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Hacia una sociedad más perfecta: la política y los políticos

La utopía platónica: el Estado ideal

El factor humano: los «gobernantes»

El espejo en el que no se miran nuestros dirigentes políticos

Tiempos revueltos. El ambiente social en España está agitado. En muchos ámbitos, pero de una manera especial en el ámbito político. La situación política general ha llegado a altas cotas de enervamiento. Vivimos tiempos de alta intensidad política. Veamos la visión de quien conociendo directamente la realidad de la que se trata y situado a un lado de la barrera contempla estupefacto la versión que se traslada al otro lado. Muchas son las cuestiones que se ponen encima de la mesa para su discusión. No hay duda que la altura de la clase política está muy lejos de lo deseable. Lejos de mirar por el "bien común" se muestran preferentemente enrocados en la conquista pura y dura del poder. El intento de manipulación, de abducir sutilmente la voluntad de la ciudadanía, con la tendenciosidad de los medios de comunicación públicos, la propaganda, la reiterada machaconería de determinados temas y mensajes tiene ese objetivo. Unos y otros, izquierdas, derecha o extrema derecha intentan marcar la agenda política con sus machacones temas preferidos: Eta, Catalunya, la politización de la justicia, la judicialización de la política, el exacerbado sesgo ideológico de determinadas leyes, la criminalización de la inmigración... todo ello aderezado con el apoyo de los medios afines a uno y otro bando. Se pretende configurar una España uniforme y centralizada, frente a una España diversa y plural. Se acusa, por ejemplo, a los catalanes de practicar un nacionalismo ancestral, vetusto, atávico, de ensimismamiento, de querer encerrase en sí mismos, de querer levantar fronteras (se denigra así, pública y mediáticamente por parte de sus oponentes, la mayoría de edad de una sociedad que se siente «nación», la natural voluntad de ser de una forma completa y plena de un pueblo). Como el padre de familia que llegada la mayoría de edad de su hijo mayor pretende reternerlo entre sus puños por la fuerza. Los catalanes somos un pueblo digno que lo único que pretende es vivir en una libertad plena. La cuestión catalana (ver aquí) puesta encima de la mesa con toda su radicalidad y crudeza ha hecho aflorar, sin embargo, algunas de las caras más oscuras del Estado y de un nacionalismo español no siempre moderno y democrático que no está dispuesto a reconocer la realidad plurinacional del Estado español (cuestión no adecuadamente resuelta en la Constitución del año 78). Un nacionalismo, el español, casi imperceptible que a menudo actúa en la consciencia del españolito de a pie de manera inconsciente, pero no por eso menos real. Un nacionalismo hegemónico de cariz españolista, que intenta convencer e imponerse, con la razón de la fuerza y no con la fuerza de la razón, y con una finalidad que bien podría calificarse de totalitaria: la de fagocitar, ahogar, excluir, anular, aniquilar, abortar la voluntad de ser plenamente de un pueblo o cualquier otro posible nacionalismo “periférico” existente.

Para ello nuestros gobernantes políticos, (apoyados o más bien espoleados por una caverna mediática, especialmente lamentable la actitud de la televisión pública estatal TVE, que lejos de reconocer la realidad existente objetivamente en Cataluña, está defendiendo intereses no siempre confesables, espurios), dedicados más a la propaganda y a la criminalización y represión del disidente que a afrontar políticamente el problema de fondo, tergiversan la realidad, crean realidades paralelas, construyen «relatos» ficticios, criminalizan procesos políticos legítimos, retuercen y fuerzan las leyes a su antojo, niegan la realidad, inventan, manipulan, mienten, insultan, denigran al adversario física y moralmente, deshumanizan a quien no comulga con lo políticamente correcto según el régimen del 78 y todo, dicen, con la intención "perversa" de rescatar al pueblo catalán de la garras de unos tiranos, pues pobrecito pueblo no sabe elegir adecuadamente a sus representantes políticos y por eso el gobierno central aniquilando de un plumazo la voluntad popular democráticamente expresada en el parlamento catalán les impone (ilegítimamente) nuevas elecciones. Lamentable el tratamiento informativo y el mensaje que se ha trasladado a la opinión pública española sobre la revolución pacífica y democrática de Cataluña desde los medios públicos estatales y también desde los privados, (aunque estos tengan derecho a defender sus legítimos intereses, aunque no a costa de tergiversar la realidad y sacrificar la verdad). Lo relatado por esos medios tiene muy poco parecido con la realidad.

