe un consenso fuertemente generalizado sobre el hecho de que los humanos estamos dotados de singularidades mentales notables que se manifiestan espectacularmente en las conductas y las culturas. Negar este extremo sería una falta de rigor científico destacable. También existe un consenso bien establecido en cuanto a que la singularidad humana puede atribuirse de forma destacada a un desarrollo singular de los lóbulos frontales del córtex.

El cerebro humano y las funciones que lo caracterizan son fruto de una evolución. Nuestro mundo mental está ciertamente presidido por la capacidad racional, pero esta presidencia no ofrece ninguna garantía automática de que el conjunto de la conducta humana funcionará según criterios racionales. Con frecuencia es precisamente la capacidad racional la que nos permite descubrir lo incoherente e irracional de nuestras conductas.

Sucede que, en la cultura ilustrada europea, los que más defendieron las visiones darwinianas sobre el cerebro humano coincidieron frecuente y paradójicamente con los defensores de una visión de la razón completamente desligada de sus raíces evolutivas. Efectivamente, se lanzaron a la propuesta de una razón pura que eliminaría todos los restos «no razonables» de la mente humana, entre ellos, naturalmente, las religiones. Esta visión de la razón, excluyente de los demás componentes de la mente humana, ha merecido una justificada crítica desde una filosofía del conocimiento que advirtió que la pretendida razón pura no era ni deseable ni existente. Muchos autores han reclamado una razón situada en su contexto neurológico, mental y vital adecuado. En todos los casos queda evocada aquella vieja advertencia de Erich Fromm en la que recordaba que lo más específico de la mente humana no es una razón pura, sino una compleja integración de razón y sentimiento que da lugar a «experiencias humanas típicas» que no son ni únicamente emocionales ni únicamente racionales.

La neurología moderna ha dado la puntilla al mito de la razón pura. La racionalidad es una capacidad recién llegada al mundo mental animal, que nos permite agudísimas reflexiones pero que no anula las potentes dinámicas que garantizan la supervivencia. En muchos casos, además, la emocionalidad bien oída y aceptada indica, mejor que una racionalización impertinente, hacia dónde deben dirigirse los esfuerzos conductuales. De hecho, y apriori, la capacidad racional humana, no puede considerarse como una prerrogativa independiente de todo el zócalo cerebral de los primates.

Hablar de una razón «no contaminada» por la base pulsional y emocional significaría desconocer el estilo evolutivo universal, que recicla elementos anteriores y los enriquece para crear novedad. Considerar la razón como un advenimiento independiente de las emociones y pulsiones vitales significaría postular un origen espiritualista desencarnado para esta original capacidad de los humanos. Razón, emoción y pulsiones actúan siempre conjuntamente. Se trata más bien de una nueva competencia que enriquece un mundo cerebral muy comprometido con los intereses de supervivencia y que se mantiene dependiente de ellos. Me gusta comparar (tomando siempre las distancias adecuadas) el estado de la razón en el complejo mundo mental humano con lo que significa una aleación. La aleación es habitualmente una mezcla íntima de metales que, incluso en algún caso generando un nuevo compuesto, representa una situación de mezcla asociativa que da lugar a nuevas propiedades y competencias (el bronce o el acero por ejemplo), y en la que es difícil distinguir los componentes. Así, la razón aparece siempre en aleación con las pulsiones y las emociones, dando lugar a un producto mental nuevo que es la razón emocional («inteligencia emocional») al servicio de las pulsiones de vida. Evolutivamente hablando, no tiene mucho sentido considerar la razón como una competencia aislada de la base cerebral arcaica de los primates. Razón, emoción y pulsiones actúan siempre conjuntamente, dando lugar a una experiencia mental nueva, que no es la razón pura sino la más característica y propia del mundo mental humano. Existen particularidades culturales y personales en las mismas formas de razonar, que son menos uniformes de lo que suponemos.

