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Génesis de la fe en la Resurrección de Jesús (II)

Todos los intentos de explicar el aserto de la resurrección sin experiencias pascuales extraordinarias, «apariciones», han chocado radicalmente con el aspecto neotestamentario central de: la "autopresentación" inderivable del Resucitado.

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La afirmación testimonial de la resurrección ya operada de Jesús se encuentra en el NT bajo una doble forma: como fórmula confesional y como relato. Los testimonios más antiguos de la creencia en la resurrección de Jesús son giros y fórmulas que proceden de los primeros años después de la muerte de Jesús ("Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos", "lo exaltó", "le ha vivificado", "lo ha constituido en Mesías/Señor/Hijo de Dios", Marannatha).

Según los primeros testigos del NT, la fe pascual surgió a raíz de una nueva experiencia de los discípulos –añadida a la experiencia del Jesús terreno y de su muerte en cruz- y esta experiencia nueva tuvo su causa en el encuentro y autopresentación (“aparición") del Jesús crucificado como el Resucitado. Esto no aclara aún la "naturaleza" de este encuentro y autopresentación.

Dificultades ideológico-hermenéuticas para la aceptación de los datos neotestamentarios en el pensamiento griego y en el moderno. Las dificultades para aceptar estas afirmaciones no son nuevas. Ya el pensamiento griego consideraba incomprensible e impensable la resurrección corporal. Esto se advierte ya en el discurso de Pablo en el Aerópago ante los filósofos populares de Atenas (Hc 17,31s.). Otros oponentes fueron Celso (alr. 178 d.C.); Porfirio (alr. de 233-305 d.C.); Reimarus (1694-1768). El racionalismo deísta del s XVIII excluye la intervención divina en el mundo y más tarde el mecanicismo materialista sólo admite la realidad “natural”. Esta concepción de la realidad como la única posible, como la única existente, no dejó ningún margen a la realidad de la resurrección y de las apariciones del Resucitado.

La insuficiencia de la explicación histórico-genética

En las dos últimas centurias por parte de diversos estudiosos se ha intentado explicar el origen de la fe pascual sin el supuesto de unos acontecimientos extraordinarios ocurridos después del Viernes Santo (intentos de explicación histórico-genética, es decir, explicaciones generadas o deducidas a partir del análisis de la situación de los discípulos anterior a la muerte de su maestro: D. F Strauss 1808-1884, R. Bultmann 1884-1976, W. Marxsen n. 1919, E. Schillebeeckx n. 1914, R. Pesch n. 1936, ...)

La autopresentación del Resucitado. Todos los intentos de explicar el aserto de la resurrección sin experiencias pascuales extraordinarias («apariciones»), únicamente con modelos veterotestamentarios y judíos y con modelos jesuíticos, con procesos de elaboración psíquica o reflexiva en los discípulos (visiones psicógenas; conversión gradual y maduración; reflexión, deducción de ideas accesibles eventualmente articuladas por el mismo Jesús, formación de consenso...) han chocado radical y decisivamente con el aspecto neotestamentario central de la "autopresentación" inderivable del Resucitado. El término «aparición» expresa este momento de autopresentación libre del Resucitado (o de su presentación por Dios). Esta expresión implica directamente una actividad de Dios y del Crucificado, presentado de nuevo por virtud divina, que sale al   encuentro de sus discípulos como persona viviente, y actúa sobre ellos.

La ruptura epistemológica del Viernes Santo. Estos intentos de explicación histórico-genética no encuentran ningún apoyo en los textos del NT. La tesis sobre la fe ininterrumpida o sobre la conversión gradual se contradice con la tónica general de los testimonios neotestamentarios: la muerte maldita como ruptura epistemológica, la huída de los discípulos, el encuentro sorprendente con el Resucitado, la afirmación general sobre la acción de Dios a favor del Crucificado.

