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Cultura de la muerte: un engranaje casi perfecto

Cuál es el mayor “bien” del cual pueda disfrutar cualquier especie? La propia fuerza biológica de su autoreproducción y la capacidad de perpetuarse en el tiempo. En nuestra especie la vida humana debería constituir el” bien” más preciado que existir pudiera.  El derecho a la vida es el primer y fundamental de los derechos, de cualquiera de nuestros congéneres, previo a cualquier otro derecho.  “El derecho a la vida es el Derecho Supremo, como lo ha calificado el Comité de Derechos Humanos, porque sin su garantía efectiva todos los demás derechos carecen de significado y de razón de ser” ( R. Zapatero). Además la vida humana tiene en sí misma una dignidad que cada congénere ha de reconocer y respetar en el otro y que por tanto la mayor justicia y solidaridad de la humanidad con cualquiera de sus congéneres consiste en valorar, apreciar, estimar, cuidar y proteger esa vida humana para ayudarle a salir adelante. anto nadie tiene derecho a violar. Lo propio de un estadio de civilización verdaderamente avanzado es el reconocimiento de esa dignidad y valor que encierra cualquier vida humana independientemente de la fase de desarrollo en que se encuentre, y por tanto en eso consiste el verdadero progresismo civilizatorio, lo contrario es situarnos más cerca de las cavernas que de un verdadero progreso civilizatorio. El respeto incondicional a la vida humana en toda situación supone un gran logro que debiera ser definitivo en la historia de la Humanidad. Lo verdaderamente culto es respetar incondicionalmente la vida humana. A este alto grado de cultura habíamos llegado.

Según Malthus, la población tiende a crecer más rápidamente que la oferta de alimentos disponible para sus necesidades. Malthus sostenía que ya que el aumento de la producción de alimentos obedece a una progresión aritmética y el crecimiento del número de seres humanos lo hace según una progresión geométrica, el control natural (el que define la muerte prematura, por medio de guerras, epidemias y hambrunas) debe de ser considerado positivamente. Si se quiere evitar la necesidad de ese control natural habría de proceder a limitar de forma voluntaria el crecimiento demográfico, no asistiendo al control de natalidad (contrario al pensamiento anglicano del autor) sino al retraso de la edad nupcial o incluso a la continencia sexual. Por otra parte, ciertas corrientes de pensamiento actuales y el feminismo radical tienen una particular forma de entender el progreso; el “progreso” es contrario al excesivo crecimiento demográfico, sostienen.  Según esto, progreso y crecimiento demográfico van a la greña. ¿Pero qué entienden esas corrientes por “progreso”? Por tanto, siguiendo esa lógica, el mejor remedio para garantizar ese peculiar”progreso” consiste en el control de la natalidad. Además, ese feminismo radical a nivel mundial está  intentando avanzar en la dirección de modificar y crear nuevas leyes que no subordinen los derechos singulares de la mujer a otros intereses ajemos a ella.

La conjunción de las políticas de control de la natalidad con los llamados derecho a la salud sexual y reproductiva de las mujeres, entre ellos el derecho al aborto presentado como signo del más reciente avance civilizatorio, nos llevan  a escala planetaria a una perversa agenda para la humanidad que tiene por finalidad restringir el derecho a la vida de muchísimos seres humanos concebidos pero que van a ser eliminados antes de nacer. Toda una nuestra de altruismo, de generosidad, de justicia, de solidaridad propia de una especie llamada “humana”. Conviene recordar a este respecto que el primer país europeo en legalizar el aborto fue la Unión Soviética de Lenin. Hitler utilizó el aborto legal como parte de sus políticas racistas (desde 1933) en Alemania y en la Europa sometida, donde el aborto fue legalizado para los no arios, mientras era severamente castigado para los pertenecientes a la «raza de los señores». Después de la guerra, Stalin forzó legislaciones abortistas en los países sometidos al yugo soviético. Más tarde, también los países occidentales introdujeron legislaciones semejantes bajo la presión de ideologías individualistas y materialistas. La realidad es que no podemos hablar de auténtico progreso humano si se cuestiona lo más fundamental para el hombre, que es su propia vida. Por eso planteamos una auténtica cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. Afortunadamente estos mecanismos puestos en marcha están encontrando algunas instituciones que denuncian tan perversa estrategia.

A continuación presentamos un extracto del artículo aparecido en el suplemento semanal de ABC, Alfa y Omega en el cual se pone de relieve y se denuncia la conjunción de tales tendencias necrófilas en el seno del pensamiento moderno actual.

