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La formación de los primeros vínculos. Allí donde empieza todo

El esfuerzo de toda una vida puede emplearse en comprenderse a uno mismo. Existir significa encontrarse a si mismo.

Comprendiendo cómo llegamos a ser como somos.

El antídoto más eficaz contra la desesperación es sentirse querido por otra persona.

La relación madre-niño constituye el centro focal para la comprensión de la constitución y orientación del psiquismo humano. Lo que nos ocurre durante los nueve meses que van de la concepción al nacimiento moldea y conforma nuestra personalidad. Los seres humanos somos seres “necesitados”, necesitamos de los otros para sobrevivir. El apoyo de los otros es una necesidad biológica, una necesidad que no podemos eludir. El apego es una necesidad humana básica enraizada en la biología evolutiva y que perdura a lo largo de toda la vida.

Existe en los humanos la tendencia a desarrollar lazos afectivos significativos por parte de los bebés y sus cuidadores principales. Esta tendencia natural e inicial en la vida se va traduciendo en las conductas que van desarrollando los niños para conseguir proximidad de las figuras de apego. El apego, el vínculo capital para su supervivencia y desarrollo. El apego, un vínculo fundamental para sobrevivir física y emocionalmente. El apego contribuye a la supervivencia física y psíquica del sujeto, generando seguridad y facilitando el conocimiento del mundo.

El estudio del apego, de los vínculos humanos, de las relaciones entre padres e hijos nos arroja una gran luz sobre cómo llegamos a ser quiénes somos. Nos ayudan a comprender cómo las experiencias vividas o reales de un individuo a lo largo del ciclo vital y, particularmente, durante la infancia y adolescencia, influyen sobre su funcionamiento psíquico posterior y su narrativa autobiográfica. El sistema de apego se desarrolla a través de la internalización que los pequeños hacen de las experiencias con sus cuidadores, formando un protopito de comportamiento para futuras relaciones. Los estudios de los vínculos humanos más íntimos pusieron de manifiesto que el «apego» es un imperativo biológico que tiene sus orígenes en una necesidad evolutiva: el pequeño tiene necesidad biológica de protección corporal para sentirse seguro. Son los vínculos auténticos de la primera infancia los que en esencia nos conforman. Su estudio nos ayuda a comprender por qué esta relación es tan importante y clave para un desarrollo equilibrado y sano y para nuestra futura salud mental. Experiencias de abuso o maltrato durante la infancia predisponen a una persona a la vulnerabilidad. El niño va conformando modelos de respuesta internos (positivos o negativos según sea la experiencia vivida) que estructuran su manera de vincularse con el mundo y con los otros.

1. El vínculo primario: la relación madre-hijo

El análisis de la relación madre-niño constituye el centro focal para la comprensión de la constitución y orientación del psiquismo humano. Existe una literatura experimental y clínica cada vez más amplia sobre la formación del vínculo madre/hijo durante la gestación y las consecuencias que acarrea para el desarrollo psíquico del hijo. 

Relación madre-hijo

La conexión entre madre e hijo, el llamado vínculo primario, comienza en la gestación. Ahí es donde empieza todo. La vida intrauterina constituye nuestra verdadera escuela primaria. Además de la relación biológica, toda mujer encinta siente que ella y el niño no nacido intercambian sentimientos. Todo lo que la madre siente y piensa al estar embarazada se lo transmite a su hijo. Las actitudes y los sentimientos maternales dejan una marca en la personalidad del niño no nacido. Los estados emocionales maternos, sus estados de ánimo durante la gestación, pueden influir positivamente o negativamente en el desarrollo emocional del hijo. El feto percibe, siente, reacciona. El niño intrauterino es un ser humano consciente que reacciona y tiene una activa vida emocional. El feto puede ver, oír, experimentar, degustar y, de manera primitiva, incluso aprender in útero (es decir, en el útero, antes de nacer). El feto puede sentir... no con la complejidad de un adulto, pero siente. Éste es consciente, aunque su conciencia no sea tan profunda o compleja como la de un adulto. El niño intrauterino es sensible a matices emocionales excepcionalmente sutiles. Puede sentir y reaccionar no sólo ante emociones amplias e indiferenciadas, como el amor y el odio, sino también ante complejos estados afectivos más matizados, como la ambivalencia y la ambigüedad.

