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La «sabiduría» o el arte de vivir

Al igual que la materia del arquitecto es la madera y la del escultor el bronce, así la propia vida de cada uno es la materia del arte de la vida. (Epicteto)

El término «sabiduría» está asociado tanto a conocimiento profundo de la realidad como a compromiso con una vida auténtica.

Hoy la exaltación de la personalidad ha conducido a cotas asombrosas de necedad. Se exalta la fama, el dinero, la comodidad, la artificiosidad, las apariencias... se nos vende un cierto tipo de libertad, de progreso, de bienestar, de felicidad...

... de ahí la frustración, la insatisfacción vital, la alienación y la pobreza interior ...de ahí la necesidad de escapar de ese vacío interior que nos corroe...

Este vacío de nuestra civilización sólo se solventará cuando en ella la «sabiduría» se constituya de nuevo en eje de referencia.

Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la «visión». Cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la «sabiduría» y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el «amor». (Proverbio chino)

El «vivir», como «un arte de vida»

¿Cómo puede hallar el ser humano una manera sensata de vivir? Tomándose el «vivir» como «un arte de vida», como un camino para vivir en armonía y buscando lograr el pleno auto-desarrollo. Eh aquí la sabia receta que nos ofrece el emperador romano Marco Aurelio (121​-180 d. C.): Viviendo con filosofía.  Mi filosofía, nos dice, es preservar libre de daño y de degradación la chispa vital que hay en nuestro interior, utilizándola para trascender el placer y el dolor, actuando siempre con un propósito, evitando las mentiras y la hipocresía, sin depender de las acciones o los desaciertos ajenos. Consiste en aceptar todo lo que venga, lo que nos den, como si proviniera de una misma fuente espiritual.

En otras palabras, viviendo con «sabiduría» que es el camino por excelencia hacia la plenitud, y una fuente inagotable de inspiración en el complejo camino del vivir. Los «sabios» de la antigüedad buscaban comprender la realidad y orientarse adecuadamente en ella. Eran amantes de la «sophia», buscadores, ante todo, de la «sabiduría», pero una sabiduría de la vida, un tipo de conocimiento, no cosmético ni especulativo, indisociable de la propia experiencia cotidiana, y capaz de transformarla de raíz, un camino de liberación interior. Una ejercitación en la experiencia de un nuevo estado de saber y de ser, cuyos frutos son la paz y la libertad interior. Sabían que una mente clara y lúcida era en sí misma fuente de liberación interior y de transformaciones profundas.

Los «sabios» de la antigüedad comprendieron que el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos era el cauce por el que el ser humano podía llegar a ser plenamente humano.

Esos «sabios» fueron seres humanos comprometidos con la verdad. Comprendieron que el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos era el cauce por el que el ser humano podía llegar a ser plenamente humano. Y comprendieron también que la persona dotada de un conocimiento profundo de la realidad era, al mismo tiempo, la persona liberada, feliz, y el modelo de la plenitud del potencial humano. Eran custodios de una «sabiduría» imperecedera, que no está al albur de las modas intelectuales, una «sabiduría (sophia) perenne» comprometida con la búsqueda de un nuevo estado de saber y de ser», una «sabiduría» relativa a la consecución de una vida plena y liberada. Esos «sabios» nos abrieron la puerta a comprender que sólo el conocimiento profundo de uno mismo, arraigado en el conocimiento de nuestro lugar en el cosmos, puede ser fuente de plenitud y de verdadera y permanente transformación y que hay una relación íntima entre el conocimiento profundo de la realidad y el despliegue de nuestras potencialidades. Se trata de ejercitarse en una nueva forma de mirar la realidad y de estar en el mundo, buscando y dando respuesta a las cuestiones más básicas y radicales, como las de quién es el ser humano y cuál es su destino.

Un camino de liberación

Séneca afirmaba: “mientras vivamos, mientras estemos entre los seres humanos, cultivemos nuestra humanidad”.

La búsqueda de la «sabiduría» supone un camino de ejercitación interior que nos conduce hacia el fondo último de todo cuanto existe. Por ese camino no puede alcanzarse nada: la consigna es, simplemente, llegar adonde ya estamos y somos, y donde siempre estábamos y éramos. Nos abrimos a lo que es. Por eso, el camino no es el hacer, sino el ser.