Todo ello también vale para algunos medios de comunicación social de la Iglesia católica que en su línea editorial deberían ser más fieles a su seguidor, y en algunas tertulias ser más justos y tener por bandera, si no la comprensión sí al menos el respeto a la realidad no tergiversándola, la objetividad, la imparcialidad, una pluralidad ideológica real, el auténtico contraste de pareceres, etc. y no alinearse ni hacer seguidismo de aquel periodismo que, con la finalidad de criminalizar el proceso catalán porque no conviene a sus intereses, convierte la verdad en su principal víctima. Dichos medios, por representar lo que representan, deberían ser mucho más cuidadosos y ecuánimes en el tratamiento de la cuestión catalana. Quienes conocemos, no de oídas sino directamente sobre el terreno la realidad catalana, consideramos todo un lamentable esperpento lo vivido en los últimos tiempos en España en relación al tratamiento político y mediático que se ha hecho de la cuestión catalana desde un quizás nacionalismo centralista semiinconsciente. ¿Qué responsabilidad tiene en todo ello nuestra clase política? Verdaderamente en nuestros días estamos faltos de unos políticos de talla, una sociedad dirigida y gobernada por meros gestores de la cosa pública, políticos de aparador, ni mucho menos recios hombres de Estado… capaces de afrontar civilizada y racionalmente el problema. ¿Cómo contrasta el hacer de nuestros políticos actuales con nobles experiencias «políticas» desarrolladas en otras épocas?

¿La utopía es posible? ¿Hay utopías no realizables? ¿Es posible una sociedad ideal? ¿Cómo sería tal sociedad? ¿Cuáles serían sus características? En el tránsito de un estadio «salvaje» al estadio de «civilización» la humanidad sintió la necesidad de organizarse «políticamente» como una dimensión de su capacidad para establecer relaciones con otros seres de forma organizada y estable. Nadie puede vivir a su libre antojo, deben existir leyes y reglas que regulen la vida libre de los individuos. Sin embargo, contemplando la historia humana y el presente de la humanidad, una vida de paz, de respeto, de libertad, de no subyugación, de no dominación, de justicia para todos, de superación de egoísmos y violencias, ha sido y continúa siendo, por el momento, un imposible.

Ha habido épocas, sin embargo, en nuestra historia en las que se han hecho grandes esfuerzos para acercarnos a ella. Por ejemplo, en tiempos de la Grecia «clásica». Entre las demás naciones de su tiempo inmersas en regímenes despóticos, los griegos se consideraban un pueblo «político», regido por reglas convivenciales razonables y asumidas por sus ciudadanos. Atenas, experimentó un largo proceso de transformaciones políticas pasando por diversas formas de gobierno hasta llegar a constituirse en «democracia».

Platón (427–347 a.C.) aspiraba a realizar esa sociedad ideal. Intentó idear un Estado que tuviera un fin eminentemente moral y educativo. Consideró la «actividad política» como una de las más nobles entre la variada gama de actividades humanas. Para Platón la «política» era indisociable de la educación y ésta de la ética. Su finalidad: procurar la felicidad de todos los ciudadanos. Para él no hay Estado perfecto si no está constituido por los hombres perfectos y no hay hombre perfecto sin una vida política con instituciones que le permitan perfeccionarse. Platón aspiraba a construir una sociedad de ciudadanos felices. Una sociedad educada y formada. Orientada, dirigida y gobernada no por ciudadanos mediocres sino por los mejores, los «sabios-filósofos» (En la Grecia clásica el concepto de «sabio» era muy diferente al nuestro actual, «sabio» no era tanto el intelectual o erudito de su tiempo, sino aquél que había recorrido el camino y alcanzado por propia experiencia el verdadero conocimiento sobre lo que es la vida, la existencia, su finalidad y sabía conducirse adecuadamente en ella. En Platón el «sabio=el filósofo», es aquél que ha alcanzado el conocimiento verdadero, el conocimiento que de verdad importa, el que ha llegado a descubrir, contemplado, el Bien, la Verdad y la Belleza). Aquéllos que han llegado a descubrir lo que de verdad importa, aquéllos que han alcanzado el conocimiento de lo que en verdad es importante en la vida, es decir, qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal... y ponen su valioso conocimiento al servicio de los demás. A ellos compete trazar el diseño concreto del Estado ideal y dirigir su realización. En Platón el Estado debe ser un Estado «justo». Sólo pueden ser buenos gobernantes los «sabios=filósofos», que conocen lo que es la justicia. Los ciudadanos serán felices si son gobernados por las personas más «sabias» y «justas».

