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Una dimensión fundamental de la persona: el «yo»

El «yo» constituye la representación mental que el individuo hace de sí mismo y de su propia experiencia del mundo.

  • Se trata de una descripción que nos hacemos de nosotros mismos que sirve como base para intentar entender lo que somos y cómo nos reconocemos y aceptamos.
  • El «sí mismo» es una construcción que cada persona se hace a partir de su relación con los demás y las respuestas que este recibe de la sociedad, desarrollando después una autorreflexión que le permite considerarse como objeto de su propio conocimiento.
  • Una de las preguntas fundamentales que solemos hacernos a nosotros mimos es la que se refiere al sentido que le damos a nuestro quehacer cotidiano o le estamos dando a nuestra vida, a nuestra trayectoria existencial, a ese progreso que constituye nuestra personal andadura.

El «conócete a ti mismo», como defendía Heráclito en el siglo V a. C. es más que un sabio consejo. Aunque las personas cambian a lo largo de sus vidas, la mayoría mantiene una visión firme de quiénes son y qué pretenden hacer con su vida. El «yo» constituye la representación mental que el individuo hace de sí mismo y de su propia experiencia del mundo.  Confiamos en que las ideas que a continuación exponemos contribuyan a conocernos más y mejor en nuestra interioridad e integridad personal.

El «Yo»

En psicología conceptos como «Yo», «Ego» o «Self» son utilizados a menudo para designar la dimensión que tenemos de nuestra propia experiencia. El «Yo» es entendido como el conjunto de representaciones mentales que nos hacemos de nosotros mismos. Es la perspectiva que la persona tiene sobre ella misma, así como la que cree que sobre ella tienen las demás personas. Constituye la base de nuestro autoconcepto. La percepción de continuidad y coherencia que tenemos de nuestra experiencia, y por tanto de nuestra identidad, depende de que nos concibamos a nosotros mismos como sujetos protagonistas de nuestra propia vida.

El «Yo» se concibe como el constante proceso de construcción de una narrativa autobiográfica coherente que permita otorgar sentido a nuestras experiencias. El Yo sería, por tanto, una instancia intermedia entre la biología de un individuo y el mundo que nos rodea. Constituye el núcleo de nuestra consciencia; todo fenómeno psíquico o experiencia vital que sea detectado por el Yo pasa a ser consciente. La consciencia humana «está llena» de experiencias variadas y diversas en la unidad de las cuales se identifica el yo. El «yo» constituye la representación mental que el individuo hace de su propia experiencia del mundo. El «yo» es como una síntesis experiencial subjetiva del complejo mundo mental. Una entidad que ayuda a dar unidad, coherencia y sentido a toda nuestra actividad mental.

La palabra inglesa «self» se traduce en psicología como «sí mismo». Las definiciones sobre el sí mismo son diversas y en general se refieren a las creencias, conceptos y representaciones subjetivas que tiene la persona de sí misma (autorreferencia). «Self» también se puede traducir al español como el prefijo “auto”, y engloba conceptos como autoestima, autopercepción, autoconciencia, autoimagen, autoconcepto, autoeficacia, autoevaluación, autodeterminación… El self se refiere al grado de consciencia que tenemos sobre nosotros mismos y al grado de integración y coherencia de nuestros diferentes procesos cognitivos. Abarca dimensiones como el sí mismo, la conciencia de uno mismo, la individualidad, el sentimiento de identidad…  El sí mismo es una construcción que cada persona se hace a partir de su relación con los demás y las respuestas que este recibe de la sociedad, desarrollando después una autorreflexión que le permite considerarse como objeto de su propio conocimiento. Se trata de una descripción que nos hacemos de nosotros mismos que sirve como base para intentar entender lo que somos y cómo nos reconocemos y aceptamos.

El papel del «yo» en el desarrollo de nuestra personalidad

Creemos en el desarrollo y crecimiento personal, en el proceso de desarrollo y maduración de la persona, en el ser de la persona y en la importancia de su génesis y desarrollo como individuo humano. La «personalidad» es quizá uno de los aspectos más importantes en la formación del individuo pues le otorga una especificidad y una diferenciación respecto a los otros seres humanos. La personalidad de cada uno, constituida por una multitud de factores, está coronada por una entidad mental que le da unidad y coherencia y que denominamos «yo».  El «yo» psicológicamente es la clave de bóveda de la experiencia mental humana, y su desorganización puede conllevar la desintegración de la personalidad. El concepto de «yo» (ego) es un término difícil de definir debido a sus diferentes acepciones. A lo largo de la historia su definición se ha relacionado con otros términos como psique, ser, alma, conciencia. El término «yo» se relacionaría con los conceptos de «conciencia» y «cognición». En la formación del «yo» intervienen una multitud de factores de distinto tipo personales y sociales. El yo lo forman tanto el aspecto personal del individuo (genética, aprendizaje, educación…) como el aspecto social (cómo nos ven los otros, cómo nos mostramos ante los demás, qué expresamos y cómo nos desenvolvemos ante los otros).

El «yo» es un concepto que se desarrolla desde temprana edad y contribuye al proceso de maduración personal que dura toda la vida. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Cómo me veo? ¿Cómo me ven los demás? Son las preguntas básicas a las que intentan responder los niños en los primeros años de su vida. En la adolescencia se vuelven importantes la autoestima y el autocontrol. La autoestima porque en ese período de cambio y evolución hacia la adultez se tiene en cuenta sobremanera la amistad, la competencia laboral o el llamado atractivo romántico, elementos todos que facilitan la construcción de la autoestima global.