 

Así se actúa contra la vida y la familia

Hace poco, han coincidido dos hechos que, a primera vista, parecen tener poco que ver: la Cumbre del Clima de la ONU en Copenhague, y el inicio del juicio contra Irlanda, en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por su legislación abiertamente provida. La experiencia y los pronunciamientos de los últimos meses sobre el cambio climático hacen que sea fácil sospechar que, en ambos casos, se acabará apuntando a la misma solución: más control de la natalidad, es decir, anticoncepción y aborto. ¿Hasta qué punto influyen las instituciones internacionales en cómo se trata a la vida y la familia en cada país?

Se están denunciando los intentos, por parte de entidades internacionales, de extender una cultura anti-vida y anti-familia en los países en vías de desarrollo. No se trata de algo circunscrito solamente a África. Doña Julia Regina de Cardenal, una de las mayores defensoras de la vida en El Salvador, explica a este semanario que « el mes pasado hubo un huracán que dejó a miles de damnificados. Para resolver problemas que ocasionan desastres naturales como éste, la representante del Fondo de Población de la ONU en El Salvador propone la planificación familiar y consideraciones de género en las políticas encaminadas a luchar contra el cambio climático».

No es la intención de este semanario denunciar todos los intentos de imponer a otros países prácticas como el aborto, la anticoncepción, la promoción de la homosexualidad o la educación sexual basada en la pura genitalidad. Casi no hay semana en que no se produzcan, y casi siempre en nombre de los derechos humanos.

¿Qué derechos humanos?

A pesar de sus buenas intenciones, el hecho de que no se haya explicitado el fundamento teórico de la Declaración de Derechos Humanos, ratificada en la ONU en 1948, ha tenido como resultado que la forma de interpretar estos derechos pueda variar según las circunstancias. Sucedió eso, por ejemplo, a finales de los 60 y en los 70, con la irrupción de los movimientos feministas y la revolución sexual. Los defensores de las políticas antinatalistas vieron las ventajas que podría tener una alianza estratégica con los promotores de la liberación de la mujer. Era una gran oportunidad después de que los horrores de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo, ocurridos unas décadas antes, hubieran acabado con la buena fama del movimiento eugenésico, que, además de la Alemania nazi, había triunfado también en Estados Unidos, Inglaterra y otros países, de la mano de personajes como Margaret Sanger (más tarde fundadora de Planificación familiar) y Marie Stopes, que da nombre a otra gran multinacional de la anticoncepción y el aborto.

En 1974, el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos redactó un documento secreto manifestando su preocupación porque «los actuales factores de población en los países menos desarrollados» suponían «un riesgo político e incluso problemas de seguridad». Para reducir el riesgo sin despertar sospechas, proponían «poner el énfasis en el derecho de los individuos y las parejas a decidir libre y responsablemente el número y el espaciamiento de los hijos». Ese mismo año, la ONU calificó el derecho a la planificación familiar como una cuestión principal y, cinco años más tarde, su Asamblea General aprobó la Convención para la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer (CEDAW), ignorando que en 1967 ya se había firmado una declaración similar centrada en el derecho al voto, a heredar, a estudiar y trabajar, etc.

Vinieron luego las Conferencias internacionales de El Cairo (sobre población y desarrollo, en 1994) y Pekín (sobre la mujer, en 1995), donde de la planificación familiar se pasó a los derechos sexuales y reproductivos. Gracias al trabajo de la Santa Sede y de algunos países, se indicó explícitamente que el aborto no está incluido en ellos, pero no todos piensan así. Hilary Clinton, Secretaria de Estado estadounidense, reconoció al poco de tomar posesión que, para la Administración Obama, «salud reproductiva incluye el acceso al aborto» y que iban a luchar por promoverlo. Para ello, la Secretaría de Estado ha creado una Oficina Global de Asuntos sobre las Mujeres. Otro problema es -explica doña Regina, defensora salvadoreña de la vida- el Protocolo Facultativo del CEDAW, con «un comité de 23 expertas que piden a los países con legislaciones provida y profamilia que se legalice el aborto, la unión entre personas del mismo sexo, la prostitución, y hasta que se elimine el día de la madre».