Platón se propone formar, mediante la educación y formación adecuadas, unos «gobernantes» ideales forjados con la más alta exigencia tanto en su dimensión personal como social. Exigencia y madurez cívica para gobernar no alcanzable antes de los 50 años. ¿Y qué decir de nuestros gobernantes actuales? Gran reto formativo y en su acción política el que les propone Platón. Ese es un espejo en el que nos podemos mirar. El listón se lo deja muy alto. Sin embargo, ¡cuánto trecho nos falta hoy todavía por recorrer! Entre los nuestros los hay de todo: con vocación y espíritu de servicio público, pero también algunos con intención de medrar y servirse ellos mismos de la política. Preparación, orientación, mirada amplia, rectitud, honradez, incluso virtuosismo personal... es lo que Platón les propone. ¿Realmente nuestros dirigentes políticos actuales, algunos de los cuales copan desde hace décadas las más altas esferas del poder central no tienen nada que aprender, nada de lo que enmendarse, nada que rectificar en el ambiente político generado mediante el cual la división de poderes queda difuminada, en entredicho, y la corrupción una práctica impúdica más que anecdótica, puntual o aislada, nada que transformar en el status quo que les mantiene de forma perenne en la "poltrona" del poder...? Para la reflexión: ¿Nuestros gobernantes actuales, están cerca o están lejos de tan noble ideal platónico?

PENSAMIENTO DE PLATON
Hacia una sociedad perfecta: Felicidad y justicia. Educación. Ética y Política. Gobernantes.

La «verdadera política, aquella que tiene por vocación modificar la sociedad modificando al ciudadano.

Planteamiento general:

  • Un verdadero Estado debe ser racional y éste debe procurar la felicidad de todos los ciudadanos.
  • Para Platón no hay Estado perfecto si no está constituido por los hombres perfectos y no hay hombre perfecto sin una vida política con instituciones que le permitan perfeccionarse.
  • El Estado platónico es, ante todo, una institución educativa.

Estado educacional:

  • El sistema educacional ideal de Platón está, ante todo, orientado a producir reyes-filósofos.  Es necesario que lo filosófico y lo político marchen juntos. Por eso dice que hasta que los filósofos no sean reyes o los reyes no sean filósofos, la comunidad no estará bien regida. Para él no hay Estado perfecto si no está constituido por los hombres perfectos y no hay hombre perfecto sin una vida política con instituciones que le permitan perfeccionarse. Para Platón la política forma parte de la ética. El Estado, en consecuencia, tiene un fin eminentemente moral y educativo.

Los gobernantes:

  • Sólo en la ciudad justa es posible educar hombres justos. Platón comprendió que la educación del hombre, y en especial del gobernante, es el único camino para llegar a conformar una sociedad justa. 
  • Esto sólo será posible si los gobernantes son sabios, esto es, filósofos que hayan logrado penetrar en el mundo de las ideas. El conocimiento de lo que en verdad es importante, qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal, no debe dejarse en manos de cualquiera, sólo el «filósofo» podrá responder adecuadamente a tales preguntas. Los ciudadanos serán felices si son gobernados por la persona más sabia y justa.
  • Las virtudes morales, son en definitiva las que deben regir el alma de los gobernantes para evitar que los mismos se desvíen y sean sometidos por bajas pasiones que los lleven a ser malos dirigentes.
  • Hasta que los «filósofos» no sean reyes o los reyes no sean «filósofos», la comunidad no estará bien regida.
  • El mejor gobierno posible es el del "Rey-Filósofo", que gobierna de acuerdo con las leyes.
  • El filósofo será el fruto más exquisito de la educación dada por el Estado: a él compete trazar el diseño concreto del Estado ideal y dirigir su realización.
  • Los gobernantes: Son los árbitros absolutos de la vida política, y sólo se justifican en el cargo si llegan a ser los más sabios. Sólo pueden ser buenos gobernantes los filósofos, que conocen lo que es la justicia, o los gobernantes que se conviertan en filósofos, es decir en sabios.

