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La mayoría de edad (de nuestro propio entendimiento)

«Ilustración» es la salida del ser humano de una minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse del propio entendimiento. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa es la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro.

Existe entre cierta población una tendencia a la inercia en el pensamiento, a dejarse arrastrar por las ideas de otros, a eludir la aridez de la reflexión, a evitar el esfuerzo de pensar por si mismo... una cierta tendencia a dejar que otros piensen por uno mismo.

Espléndida y estimulante página la que nos brinda M. CAVALLÉ. Una invitación a abandonar actitudes pasivas, sumisas, maleables, dóciles en nuestra manera de pensar y de actuar. Un antídoto contra las actitudes nada edificantes y reprobables de algunos partidos, líderes políticos y grupos mediáticos que conocedores de tan habitual tendencia del gran público a la práctica del pensamiento débil, intentan manipular todo cuanto pueden. Contra tal peligro nada mejor que poner en práctica y ejercitase en la gran divisa de la Ilustración: habituarse a pensar siempre por uno mismo.

Veamos el comentario que hace M. CAVALLÉ a propósito de un sugerente texto de Kant. Una autora nada convencional en sus planteamientos, muy crítica con los derroteros tomados por la sociedad actual, una nada ortodoxa filósofa, pionera en la práctica del asesoramiento filosófico en España. (ver aquí)

  • Pensar siempre por uno mismo es una de las divisas que mejor define a la ilustración.
  • «La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los seres humanos permanezca, gustosamente, en la minoría de edad a lo largo de su vida. Pocos son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad.»
  • La ilustración nos impele a «pensar siempre por uno mismo», a no dar por sentado nada de lo que no se tenga una evidencia directa, a atreverse a descansar en el propio criterio y a actuar en base a él.
  • «Pensar por cuenta propia significa buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad.»
  • «Tutores» son todas aquellas personas e instancias conniventes con la tendencia del ser humano a evitar el esfuerzo que supone pensar por cuenta propia y responsabilizarse de su propia vida.
  • El compromiso con la plena lucidez es hoy en día tan necesario como siempre. Una de las grandes aspiraciones de toda buena Educación debería consistir en estimular en todo individuo el ejercicio de la plena mayoría de edad del pensamiento.

El primer paso en el camino hacia esa «mayoría de edad» consiste en determinarse a «ser luz para uno mismo», en pensar por cuenta propia, en confiar en uno mismo, en asumir plenamente nuestra mayoría de edad.»

Sapere aude! ¡Atrévete a pensar!

«Ilustración es la salida del ser humano de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí el lema de la Ilustración.»

Immanuel Kant
«Contestación a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?»

«Sapere aude!» ¡Atrévete a pensar, a servirte de tu propio entendimiento!... No es accidental que estas palabras inicien nuestras reflexiones: la mayoría de edad del pensamiento, a la que nos invita Kant, constituye la condición de posibilidad de cualquier recorrido filosófico. El primer paso en el camino de la filosofía, e igualmente el último paso, consisten en determinarse a «ser luz para uno mismo» (Krishnamurti), en pensar por cuenta propia, en confiar en uno mismo, en asumir plenamente nuestra mayoría de edad.

«Uno debe ser luz para sí mismo; esa luz es la ley. No existe otra ley. Todas las otras leyes son hechas por el pensamiento y, en consecuencia, son fragmentarias y contradictorias. Ser luz para uno mismo es no seguir la luz de otro, por razonable, histórica o convincente que sea.»
Jiddu Krishnamurti. Diario II