Otra pista sobre los verdaderos motivos del movimiento por el control de natalidad es la actuación del Fondo de las Naciones Unidas para la Población. La mayoría de las veces sigue la estrategia feminista marcada en los 70, pero, si ha de elegir entre el antinatalismo y la libertad, la última se queda en la cuneta. Es conocida, por ejemplo, su complicidad con la política de un solo hijo en China, que implica multas y abortos y esterilizaciones forzosos a las familias infractoras. Por este motivo, la Administración Bush dejó de financiarlo en 2001, pero, en cuanto Barack Obama llegó al poder, destinó 50 millones de dólares a la agencia, si bien, supuestamente, no se van a utilizar en China, donde estas violaciones de los derechos humanos se siguen produciendo.

Sin embargo, ni el UNFPA ni los responsables de implantar el CEDAW son los únicos miembros de la ONU implicados en la promoción de esta agenda. Al contrario, ésta ha sido ya asumida por todas sus agencias y organismos, incluidos la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF; hasta el punto de que estos dos, por ejemplo, recomiendan el uso de aspiradores manuales para practicar abortos fáciles y rápidos.

Opresores y oprimidos

La promoción del aborto no es el único punto del Orden del día, en la agenda de los lobbies internacionales. La Conferencia de Pekín, con los derechos sexuales y reproductivos, consolidó como cosmovisión de los distintos organismos internacionales la ideología de género, que separa el sexo biológico del género o rol social adquirido; y el placer sexual del compromiso, la procreación o la familia. Así, cualquier deseo -aborto, relaciones homosexuales, divorcio, etc.- se convierte en derecho; y quien se oponga a esta visión, es un opresor.

No es baladí subrayar, al llegar aquí, el papel que juega la dialéctica marxista. Empezó el feminismo hablando de la guerra de sexos como una guerra de clases, y de la familia como primer lugar de opresión de la mujer. La ideología de género lo aplica también a homosexuales y transexuales, oprimidos por la mayoría heterosexual. Así, el derecho a no ser víctima de discriminación abre la puerta a las presiones para que se cree la figura del mal llamado matrimonio homosexual. Países tan distintos como Nigeria y Australia han recibido, en este año, presiones en este sentido por parte, entre otros, de Amnistía Internacional.

El discurso de opresores y oprimidos se ha aplicado de igual modo a la naturaleza por parte del ecologismo radical, basándose en amenazas más o menos reales como el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación, el agujero de la capa de ozono o el calentamiento global. Gaia, la Madre Tierra, es, en definitiva, víctima de la explotación; y el explotador, el ser humano. Y UNFPA propone -lo hizo el pasado noviembre en un informe- la misma solución antinatalista que se propuso para blindar la seguridad de los ricos: anticoncepción y aborto. Esta teoría ha llegado hasta el punto de acusar de irresponsabilidad -como hizo en febrero el Presidente de la Comisión de Desarrollo Sostenible de Gran Bretaña- a las familias que tienen más de dos hijos.

También en Europa

Las presiones en contra de la vida y la familia no se producen sólo desde los países desarrollados a los subdesarrollados, sino que aquellos también pueden sufrir presiones. En este caso, uno de los principales agentes es la Unión Europea y sus instituciones, y las víctimas, países como Polonia e Irlanda por tener leyes restrictivas sobre el aborto, o Lituania, por prohibir que en los colegios de su país se promocionara la homosexualidad. El Parlamento europeo se planteó incluso un procedimiento que podría haber llegado a expulsar a este último país de la UE, aunque al final sólo emitió una condena que, sin ser vinculante, puede servir de munición a los activistas radicales.

El intervencionismo de las instituciones europeas alcanza niveles alarmantes. Sólo en el mes de noviembre, el Consejo de Europa debatió un proyecto que obligaría a sus 47 miembros a permitir a los homosexuales adoptar y acceder a la reproducción artificial, y ha estado elaborando una resolución para limitar la objeción de conciencia de médicos y centros sanitarios ante el aborto; y la Comisión Europea ha amonestado al Reino Unido por introducir, en su proyecto de ley contra la discriminación, una cláusula que permitiría a las organizaciones religiosas no contratar a homosexuales.

David contra Goliat

¿Sería posible esta ofensiva sin la complicidad de poderosos lobbies? Compleja pregunta. El hecho es que los lazos, sobre todo económicos, entre unos y otros son una maraña muchas veces difícil de descifrar: los gigantes del aborto y la anticoncepción a nivel internacional -IPPF, Marie Stopes International, IPAS, etc.- reciben enormes sumas tanto de Gobiernos de distintos países como de instituciones internacionales -119 millones de dólares en 2008, en el caso de IPPF-. A la vez, los informes de estas organizaciones se convierten en la principal fuente de información e iniciativas de los organismos internacionales. También financian estos proyectos entidades filantrópicas como las fundaciones Rockefeller, Ford o Bill Gates.

