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EN BUSCA DE LA «SABIDURÍA

MÁS ALLÀ DEL ESTUDIO, DEL SABER O DEL CONOCIMIENTO

Cada vez son más las personas de todas las edades que participan en procesos formativos. Muchos, jóvenes y no tan jóvenes, están a punto de finalizar un nuevo curso escolar tras unos largos meses de tenacidad y esfuerzo. Están concluyendo un nuevo periodo de estudio, de formación, en sus vidas. Cursos, lecturas, estudios, charlas y conferencias, talleres, visitas, salidas, viajes culturales… y todo ello para qué, ¿qué buscamos, qué perseguimos con ello?

A lo largo de esos meses habrán ampliado y renovado sus conocimientos, desarrollado sus capacidades, realizado infinidad de aprendizajes… pero más allá de cualquier aprendizaje y acreditación puramente  académicos se encuentran las preocupaciones cuotidianas, la calle, la vida,  y debería ser pensando principalmente en ella el sendero por donde debería transcurrir el quehacer educativo, eso que en algunos proyectos educativos de países en vías de desarrollo tan claro está:  una «educación para la vida».

¿Cuál es, pues, el balance que cada uno puede hacer después de tan prolongado período de esfuerzo y estudio? Qué hemos sacado en claro tras tanto esfuerzo intelectual durante esos meses, qué enseñanzas, más allá de los aprendizajes puramente académicos, habremos conseguido asentar, … y todo ello tendrá alguna repercusión, alguna aplicación y utilidad práctica en nuestra vida, más allá de su sentido puramente utilitarista? Tantos aprendizajes habrán aportado algo a nuestro enriquecimiento personal, habrán servido para acrecentarnos humanamente, para mejorar cualitativamente nuestras vidas?

Veamos a continuación uno de los objetivos que debería formar parte de cualquier “auténtica” educación para la vida y que en la práctica a menudo queda en el olvido.

LA SABIDURÍA: algo más que simple conocimiento

No nos referimos a la sabiduría entendida como el conjunto de volúmenes escritos por eruditos ni a la suma de los conocimientos científicos de un grupo de sabios, ni al conjunto de estudios que hayan podido cursar ciertos individuos. La sabiduría es un bien escaso en el panorama actual. A nivel global, la constante situación de conflictos, guerras y terrorismo puede atribuirse a una grave carencia de sabiduría, tanto de los que detentan y ostentan el poder. A un nivel más próximo, la gente ordinaria a menudo en el trabajo, en el hogar, en sus relaciones cotidianas hace gala de su usencia. Es cierto que muchas personas gozan de un respetable bagaje de conocimientos, pero sólo algunos de ellos son sabios o actúan con sabiduría.

El concepto de «sabiduría» ha significado cosas bien distintas para autores y épocas distintas (desde el conocimiento de Dios hasta un cierto “saber vivir”, eliminando el sufrimiento). Algunas veces se toma el concepto de sabiduría como una forma especialmente bien desarrollada de sentido común.  La «sabiduría» implica un cierto arte, una cierta habilidad en el laborioso arte de vivir, un «saber vivir», el arte de hacer bien las cosas, de manejar bien los sentimientos, de pararse en el lugar correcto en el momento indicado, de pronunciar la palabra precisa a la persona adecuada, etc. Por sabiduría se entiende el desarrollo integral de la persona, que incluye el intelecto junto a la intuición, la capacidad de análisis y de síntesis, llegar a usar indistintamente el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro y la capacidad de armonizar la inteligencia intelectual, emocional y espiritual.

La sabiduría aplicada a la solución de conflictos y de situaciones adversas, ya sea en el hogar, la empresa, los asuntos nacionales o mundiales, resulta ser la única vía eficaz. Los problemas personales y los del mundo necesitan análisis y acciones basadas en la sabiduría. De la misma manera que podemos llegar a adquirir mucho conocimiento mediante un proceso bien definido y a veces arduo, también podemos llegar a ser sabios o a practicar la sabiduría.

