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Acerca de la ideología postfeminista de género

En nuestros días estamos experimentando una verdadera «revolución cultural» en nuestra concepción de las cosas, en nuestras ideas, costumbres, hábitos, relaciones... El movimiento feminista en sentido amplio está cambiando profundamente nuestra convivencia, tanto en la familia como en la sociedad.

Se puede decir que hay tres grandes etapas, en las que se desarrolla el proceso de «liberación» de la mujer. Hoy una de las grandes corrientes que impregna el pensamiento actual es «la ideología de género», «ideología» que está en la base del feminismo radical. Según esta ideología, la masculinidad y la feminidad no estarían determinadas fundamentalmente por la biología, sino más bien por la cultura. Las diferencias entre el varón y la mujer no corresponderían a una naturaleza «dada», sino que serían meras construcciones culturales «hechas» según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos («roles socialmente construidos»). Algunos apoyan la existencia de cuatro, cinco o seis géneros según diversas consideraciones: heterosexual masculino, heterosexual femenino, homosexual, lesbiana, bisexual e indiferenciado. La masculinidad y la feminidad —a nivel físico y psíquico— no aparecen en modo alguno como los únicos derivados naturales de la dicotomía sexual biológica. Cualquier actividad sexual resultaría justificable. Según dicha ideología, corresponde a cada individuo elegir libremente el tipo de género al que le gustaría pertenecer, en las diversas situaciones y etapas de su vida.

Esta  históricamente nueva «ideología», cuya base científica está muy lejos de estar demostrada y fundamentada, es la bandera que enarbola el feminismo radical nacional e internacional cuyo ímpetu presiona fuertemente en los organismos internacionales para su difusión a escala planetaria, que va siendo introducida en las legislaciones nacionales e  internacionales  y  en la legislación española por una izquierda que, huérfana de contenido por el fracaso de sus tradicionales banderas históricas, pretende enarbolarla e imponerla al conjunto del cuerpo social no solamente mediante un conjunto de leyes impregnadas de «perspectiva de género» como se recoge, por ejemplo, en la ley del aborto recientemente aprobada y que entrará en vigor próximamente, sino pretendiéndola transmitir a las nuevas generaciones a través ahora de la educación de niños y jóvenes . Por ello hay que hacer un llamamiento al conjunto de la ciudadanía para su conocimiento crítico y estar atentos de forma activa a sus repercusiones y consecuencias sociales.

      Por Jutta Burggraf    

Hechos y consideraciones

Si damos una mirada a los últimos siglos de nuestra historia, comprobamos que el movimiento feminista ha cambiado profundamente nuestra convivencia, tanto en la familia como en la sociedad. Estos cambios parecían, al principio, justos y necesarios; más tarde, se los ha caracterizado —con creciente preocupación— como dañinos y exagerados; y, en la actualidad, son (y quieren ser) plenamente destructivos.

Se puede decir que hay tres grandes etapas, en las que se desarrolla el proceso de «liberación» de la mujer. Estas tres etapas muestran un cierto desarrollo cronológico de ideas y hechos, en Occidente. Sin embargo, no están estrictamente separadas en la realidad, sino que se encuentran intercaladas y mezcladas en muchos países. Vivimos en sociedades multiculturales, en las que se pueden observar simultáneamente los fenómenos más contradictorios.

Vamos a ver, muy brevemente, el desarrollo del movimiento feminista, sin detenernos en muchos detalles.

I. EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO FEMINISTA

Se puede descubrir inquietudes feministas en todos los siglos. Pero, el movimiento feminista propiamente dicho empezó, según muchos historiadores, hacia finales del siglo XVIII, en los tiempos de la Revolución Francesa.

1. Los movimientos en favor de los derechos de la mujer

Entonces, las mujeres reclamaron sus derechos a estudiar, a votar y a participar en la vida pública. Sus luchas tenían varios logros y muchas recaídas. Pero al final, hacia principios del siglo XX, las mujeres consiguieron lo que querían: fueron admitidas, de modo oficial, en la enseñanza superior y en las universidades, y alcanzaron la igualdad política —al menos según la ley— en todos los países del continente europeo. A continuación, se puede observar un cierto «período de calma».