Se trata de salir hacia nuestra verdadera esencia. Nuestra verdadera esencia es vacía, omnipresente, silenciosa y pura. No obtenemos nada para añadirle. Sólo despertamos. El camino hacia ahí pasa por una praxis que nos ayude a acceder a nuestro verdadero ser y experimentar confianza, alegría y certidumbre en el oscilar propio de nuestra cambiante vida. De este proceso surge un yo nuevo, fuerte, que vive a partir de ese fondo primordial.

Los hombres somos solamente un pestañeo en un universo intemporal. Adentrarse en ese reconocimiento representa un paso decisivo en el proceso de maduración de la humanidad. Se trata de incorporarse a la ley que rige el cosmos entero. Nuestra limitación no podrá comprender nunca lo ilimitado. Sólo podemos asombrarnos y sobrecogemos ante los milagros de la evolución y reconocer que, tal como somos, somos una manifestación de esa realidad de fondo, de ese fondo primordial que se expresa en nuestra figura. La disposición a abrirse al proceso de maduración y de integración requiere nuestra entrega a ese fondo primordial divino que todo lo envuelve y nuestra confianza en él, que es nuestra verdadera esencia.

Ese camino interior nos conduce a un conocimiento libre de opiniones y representaciones, a un conocimiento basado en la ausencia de codicia, de agresión y de ignorancia. La meta es la liberación: la liberación de todos los condicionamientos, de todas las cadenas, miedos e intenciones.

«Sophia perennis»: la sabiduría eterna (1)

Sobre la sabiduría

Desde el comienzo del tiempo fui fundada,
antes de los orígenes de la tierra.

Aún no había océanos cuando fui engendrada,
aún no existían manantiales ricos en agua;
antes de que estuvieran formados los montes,
antes de que existieran las colinas, fui engendrada.
Aún no había creado la tierra y los campos,
ni las primeras partículas del mundo.

Yo estaba allí
cuando colocaba los cielos,
cuando extendía el firmamento sobre el océano;
cuando sujetaba las nubes en lo alto,
cuando fijaba las fuentes subterráneas;
cuando imponía al mar sus límites para que las aguas
no se desbordasen.
Cuando echaba los cimientos de la tierra,

yo estaba junto a él, como aprendiz;
yo era su alegría cotidiana
y jugaba en su presencia a todas horas;
jugaba en su mundo habitado,
compartiendo con los humanos mi alegría.

(Proverbios 8,23ss)

Sophia perennis, la «sabiduría eterna», no es una religión. Es el plano que nos regala el acceso a la experiencia de nuestro verdadero ser. Es la esencia de todas las religiones, la experiencia de la realidad de la que provienen todas las religiones y hacia la que remiten todas las confesiones.

Sophia perennis es el reconocimiento del mensaje de salvación en el que se basan todas las religiones. Es la experiencia del fondo primordial del ser que se realiza como esta evolución racional inaprehensible, la «energía primordial» que configura todas las formas y estructuras y nos regala a los hombres la auténtica interpretación de nuestra vida.

Los hombres somos solamente un pestañeo en ese universo intemporal. Adentrarse en ese reconocimiento representa un paso decisivo en el proceso de maduración de la humanidad. Se trata de incorporarse a la ley cósmica. Pues lo que llamamos «Dios», «divinidad», «vaciedad», no está en el exterior, sino que se trata más bien de nombres para lo más íntimo del acontecer de la evolución, un acontecer que está más allá de todos los conceptos de tipo teológico o filosófico. No tiene una posición fija ni un lugar determinado. La única posición es el aquí y ahora en el que se manifiesta esa realidad primordial a la que hemos dado nombres tan distintos.

Sophia perennis sobrepasa toda confesión y llena al mismo tiempo toda confesión. Quien la ha experimentado puede regresar en todo momento a su tradición religiosa. Pero a partir de entonces la interpretará y celebrará de otro modo, pues la experiencia le habrá llevado al auténtico origen de lo que significa la fe.

Sophia perennis señala el camino hacia un conocimiento libre de representaciones, opiniones y conceptos. «Una tradición especial fuera de las escrituras, independiente de la palabra y de los caracteres de la escritura, que muestra inmediatamente el corazón del hombre», así reza una definición que da el zen de sí mismo.

Sophia perennis, la «sabiduría eterna», conduce a una vida en armonía con el fondo primordial del ser y nos familiariza con el auténtico significado de nuestra condición humana. Esta sabiduría la alcanzamos después de la profunda experiencia del fondo primordial intemporal.

(1) W. JÄGER: Sabiduría eterna. El misterio que se esconde detrás de todos los caminos espirituales.


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