El niño no nacido es un ser consciente, que siente y recuerda, y, puesto que existe, lo que le ocurre, -lo que nos ocurre a todos nosotros- en los nueve meses que van de la concepción al nacimiento moldea y forma la personalidad, los impulsos y las ambiciones de manera significativa. Lo que un niño siente y percibe ya antes de nacer comenzará a modelarlo e influirá en sus actitudes y expectativas de sí mismo.  Si finalmente se ve a sí mismo y, por ende, actúa como una persona feliz o triste, agresiva o dócil, segura o cargada de ansiedad, depende en parte de los mensajes que recibe acerca de sí mismo mientras está en el útero. La calidad del vínculo entre la figura principal de apego y sus cuidadores influye en la forma en que la fisiología modela la receptividad del pequeño.

La principal fuente de dichos mensajes conformadores es la madre del niño.  Esto no significa que toda preocupación, duda o ansiedad fugaces que una mujer experimenta repercutan sobre su hijo. Lo importante son los patrones de sentimiento profundos y constantes que se van estableciendo, el sentimiento que se va instalando en el hijo a partir de los mensajes recibidos de la madre. La ansiedad crónica o una intensa ambivalencia con respecto a la maternidad pueden dejar una profunda marca en la personalidad de un niño no nacido. Emociones intensificadoras de la vida, como la alegría, el regocijo y la expectación, pueden contribuir significativamente al desarrollo emocional de un niño sano. Así pues, las circunstancias en las que somos concebidos, gestados, paridos, nutridos y criados conforman los patrones básicos de nuestra manera de ser, de nuestro sistema de creencias implícitas y de nuestro guion de vida.

2. El vínculo materno: naturaleza del vínculo

Nuestra historia empieza ya antes de nacer, se inicia en el vientre materno: esa historia es la que biológica y emocionalmente vive el feto durante su vida intrauterina. El vínculo con la madre es un vínculo antropológicamente irrenunciable. A lo largo de todo el embarazo se va tejiendo un intenso vínculo bio-psico-afectivo entre madre e hijo: un vínculo de naturaleza primaria que perdura tras el parto. La comunicación entre la madre y el feto a lo largo de la gestación es de naturaleza bio-psico-emocional y anímica. Ya en el vientre materno establecemos un fuerte, intenso, poderoso vínculo bio-psico-emocional con nuestra madre. Y posteriormente nacemos frágiles, necesitados, débiles y vulnerables, nos sentimos solos y desamparados y por tanto, de forma natural buscamos protección y seguridad. El niño tiene necesidad de esa protección y seguridad. Además de la necesidad de asegurar nuestra supervivencia biológica, función alimenticia, etc. la comunicación entre un bebé y su figura de apego es esencialmente de naturaleza emocional. En nuestros primeros años de vida los afectos son el principal «medio de comunicación» que tenemos para comunicarnos con nuestros cuidadores. Desde el principio de nuestra vida, los afectos son el medio y el contenido primordial de comunicación entre madre e hijo.

El «apego» es una conducta innata fundamental que tenemos los humanos para sobrevivir física y emocionalmente. El «apego» es una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos individuos, por medio de sus interacciones recíprocas…. Se trata de un vínculo afectivo que se extiende en el tiempo y tiene dos funciones básicas: obtener protección para asegurar la supervivencia, y adquirir seguridad emocional. El «apego» contribuye, pues, a la supervivencia física y al desarrollo psíquico del sujeto generando seguridad y facilitando la exploración del entorno. Su quiebra o deterioro puede acarrear consecuencias nefastas para el sano desarrollo psico-emocional del neonato.

3. El vínculo crisol del desarrollo humano

Los vínculos que establecemos con otros seres humanos constituyen el núcleo fundamental en torno al cual gira la vida de una persona. Son los vínculos de la primera infancia los que en esencia nos conforman. Su estudio nos ayuda a comprender por qué esta relación es tan importante y clave para un desarrollo equilibrado y sano y para nuestro futuro desarrollo saludable. A partir de esa relación fundamental el niño va conformando sus representaciones mentales que estructuran su vínculo con el mundo y con los otros.

El «apego» es una necesidad humana básica enraizada en nuestra biología evolutiva y que perdura a lo largo de toda la vida. El apego que sentimos por otros seres humanos se constituye en el eje vertebrador del desarrollo humano. El centro de nuestra vida, de la cuna a la tumba, gira en torno el tipo de apegos que construimos con los otros, a la calidad de los apegos que establecemos.  Los vínculos que establecemos en la primera infancia son los que primordialmente nos conforman. La relación que se establece entre un bebé y su principal cuidador es clave para su desarrollo físico, emocional e intelectual.