Durante la formación de la «personalidad» en la infancia es imprescindible que los niños sean educados en el ser a nivel personal y en el ser a nivel social, que tomen conciencia de quiénes son (autoconcepto) y quiénes deben ser para los demás (percepción social). Es básico tener un buen concepto de sí mismo, conscientes de las potencialidades y de los puntos fuertes que los niños tienen y que son positivos para compartir con los demás (autoestima). La autoestima y el autocontrol contribuye a saber quiénes somos, quiénes podemos llegar a ser, dónde estamos y cómo nos desenvolvemos como seres sociales que somos. No somos seres cerrados sin contacto con el mundo, sin contacto con el cuerpo social. Desde muy pequeños los niños han de ser educados en su conciencia individual y su conciencia social para construir una identidad sana que no entre en conflicto con las posibilidades de su ser individual.

El «yo» expresa la realidad personal de cada sujeto en su calidad de persona. Se define como la unidad dinámica que constituye el individuo consciente de su propia identidad y de su relación con el medio; es, pues, el punto de referencia de todos los fenómenos físicos, psíquicos, emocionales y afectivos. Es la instancia psíquica por la cual toda persona se puede hacer responsable de su identidad, así como de sus relaciones con el medio. Cómo nos ven y cómo vemos nosotros a los demás también influye de forma determinante en el proceso de desarrollo del yo, puesto que nos dan claves y pistas para conocer de verdad a una persona y considerar el punto de vista del otro, aspectos importantes a utilizar en momentos importantes de nuestra vida (entrevistas de trabajo, relaciones de pareja o educación de los hijos…).

El «yo» y su función integradora

En cada uno de nosotros, el conjunto del cuerpo, cerebro y mente interactúan para generar el punto interno de referencia, relativamente estable, conocido como el «yo». Ésta es la parte del ser humano que experimenta la vida -y la modela tanto de forma inconsciente como consciente. El «yo» está constituido por un conjunto de patrones personales más o menos duraderos que determinan el carácter de nuestra receptividad personal ante la experiencia. El «yo» es dinámico y puede variar según nuestra historia y nuestro contexto actual. El «yo» («ego») es el responsable de nuestra forma particular de ver, pensar, hablar, sentir o actuar. Es la entidad que nos proporciona nuestra identidad personal. Esta está formada por un conglomerado de improntas, representaciones, sentimientos, experiencias sociales que nos constituyen. El «yo» es la autoimagen que nos hacemos de nosotros mismos, el conjunto de ideas, creencias y representaciones en las que asentamos el sentido básico de nuestra identidad.

Autoimagen, yo, consciencia, autoconsciencia, conciencia reflexiva… Muchas criaturas, no solamente los humanos, tienen un nivel básico de autoconciencia. La autoconciencia es un mecanismo necesario para sobrevivir. Cada persona se hace una imagen de sí misma. Cada persona, consciente o inconscientemente, se forja su propia autoimagen. Esta imagen sobre nosotros mismos que construimos en nuestra mente, se forma a partir de multiplicidad de factores que la conforman. Esa es la función de esa entidad psíquica que hemos convenido en denominar, «yo». Nuestro «yo» es una entidad personal que contribuye a forjar en nosotros esa “autoimagen” (imagen que nos hacemos de nosotros mismos). Es el que contribuye a integrar, dar coherencia y sentido al conjunto de nuestra experiencia vital.

¿Para qué sirve la autoconciencia? La autoconciencia, conocimiento de uno mismo o autoconocimiento, implica tanto procesos mentales simples, complejos, como fabricar una narrativa de nuestra vida a partir de eventos pasados, tales como saber dónde está el cuerpo de uno en el espacio, comparaciones… La autoconciencia ayuda a las personas a reconocer y manejar el miedo, la ira y otras emociones potencialmente destructivas. Los estudios demuestran que cuando las personas están en contacto con sus sentimientos, pueden manejar mejor el estrés cotidiano. De hecho, la conciencia de uno mismo puede haber evolucionado, en parte, para ayudarnos a navegar por las emociones que son una parte constitutiva muy importante del ser humano.

La «personalidad» está constituida por un conjunto de características propias, aprendidas unas heredadas otras, que nos dotan de sentido personal y social y nos otorgan un papel en la sociedad, definiendo quiénes somos.  El «yo» contribuye a la organización e integración de las conductas desarrolladas por el individuo de acuerdo con la imagen que este tiene de sí mismo (autoimagen) y por las expectativas y demandas sociales. El concepto de nosotros mismos, nuestra identidad personal, constituye el baluarte a partir del cual desarrollamos nuestra experiencia vital. La formación de la identidad es un proceso que dura casi toda la vida, puesto que es un proceso en continuo cambio y renovación. La identidad nos dice quiénes somos y cómo somos.

El «yo» es una unidad compleja y llena de deseos, de temores, de voluntades escondidas, de amor y de desamor. Es un mundo inmensamente rico y desconocido, siempre sorprendente. El yo puede atravesar diferentes estados: estados de alegría, de gozo, de tristeza, de miedo, de incertidumbre y de sufrimiento. No hay persona que, de una manera u otra, con mayor o menor intensidad, con más o menos penetración, no haya experimentado en el seno de su yo, en propia persona, la fuerza del sufrimiento y la fragilidad humana. El yo, por tanto, también sufre, y no llegamos a la madurez personal hasta que no se pone de manifiesto el posible sentido de este dolor que afecta el yo humano. La autoposesión, el autocontrol, el autodominio son metas nobles del desarrollo humano. El sufrimiento no es un elemento accidental o circunstancial en su itinerario hacia la autoposesión, sino un factor definitorio y clave. Una pedagogía y una cultura que no integren el sufrimiento como parte del proceso siempre inacabado de nuestra maduración personal están segregando una dimensión importante de la experiencia humana.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también la sección LA MENT HUMANA


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