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Asesoramiento Filosófico Sapiencial

Escuela de Filosofía Sapiencial

El vacío existencial, el ofuscamiento vital, la desorientación, el individualismo, el consumismo y la falta de sentido ético y estético de la vida humana caracterizan nuestro tiempo. Orientarnos adecuadamente y aclarar las claves de nuestra existencia no es tarea fácil ni sencilla. La gran tragedia del hombre moderno es haber perdido la dimensión de profundidad. Ya no es capaz de preguntarse ni siquiera de dónde viene ni a dónde va.

La actividad reflexiva, filosófica, entendida como cura y cuidado de nosotros mismos a través del ejercicio del conocimiento de uno mismo puede contribuir a ello. El Asesoramiento Filosófico Sapiencial (AFS) nace del anhelo de no continuar viviendo nuestra vida cotidiana de manera autómata, inconsciente o inercial, reflexionando acerca del modo en que uno vive y eligiendo conscientemente cómo quiere uno vivir aprendiendo a escuchar nuestra voz más íntima. Sólo nos alimenta y enriquece de verdad lo que somos capaces de escuchar en lo más profundo de nuestro ser. La actividad filosófica ha de volver a ser guía y maestra en el complejo arte de vivir. El asesoramiento filosófico pretende ser sólo un paso, de los muchos que serán necesarios, en dirección a este objetivo. Por su alto interés formativo presentamos un resumen del portal de M. CAVALLÉ (*), pionera del asesoramiento filosófico sapiencial en España.

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«Es preferible un solo maestro de vida frente a mil maestros de la palabra» (Maestro Eckhart)

Artistas de nuestra propia vida

«Todos estamos llamados a ser artistas de nuestra propia vida. Prueba de ello es que no hay dolor superior al que acompaña a la conciencia de no haberlo sido, de no haber vivido en toda la hondura de esta palabra, de no haber movilizado nuestras más propias y profundas posibilidades. Las grandes tradiciones de sabiduría son unánimes al recordarnos que poseemos un potencial magnífico del que con frecuencia estamos desconectados o que ni siquiera sospechamos. Estamos dormidos a nuestro verdadero ser cuando permanecemos confinados en las estrechas fronteras de lo conocido, en el circuito cerrado en el que nos mantienen nuestras limitadas concepciones sobre nosotros y sobre la realidad. Extraños para nosotros mismos, viviendo solo una parte ínfima de lo que somos, sin haber recorrido nuestras cimas y nuestros abismos, sin haber vislumbrado nuestro auténtico ser y su grandeza, nos enajenamos igualmente del contacto pleno con los demás y con la totalidad de la vida. Abandonar este confinamiento de nuestra mente y de nuestras pequeñas vidas es uno de los objetivos de la filosofía sapiencial». (Mónica Cavallé, El arte de ser)

«El discurso filosófico no esculpe estatuas inmóviles, sino que todo lo que toca desea volverlo activo, eficaz y vivo. Inspira impulsos motores, juicios generadores de actos útiles, elecciones a favor del bien» (Plutarco).

Según la idea que parece hoy dominante en la calle, la filosofía sería una árida, abstrusa y ardua disciplina intelectual, solo asequible a especialistas y cultivada en  los centros académicos, y cuyos temas parecen alejados de los problemas cotidianos; el filósofo, en el mejor de los casos, es visto como un pensador que aloja en su cabeza una comprensión más profunda o más extensa del mundo y del ser humano, sin que esa comprensión tenga efectos transformadores en la vida concreta. Las palabras citadas del filósofo Plutarco nos hablan, en cambio, de una filosofía bien distinta, claramente comprometida con el desarrollo personal y la formación ética de los ciudadanos.

Esta última concepción de la filosofía es la que desea promover la Escuela. Los filósofos vinculados a ella aspiran a que la reflexión filosófica esté presente en la vida social y abierta a la participación de todos los ciudadanos, y buscan rescatar la antigua concepción originaria de la filosofía como sabiduría vital con poder para sanar al individuo y dar plenitud de sentido a su existencia. En la Edad Antigua así nació la filosofía: como un amor al saber que incumbía al ser mismo del sujeto humano y se reflejaba en su estado interior y en su manera de afrontar sus circunstancias cotidianas. Sócrates apelaba de este modo a un ateniense: «¿No te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni te interesas por la sabiduría, por la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?». Platón animaba a no perder tiempo en estudios superficiales y a concentrarse prioritariamente en la ciencia que tiene como fin la formación del carácter, la vida buena y la salvación del alma. Y Marco Aurelio aseguraba que sólo la filosofía podía guiar al ser humano en medio de una vida compleja e imprevisiblemente cambiante.