La disparidad y la insuficiencia de las expectativas previas. La fe pascual presupone la esperanza veterotestamentaria -judía (y también jesuánica)- en el poder salvador  de Dios frente a la muerte. La fe pascual no se puede deducir de esta esperanza: a) La idea judía del rapto o recepción en el cielo, b) la idea de la elevación del Justo doliente, c) la idea judeo-helenística de la resurrección rehabilitante de los mártires, d) La tradición judía no presenta ningún caso  de elevación y consagración de un muerto como Hijo del hombre, e) la idea apocalíptica del Hijo del hombre celestial, f) la idea de la resurrección de los muertos, la más ligada a la expectativa escatológica… frente a ellas, el aserto de la resurrección de Jesús crucificado, una resurrección singular y excepcional, ya efectuada y con ella el inicio definitivo del tiempo final (sin que se hubiera producido, como esperaba la mentalidad dominante en aquella época, una renovación de la tierra ni la resurrección de los muertos), constituye una novedad absoluta que rompe todos los esquemas judíos anteriores. La idea de que un personaje que había sido ajusticiado en Jerusalén, fuese elevado al cielo para una futura acción escatológica echaba por tierra cualquier forma de expectativa soteriológica judía, es decir, transgredía la mentalidad colectiva existente en aquel tiempo.

La hipótesis de una novedad “externa”. No hubo una deducción de la fe partiendo de experiencias e ideas previas, sino un factor nuevo (nueva iniciativa de Dios) llegado “de fuera” (no surgido de los propios discípulos ni de sus ideas previas). Este factor nuevo suscitó el aserto de la resurrección de Jesús ya efectuada de modo singular, como acontecimiento salvífico único y decisivo para todos. Es sorprendente que todos los discípulos y primeros cristianos, discrepantes en otros muchos puntos, tuvieron la misma certeza en lo decisivo: la convicción de que él resucito, fue elevado, está presente y vive y que hicieran de esta certeza el fundamento nunca cuestionado de su vida. Sobre esta certeza tuvieron una misma convicción unánime: ”él resucitó”, “fue elevado”, “está presente” y “vive”. Sin el “estímulo extraordinario” de un factor externo evidente no se pueden explicar, o apenas, el enorme impulso  dinámico de la comunidad primitiva durante los dos o cuatro años antes de la vocación de Pablo (entre los años 35-37). Hay buenas razones para afirmar que la fe pascual descansa en un nuevo y singular acontecimiento que estuvo marcado por las “apariciones” del Resucitado.

El interés por el conocimiento histórico de la experiencia pascual

Los presupuestos de la experiencia pascual en los discípulos. La experiencia pascual implica unos presupuestos en los discípulos sin los cuales dicha experiencia no es concebible: la fe veterotestamentaria en el poder de Dios superador de la muerte y en su fidelidad a los suyos, las esperanzas judías sobre los justos y mártires sacrificados, las experiencias singulares de los discípulos con el Jesús terreno, el recuerdo y estima de Jesús, la reflexión sobre su persona y destino, sus facultades cognitivas, psíquicas, sensitivas de percepción de la realidad... Todo esto entra en la experiencia pascual de los discípulos y es activado por ella.

Sin embargo, esos presupuestos no generaron la fe en la resurrección. Según el testimonio neotestamentario, la transformación de los discípulos no se produce por reflexión sino desde un encuentro con el Resucitado, que accede a ellos espontáneamente, de modo insospechado y sorprendente. Esos presupuestos no pudieron suscitar por sí solos la transformación tan radical de los discípulos. Según el testimonio del NT, la transformación de los discípulos no se produce por reflexión de éstos, sino desde un encuentro con el Resucitado, que accede a ellos espontáneamente, de modo insospechado y sorprendente. Esos presupuestos previos fueron activados como consecuencia del encuentro sufrido con el Resucitado. Una vez más nos podemos preguntar: ¿Cuál es el factor X que provoca la transformación psíquica de los discípulos? La causa desencadenante es el encuentro insospechado, sorprendente, con el Resucitado. Los presupuestos previos mencionados son una condición necesaria para la fe pascual pero no suficiente; se requiere además un nuevo impulso, no derivable ni de los antecedentes ni de la situación: el (auto)testimonio del Crucificado resucitado; gracias a la transformación sufrida en este encuentro pudieron “verlo” (identificarlo) como el Resucitado.