La sabiduría es la habilidad, desarrollada con la experiencia, el entendimiento y la reflexión, para discernir la verdad y practicar el buen juicio. Conocimiento profundo de la realidad. Grado alto de conocimiento. Conducta prudente en la vida. La sabiduría es una habilidad que se desarrollada con la experiencia  y la aplicación de la inteligencia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento sobre la realidad, nos capacitan para reflexionar  y nos ayudan en el discernimiento de la verdad, lo bueno y lo justo. Sabiduría y moral (valoración de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia) se interrelacionan entre sí dando como resultado un individuo que actúa con buen juicio. En la Sabiduría destaca el juicio sano basado en el conocimiento y  el entendimiento; es la aptitud de valerse con éxito del conocimiento y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros o alcanzar ciertas metas. Algunos definen la sabiduría en un sentido utilitario, como una forma de prever las consecuencias y actuar para maximizar el bien común a largo plazo.

¿CÓMO LLEGAR A ELLA?

Cómo se llega a ese estado mental o emocional, que partiendo de los datos, éstos se convierten en «información», que a su vez pueden llegar a convertirse en «conocimiento» y finalmente con ciertas cualidades devienen en «sabiduría». A partir de ahí, el aplicar esa sabiduría a la resolución de conflictos y situaciones adversas es un paso relativamente fácil.

La secuencia de menor a mayor es: datos, información, conocimiento, entendimiento y sabiduría. Según R. Ackoff, un teórico de sistemas y cambios organizativos, el contenido de la mente humana puede clasificarse en cinco categorías:

  1. DATOS: símbolos
  2. INFORMACIÓN: datos procesados para darles significado, para que sean útiles y respondan a "quien", "qué", "donde" y "cuando".
  3. CONOCIMINETO: la aplicación de los datos y la información. Responde al "cómo"
  4. ENTENDIMIENTO: Apreciación del "por qué". Es un proceso analítico y cognitivo. La diferencia entre entendimiento y conocimiento es equivalente a la diferencia entre aprendizaje y memorización.
  5. SABIDURÍA: entendimiento que ha sido evaluado para una nueva situación.

Ackoff indica que las cuatro primeras categorías tienen relación con el pasado, con lo que ha sido y lo que se conoce. Sólo la quinta categoría, la sabiduría, tiene que ver con el futuro porque incorpora la visión y el diseño de algo. Con la sabiduría, las personas pueden crear el futuro en vez de quedarse sólo en la comprensión del presente y del pasado.

Sin embargo adquirir sabiduría no es fácil y es preciso recorrer sucesivamente las anteriores categorías. La sabiduría, a diferencia de los cuatro niveles previos, plantea preguntas para las que no existe una respuesta fácil. La sabiduría es un proceso por el que podemos discernir entre lo que está bien y lo que está mal y actuar en consecuencia, es decir convertirlo en sabiduría aplicada.

La base de la sabiduría reside en la apreciación que el individuo tiene del mundo que le rodea, lo que conduce al sabio a ver incluso las adversidades como expresiones positivas de un mundo armónico. La inteligencia, en cambio, es la utilización del conocimiento como instrumento para dominar y modelar el mundo. La sabiduría implica amplitud de conocimiento y profundidad de entendimiento, que son los que aportan la sensatez y claridad de juicio que la caracterizan. El hombre sabio ‘atesora conocimiento' y así tiene un fondo al que recurrir. Aunque la “sabiduría es la cosa principal”, el consejo es: “Con todo lo que adquieres, adquiere entendimiento”. El entendimiento (término amplio que con frecuencia abarca el discernimiento) añade fuerza a la sabiduría, contribuyendo en gran manera a la discreción y la previsión, (cualidades que también son características notables de la sabiduría). La discreción supone prudencia, y se puede expresar en forma de cautela, autodominio, moderación o comedimiento. El hombre “discreto” edifica su casa sobre la masa rocosa, previendo la posibilidad de una tormenta; el insensato la edifica sobre la arena y experimenta desastre.