Según esta concepción originaria de la filosofía que hoy se quiere recuperar, toda persona puede y debe ser filósofa. Lo es en la medida en que no se conforma con vivir sometida al dictado de la costumbre, de las convenciones sociales y de las creencias vigentes, y aspira a ser dueña de su vida, eligiendo sus metas y examinando sus experiencias para extraer de ellas sus propias verdades y orientar autónomamente su acción. Aunque el ritmo demasiado acelerado de la vida actual parezca arrebatarnos el tiempo y el sosiego necesarios para practicar una reflexión serena y rigurosa sobre lo que nos pasa y sobre el fundamento de nuestras convicciones, expectativas y esperanzas, tal reflexión merece ser una compañera inseparable, porque solo es verdadera vida humana aquella que se hace lúcida a sí misma y, por tanto, libre.

La Escuela

«A todos les está concedido conocerse a sí mismos y ser sabios» (Heráclito)

La Escuela de Filosofía Sapiencial nació en 2011, de la mano de Mónica Cavallé, como un espacio dedicado íntegramente a la enseñanza y difusión de la filosofía como arte de vida y como camino de sabiduría.
La Escuela otorga a los términos «escuela» y «filosofía» un sentido cercano al que tenían para las antiguas escuelas filosóficas griegas y romanas. Dichas escuelas eran lugares donde se enseñaba y se compartía la «filosofía» entendida en su sentido originario: como amor a la sabiduría. La filosofía no nació simplemente como especulación sobre las cuestiones últimas, menos aún como mera reflexión sobre la historia del pensamiento, sino también como guía en el arte de vivir, como una disciplina que incumbía indisociablemente a la comprensión profunda de la realidad y de nosotros mismos y a nuestra transformación interior, la ordenada al desarrollo de nuestras mejores posibilidades. La Escuela desarrolla una triple vertiente:

  • Busca acercar la filosofía en su vertiente sapiencial a todos aquellos interesados en iniciarse en ella y en aplicarla a su vida cotidiana.
  • Forma a profesionales dispuestos a facilitar procesos de asesoramiento o acompañamiento filosófico.
  • Ofrece a quienes se dedican a las relaciones de ayuda la oportunidad de enriquecer su práctica específica con el enfoque de la filosofía sapiencial.

Nosotros somos el ingrediente que falta. En las mismas raíces de la civilización occidental, reside una tradición espiritual. Esta tradición se proponía devolver al ser humano a sus raíces. […] Para entroncar con ella, se requiere nuestra voluntad de ser transformados.  A muchos nos preocupa la extinción de todas las especies que el mundo occidental está exterminando. Pero casi nadie se da cuenta de lo más extraordinario de todo: de la extinción de nuestro conocimiento de lo que somos.

Filosofía Sapiencial

«Más allá de eso que llaman inteligencia, comienza la sabiduría». (Simone Weil)

La Escuela promueve un modo de entender y practicar la filosofía que evidencia su íntima unidad con nuestro ser total y con nuestra vida cotidiana, así como su potencial transformador y liberador. Con este fin, busca vivificar y hacer accesible la “filosofía sapiencial”, aquella que ha tenido como guía el ideal de la sabiduría, esto es, que se han orientado a la realización de los fines últimos de la vida humana y para las que el ejercicio de la filosofía compromete todas las dimensiones del ser humano, no solo sus capacidades intelectuales. Esta forma de entender y practicar la filosofía intenta recobrar, en contextos contemporáneos, el sentido integral y originario de esta actividad.