Kant escribe el ensayo citado, «Contestación a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?», en el siglo XVIII, también denominado Siglo de las Luces puesto que en él tomó cuerpo la Ilustración. La Ilustración fue un movimiento filosófico y cultural, una nueva sensibilidad, que tuvo por consigna iluminar todos los ámbitos de la vida humana mediante el libre ejercicio del propio discernimiento y mediante la consiguiente emancipación de las tutelas, supersticiones y prejuicios. Este movimiento surgió como una invitación a alcanzar la mayoría de edad o plena autonomía del pensamiento, y como una reacción a siglos anteriores en los que el desenvolvimiento humano, el conocimiento y el avance científico y cultural habían estado limitados por el peso de la Iglesia, de supersticiones y dogmas religiosos, de tradiciones arbitrarias y de formas sociales abusivas -como las relaciones humanas determinadas por la riqueza, la cuna o el despotismo-. De este movimiento intelectual participaron prácticamente todos los grandes pensadores europeos de la época. Fue en ese siglo cuando apareció en Inglaterra la noción del «librepensador» y en Alemania la del «ilustrado»; en Francia, a estos pensadores se les denominó sencillamente «filósofos». Todos ellos trazaron los ideales ilustrados que pusieron las bases de lo mejor de la modernidad occidental: el énfasis en la libertad del ser humano y en su igualdad y fraternidad esenciales, los derechos humanos, la tolerancia religiosa y la libertad de creencia o increencia, la defensa de la libertad de pensamiento frente al oscurantismo y el fanatismo, el libre ejercicio del pensamiento crítico, la importancia de la observación y de la experiencia guiadas por la razón como base del conocimiento, etcétera.

La época actual se define como postilustrada, pues tiende a considerar superados algunos rasgos característicos de la sensibilidad ilustrada, muy en particular, su excesivo optimismo con respecto a las posibilidades de la razón humana para favorecer un progreso ilimitado. Ahora bien, no es esta la acepción del término ilustración que ahora nos ocupa: la que la hace equivaler a la sensibilidad de una época, a un movimiento cultural ligado a un periodo particular de la historia, con sus correspondientes aciertos y desaciertos, que ha quedado atrás.

En la presente reflexión retomamos el término ilustración en su sentido originario, el que resume el párrafo citado de Kant: la ilustración entendida como un ideal atemporal en la educación del ser humano, el de la aspiración a la plena mayoría de edad del pensamiento. La divisa de la ilustración así entendida siempre tiene vigencia y nunca puede considerarse superada. La ilustración, en esta acepción, no es un ideal caduco; mucho menos un ideal ya logrado. El compromiso con la plena lucidez es hoy en día tan necesario como siempre, pues hoy, al igual que ayer, solo la verdad nos hace libres. Esta aspiración es, de hecho, universal: ha estado presente en las más grandes y libres tradiciones de sabiduría de todos los lugares y tiempos. Son muy elocuentes a este respecto las siguientes palabras atribuidas al Buda (siglos vi o v a.C.):

«Es pertinente que vosotros, Kalamas, dudéis, vaciléis, que estéis perplejos; la incertidumbre surge en vosotros porque algo es dudoso. ¡Vamos, Kalamas! No aceptéis nada porque así lo dice la tradición oral, porque se ha asumido a fuerza de oírse repetidamente, ni por la autoridad del linaje o de la tradición, ni por rumores, ni porque está en las escrituras, ni porque se supone que es cierto, ni porque lo dicen los axiomas, ni en virtud de los razonamientos engañosamente brillantes, ni por prejuicios o porque tengáis propensión hacia una idea que proviene del pasado, ni en virtud de la aparente habilidad o capacidad de otros, ni porque penséis: “Este monje es nuestro maestro...” ¡Kalamas!, solo cuando por vosotros mismos sepáis: “Estas cosas son insanas; estas cosas son reprochables [...]; estas cosas, cuando son aceptadas y practicadas, conducen al daño y al sufrimiento”, entonces, abandonadlas».
Kalama Sutta. Anguttara Nikaya

En su artículo «¿Cómo orientarse en el pensamiento?», Kant advierte que la ilustración en ningún caso ha de asimilarse al enciclopedismo.

«Pensar por cuenta propia significa buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la ilustración. La ilustración no consiste, como muchos se figuran, en acumular conocimientos (sino que supone más bien un principio negativo en el uso de nuestra propia capacidad cognoscitiva), pues, con mucha frecuencia, quien anda más holgado de saberes es el menos ilustrado en el uso de los mismos.»