4. La calidad del vínculo

Una necesidad básica: el apego es una necesidad universal y primaria. El niño necesita de un cuidador para llegar a ser alguien y reconocerse como tal. El Apego (o vínculo afectivo) es una relación especial que el niño establece con un número reducido de personas, normalmente con los padres biológicos, especialmente con la madre ya que les une un lazo previo que se construyó durante el embarazo y que viene determinado genéticamente como método para asegurar la supervivencia del pequeño. El apego es un aspecto de las relaciones interpersonales, enfocado a la supervivencia. Es una conducta observable en la relación entre una madre y su cría. Es la relación especial que se entabla con alguien importante e irreemplazable, cuya pérdida es vista como una amenaza para la propia seguridad. La figura de apego actúa como una base que proporciona al niño seguridad para la exploración del mundo físico y social. La capacidad de utilizar a la figura de apego como base de seguridad se mantiene a lo largo de toda la vida.

La calidad de la relación madre-hijo, la calidad del vínculo establecido entre ambos, tanto durante la gestación como posteriormente tras su nacimiento, aparece como eje vertebrador del desarrollo bio-psico-emocional y social del nuevo ser humano. El psiquismo del bebé se va configurando gracias a las dinámicas sociales con las que empieza a interaccionar. El apego surge cuando se está seguro de que la otra persona, la figura principal de apego, estará ahí incondicionalmente, lo que facilita que aparezcan la empatía, la comunicación emocional y hasta el amor entre ambos. Una madre, padre o cuidador que sea poco receptivo o indiferente a las demandas y necesidades del pequeño puede alimentar la aparición de dificultades sociales, emocionales o de comportamiento, que pueden afectar al desarrollo físico y emocional de ese pequeño. Malcriar a un niño, es decir, criarlo mal, con poco respeto, pocos mimos, poco cariño, pocos abrazos, maltratarlo tiene efectos perversos para su desarrollo.  Por el contrario, jugar con él, consolarle cuando llora o cogerle en brazos ayudará a establecer una buena sintonía afectiva entre madre e hijo. El buen trato configura una evolución adecuada y la correcta funcionalidad del psiquismo. Las situaciones adversas al apego dan lugar a mecanismos defensivos. Un bebé sin apego se desconecta emocionalmente.

La calidad del vínculo, su continuidad, discontinuidad o ruptura tras el nacimiento conllevan consecuencias que se arrastrarán no solamente durante la infancia sino también en el transcurso de su desarrollo, incluida su vida adulta. Los niños que fueron institucionalizados antes de los tres años en centros de acogida o pasaron por diversas familias, es muy probable que no hayan tenido la posibilidad de haberlo establecido durante las etapas críticas y ello lleva consigo el desarrollo de un perfil psicológico peculiar. Entre adultos el apego es una relación de reciprocidad: la figura de apego es una persona con la que podemos contar y en quien podemos confiar, y en la que la otra también sabe que puede contar con nosotros. Alguien con quien nos sentimos cercanos, próximos, en sintonía.

5. Funciones del apego infantil

Durante los primeros años de vida mediante las conductas de apego el pequeño busca mantenerse cerca su cuidador con la confianza de que éste pueda detectar y responder a sus necesidades. El pequeño usa la figura de apego como base de seguridad. Desde esta seguridad es posible empezar a explorar el mundo físico y social. En la infancia, el apego permite sentirse seguro buscando en la figura de apego el bienestar y el apoyo emocional que necesita. Se resiste a la separación de su figura de apego, su fuente de seguridad, y protesta si ésta se produce puesto que la encuentra a faltar cuando la necesita. Es así como empieza a resquebrajarse la confianza en sus cuidadores. Durante la separación es probable que el niño desarrolle problemas de conducta o ansiedad. El sentimiento de seguridad (sentirse seguro física y emocionalmente) es más importante aún que el de la proximidad física.

Enumeremos algunos hallazgos esenciales relacionados con la centralidad de los vínculos de apego: El apego tiene sus orígenes en una necesidad evolutiva: es vital para la supervivencia y el desarrollo físico y emocional del bebé. El bebé debe aprender a adaptarse a las condiciones que le ofrece el cuidador. El cuidador debe excluir cualquier conducta que amenace la protección y seguridad que el pequeño necesita. Es fundamental la receptividad y sensibilidad de la figura de apego ante las señales del bebé. Las iniciativas de contacto del bebé deben llevar a respuestas de la madre previsibles y coherentes con sus necesidades.