La filosofía sapiencial o la «ciencia de la vida»

La representación más generalizada de la filosofía hoy en día oculta el significado originario del término «filosofía», la naturaleza de esta actividad en los inicios de nuestra civilización.  El término «filosofía» significa amor o disposición a consagrarse a la sabiduría. A su vez, la «sabiduría» no se entendía como un saber meramente teórico, sino como un saber práctico, vital e integral, que incumbía al ser humano en su totalidad. «Sabio» era el que se esforzaba por comprender la verdadera naturaleza de las cosas, por ver el mundo tal como es, y el que vivía en armonía con esa visión, es decir, en conformidad con la realidad. Se consideraba que esta vida respetuosa con la realidad era la que satisfacía las necesidades más profundas del ser humano, la que favorecía la expresión de sus mejores posibilidades (la capacidad de pensamiento autónomo, el conocimiento propio y de nuestro lugar en el mundo, la libertad interior, la serenidad, el amor desinteresado…) y, por lo tanto, la que le permitía alcanzar la forma más elevada y estable de felicidad a la que podía tener acceso. La filosofía era, para los antiguos, la consecución activa de la sabiduría así entendida; no era solo el esfuerzo crítico por avanzar en dirección a un conocimiento cada vez más radical y totalizante de la realidad, sino también, e indisociablemente, arte de vivir y ciencia de la vida.

Cabe distinguir dos formas de entender la actividad filosófica: a) una actividad eminentemente teórica o especulativa: parte del supuesto implícito de que el filósofo no necesita transformarse a sí mismo para acceder al conocimiento filosófico; b) la filosofía sapiencial una actividad en la que lo decisivo no es la arquitectura conceptual en sí, sino el estado de ser que el filósofo encarna y propone; en la que ambas dimensiones —pensamiento y vida, conocer y ser— son indisociables. Es la filosofía concebida como ciencia de la vida, la que nos puede dar una idea aproximada de lo que fue originariamente la filosofía en Occidente. La filosofía era entonces «sapiencial» pues orbitaba en torno al ideal de la sabiduría.

Los filósofos de la antigüedad no eran profesores de filosofía ni profesionales del pensamiento. Las enseñanzas de Heráclito, Parménides, Pitágoras, Platón o Sócrates, las de los pensadores estoicos, cínicos, epicúreos, escépticos, neoplatónicos, etcétera, no eran meras teorías especulativas sobre la naturaleza última de la realidad; eran, indisociablemente, prácticas orientadas a la realización operativa de las posibilidades latentes en las estructuras profundas de todo ser humano, caminos de plenitud y de liberación interior. Los grandes filósofos de la antigüedad no se limitaban a elaborar y postular sistemas teóricos, sino que, ante todo, encarnaban en ellos mismos todo un modelo de vida e invitaban a los aspirantes a filósofos, a los amantes de la sabiduría, a adentrarse en una iniciación vital tras la cual no serían los mismos ni verían el mundo del mismo modo. Entendían que solo podía penetrar bajo la superficie de las cosas y vislumbrar las claves de la existencia quien había accedido a cierto estado de ser, quien se desenvolvía en un determinado nivel de conciencia. No se consideraba genuino filósofo aquel que se dedicaba a elucubrar teorías o hipótesis más o menos plausibles en torno a las cuestiones últimas, careciendo de un compromiso activo con su propio autoconocimiento. Eran la autenticidad y hondura del ser del filósofo las que garantizaban la profundidad de su visión.

Esta relación indisociable entre pensamiento y vida, conocimiento y transformación, era concebida por los filósofos de la antigüedad como una relación reversible. Consideraban que solo la persona íntegra, veraz, comprometida con su propia transformación profunda, puede alcanzar una mirada objetiva y penetrante y, por consiguiente, acceder a un conocimiento profundo de la realidad; que solo quien es veraz puede ser amigo de la verdad. Y consideraban, igualmente, que la filosofía no solo exige virtud, sino que es también la fuente de la virtud; que el conocimiento profundo de la realidad, en la medida en que disipa nuestra ignorancia existencial, es un saber operativo, que produce cambios radicales en nuestra vida, que nos transforma y nos libera.

La filosofía sapiencial, hoy

La filosofía, al quedar en su desarrollo histórico circunscrita prioritariamente a los ámbitos académicos, ha tendido a olvidar en nuestra cultura su originaria dimensión sapiencial, su trascendencia para la vida concreta —individual y social—. En los planes de estudio no se incluye el saber más necesario: el que incumbe al aprendizaje del arte de vivir. El anhelo y el sufrimiento humano han quedado, en buena medida, en manos de técnicos de la salud o del bienestar.

