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Jesús de Nazaret: un marginado / marginal

De los más pobres de entre los pobres...

Durante generaciones la gran Iglesia ha ofrecido a sus fieles una imagen sesgada, distorsionada, parcial de la figura de Jesús. El Cristo de la fe, elaborado por la tradición, que nos han transmitido, no siempre ha "concordado" con el verdadero Jesús de la historia. Los avances en la investigación histórica y científica en los últimos siglos ha contribuido a desvelar una imagen de Jesús que nos acerca con mucha mayor precisión a lo que pudo ser verdaderamente el Jesús histórico. ¿Quién fue realmente Jesús de Nazaret, más allá de la imagen teologizada, espiritualizada, helenizada, occidentalizada, que nos han transmitido? ¿Cuál fue su verdadera extracción social? ¿Cuál su persona, su obra, su proyecto? ¿Cuál su novedad, su mensaje liberador para su pueblo en el contexto histórico en que vivía inmerso? ¿Y cuál el mensaje a los creyentes en él de todos los tiempos, a aquellos seguidores de Jesús que pretenden seguir sus pasos, proseguir sus huellas, continuar con su proyecto...?

Para una fe adulta mejor fundamentada en la realidad histórica, y no sólo a nivel de creencias, que se debate en el seno de una sociedad secularizada como la nuestra en que se ha superado la fase histórica de una “cristiandad” generalizada y en la que los cristianos actualmente van quedando en minoría, recuperar una imagen de Jesús más ajustada a su realidad histórica siempre va a resultar positivo… Con el propósito de ponerlo al alcance del gran público e ir fundamentando más sólidamente y purificando nuestra fe, a continuación presentamos en forma resumida algunos retazos de una nueva imagen de Jesús de Nazaret, en concreto los referidos a su procedencia o extracción social, que se desprenden de la exposición de X. PIKAZA en dos de sus obras: “Historia de Jesús” y “La novedad de Jesús. Aportación y legado” y que contrasta con la imagen de Jesús tradicionalmente transmitida hasta hace pocas décadas.

Jesús es quizá la historia más importante de la humanidad. No fue un caudillo militar ni un emperador, sino un profeta y pretendiente mesiánico de Galilea, que subió a Jerusalén para instaurar el Reino de Dios, y fue ajusticiado por el gobernador Poncio Pilato, el 30 d.C., porque su pretensión chocaba contra el derecho imperial de Roma. Lo mataron, poniendo en su cruz INRI (Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos; ), para aviso de posibles seguidores. Murió asesinado, pero su recuerdo ha pervivido, marcando la historia de los hombres.

Todo pudo haber terminado en la cruz, como suele suceder en otros casos, pero sus mejores seguidores (María Magdalena y Pedro, y después otros muchos como Pablo) mantuvieron su proyecto y afirmaron que Dios lo había acogido en su Vida más alta, y que se hallaba vivo (resucitado) y volvería pronto para culminar su obra. No volvió, en sentido externo, como algunos esperaban, pero su fuerte memoria ha marcado desde entonces nuestra historia. Históricamente fue un nazoreo mesiánico, es decir, un judío vinculado al recuerdo de David y comprometido por la causa de Dios, es decir, por la justicia y la vida de los pobres y excluidos, de las estructuras de un poder socioreligioso impuesto por los sacerdotes de Jerusalén y los soldados de Roma. De un modo consecuente, Pilato y los sacerdotes lo condenaron.

Jesús fue un judío que aportó ideas y proyectos esenciales en su tiempo, No ha surgido después de Jesús nadie que haya planteado con su radicalidad los temas esenciales de la vida humana, con sus riesgos, promesas y exigencias.

Se llamaba Jesús (en hebreo Yeoshua, Dios-Salva), como el primer conquistador israelita (Josué = Jesús). Era judío de Galilea y nació en torno al 7-6 a.C. (los que fijaron el calendario común o cristiano se equivocaron, suponiendo que había nacido el año 1 d.C.). Fue campesino de origen y artesano de oficio, no letrado (escriba, hombre de letras), tenía una intensa conciencia social y conocía bien las leyes y costumbres de su pueblo. Discutió por ellas con otros maestros y líderes sociales. Fue trabajador, como su padre, y creció en contacto con una realidad social y religiosa que, a su juicio, se oponía a las promesas de Israel y oprimía a los hombres.