La selección de los mejores:

  • El proceso educativo empieza en el nacimiento y continúa hasta que esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y habilidades.
  • Para Platón la persona se hace justa en la misma medida en que tiene conocimiento del Bien, por lo tanto, quien tiene más conocimiento puede ser más justo, por ello los gobernantes deben tener amplios conocimientos para saber gobernar y para realmente hacer justicia.
  • Los filósofos, cuya virtud es la sabiduría o prudencia, son los únicos aptos para el gobierno de ese Estado justo.
  • Los gobernantes deben ser seleccionados entre los mejor dotados y estar sometidos, entre los 20 y 30 años, a una formación especial. Al final de su formación, llegan a ser filósofos casi perfectos, capaces de poner como fundamento del Estado la Verdad, la Justicia y el Bien.
  • Los que completan todo el proceso educacional se convierten en reyes-filósofos. Son aquellos cuyas mentes se han desarrollado tanto que son capaces de entender las ideas y, por lo tanto, toman las decisiones más sabias.

La vida griega era esencialmente una vida comunal

La vida griega era esencialmente una vida en comunidad. El hombre es un animal social por naturaleza, es decir, la sociedad organizada es una institución "natural". El hombre es un ser social que solo alcanza su perfección de modo comunitario, en la ciudad. La vida griega era esencialmente una vida comunal, vivida en el seno de la Ciudad-estado (polis) e inconcebible aparte de la Ciudad. Para Platón la ciudad responde a las necesidades humanas, porque ningún ser humano se basta a sí mismo y depende de los demás para la satisfacción de sus necesidades, por lo que hace falta una división del trabajo, en la que cada uno aporta su saber, experiencia y conocimientos de la vida cívica. Y para ello la «comunidad» se estructura en clases sociales, cada una de ellas con sus derechos, pero también con sus obligaciones.  Se trata de una organización política estrictamente jerarquizada. No todos los hombres están igualmente dotados por la naturaleza, ni deben realizar las mismas funciones. Será el proceso educativo el que vaya colocando a cada uno en su sitio.

En platón educación y filosofía van muy unidos. Platón consideraba que la «filosofía» es la fuente del saber para todo, maestra de lo que es bueno y justo tanto en la vida pública como en la vida privada. Los principios fundamentales de la filosofía platónica son: que el fin supremo de la existencia es la virtud, que la virtud es sinónimo de conocimiento, y que el intelecto, órgano del conocimiento, es el factor dominante en el hombre. Platón aplicó tales principios en sus tres diálogos políticos: "La República", "El Político" y "Las Leyes". El objeto de "La República" es combatir las ideas políticas de los sofistas, y criticar las costumbres políticas de los gobiernos griegos de su tiempo -democracias o monarquías- por su falta de virtud cívica. En "El Político" formula un sistema más compatible con la naturaleza humana: en este diálogo se inclina a pensar que el mejor gobierno posible es el del "Rey-Filósofo", que gobierna de acuerdo con las leyes. En "Las Leyes", concluye diciendo que en este mundo imperfecto un Estado con división y separación de los poderes es lo mejor que prácticamente puede realizarse.

Platón tenía mucho interés en la política. Llegó a la conclusión de que todos los Estados estaban mal gobernados y necesitaban profundas reformas. Lo malo de los estados existentes es que la educación ha sido equivocada. El "arte de la política" para Platón, se encuentra muy emparentado al concepto de educación. Piensa que la “política” es un conocimiento esencial para todos los hombres, y por tanto considera la “política” como un elemento más de la educación. Para él la “política” es el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento, "el arte de conducir a la sociedad humana". Esa “conducción” puede ser llevada a cabo mediante la obligación y la violencia, pero también a través de la voluntad de los hombres libres.

El poder debe recaer sobre los que saben. Mediante la educación y la adecuada selección propone construir el ideal del buen gobernante. Los «jefes políticos» deben ser especialistas en ciencia política. El político debe estar formado intelectualmente. La solución pasa por alcanzar, a través de una educación exigente, una vida sabia-filosófica y que los sabios-filósofos gobiernen la polis. La figura del «sabio-filósofo» era el perfil ideal para gobernar la ciudad porque tenía la capacidad de contemplar las ideas y, en particular, la del bien. Se trataba de formar al «sabio constituyente y legislador», un perfil de ciudadano que, además, no estaba seducido por el poder. Platón busca como finalidad, que el poder esté confiado a los «políticos», a los hombres probados, de edad madura y dotados de vastos conocimientos teóricos y al mismo tiempo de una gran experiencia técnica.