La práctica de la filosofía sapiencial resurge, en este contexto, para dar una respuesta a lo que es una clara demanda social e individual, y al vacío espiritual y filosófico de nuestra cultura, que es origen de desorientación y de sufrimiento íntimo. Son cada vez más las personas que buscan un espacio de diálogo abierto, respetuoso y no jerárquico, donde sus dificultades y preguntas sean abordadas desde una perspectiva que no sea clínica, médica ni estrictamente psicológica, sino existencial y filosófica. Por otra parte, el vacío espiritual señalado —que es el caldo de cultivo de las continuas ofertas y novedades que surgen en el campo del desarrollo personal (cada día oímos hablar de una terapia o de una teoría nueva que busca explicar las claves del sufrimiento y de la felicidad humanas)— ya no quiere ser llenado de manera improvisada ni dogmática, sino serena y racional, aprovechando más de 2500 años de reflexión filosófica y acudiendo a nuestras propias raíces culturales. La filosofía ha de volver a ser guía y maestra en el complejo arte de vivir. El asesoramiento filosófico pretende ser sólo un paso, de los muchos que serán necesarios, en dirección a este objetivo.

Asesoramiento Filosófico Sapiencial

Para muchos filósofos de Occidente y de Oriente el diálogo ha sido el medio por excelencia de transmisión y de indagación filosóficas. Los diálogos filosóficos que estructuran las consultas de asesoramiento filosófico son un vehículo para el autoconocimiento profundo; para comprender la realidad y comprendernos a nosotros mismos; para examinar nuestras ideas, valores y fines; para iluminar, con hondura filosófica, tanto nuestras dificultades, anhelos y retos cotidianos como las grandes cuestiones existenciales; para desarrollar nuestra capacidad de aceptación; para examinar nuestros vínculos y desarrollar una conexión amorosa y comprometida con nuestro entorno; para conocer, saborear y vivir lo que realmente somos. Son un modo de encuentro humano basado en uno de los motivos más bellos y nobles que puede unir a dos personas: la búsqueda desinteresada de la verdad.

El asesoramiento filosófico es un espacio de encuentro en el que un filósofo acompaña a sus interlocutores en una indagación dialogada orientada a clarificar, desde una perspectiva filosófica, sus preguntas, retos e inquietudes existenciales. El filósofo asesor es una persona con formación filosófica que confía en la capacidad transformadora de la filosofía, pues la ha verificado en sí mismo, y que, por tanto, se siente capacitado para proporcionar a las personas o grupos con inquietudes de trasfondo filosófico una ayuda efectiva. El filósofo asesor es un facilitador de la reflexión, de la vida examinada, una reflexión no paternalista y no jerárquica que respeta y fomenta la autonomía y la responsabilidad sobre sí mismos de sus interlocutores, y que no se ordena a fines utilitarios sino a ayudar a vivir con más conciencia, claridad y profundidad.

Asesoramiento filosófico personal

El asesoramiento filosófico personal es un proceso de acompañamiento en el que un filósofo y su interlocutor entablan un diálogo confidencial de naturaleza filosófica orientado a que este último clarifique por sí mismo, con la asistencia del filósofo asesor, sus inquietudes existenciales.

En este diálogo, el filósofo ayuda al asesorado a ir tomando conciencia de sus vivencias y a expresar ante sí mismo las ideas y supuestos latentes en ellas con precisión y claridad conceptuales, haciéndose cargo de este modo de sus concepciones básicas sobre la realidad y de las implicaciones que conllevan, y detectando las contradicciones, falacias o deficiencias de justificación de las mismas. El filósofo asesor se centra sobre todo en iluminar con el poder del discernimiento y del pensamiento crítico y riguroso los planteamientos del consultante inadvertidamente operativos hoy en su economía psíquica y en su mundo interior —y que se gestaron en momentos pasados en los que no podía haber, o de hecho no hubo, control reflexivo por parte del sujeto de sus experiencias—. Paralelamente, el filósofo lleva a cabo una labor mayéutica mediante la cual favorece que el asesorado entre en contacto con sus mejores posibilidades, descubra desde su propio fondo nuevas comprensiones y horizontes de sentido, y elabore y encarne una filosofía personal propia y madura. El filósofo asesor no ofrece soluciones ni respuestas, sino que ayuda al consultante en el descubrimiento de la verdad propia, y este descubrimiento es estrictamente personal. El propio consultante ha de encontrar sus certezas y no aceptar nada bajo la sugestión de la autoridad.