El contenido nuclear y el fundamento de la experiencia pascual

Según los datos del NT, la fe pascual obedece a una iniciativa divina, sorprendente para ellos, inmotivada, extrínseca (ajena), radicalmente nueva: la presentación del Crucificado como resucitado por Dios o la autopresentación del Resucitado desde Dios. Les sale al encuentro ( el impulso les viene de fuera) y ese encuentro les afecta pasivamente (ellos son sujetos pasivos del evento). Los textos neotestamentarios afirman la "realidad" de ese encuentro.  Ese encuentro se produjo, existió, aconteció históricamente, objetivamente, es un hecho real, objetivo, independiente de toda subjetividad.

Los textos neotestamentarios afirman la realidad de ese encuentro: su interés no se centra en el sujeto percipiente sino en el “objeto” percibido, más exactamente en el que “sale al encuentro” (el Jesús resucitado que accedió a ellos) y secundariamente en lo que él modifica en los sujetos percipientes: nueva existencia, fe, misión, comunidad. El aserto de la resurrección de Jesús no es mero reflejo ni expresión mitológica de algo acontecido en la subjetividad de los discípulos.

El verdadero núcleo y fundamento del cambio pascual es lo que aconteció en Jesús y con Jesús: la manifestación salvífica de Dios en Jesús nuevamente presente (es decir, resucitado, elevado, vivo), o su aparición (auto)presentación sorprendente saliendo del ocultamiento y reserva de Dios, camino de la experiencia histórica de los discípulos, los cuales pudieron vivir una nueva experiencia de Dios a través de la humanidad resucitada del Crucificado. Este es el hecho decisivo que expresa la palabra “apariciones”… con su énfasis sobre la actividad de Dios o de Jesús nuevamente presente. Este hecho fue interpretado y designado como “resurrección” y “elevación” de Jesús. El Crucificado se muestra en su automanifestación como el Presente (desde Dios) y ofertador de comunión y, por tanto, como vivo; es decir, se muestra como el resucitado y elevado por Dios. Se encuentran, pues, ante una realidad nueva, cualitativamente diferente, de nuevo tipo. Ellos se convierten, pues, en testigos determinados, concretos, de un nueva realidad históricamente concreta que viene de Dios:  la nueva intervención de Dios en la historia humana, a través de la resurrección del hombre Jesús.

No fueron, pues, vivencias subjetivas, conocimientos o procesos de interpretación subjetivos, el acontecimiento que testificaron los discípulos. El objeto de testimonio es lo ocurrido con Jesús y desde él: la resurrección, el hecho de Jesús resucitado, elevado, vivo y presente, que se manifiesta directamente, en su nuevo encuentro con ellos; la unidad de Dios con el Crucificado resucitado. Los discípulos no creyeron en virtud de una decisión o por razón de un cambio interior. Creyeron como consecuencia del “encuentro” que tuvieron. Ellos son receptores de la autoafirmación concreta del Resucitado, una experiencia inesperada  y acontecida desde fuera y en este sentido “objetiva”, que tenía un contenido y unas implicaciones determinadas. Se apareció, sí…; se reveló, sí…; se manifestó, sí…; se dejó ver, sí…;se autopresentó, sí…; pero ¿qué “naturaleza” tuvo esa presentación, de qué “naturaleza” fue esa presentación?

EL TIPO DE REVELACIÓN PASCUAL

Descartamos aquellas ideas sobre fenómenos pascuales que se hallan al margen de los textos y del contenido expresado por ellos.

Ausencia de percepciones sensibles objetivables. Hay que descartar la idea vulgar  de un encuentro corporal perceptible externamente y objetivable a base de materializaciones ocasionales de un ser inmaterial e invisible. Los actos de comer y beber recogidos en los "relatos" son recursos estilísticos que –sin negar la corporeidad radicalmente diferente, no material del resucitado- destacan la realidad corporal y la identidad del Crucificado frente  a la concepción helenística de una vida resucitada incorpórea ( inmortalidad del alma). Los textos primitivos sobre las apariciones no dan pie a la idea de una visión naturalista y objetiva, un “ver” físico (como si los discípulos hubieran visto al Resucitado al modo del sentido exterior de la vista.