Un día, siendo maduro y, al parecer, soltero, abandonó el trabajo y acudió al desierto, al oriente del Jordán (Perea), donde siguió a un profeta llamado Juan Bautista, que exigía conversión y anunciaba el juicio de Dios. Tras un tiempo, cuando Juan fue aprisionado por Herodes Antipas, rey (tetrarca) de Galilea, abandonó el desierto, junto al río, para iniciar su proyecto de Reino en la tierra prometida, precisamente en Galilea. Estaba convencido de que la etapa de opresión había terminado, y así lo proclamó, anunciando la llegada del Reino de Dios, en un tiempo y un espacio convulsos, bajo dominio de Roma. Tuvo gran capacidad de relación, un poder especial para curar y animar a los excluidos (enfermos, pobres…), a quienes invitaba a compartir vida, mesa y esperanza, ofreciéndoles el Reino de Dios.

Consiguió una audiencia y creó comunidades de amigos en la periferia campesina, aunque suscitó el rechazo de la autoridad establecida, a la que acusó de estar aliada con Mamón, que es el anti-Dios (dinero absolutizado). Movido por un fuerte impulso interior, convencido de la verdad y urgencia de su proyecto, subió a Jerusalén como «mesías» (representante de Dios), para desplegar y culminar allí su obra. Algunos lo creyeron, pero su intento fracasó, pues los sacerdotes se opusieron, gran parte de sus discípulos huyeron y el gobernador de Roma mandó crucificarlo, acusándolo de hacerse «el Nazoreo, el Rey de los Judíos». Con su muerte terminó en un plano su historia, pero en otro se fortaleció, pues la tribu de aquellos que lo habían amado lo siguió haciendo hasta el día de hoy (cf. Josefo, Ant. XVI, 63). 

JESÚS TESTIGO DE DIOS

Aquí presentamos a Jesús como evangelio, buena nueva de Dios, que abre ante los hombres la posibilidad de ser y hacerse divinos, con él, como él, en amor mutuo y esperanza de resurrección.

En el trasfondo de Israel y como miembro de un rico judaísmo, abierto a diferentes perspectivas sociales y sacrales, surgió él. Conoció el sufrimiento, con riqueza de vida y tarea, del entorno palestino (y helenista) y se sintió llamado a ofrecer una respuesta, en continuidad con la historia de su pueblo, desde el fondo de la nueva situación existencial y política, marcada por el sistema imperial.

Era fiel a la memoria israelita, pero más fiel todavía a la presencia de Dios en una situación de cambio y sufrimiento. Mantuvo relaciones especiales con Juan, profeta bautista del juicio, pero actuó como mensajero de libertad: había contemplado a Dios como Padre, y así vino a presentarse como Hijo-Mensajero del Reino, anunciando el nacimiento mesiánico del pueblo.

Muchos habían querido recrear la Ley y Tradición. Jesús lo hizo de forma radical, asumiendo como judío la esperanza israelita y abriéndola de un modo especial a los excluidos sociales y, desde ellos, a todos los hombres. Aquí no vamos a tratar de su vida como tal, sino su autoridad y el legado de su evangelio, en el contexto de su tiempo. La autoridad "liga al hombre por un consentimiento sin coacción... Jesús puede transformarse en autoridad, incluso hoy, allí donde viene a realizarse lo que él quiere...  

Partiendo de las tradiciones del Antiguo Testamento y de su propia experiencia de Dios como Padre, Jesús formuló y promovió un movimiento de libertad al servicio de los expulsados del sistema. Desde ese fondo quiero evocar su identidad, como enviado y profeta de Dios, para que todos sean (seamos) también enviados de Dios y profetas.

Su autoridad fue discutida, de principio a fin de su misión, desde la sinagoga de Cafarnaúm (donde habla con autoridad: tiesta los demonios le obedecen: Mc 1, 27) hasta el templo de Jerusalén, donde los jerarcas de la ciudad santa le interrogan (¿con qué autoridad haces estas cosas? Mc 11, 28). De esa forma se eleva ante nosotros como portador de un poder más alto, venciendo a Satán y ofreciendo su vida al servicio del Reino. Ésa es su autoridad, éste el principio de su obra carismática, al servicio de la libertad de los hombres.