Los filósofos asesores parten del supuesto de que muchas inquietudes o conflictos cotidianos que nos afligen tienen una raíz filosófica: están asociados a nuestras concepciones básicas acerca del mundo y de nosotros mismos, y sobre la felicidad, el deber, el amor, etcétera. Para afrontar estos retos, por tanto, hay que hacer filosofía (la nuestra propia, la de cada cual), y el facilitador que nos ayude en esta tarea conviene que esté respaldado por el conocimiento del riquísimo acervo histórico de la reflexión filosófica, que sea diestro en el manejo de los métodos filosóficos y que, sobre todo, haya integrado en sí mismo las actitudes filosóficas. Todos deberíamos tener a nuestra disposición las inapreciables enseñanzas de la tradición de pensamiento que ha seguido íntimamente conectada con la existencia. El filósofo asesor ayuda, por tanto, a llevar a cabo a fondo, con rigor y con un método adecuado, lo que todo individuo que quiere vivir humanamente hace a diario: examinar su propia vida. Se ofrece, por tanto, como un apoyo para aquellas personas que quieran y necesiten meditar sobre su propia vida concreta y sobre sí mismas con el fin de comprender, comprenderse y mejorarse. 

A quiénes y a qué situaciones se dirige

Todos pueden, en principio, acudir a una consulta de asesoramiento filosófico y beneficiarse de ella. Tan solo se requiere el deseo sincero de abrirse a la filosofía.

A la consulta suelen acudir personas enfrentadas a la dudas, dificultades y búsquedas que acompañan al hecho de vivir, tales como: confusión o desorientación; incertidumbre con respecto a cuál es su lugar o función en la vida, o a cuáles son sus verdaderos roles y responsabilidades; dilemas éticos o dudas sobre la forma correcta de actuar en una determinada situación; falta de recursos internos a la hora de afrontar situaciones personales límite (una enfermedad grave, un pérdida significativa…) o realidades existenciales como la soledad, la decadencia física, la vejez o la muerte; problemas de relaciones (dificultades para aceptar a los otros tal como son, para comunicarse productivamente con los seres queridos…); sensación de sinsentido o de futilidad; etcétera. También acuden personas que no tienen dificultades especiales, pero quieren profundizar en algún aspecto de su pensamiento y de su vida, o bien personas que, interesadas en su autoconocimiento profundo y en su pleno desenvolvimiento, quieren conocer cómo la sabiduría de todos los tiempos ha abordado y cimentado estas tareas.

La filosofía representa el saber más imprescindible y el dotado de mayor irradiación práctica, pues todo ser humano depende radicalmente en su modo de existir y de obrar de una forma específica de interpretar el mundo en el que vive.

Nuestra vida es siempre la encarnación de una filosofía. Todos tenemos ya una filosofía personal, elaborada o poco elaborada, fruto o no de la reflexión propia, en la medida en que disponemos de una escala de valores, nociones sobre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo inaceptable, concepciones sobre quiénes somos, cómo debemos vivir, qué es lo realmente importante, cuáles son nuestros límites y responsabilidades, qué podemos esperar de nosotros, de la vida y de los otros, cuál es nuestro lugar en el mundo y el sentido último de nuestra existencia, etcétera. Dicha filosofía personal constituye el bagaje desde el que interpretamos nuestra experiencia; es, por tanto, la que explica el significado que otorgamos a las cosas, personas y situaciones y, consiguientemente, las actitudes que adoptamos ante ellas. Cuando nuestra visión de las cosas es limitada o errada, entra en conflicto con la realidad y experimentamos ofuscación, carencia de sentido y sufrimiento evitable.

A través del diálogo filosófico, el consultante siente reforzada su capacidad de discernimiento, la que le permite deshacerse de aquellos supuestos insatisfactorios o estereotipados a los que no ha llegado por sí mismo y que actúan como una fuente de conflicto y de pérdida de libertad en su vida cotidiana. Aprende, en definitiva, a ser libre, a dejar de ser víctima pasiva de sus hábitos automáticos de pensamiento para tomar lúcida y creativamente las riendas de su existencia. Los diálogos filosóficos favorecen que transformemos nuestras filosofías irreflexivas y, por ello, deficientes, que nos roban libertad y autenticidad, en filosofías maduras y coherentes, que vayan a favor de lo mejor de nosotros mismos y que promuevan el goce productivo de la vida.

