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Ideales y horizontes

La imaginación del ser humano puede llegar muy lejos. El ser humano puede aspirar a grandes metas o quedarse en nimiedades. Es capaz de generar en su mente grandes proyectos y luchar para realizarlos o quedar atrapado y ahogarse en el cenagoso mar de la mediocridad y la banalidad. Nos movemos en función de los ideales y horizontes vitales que somos capaces de gestar en nuestra mente. Pero éstos se engrandecen con el conocimiento de los ideales de otros o en contacto con trayectorias personales por las que nos sentimos atraídos. El descubrimiento de grandes ideales y amplios horizontes existenciales es una faceta importante de toda buena educación y constituye una parte esencial de la excelencia educativa.

En el mundo educativo en la práctica existe una «educación» y una «EDUCACIÓN» con mayúsculas. Esa Educación para "vivir" y no solamente para "saber" de la que venimos tratando en estas páginas es la que nos impulsa ahora a hablar de «ideales» y «horizontes vitales». Nuestras aspiraciones y expectativas están en función de los pequeños o grandes "ideales" que nos propongamos en nuestra vida. Una verdadera Educación nos estimula, nos motiva, nos impulsa a ir siempre más allá...

Cada época ha tenido su modelo de hombre: el santo, el héroe, el caballero, el místico, el artista, el poeta, el sabio. Hoy todos ellos han sido sacrificados por un tipo de cultura acomodaticia, muy extendida entre nosotros, proponiéndonos la pasividad y la acomodación al estatus quo como los dos pilares más evidentes del tipo de realización intelectual y personal que nos propone.

Frente a las propuestas acomodaticias, conformistas, banales e incluso a veces denigrantes que nos propone la sociedad actual en muchos aspectos, se impone ofrecer una contrapropuesta interesante, coherente, ilusionadora... La grandeza de las realizaciones humanas se puede medir por la inspiración y el alto concepto de las que nacen. Para llevarlas a cabo es importante partir de una lectura correcta de la vida y la realidad y procurar no confundirse. Nos lo indican las neurociencias: hemos de descubrir aquello por lo que realmente vale la pena vivir y focalizar nuestra atención y nuestro interés en aquello que realmente es importante en la vida y nos pueda llenar. Y todo ello al servicio de un nuevo tipo de ser humano, a fin de hacerlo más maduro y cabal y con un mejor desarrollo en su totalidad. Una buena Educación sin duda debe contribuir a ello.

 

Existe una leyenda entre los indios norteamericanos que cuenta cómo un bravo guerrero, en cierta ocasión, encontró un huevo de águila y lo puso en un nido de chochas, esas pequeñas aves zancudas tan frecuentes en aquellos lugares.

El aguilucho nació y creció con las chochas y terminó por ser una más entre ellas. Para comer no cazaba como las águilas, sino que escarbaba la tierra buscando semillas e insectos. Cacareaba y cloqueaba. Correteaba y volaba a saltos cortos, como las chochas.

Un día vio un magnífico pájaro, a gran altura, cuya silueta se recortaba en un cielo azul intenso. Su aspecto era majestuoso, aristocrático, real, imponente. -¡Qué pájaro tan hermoso! ¿Qué es?, preguntó la que era un águila cambiada, mientras sentía rebullir su sangre de un modo muy íntimo.

—¡Ignorante! ¿No lo sabes?, cloqueó el vecino. Es un águila: la reina de las aves. Pero no sueñes, nunca podrás ser como ella.

El águila cambiada lanzó un profundo suspiro nostálgico..., bajó la cabeza..., picoteó el suelo..., y se olvidó del águila majestuosa. Pasado el tiempo, murió creyendo que era una chocha.

A algunas personas les sucede como a esta pobre águila, inconsciente de su noble origen y de sus posibilidades. Han venido al mundo y hacen lo que ven que se hace a su alrededor, no se sienten llamados a nada grande. Cuando observan en otros algo digno de imitación (y suelen fijarse poco en eso), casi siempre lo ven como algo lejano e inasequible para ellos. No trascienden, no aspiran a más, se contentan con el aburrido transcurrir de la rutina de su entorno. No entienden de cosas grandes, de magnanimidad.

Sus pensamientos y sus respuestas son siempre mezquinos y calculadores. Pueden ser agudos, pero su lucidez (quizá su falta de lucidez) siempre está teñida de escepticismo. Son incapaces de pensamientos elevados o generosos, y piensan que quienes los tienen son unos ingenuos o unos falsos. Todo lo que hacen tiene el regusto de la mediocridad, incluso en la diversión.

Para prevenir y prevenirse en la educación contra esa desgraciada mentalidad, es preciso esforzarse por crear un clima estimulante, un sensato y equilibrado ambiente de sentimientos audaces, magnánimos e ilusionantes.

Enfrentarse con lo difícil, alejarse de la posición de mínimo esfuerzo, es algo propio de la virtud de la magnanimidad. Una virtud que los filósofos medievales definían como un razonable empeño en alcanzar cosas altas. Y una virtud que parece muy necesaria en la educación del carácter, porque el hombre empequeñecido difícilmente acierta a comprender las ventajas que supone la liberación de esa mediocridad que le atenaza.

Todos hemos de esforzarnos para que la mediocridad no se vaya adueñando de nosotros con el paso del tiempo. El apocamiento de ánimo es una sombra que, con el desgaste del transcurrir de la vida, puede acabar por manejarnos con sutileza, y lograr nuestra sumisión, sedando poco a poco nuestras esperanzas e ilusiones hasta hacernos casi subhumanos.

Además, no debemos olvidar que difícilmente alcanzaremos una meta más elevada que la que nos hayamos propuesto. Hemos de ser capaces de observar en nuestra vida esos brillos que nos arrancan de la mediocridad, de la rutina, de la monotonía. Descubrir luces en lo que a primera vista se manifiesta opaco.

La grandeza de ánimo también requiere un poco de estilo. Hemos de evitar lo mediocre y lo mezquino, más que condenarlo altivamente. Porque -como decía Jean Guitton- cuando la grandeza de ánimo se alía a la altivez suele quedarse sólo en altivez, que es un horrible defecto. Cuando la grandeza se expresa sin rebajar a nadie, sin sobreelevarse a sí misma, entonces es una magnanimidad noble y con clase.

Alfonso AGUILÓ PASTRANA, escritor de numerosos artículos y libros sobre educación. Revista Hacer Familia


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