En efecto, ilustración, en su sentido originario, no equivale a tener muchos conocimientos, por más que se suela denominar «ilustrado» a quien posee una gran cultura o un saber enciclopédico. Pues acumular conocimientos no es lo mismo que «buscar dentro de uno mismo el criterio supremo de la verdad», que «pensar siempre por uno mismo», que no dar por sentado nada de lo que no se tenga una evidencia directa, que atreverse a descansar en el propio criterio y a actuar en base a él. De hecho, el conocimiento entendido como erudición o concebido de forma eminentemente acumulativa es, en ocasiones, el refugio de quienes, desconectados de su propia visión directa, y faltos, por consiguiente, de confianza en su propio discernimiento, buscan en ese saber externo la seguridad y el criterio que ya no hallan en su interior.

Son muchas -nos advierte Kant- las dificultades que se nos oponen en la tarea de llegar a pensar por nosotros mismos:

«La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los seres humanos permanezca, gustosamente, en la minoría de edad a lo largo de su vida, a pesar de que hace ya tiempo que la naturaleza los liberó de la dirección ajena (haciéndoles físicamente adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etcétera, entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea. Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de superintendencia se encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de difícil, sea considerado peligroso por la mayoría de los seres humanos. Después de haber entontecido a sus animales domésticos, y de procurar cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no puedan atreverse a dar un paso sin las andaderas en las que han sido encerradas, les muestran el peligro que les amenaza si intentan caminar solos. Lo cierto es que este peligro no es tan grande, pues ellos aprenderían a caminar solos después de unas cuantas caídas; pero el ejemplo de un simple tropiezo basta para intimidar y, por lo general, les sirve como escarmiento para desistir de todo nuevo intento.

Por tanto, es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en una segunda naturaleza. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse de su propio entendimiento, porque nunca se le ha dejado hacer dicho intento. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o, más bien, abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad. Quien se desprendiera de ellos apenas daría un salto inseguro para salvar la más pequeña zanja, porque no está habituado a tales movimientos libres. Por eso, pocos son los que, por esfuerzo del propio espíritu, han conseguido salir de esa minoría de edad y proseguir, sin embargo, con paso seguro.

[...] Mas escucho exclamar por doquier: ¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razones, adiéstrate! El funcionario de hacienda: ¡No razones, paga! El sacerdote: ¡No razones, ten fe! Por todas partes encontramos limitaciones de la libertad».
Immanuel Kant «Contestación a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?»

Kant enumera en estos párrafos factores externos e internos que obstaculizan la tarea de servirnos de nuestro propio entendimiento. Y compendia los obstáculos exteriores en la expresión «tutores». Tutores son todas aquellas personas e instancias conniventes con la tendencia del ser humano a evitar el esfuerzo que supone pensar por cuenta propia y responsabilizarse de su propia vida; quienes están sorprendentemente bien dispuestos a asumir esas labores en nuestro lugar; aquellos -comenta el filósofo alemán con ironía- «que tan amablemente han tomado sobre sí la tarea de superintendencia». En ocasiones, Kant resume dichas figuras en tres fundamentales: el sacerdote, el abogado-jurista y el médico; pues la mayoría de las personas -afirma- no aspiran a alcanzar los fines superiores de la vida humana, como la plena libertad interior que proporciona el amor desinteresado a la verdad, sino que se hallan apegados a sus fines más básicos y supervivenciales, muy en particular, al deseo de gozar siempre de salud, de proteger su patrimonio y de garantizarse la felicidad en el más allá; y, por ello, buscan tutores que les enseñen: «¿Cómo podría, aun cuando hubiese vivido como un desalmado, procurarme a última hora un billete de ingreso en el reino de los cielos? ¿Cómo podría, aun cuando no tuviese razón, ganar mi proceso o mi pleito? ¿Y cómo podría, aun cuando hubiese usado y abusado a mi antojo de mis fuerzas físicas, seguir estando sano y tener una larga vida?».

Kant invita, en cambio, a que cada cual se responsabilice plenamente de sí mismo, a que sea su propio sacerdote, su propio abogado y su propio médico, es decir, su propio guía en el cuidado de sí y en el arte de vivir.

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M. CAVALLÉ: El arte de ser

Ver también: En pos de la mayoría de edad y la plena emancipación de uno mismo


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