Por qué «sapiencial»

«El lugar arquetípico de la sabiduría aúna, de forma indisociable, conocimiento, experiencia directa, transformación personal y liberación interior. El que evidencia que no hay verdadera filosofía sin “despertar”: sin una modificación profunda de nuestro ser que es el preámbulo de la visión interior; que el compromiso con la verdad pasa por el compromiso con la propia veracidad, que el saber más profundo no es el que versa sobre la realidad, sino el que consiste en la experiencia de comulgar con ella; y el que evidencia, por último, que esta experiencia es solo posible a través de la comprensión de nosotros mismos, ahondando en las raíces de nuestra identidad».

Hay formas diversas de entender y de practicar el asesoramiento filosófico. No todos los filósofos asesores comparten el mismo enfoque, los mismos métodos y los mismos presupuestos filosóficos. Denominamos a nuestra particular concepción del asesoramiento filosófico: “asesoramiento filosófico sapiencial” (AFS). Enumeramos algunas características que especifican este enfoque frente a otros:

  • Parte de una concepción amplia del término filosofía según la cual esta no equivale únicamente a la historia del pensamiento occidental, sino que abarca también el pensamiento radical y crítico de otras culturas. 
  • Según esta concepción amplia de la filosofía, esta concierne tanto al ejercicio de las facultades discursivas como contemplativas. El AFS retoma el sentido originario del término theoría para el pensamiento antiguo: contemplación, mirada directa, atenta y desinteresada. El diálogo filosófico no es solo un espacio de indagación racional, sino también de toma de conciencia y de discernimiento contemplativo.
  • Uno de los objetivos centrales del AFS es el conocimiento de sí mismo entendido como un conocimiento de alcance no meramente psicológico sino ontológico. El AFS parte del supuesto de que el asesorado es alguien cuya identidad central en ningún caso puede definirse por sus contenidos, procesos o estados mentales; de que, en su más íntimo centro, es más originario y potencialmente más fuerte que sus condicionamientos ambientales, biológicos o psicológicos. El filósofo asesor invita a su interlocutor a reconocer vivencialmente ese centro incondicionado y libre, a establecerse en ese fondo lúcido más originario que sus contenidos psíquicos cambiantes.
  • Parte de que la filosofía es y ha de ser operativa, es decir, de que la comprensión filosófica es intrínsecamente transformadora, de que no hay más fuente de transformación radical que el incremento de nuestra conciencia. Aludimos a un tipo de comprensión que es en sí misma, siempre, transformadora y liberadora. Por eso, el indicio que de que esta comprensión ha tenido lugar es la transformación profunda: la creciente autenticidad y libertad interior, la serenidad lúcida, la coincidencia con uno mismo, la superación del sufrimiento evitable.
  • Busca educir la sabiduría interna latente en el consultante a través de un diálogo mayéutico que se orienta a favorecer su comprensión autógena. Se fomentan las comprensiones que el consultante alcanza por sí mismo, las únicas que son realmente suyas y que le permiten ir un paso más allá con respecto a su nivel de conciencia actual.
  • El AFS entiende que solo cabe denominar a un enfoque “filosófico” cuando cumple con la exigencia de radicalidad, cuando concierne a las denominadas cuestiones últimas, como, por ejemplo: quién soy yo (no solo cómo soy yo), dónde radica mi verdadero bien, cuáles son los fines últimos de la vida humana, cómo me sitúo ante el mundo como un todo, etcétera. Esto aparta esta concepción del AF de aquellos enfoques en los que se abordan asuntos particulares planteados por el consultante sin radicalidad filosófica: sin sacar a la luz la filosofía personal del consultante en lo que concierne a las señaladas cuestiones últimas, y sin llevar a cabo una indagación filosófica al respecto.

Formación

«En las cuestiones esenciales, nadie enseña nada a nadie. La tarea filosófica consiste solo en dar a luz lo que todos ya sabemos en el fondo de nosotros mismos. El saber filosófico no es más que recordar». (Mónica Cavallé, El arte de ser)

Los filósofos formados en la EFS llegan a satisfacer los requisitos necesarios para ejercer con madurez y solvencia como filósofos asesores y comparten el espíritu de este enfoque.

Mónica CAVALLÉ es Licenciada en Filosofía por la Universidad de Navarra. Pionera del asesoramiento filosófico sapiencial en España, Autora de obras como: La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, La filosofía, maestra de vida, El arte de ser.

Fuente: https://escueladefilosofiasapiencial.com/


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Ver también: FILOSOFIES PER A LA VIDA


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