Lo que determina la seguridad o inseguridad del bebé y su actitud ante sus propios sentimientos es sobre todo la calidad de la comunicación no verbal que se es capaz de establecer entre el pequeño y la figura de apego. La manera en la que esas interacciones no verbales tempranas se registran en el bebé como representaciones mentales y normas para procesar la información influye en el grado de libertad con que después el niño, el adolescente y el adulto es capaz de pensar, sentir, recordar y actuar. Los modelos adoptados en nuestros primeros vínculos se reflejan después no sólo en nuestros hábitos a la hora de sentir y pensar, sino también en nuestra manera de relacionarnos con los demás.

6. Modelos operativos internos

Desde su temprana infancia, cada individuo organiza progresivamente representaciones internas de los aspectos más importantes de las relaciones que establece con sus figuras de apego. Todo apego requiere de una interacción con los padres, esta interacción está teñida por el tipo de relaciones por ellos experimentadas. La propia historia de los padres termina por definir las formas de interacción con el bebé, que a su vez definen su comportamiento. Son sobre todo nuestros primeros vínculos los que determinan nuestra actitud hacia nuestros futuros lazos afectivos. A partir del tipo de relaciones que el niño va estableciendo con sus cuidadores principales, en su memoria se van conformando modelos de respuesta a esas relaciones, modelos que irán estructurando su tipo de vínculo con el mundo y con los otros. A partir de la respuesta de los padres, y más tarde de otras personas significativas, a nuestras necesidades, todos y cada uno de nosotros iremos construyendo representaciones internas de los demás y de nosotros mismos. Estas formas de comportamiento surgen a partir de representaciones mentales internalizadas, denominadas "estilos de apego". Y serán estos "modelos de funcionamiento interno" (MOI), los que nos harán reaccionar con un determinado patrón, que habremos interiorizado, ante las experiencias emocionales que la vida nos vaya deparando. Son mapas cognitivos, representaciones, esquemas o guiones que un individuo construye de sí mismo, sus figuras de apego y la relación entre uno y otro. Los MOI posibilitan a la persona el hecho de saber quiénes son las figuras de apego, dónde se pueden encontrar y cómo se puede esperar que respondan, en el sentido de cuan disponibles se encuentran al momento de ser necesitadas, ya sea ante el temor, el estrés o el desamparo. Una vez construidos, estos modelos representacionales de los padres y de la interacción mantenida con ellos, esos modelos de funcionamiento (generalmente inconscientes) tienden a persistir de manera más o menos estable a lo largo del tiempo y a operar a nivel inconsciente.

Un bebé responde a parámetros presentes en la realidad del entorno», pero a partir de los cinco meses responde a modelos mentales que han quedado cimentados en su joven memoria: los «MOI» (Modelos Operatorios Internos; en inglés: Internal Working Models). El bebé aprende muy pronto a extraer de su entorno una tipología de relación con sus cuidadores constituida, en sus primeros estadios de desarrollo, por los estímulos sensoriales-afectivos que le envía la madre. Tan pronto como esta forma de percepción y respuesta queda inscrita en su memoria, impregna en el niño un determinado sentimiento de sí-mismo. Es así como en el mundo íntimo del niño se va formando un modelo de sí mismo y un modelo del otro. Hay quienes crean como una coraza, como una puerta blindada, por experiencias pretéritas negativas. Si la madre maltrata al bebé o le manipula de forma brutal, el niño aprende a percibir de modo más agudo las mímicas, los sonidos y los gestos que anuncian el acto brutal. Experimenta el malestar desencadenado por la percepción de un indicio de comportamiento hostil y responde a él mediante reacciones de retraimiento, de evitación de la mirada y de mímicas tristes que expresan el humor sombrío que se desarrolla en él.

Más tarde, el niño maltratado, sin ser apenas consciente de ello sigue respondiendo de esa forma a esas representaciones aprendidas. Se resiste a los cambios e integra con dificultad las experiencias nuevas que podrían modificar sus modelos internos. Esos modelos o representaciones mentales se generalizan, guían y modelan la interacción con los otros. La autoestima, el valor de sí mismo, se construye dentro de esta ecuación intersubjetiva, con estos ingredientes relacionales primarios, en continua remodelación. La confianza en los demás depende también de estos modelos. Con lo cual nuestra respuesta a ciertos estímulos que se puedan presentar en el presente se puede explicar a la luz de ese tipo de experiencias pasadas. Gracias a que afortunadamente somos maleables, un niño que haya sufrido carencias puede realizar de forma tardía el aprendizaje de una seguridad afectiva de la que se ha visto privado, si posteriormente encuentra las personas y las condiciones adecuadas, ya que «el establecimiento unas relaciones más auténticas fuera del entorno insano de origen puede modificar los postulados del vínculo adquirido con anterioridad».