Considera que el «político» es aquél que conoce ese difícil arte de gobernar, de dirigir a los ciudadanos, destacando que lo que lo define no es su función, sino sus cualidades. Considera que muchas veces serán mucho más importantes cualidades, como la falta de ambición e intriga y que las virtudes morales, son en definitiva las que deben regir el alma de los gobernantes para evitar que los mismos se desvíen y sean sometidos por bajas pasiones que los lleven a ser malos dirigentes. "El gobierno será perfecto cuando en él aparezca la virtud de cada individuo, es decir, cuando sea fuerte, prudente y justo" (Platón, La República, libro VI). Sólo los más educados (los más preparados, los mejores, los que han alcanzado la calidad de sabios-filósofos) de la sociedad podrán ocuparse de regir la vida de los demás habitantes.

El Estado Ideal

La vida en sociedad era lo natural, pero ¿cuál es la mejor «organización política» para dicha sociedad?. En la República Platón se pregunta sobre el Estado Ideal. Su «República» es la propuesta de construir una sociedad perfecta basada en la racionalidad, en lo ideal. El Estado ideal de Platón se fundamenta en la justicia. Para Platón era evidente que ningún gobierno de los de la realidad encarna el principio ideal de la Justicia; pero lo que le interesaba a Platón no era ver lo que son los Estados empíricos, sino lo que el Estado debería ser. En la República se propone descubrir ese Estado Ideal, a cuyo modelo todo Estado real debería adecuarse en la medida de lo posible. Un verdadero Estado debe ser racional y éste debe procurar la felicidad de todos los ciudadanos. Su modelo de Estado está reflejado en el mundo de las Ideas. El hombre es por naturaleza un ser social. El Estado debe ser un reflejo de la naturaleza humana. La justicia ha de buscarse en el encaje entre Estado y ciudadanos. Platón nunca consideró la política como algo separado de la moral.  Para Platón el hombre no es individuo por un lado y ciudadanos por otro. El Estado platónico es, ante todo, una institución educativa. La vida griega era esencialmente una vida comunitaria. El hombre es un ser social que solo alcanza su perfección de modo comunitario, en la ciudad. El hombre es ciudadano, pertenece a la polis y sólo dentro de ella se desarrolla como hombre y se moraliza. El Estado es el único capaz de armonizar y dar consistencia a las virtudes individuales.

Estructura social: Las clases sociales. Organización jerarquizada. Platón diseña la estructura de su República ideal compuesta de tres clases sociales: los filósofos, los guerreros y los artesanos. Para Platón la sociedad ideal es aquella en la que cada clase social cumple la función que le corresponde. El Estado ideal, según Platón, se compone de tres clases, empezando por la más baja: Productores: compuesta por artesanos, campesinos, comerciantes... En ellos domina la parte apetitiva del alma, por lo que sus actos no están regidos por la razón. Tienen alma de bronce, y no deben intervenir en asuntos políticos ya que carecen de educación. Su virtud es la templanza. Guardianes: son los encargados de hacer cumplir las leyes y defender la ciudad. Comparten educación con los gobernantes, aunque abandonan la enseñanza antes que ellos. Tienen un alma de plata, predomina la parte irascible del alma y su virtud es la valentía. Gobernantes-filósofos: son las personas más justas, encargadas de la justicia en la ciudad, conocen la idea de bien y de justicia. En ellos predomina la parte racional, y tienen un alma de oro.