Otros protagonistas son algunas organizaciones locales «de feministas radicales, lésbico homosexuales, de prostitutas, etc. -explica desde El Salvador la señora De Cardenal, líder provida-. Los organismos internacionales los financian para que utilicen problemas reales de la sociedad, retorciéndolos. Son expertos en la manipulación de sentimientos loables y en confundir a la opinión pública».

Afortunadamente, este mecanismo, en apariencia imparable, está encontrando algunos obstáculos en su camino. Estas piedrecillas son observatorios como C-Fam o el Population Research Institute, que investigan y sacan a la luz estas estrategias; o iniciativas políticas como Acción Mundial de parlamentarios y gobernantes por la vida, que agrupa a políticos de diversos países y distintos partidos que colaboran para ponerles freno. Incluso pequeñas entidades provida, con muchos menos recursos que sus oponentes, han conseguido éxitos como frenar la venta libre de la píldora del día después en Argentina. El camino -explica doña Regina- es denunciar públicamente, sin fanatismos y con pruebas [las estrategias antivida]; informarse de las iniciativas en defensa de la vida y la familia de otros países; y unirse estratégicamente a otras organizaciones afines».

Algunas confesiones religiosas, en el punto de mira de la perversa estrategia

Su defensa de la dignidad humana y su oposición a las políticas anti-vida y anti-familia las convierten en blanco fácil de ataques y acusaciones. La presencia de la Iglesia católica y sus entidades en países subdesarrollados sirve de freno en ocasiones para la agenda anti-vida y anti-familia del UNFPA. Donde no hay una presencia católica fuerte, estos proyectos se centran sólo en el aborto y la anticoncepción, mientras que, donde hay católicos, se buscan con ellos proyectos de consenso, más relacionados con la auténtica ayuda al desarrollo, como educación, alimentación y atención sanitaria. En el fondo, la ONU y su voluntad de moldear a su gusto los derechos humanos se relacionan mucho más a gusto, aunque la relación sea más discreta, con las hasta 14 entidades interreligiosas que colaboran con ella y que, con el pretexto de fomentar la unidad entre las religiones, parecen más bien promover un credo ecléctico y relativista, vinculado al ecologismo radical.

De mentiras y otras estrategias

El método favorito de los promotores de la cultura de la muerte a nivel internacional, cuando pueden hacerlo, son los informes negativos contra países que no se pliegan a sus intereses y dejar que el miedo a recibir ayudas internacionales haga lo demás. Por ilegalizar el aborto, por ejemplo, la ONU ha acusado a Nicaragua hasta de violar la Convención contra la Tortura. Este país también sufrió amenazas directas, desde países como Finlandia y también desde la Unión Europea, de retirarle las ayudas si no accedía, y Suecia lo hizo.

Otro gran mito es el de la muerte materna: se aduce que, si el aborto no se legaliza, muchas mujeres sufrirán graves secuelas o morirán por abortos inseguros. Paradójicamente, el IPPF, gran defensor de este argumento, ha tenido que reconocer el incremento de las muertes maternas en Sudáfrica -uno de los países africanos más permisivos con el aborto- entre 2005 y 2007, y que las complicaciones de los abortos legales han influido en ello. ¿Adivinan qué país tuvo la tasa de mortalidad materna más baja por cada 100.000 niños nacidos en 2005? Irlanda, con un solo caso por cada 100.000, frente a los cuatro de España o los ocho de Francia. En El Salvador, apunta la líder provida doña Julia Regina de Cardenal, los datos oficiales también reflejaban un descenso en las muertes por aborto, hasta el punto de que algunos años no hubo ninguna.

Y, cuando nada funciona, siempre se puede ayudar a violar las leyes de los países. En Argentina, se ha aprobado una ley para restringir el acceso a Misopostrol, un medicamento para tratar las úlceras de estómago. El motivo: se había detectado un cierto mercado negro, pues esta sustancia se puede utilizar para provocar abortos, y la organización Women on waves, la misma que trajo a España el barco abortista, había instalado en el país líneas de información telefónica para enseñar a las mujeres a provocarse abortos caseros.

Alfa y Omega, suplemento semanal del diario ABC.


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