7. Reparando los vínculos maltrechos

Aunque son sobre todo los primeros vínculos los que determinan nuestra actitud hacia tales apegos, también somos maleables. Son los vínculos establecidos en los primeros estadios de nuestro desarrollo los que en esencia nos conforman, sin embargo, un auténtico vínculo terapéutico creado posteriormente puede actuar como crisol de un desarrollo saludable. Una gran parte del sufrimiento del ser humano está relacionado con el amor y la pérdida. En la infancia, la supervivencia del niño/a depende de sus cuidadores. Cualquier conducta de abuso o de abandono lo puede vivir como una amenaza a su vida y, por tanto, afectarle negativamente en sus relaciones.  Los efectos desfavorables del maltrato y abandono en la regulación emocional de estos niños/as se transfiere también a la edad adulta. Se ha visto que en todos nosotros las conductas de apego que se desarrollan en la relación con los cuidadores se repiten en las relaciones de pareja.

Según Bowlby el apego es un imperativo biológico que tiene sus orígenes en la necesidad evolutiva: el vínculo de apego con el cuidador o los cuidadores es de vital importancia para la supervivencia y el desarrollo físico y emocional del bebé. El cuidador debe excluir cualquier conducta que amenace la solidez del vínculo de apego. Lo que determina la seguridad o inseguridad del bebé -y su actitud ante sus propios sentimientos- es la calidad de la comunicación no verbal entre ambas partes.

ayuda A veces es difícil salir sólo de ciertas situaciones altamente estresantes. Todos necesitemos amigos que nos ayuden a afrontar la vida. El vínculo de apego del paciente con personas dispuestas a acompañar en el proceso de recuperación o de profesionales como los terapeutas puede ofrecer una base segura que facilita la exploración, el desarrollo y el cambio. El trabajo de la persona de confianza o el terapeuta consiste en ayudar a las personas necesitadas de apoyo a «reconocer, experimentar y soportar» la realidad de la vida, con todos sus placeres y sufrimientos. Si nuestros primeros vínculos fueron problemáticos, unas buenas relaciones posteriores pueden ofrecernos una nueva oportunidad, y quizá el potencial de amar, sentir y reflexionar con la libertad que surge de un apego seguro. El establecimiento de una relación auténtica asentada en la plena confianza con otra persona de la que nos fiamos puede resultar beneficiosa incluso terapéutica. El papel de esa persona de confianza dispuesta a ofrecer su ayuda o del profesional terapeuta es análogo al de una madre que ofrece a su hijo una base segura desde la que podrá restablecer los estilos de apego maltrechos. Una de las tareas fundamentales de todo proceso terapéutico es movilizar, explorar, revisar, actualizar e integrar los modelos operativos internos de un individuo incluyendo, fundamentalmente, aquellos que son inconscientes.

Vínculos transformadores. Así como la solidez del vínculo inicial de apego permitía el sano desarrollo del niño, es en última instancia el nuevo vínculo de apego con la persona en quien se ha depositado la confianza o el terapeuta el que puede propiciar el cambio en el paciente. Ese vínculo debe ofrecer una base segura para que el paciente se arriesgue a sentir lo que supuestamente no debe sentir y a saber lo que supuestamente no debe saber. En ese punto el papel del terapeuta consiste en contribuir a que el paciente desmonte los modelos de apego maltrechos del pasado y construya otros nuevos más positivos para el presente. Como hemos indicado, los modelos adoptados en nuestros primeros vínculos se reflejan después no sólo en nuestra manera de relacionarnos con los demás sino en nuestros hábitos a la hora de sentir y pensar. De la misma manera, el vínculo del paciente con el terapeuta tiene el potencial de generar nuevos modelos de regulación afectiva y de pensamiento, así como de apego. Dicho de otro modo, el vínculo terapéutico es un crisol en el seno del cual es posible un desarrollo saludable, dentro del cual puede transformarse de manera radical el vínculo del paciente con su deteriorada realidad interna y externa.

Elaboración a partir de materiales diversos

Ver también:

El apego o cómo llegamos a ser como somos

Secció: VIDA INTRAUTERINA

Secció: EL VINCLE AFECTIU


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