Las grandes clases sociales de la polis son, pues, los filósofos, que gobiernan; los guerreros, que defienden a la sociedad, y los artesanos, que trabajan. A ellos corresponden los tres tipos básicos de actividades: 1ª. Artesanos (actividades productivas). 2ª. Guardianes o guerreros (encargados de la defensa). 3ª. Gobernantes (actividad política y gobierno). Los artesanos: Ofrece los recursos suficientes para satisfacer las necesidades básicas mediante el trabajo productivo de bienes y servicios. Los guardianes o guerreros: Tienen como función defender la ciudad de posibles invasores, extranjeros o bárbaros, y también aplacar los conflictos internos. De esta clase saldrán los gobernantes (los mejores entre los guardianes). Su educación y preparación deben ser la propia de una élite, puesto que de ellos dependerá el buen funcionamiento de la ciudad. Las tareas de gobierno las realizaran los mejores. Los gobernantes: Son los árbitros absolutos de la vida política, y sólo se justifican en el cargo si llegan a ser los más «sabios». Sólo pueden ser buenos gobernantes los filósofos, que conocen lo que es la justicia, o los gobernantes que se conviertan en filósofos, es decir en sabios. El cuerpo social debe dejarse guiar por aquellos en quienes prima la razón, los filósofos.

Deben ser seleccionados entre los mejor dotados y estar sometidos, entre los 20 y 30 años, a una formación científica muy especial. Normalmente procederán de los guardianes perfectos, aquellos que, al final de su formación, llegan a ser filósofos casi perfectos, capaces de poner como fundamento del Estado la Verdad, la Justicia y el Bien. Han de esforzarse mediante una adecuada educación, en el ejercicio de la virtud y adoptar un compromiso educativo-político-moral (el prisionero que sale de la caverna tiene la obligación de retornar al interior y enseñar a los que no saben).

Así pues, la estructura económica del Estado reposa en la clase de los comerciantes. La seguridad, en los militares, y el liderazgo político es asumido por los reyes-filósofos. La clase de una persona viene determinada por un proceso educativo que empieza en el nacimiento y continúa hasta que esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y habilidades. Los que completan todo el proceso educacional se convierten en reyes-filósofos. Son aquéllos cuyas mentes se han desarrollado tanto que son capaces de entender las ideas y, por lo tanto, toman las decisiones más sabias. En realidad, el sistema educacional ideal de Platón está, ante todo, estructurado para producir reyes-filósofos.  Es necesario que lo filosófico y lo político marchen juntos. Por eso dice que hasta que los filósofos no sean reyes o los reyes no sean filósofos, la comunidad no estará bien regida. Para él no hay Estado perfecto si no está constituido por los hombres perfectos y no hay hombre perfecto sin una vida política con instituciones que le permitan perfeccionarse. Para Platón la política forma parte de la ética. El Estado, en consecuencia, tiene un fin eminentemente moral y educativo.

Un Estado justo

La «ética» conduce a la «política». Platón siguió los pasos de su maestro Sócrates, quien dijo haber "practicado la verdadera política", la que tiene por vocación modificar la ciudad modificando al ciudadano. El fin del Estado es la justicia: el cumplimiento del bien común para todos los ciudadanos. La República buscaba la justicia en el individuo y en el Estado. Los principios de la justicia son los mismos para el individuo que para el Estado. Un Estado justo es el que viene impuesto por la Idea del Bien. Sólo en la ciudad justa es posible educar hombres justos. Esto sólo será posible si los gobernantes son «sabios», esto es, «filósofos» que hayan logrado penetrar en el mundo de las ideas. Para Platón la persona se hace justa en la misma medida en que tiene conocimiento del Bien, por lo tanto, quien tiene más conocimiento puede ser más justo, por ello los gobernantes deben tener amplios conocimientos para saber gobernar y para realmente hacer justicia. En la República de Platón se trata de una utopía política en la que el gobierno pertenece a los filósofos. La clase de los gobernantes, son los «filósofos». Los «filósofos», sabios cuya virtud es la sabiduría o prudencia, son los únicos aptos para el gobierno de ese Estado justo. Para Platón el filósofo ha de ser el gobernante, o los gobernantes han de ser filósofos, ya que estos no buscan satisfacer su propio interés sino el de la comunidad. En el mito de la caverna se expresa claramente que el que consigue escapar y contemplar el sol de la Verdad, la Justicia y el Bien, debe volver a la caverna para guiar y enseñar a los que allí continúan. La tarea del gobernante consistirá en vigilar que este orden se mantenga, que cada parte cumpla su función y que cada individuo ocupe el puesto que por naturaleza le corresponde y reciba la educación adecuada a su posición en la sociedad. Platón comprendió que la educación del hombre, y en especial del gobernante, es el único camino para llegar a conformar una sociedad justa. La idea de Bien debe guiar al Estado y al individuo. El conocimiento de lo que en verdad es importante, qué es lo justo, lo injusto, qué es el bien y el mal, no debe dejarse en manos de cualquiera, sólo el «filósofo» podrá responder adecuadamente a tales preguntas. Los ciudadanos serán felices si son gobernados por la persona más sabia y justa. Sólo la persona bien instruida sabrá anteponer el bien de la razón, el bien del alma al del cuerpo.