1. CAMPESINO Y PROFETA. AUTORIDAD DE LA VIDA

Fue profeta del pueblo. Su autoridad provenía de una larga historia de campesinos oprimidos y excluidos, en busca de fierra y libertad. De esa forma llevó en su vida la memoria y esperanza de un pueblo sufriente y trabajador, heredero de siglos y siglos de esperanza comprometida, iluminada por el Dios de las promesas de Israel, el liberador de los esclavos. Como campesino profeta, a ras de vida, sin ideología mentirosa se eleva ante (con) nosotros y así queremos evocarle:

1.1. Campesino sin campo, obrero marginal

Un primer dato sobre la identidad de Jesús lo ofrece Marcos cuando le presenta como tekton o artesano, obrero no especializado que se ocupa, sobretodo, de labores relacionadas con la construcción: cantero, carpintero, trabajador de la madera o la piedra. Sus antepasados vinieron probablemente de Judea a Nazaret, en la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 aC), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa de Dios, en la línea indicada por Levítico y Josué. Pero él (o José su padre), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (obrero sin obra propia).

En tiempos de Jesús, en la sociedad agraria de Galilea, el israelita "ideal" era un propietario de una tierra y casa, un campesino bien casado, con familia y campo, que descubría y cultivaba el don de Dios en la siembra y la cosecha. En el momento en que un descendiente de campesinos (a no ser que fuera sacerdote, comerciante o soldado) perdía la propiedad de su campo, solía quedar desamparado, en sentido económico y simbólico, es decir, religioso (perdía la herencia que Dios mismo había concedido a las familias de su pueblo). En este contexto se entiende la presentación de Jesús como artesano:

  • Marcos le define como, artesano, no como simple "tekton" (carpintero/obrero sin más), sino como "ho tekton" con artículo definido "el Artesano". Antes de llamarse "el Cristo" (y para serlo), Jesús Galileo ha sido "el tekton", el obrero del pueblo, a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar y encargar unas tareas, de las que él ha de vivir. En esa línea, Obra de Dios, que asumirá después, ha de entenderse como protesta contra el trabajo inmisericorde de gran parte de la gente de su tiempo y de su tierra. Sin duda, tiene cierto conocimiento de la Escritura y se identifica con la tradición religiosa del judaísmo. Pero, al mismo tiempo, se encuentra a merced de las necesidades y ofertas laborales de otros hombres.

  • Mateo parece suavizar esa afirmación al presentarle como "el hijo del tekton". Ese cambio puede responder a un intento de "atenuar" la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente "el tekton" (sino el hijo del tekton), pero en realidad no atenúa esa dureza, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un "nuevo tekton", alguien que acaba de empobrecer, por causas fortuitas, sino que aparece como "el hijo de", esto es, como alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo. Cuando más tarde prometa a sus seguidores "el ciento por uno" en campos (agrous), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia.

Jesús no es un tekton de ocasión (hombre con tierras propias, aunque, en ocasiones, trabaje también como artesano), sino que es el tekton sin trabajo propio, sin tierra ni hacienda familiar, obrero a lance, sin otro medio de subsistencia que aquello que otros quieran ofrecerle, en un mundo sin contratos ni salarios permanentes.

Éste es un dato negativo, pero en otro sentido puede ofrecer un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda, conociendo así la realidad social desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos expulsados de su tierra. Ésta ha sido su escuela, aprendiendo en ellas cosas que no suelen aprenderse en la escuela de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes.

En el contexto agrícola de Palestina, según la ideología clásica de Israel, reflejada en la ley del jubileo, la identidad y nobleza de familia se mantenía con la posesión de una "heredad", es decir, de una tierra propia. Ésta había sido la promesa de Dios, ésta era la garantía de su presencia en el pueblo, a no ser en relación con los sacerdotes de la tribu de Leví que, en principio, no tenían tierra, sino que vivían de un trabajo sagrado, pues el mismo Dios era su herencia.

Todo nos lleva a pensar que sus antepasados habían sido propietarios de tierras "prometidas" en Galilea (a partir de la reconquista asmonea, el 104 aC), pero, a través de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia volvía a poseer su tierra: Lev 25), habían sido incapaces de mantener sus propiedades, volviéndose campesinos sin campo, sin más salida que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.

Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de lo que prometían las bendiciones de Israel y las promesas davídicas, era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista y como fue F. Josefo (según su Autobiografía). En ese sentido se le puede llamar un "marginal", aunque es quizá mejor llamarle "marginado": Jesús no se encuentra directamente confrontado con la guerra, sino con la marginación y el hambre de los galileos y en esa situación apela al Dios de las promesas de Israel, buscando la trasformación social de su pueblo.

  • Marginal y marginado, en un mundo religioso controlado cada vez más por escribas (de las varias escuelas), sacerdotes oficiales y miembros de la nueva aristocracia económica (que ha pactado con Roma). Es un artesano, está a merced del trabajo que le ofrecen otros, de manera que no puede cumplir la Ley como la cumplen aquellos que disponen de tiempo y contexto apropiado para ello (como muchos fariseos). Jesús no tiene trabajo propio y por eso vive a merced de la propiedad y trabajo de otros.