Ausencia de "visiones" en el sentido psicológico del término. No fueron tampoco “visiones” en el sentido psicológico del término (meros productos de la fantasía o del subconsciente, visiones psicógenas en las que ellos contemplaron, en fenómenos alucinatorios, al Jesús tan anhelado y ensoñado). Esta concepción no encuentra ningún apoyo en las fuentes neotestamentarias. No hay ningún indicio de que el cristianismo primitivo redujera la fe pascual a procesos psíquicos internos

El “contenido” sensible de las apariciones de Pascua fue: la manifestación del Crucificado, por el poder vivificante de Dios, y de su presencia salvífica en virtud de ese mismo poder de Dios. Esta autopresentación de la humanidad sacrificada de Jesús como ser vivo en la experiencia histórico-sensible de los discípulos es el núcleo  de la experiencia pascual. Todo esto los discípulos lo expresaron con  la categoría de  “resurrección”.

Este núcleo no es producto de los discípulos. La interpretación de este núcleo central pudo activar y reestructurar los presupuestos y facultades de los discípulos (mediante la categoría de “resurrección” entre otras, profundamente remodelada). El historiador, por la naturaleza de su cometido aferrado a lo empírico y verificable, no puede excluir totalmente que este contenido central y núcleo de la experiencia de Pacua sea producto de un autoengaño de los discípulos (aunque esto es, a tenor de los textos, bastante improbable. Ese contenido sensible debe entenderse – desde la perspectiva de la fe- como algo posibilitado e impuesto por el nuevo encuentro con Jesús. Ese contenido es el tema revelado de la Pascua, ligado a una evidencia y certeza infalible de su origen divino, por parte de los testigos originarios.

La fe cristiana primitiva no se basaba en experiencias “visionarias”. Las apariciones pascuales del Resucitado no deben concebirse como “visiones”. Ningún texto del NT sugiere que se considerasen como tales; ni los primeros asertos sobre apariciones ni los relatos de los evangelios incluyen elementos propiamente visionarios. Ni tampoco como “epifanías”, es decir, “aparición realista y antropomorfa de un ser sobrenatural” en la Tierra. “Epiphaneia”  expresa la intervención de Dios o del Dios auxiliadora o salvífica…. En el NT este término nunca figura en referencia a los textos de Pascua. El NT nada dice sobre el cómo ocurrieron las apariciones,  ni sobre el modo en que ocurrieron las experiencias originarias de Pascua, ni los relatos de las apariciones deben entenderse como “descripciones” realistas de la autopresentación del Crucificado y Resucitado.

La experiencia pascual, irrepresentable, del NT

Las afirmaciones, tanto originales como tardías, sobre las “apariciones” del Resucitado no permiten formarse “una idea verificable” sobre el modo en que ocurrieron las experiencias pascuales originarias que los testigos designaron como “apariciones” o “manifestaciones” del Resucitado.

El verbo griego utilizado para expresar esas “apariciones” o “manifestaciones” , ophthe, permite tres traducciones: en forma pasiva: «Cristo fue visto por…». Como un pasivo divino: «Él fue hecho visible a...», lo que equivale a decir que Dios hizo posible a… que le viera; Dios le dio o concedió ver a Cristo. En forma deponente: «Él se hizo ver, se dio a ver a…se dejó ver de…». Desde el punto de vista filológico las tres serían posibles. La más improbable es la primera, porque nunca es asignada iniciativa directa a los testigos de la resurrección. La más verosímil es la tercera, dado que los verbos anteriores (morir, resucitar) también tienen a Cristo por sujeto.

La antigua expresión ophthe, procedente de la comunidad primitiva, expresa la (auto)presentación del Resucitado mediante una vivencia que incluye el momento de hacerse visible y dejarse ver (aunque no necesariamente con los ojos externos, corporales). El término ophthe no permite inferir sobre la naturaleza específica de las apariciones del Resucitado; nada está dicho sobre el “cómo” de esas apariciones.