Lo más específica y típicamente humano no es una imposible racionalidad pura (que no existe), sino una mente compleja, ensamblada sobre sedimentos animales y mentales muy arcaicos, y que se manifiesta aguda y conflictivamente expresada en bases pulsionales y emocionales muy firmes acompañadas de indicaciones racionales orientadoras. Esta es la condición mental humana, e ignorarla no la mejora. Imaginar la existencia de razonamientos puros, no «contaminados» por funciones arcaicas (reflejas, pulsionales, emocionales, etc.) es evolutiva y estructuralmente una pretensión irreal. Incluso se ha afirmado que una mente racional no funciona adecuadamente sin la asistencia de las emociones, al menos por lo que se refiere a las conductas complejas de la persona humana. En los recovecos de los lóbulos frontales se asienta probablemente la capacidad de señalar orden racional y activar una cierta capacidad de arbitraje frente a la compleja situación de la conducta humana. La estructura cerebral procesa conjuntamente las funciones cognitivas y las emocionales, sin que puedan distinguirse claramente los dos procesos. «La distinción entre el cerebro “emocional” y el “cognitivo” es poco clara y dependiente del contexto. Los territorios cerebrales y los procesos psicológicos comúnmente asociados con la cognición, como el córtex frontal dorsolateral y la memoria de trabajo, juegan un papel central en la emoción. Además, las regiones presumiblemente emocionales y cognitivas se influyen entre ellas a través de una compleja red de conexiones que conjuntamente contribuyen a las conductas adaptativas y no adaptativas». Parece ser que el control cognitivo es fuertemente dependiente de la emoción

Un reciente estudio de cómo procedemos los humanos en las elecciones dependiendo del mundo emocional o del esfuerzo más racional, y de qué estructuras entran en juego en el complicado entramado del funcionamiento integrado del cerebro, ofrece un panorama muy interesante de la sutilidad con la que funciona nuestro cerebro y de lo complicado que resulta interpretar en virtud de qué decidimos. El estudio de fenómenos como la empatía, de carácter marcadamente emocional pero a la vez presentando aspectos amalgamados de carácter emocional y cognitivo en íntima conexión, ha permitido detectar la unidad de la respuesta empática, pero conservando referencias neurales concretas que pueden distinguir, en este caso, los aspectos emocionales, más unidos a la ínsula, y los cognitivos, asociados al córtex cingulado medial y al córtex frontal dorsomedial. Todo ello confirma el carácter inseparable de los fenómenos emotivos y racionales.

Resumiendo estas reflexiones, podríamos concluir que nuestro cerebro no es una estructura que nos engaña, pero sí hay que relativizar la potencia de nuestra capacidad mental. Nuestro sistema de información es limitado y el tratamiento de los datos que realizamos no es neutral: está sesgado por intereses egocéntricos, la mayor parte de las veces poco conscientes, posiblemente para protegerlos de la lucidez de la racionalidad, que los haría poco eficaces al frenar los impulsos espontáneos, restando eficacia a sistemas muy importantes de protección de la supervivencia individual. Así que, la construcción de la realidad mental es una aventura muy compleja. Disponemos de sistemas diversos y complementarios para construir nuestra imagen del mundo, pudiéndose distinguir diversos aspectos:

  • La realidad exterior: el mundo físico que creo que existiría, aunque no existieran los humanos.
  • La realidad consensuada: descripción del mundo físico que comparten todos los observadores con conciencia de sí mismos.
  • La realidad interior: la percepción subjetiva que tenemos de la realidad exterior.
  • Modelo de realidad: el modelo que tiene el cerebro de la realidad exterior.
  • «Vista de pájaro»: visión que tenemos de la realidad exterior al estudiar las ecuaciones matemáticas abstractas que la describen.
  • «Vista de rana»: visión subjetiva que tenemos del mundo físico (la realidad interior de cada cual).

En estas construcciones de la realidad se mezclan percepciones, intereses emocionales, biografías, contextos sociales... «dando productos mentales que son aproximaciones relativamente aceptables a la realidad para poder sobrevivir en ella, pero que de ninguna forma pueden contemplarse como representaciones absolutas de lo real. Naturalmente, esto vale también para la ciencia, cosa que olvidan los fundamentalistas científicos, hoy tan frecuentes como los fundamentalistas emocionales, religiosos o ideológicos.

Lo que nos hace humanos, pues, no es una épica arribada a una razón liberada de los constreñimientos arcaicos y emocionales, sino un enriquecimiento del cerebro animal de los mamíferos con un regalo evolutivo de alta calidad, que es la capacidad de orientar con la razón la excelente estructura cerebral de los primates.

(1) R. M. NOGUÉS: Doctor en Biología. Catedrático emérito de Biología Humana en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en investigación en genética de poblaciones y en evolución molecular del cerebro, ha publicado numerosos artículos y libros sobre evolución, genética y relaciones entre cerebro y experiencias espirituales y religiosas.

Ver también la sección: L'ANTHROPOS, UN ÉSSER A DESCOBRIR


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