  • Marginado activo. Es un marginado, pero no un resentido (no propugna la violencia reactiva en contra de los ricos). Es un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende la respuesta que ofrece a los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con entrada posterior en la tierra prometida (acompañando a Juan Bautista) e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con los pobres, en Galilea). La marginación que, en un sentido, tiende a ser lugar de maldición y "estigma", se vuelve para Jesús fuente de "carisma": le capacita para recrear las relaciones humanas y para formular la llegada del Reino de Dios. No quiere superar la marginalidad con una toma de poder económico, social, religioso o político (para cambiar las cosas desde arriba), sino promoviendo desde los mismos marginados un camino de más honda creación y comunicación afectiva y económica.

  • ¡Marginados del mundo, escuchad! Cuando habla de "pobreza" y llama bienaventurados a los ptojoi (desarraigados y mendigos, aquellos que no tienen nada, ni siquiera trabajo), Jesús no está proponiendo una teoría sobre otros, sino hablando de su propia situación de marginado, que conoce y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno. Pero él no entiende su marginalidad como principio de una actitud agresiva, que desemboca en la venganza, sino como fuente de una forma distinta de crear o recrear la sociedad. La marginación de Jesús no fue de tipo intimista (pobreza de espíritu, una forma de humildad), sino personal y social; no fue marginal por vocación, sino por realidad familiar y laboral. Pero fue un marginado activo, alguien que supo tomar la palabra y promover un camino de transformación desde la experiencia israelita: ¡Marginados de Israel, escuchad; ¡el Señor vuestro Dios es Uno...!.

No fue un marginal que se retira y se marcha, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un "idiota" que no sabe oponerse y decir "no", un hombre que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son base del eterno Israel, sino que él se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical y creadora.

No critica sin más desde arriba, ni pide u ofrece una simple limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, sino que inicia un camino fuerte de construcción social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Esta es su forma de "oponerse" al mundo dominante, la más honda que conozco: ésta es su autoridad.

Tiene la autoridad que le ha ofrecido la escuela de un trabajo opresor, como artesano dependiente, un trabajo al que él responde de forma creadora. En esa línea habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nuevas de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.

No ha sido uno de aquellos "carpinteros sabios", hombres eficientes, con trabajo asegurado, que podían volverse maestros de otros buenos trabajadores, pues tenían suficiente tiempo libre para argumentar sobre problemas muy profundos de la Ley israelita. Al contrario, él ha formado parte de los carpinteros-obreros sin tierra, que, conforme al ideal del jubileo israelita (Lv 25), quedaban fuera del espacio de las bendiciones de Israel. No ha sido un "pensador de tiempo libre", experto en mejorar lo que existe, sino profeta en tiempos de opresión, pues no quería adaptarse sin más a lo que existe, sino acoger y crear una alternativa de Reino, conforme al modelo y promesa del principio israelita.

Así le encontramos como obrero no especializado, artesano de la construcción, que quizá ha servido por un tiempo en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre), o ha estado al servicio de otros propietarios agrícolas. Ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita. El trabajo en casa-campo propio arraiga al hombre y su familia en una tierra y una historia, que la Escritura de Israel ha vinculado a Dios. En una familia de ese tipo, el padre de familia aparece como el testigo de Dios, portador de unas bendiciones y valores, que se mantienen, con cambios, a lo largo de siglos. En ese contexto, Dios tiende a manifestarse a través de la sacralidad de la tierra y de la continuidad del grupo, sancionando unos valores de justicia y solidaridad, simbolizados por los padres, que garantizan la continuidad de la vida (herencia). La "herencia" ha marcado la vida de los agricultores a lo largo de milenios, no solo en Israel, sino en otros muchos países del mundo. El signo o "sacramento" básico de los agricultores ha sido la transmisión de la autoridad y dominio, que pasa del antiguo propietario (padre) al nuevo propietario (hijo).

El artesano carecía de la identidad representada por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y asegura en torno a la propiedad, y así viene a presentarse como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, podía tener la oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más extensa de las condiciones de vida del conjunto de los hombres, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la autoridad de Jesús, a quien veremos como profeta, creador de una nueva familia de hijos de Dios.

Fuente: X. PIKAZA: Historia de Jesús (ed. Verbo Divina) + La novedad de Jesús. Aportación y legado (Ed. Feadulta)


Ver también la sección: JESÚS DE NATZARET


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