La terminología que emplea Pablo en Gál 1,12.15 dice que Dios resucitó o reveló (apokalyptein-galah) a su Hijo (Jesucristo). En el AT galah  de Dios puede designar su “manifestación visible en la palabra o en la acción”, la recepción profética de la palabra de Dios en su dinamismo histórico, la visión de Dios o sus designios finales, pero también la acción de Dios en la historia y en el destino de un ser humano. A Pablo se le revela Jesús crucificado como Cristo resucitado y elevado, y en esta revelación recibe él el evangelio (para que lo explicite y lo proclame en palabras).

Los verbos griegos con significado de “ver” (eoraka) aparecen por primera y única vez en Pablo 1Cor 9,1, pero posteriormente, varias veces, en los relatos sobre el sepulcro y sobre las apariciones de los evangelios. Otros términos similares designan una percepción visual, pero sin concretar el tipo de visión – con el sentido exterior o interior. Los textos de Pascua apenas subrayan este tipo de "ver" como tal. Si se entienden los relatos de apariciones de los evangelios a la luz de las epifanías antropomorfas del AT, el sentido  no puede ser el de unas experiencias físicas ni visionarias, sino que testifican la nueva y definitiva apertura de Dios a los hombres en Jesús resucitado, es decir, se refieren a una nueva “revelación”.

Resultados:

Así, los textos del Nuevo Testamento permiten establecer claramente los siguientes puntos:

  1. Las experiencias primitivas sobre las apariciones y revelaciones del Crucificado resucitado no pueden considerarse como “visiones” de Cristo ni como “Epifanías” de Cristo.
  2. No nos es posible concretar la “naturaleza” de estas apariciones o revelaciones. Los textos nada dicen sobre este extremo. Se interesan por el hecho y el contenido de la revelación pascual, cuya naturaleza queda oculta tras el aserto “el Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido” (Lc24, 34). Este silencio de los textos sobre la naturaleza del acontecimiento nos impide indagar el hecho, claro y decisivo, del encuentro y de la autopresentación del Crucificado resucitado. Cualquier tipo de respuesta sobre la "naturaleza" de las apariciones -desde la perspectiva sobrenaturalista o psicologista- rebasa los límites de lo históricamente cognoscible. Es muy dudoso que un hecho de revelación pueda ser objeto de representación mental verificable
  3. Ese “algo” enigmático, postulado por el historiador, que desencadena la fe pascual con toda su dinámica es, según los testimonios neotestamentarios demostrados como fidedignos, la nueva y extraordinaria experiencia, frente a la vida y la muerte de Jesús, del encuentro y de la autopresentación del propio Resucitado. Esta experiencia generó el reconocimiento de su resurrección y el cambio radical en la vida de los discípulos (nueva existencia en la fe, misión, comunidad). La recepción de este impulso revelador puede explicar que los discípulos volvieran a Jerusalén y afirmasen aquí que se había producido una intervención de Dios a favor del Crucificado: su resurrección y elevación al cielo.
  4. Se trata de comprender las apariciones pascuales del Resucitado con los conceptos de “encuentro y “autopresentación”.
  5. Los testigos originarios afirman el "encuentro" con el Crucificado resucitado. Nosotros no podemos examinar directamente la realidad de ese encuentro. Pero podemos verificar históricamente, hasta cierto punto, el contexto de tal afirmación: las premisas y, sobre todo, los efectos profundos y de gran alcance del supuesto encuentro en la conducta y en la vida posterior de los discípulos.

En definitiva, los primeros testigos como consecuencia de su encuentro con el crucificado, resucitado, llegan a la siguiente convicción: Continuando su acción creadora en el mundo y su actividad redentora en la historia de Israel, Dios ha actuado escatológicamente en Jesús muerto y le ha hecho vivir. Anterior a todos los relatos pascuales es el inequívoco convencimiento de los primeros cristianos de que Jesús, el Crucificado, había sido resucitado y exaltado, se había encontrado con sus discípulos, los había llamado a ser sus testigos y les había prometido su asistencia permanente. La primera comunidad cristiana se fundamenta ya en esa convicción. El testimonio de los discípulos no es increíble. De ahí que sea una llamada a nuestra libertad para prestarle fe. Y tal opción no es arbitraria, sino que tiene sus buenas razones a favor.

Hans KESSLER: La resurrección de Jesús. Cap 3.

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