Para obtener la sabiduría es necesario desearla. La sabiduría se puede adquirir por consejos o por el ejemplo de otros. La sabiduría es un atributo del ser humano, que le permite tomar decisiones justas y perfectamente equilibradas.

La sabiduría es fruto de la memoria a largo plazo: lo vivido ha de haberse experimentado con suficiente frecuencia y profundidad como para que no se borre de nuestro recuerdo, se inserte en nuestros esquemas de comportamiento y se tome en cuenta en nuestra futura forma de actuar. La sabiduría es con frecuencia considerada como un rasgo que puede ser desarrollado por la experiencia, pero no enseñado. Cuando se aplica a asuntos prácticos, sabiduría es sinónimo de prudencia.

APRENDIENDO DE LAS GRANDES TRADICIONES CULTURALES

La cultura contemporánea limita la importancia de la sabiduría y de la intuición, sin embargo la sabiduría o la prudencia son virtudes reconocidas en fuentes culturales, filosóficas y religiosas tradicionales. Algunos términos procedentes de la cultura hebrea y griega relacionan el concepto de “sabiduría”  con “trabajo eficaz”, “sensatez”, “discreción” o “sabiduría práctica”.

Las reflexiones siguientes querrían recordar el peso que las grandes civilizaciones del Oriente Medio y las culturas mediterráneas de Grecia y de Roma han ejercido y ejercen en el Occidente moderno. No se trata en absoluto de un hecho histórico desconocido. Conocemos la historia de estas culturas. En la práctica, sin embargo, a la hora de juzgar y de resolver situaciones personales concretas, a la hora de elaborar leyes de dimensión social o de tomar decisiones inmediatas que afectan a la orientación del país, a la hora de establecer valores y prioridades de alcance colectivo, no siempre tenemos en cuenta el fondo cultural más valioso que nos viene de las grandes civilizaciones.

Se trata de una «SABIDURÍA» fundamentada sobre la observación del mundo circundante, sobre la experiencia de la vida, sobre las leyes de la naturaleza, sobre la realidad humana; sobre las relaciones entre las personas y sobre los contactos sociales. Una sabiduría fruto de una atención curiosa que explora las realidades concretas y que aspira a penetrar lo mejor posible la complejidad de la naturaleza, constatar sus ritmos y sus leyes.

No se trata, sin embargo, solamente de una curiosidad intelectual, de un conocimiento teórico que satisface la mente del especialista. Es una sabiduría que busca deducir los principios que permiten controlar los acontecimientos y que investiga y formula cuáles son las normas de comportamiento más eficientes y más útiles para una vida armoniosa y feliz. Se trata en el fondo de una sabiduría de la vida, de un juicio madurado en la experiencia y en la reflexión. Una sabiduría que al mismo tiempo supone la pericia en la realización del propio trabajo y, por lo tanto, una sabiduría que pide un compromiso serio en el ámbito y en la orientación de la propia existencia.

Es la capacidad adquirida para superar las situaciones adversas, para saber actuar siempre con prudencia. El «sabio» aspira a la felicidad durante su vida sobre la tierra, una felicidad que se encuentra en la misma actitud de búsqueda y en el gozo de conocer, de entender, de saber.

El ideal de la sabiduría es el de promover las cualidades humanas y conducir al individuo a un conocimiento más rico que lo lleve a superar el propio nivel de vida, es decir a aumentar su riqueza personal. El sabio no es el que se limita a una repetición de gestos y a un trabajo mecánico o a un pensamiento inmóvil sino el que aprende y conoce las leyes que gobiernan la vida, a captar la complejidad de las relaciones humanas y que domina los principios de un oficio, las normas de una técnica o bien los preceptos de la buena administración.

El objetivo de la verdadera educación no debería ser la acumulación de conocimientos, sino la «sabiduría». El conocimiento se va perdiendo con el tiempo, mientras que la sabiduría nunca se olvida, porque está anclada en la práctica y la experiencia. Dicho de otra manera, el conocimiento que absorbemos es mero conocimiento, mientras que el conocimiento aplicado se convierte en sabiduría.

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