El filósofo será el fruto más exquisito de la educación dada por el Estado: a él compete trazar el diseño concreto del Estado ideal y dirigir su realización. A los «filósofos» se les exige una dedicación a los asuntos del Estado. Todo en nombre del bien común…. Platón postula unos gobernantes austeros, ascéticos, marginados de los afanes económicos y de cualquier egoísmo, muy distintos de los aristócratas de antaño y de los oligarcas de cualquier ciudad antigua.  Los escogidos como candidatos o posibles gobernantes serán instruidos, no sólo en armonía musical y en gimnástica, sino también en matemáticas y en astronomía. Mas toda esta instrucción será una preparación para la Dialéctica, por la cual el hombre mediante el uso de la razón puede alcanzar el conocimiento del mundo inteligible y contemplar la Idea de Bien. Deben unir a su conocimiento del bien, el de lo bello y el de lo justo. Los hombres de Estado deberán estudiar la ciencia de la virtud en sus cuatro partes: templanza, fortaleza, justicia y prudencia.

Su plan educativo se divide en dos partes: la educación elemental, y la educación superior, destinada a aquellas personas selectas de ambos sexos que vayan a ser miembros de la clase gobernante, la cual se extenderá desde los veinte hasta los treinta y cinco años. Aquellos que a los cincuenta años hayan superado una serie de pruebas asumirán la autoridad y la administración sin otro fin que el bien público. Como se dice en el mito de la caverna, conocen la idea de Bien y pueden actuar sabiamente, además no buscan la gloria mundana, asumen el gobierno como una obligación, el prisionero liberado no desea volver a la caverna, además esta vuelta no es fácil y necesita un período de adaptación. Platón anhela que los gobernantes de la ciudad se transformen en los individuos más justos y sabios, o sea en filósofos, o bien, que los individuos más justos y sabios de la comunidad, es decir, los filósofos, se transformen en sus gobernantes. Los seleccionados pasarán gradualmente este curso educativo y los que al llegar a la edad de 30 años hayan dado pruebas satisfactorias recibirán la instrucción especial de la Dialéctica. Transcurridos cinco años de tal estudio se les enviará al interior de la caverna y se les confiará algún cargo, con el fin de que vayan adquiriendo la necesaria experiencia de la vida. Esta prueba durará quince años y los que la superen (que tendrán ya los 50 años) serán los responsables de la ordenación del Estado.  

Sólo en la ciudad justa es posible educar hombres justos. En su modelo ideal de polis el gobierno pertenece a los «filósofos», los únicos verdaderos «sabios». Gobierno, por tanto, monárquico o aristocrático, pero en el que la aristocracia es una aristocracia de la virtud y el saber vital, no de sangre. Los gobernantes no serán conducidos por la ambición personal, sino que se inspirarán en la contemplación del orden inmutable de las Ideas. El “mito de la caverna” lo expresa muy bien: los que consiguen escapar de ella y contemplar el sol (la Verdad, la Justicia y el Bien) deben “volver a la caverna” para guiar a los que allí continúan.

En definitiva, desde esa sociedad ideal se postula unos gobernantes que deben destacar por su sabiduría experiencial y prudencia, no conducirse por su ambición personal, ser austeros, ascéticos, marginados de los afanes económicos y de cualquier egoísmo, justos y cuya única preocupación sea el bien común... (tipología de dirigentes políticos griegos que sobrepasa en mucho la nefasta mediocridad de nuestra clase política actual, tan alejada de un deseable y coherente virtuosismo personal, más pendiente de los sondeos y encuestas de opinión y volcados en arañar algún voto, que de ser coherentes y consecuentes con la verdad). Ellos deberían ser los verdaderamente competentes, los únicos aptos, para el gobierno de un Estado realmente recto y justo.

Elaboración propia, a partir de materiales diversos

Ver también la sección: REGENERACIÓ DEMOCRÀTICA


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