2. El feminismo radical

A partir de la mitad del mismo siglo XX, una parte de las feministas ya no aspiraban simplemente a una equiparación de derechos jurídicos y sociales entre el varón y la mujer, sino a una igualdad funcional de los sexos. Comenzaron a exigir la eliminación del tradicional reparto de papeles entre varón y mujer, y a rechazar la maternidad, el matrimonio y la familia. Se basan fuertemente en Simone de Beauvoir (1908 — 1986; filósofa existencialista, compañera de Jean Paul Sartre); su obra «Le Deuxième Sexe» («El otro sexo», 1949) fue un éxito mundial. Beauvoir previene contra la «trampa de la maternidad», que sería utilizada en forma egoísta por los varones para privar a sus esposas de su independencia. En consecuencia, una mujer moderna debería liberarse de las «ataduras de su naturaleza» y de las funciones maternales. Se recomiendan, por ejemplo, relaciones lesbianas, la práctica del aborto y el traspaso de la educación de los hijos a la sociedad.Shulamith Firestone (una de las seguidoras de Beauvoir) dice claramente: «El embarazo es una atrocidad.»

En las décadas siguientes, otras feministas descubrieron que el deseo de «ser como el varón» manifiesta un cierto complejo de inferioridad y lleva, además, con frecuencia, a tensiones y frustraciones. Ensalzaron, por tanto, el otro extremo: para llegar a la plena realización, la mujer no tiene que comportarse como el varón, sino que ha de ser completamente femenina, «plenamente mujer». En adelante, ya no se veía en la equiparación de la mujer con la naturaleza, con el cuerpo, con la emoción y la sensualidad un prejuicio masculino condenable. Al contrario, todo lo emocional, vital y sensual fue estimado como una esperanza para un futuro mejor. Se celebró la «nueva feminidad» y la «nueva maternidad» como funciones meramente biológicas. Y se sostuvo que las mujeres deberían liberar la tierra, y lo harán, porque viven en mayor armonía con la naturaleza.

Se puede ver en este fenómeno una reacción a los esfuerzos extraordinarios, que ha exigido una emancipación concebida únicamente como un amoldarse a valores considerados como masculinos. Después de que la racionalidad y el ansia de poder «masculinos» han llevado a la humanidad al borde del abismo ecológico y al peligro de una destrucción nuclear —así se dice—, ha llegado el tiempo de la mujer. La salvación sólo puede esperarse de lo ilógico y de lo emocional, de lo suave y lo tierno, tal y como lo personifica la mujer.

Es obvio, que estas tesis también impiden a la mujer el pleno desarrollo propio. Aparte de considerarla, otra vez, como carente de inteligencia, se la idealiza, incluso se la glorifica, como si fuera un animal sano y santo. Se trata de un desprecio grande que se refiere, por una parte, al varón y, por la otra, a la misma mujer «liberada», todo esto envuelto en un misticismo, que no ayuda a nadie en la vida cotidiana.

II. LA TEORÍA POSTFEMINISTA DE GENDER

Mientras perduran estas discusiones, hemos llegado a una situación completamente nueva. La actual meta ya no consiste únicamente en emanciparse del predominio masculino, ni tampoco se expresa solamente en liberarse de las funciones concretas femeninas y maternales: esto se ha querido conseguir —como hemos visto— a través de dos vías contrarias: reprimiéndolas o exagerándolas hasta llegar a pretensiones irreales.

1. Rechazo de la naturaleza

Hoy se intenta realizar un paso todavía mucho más radical: se pretende eliminar la misma naturaleza, cambiar el propio cuerpo, llamado cyborg: el neologismo se forma a partir de las palabras inglesas cyber(netics) organism (organismo cibernético), y se utiliza para designar un individuo medio orgánico y medio mecánico, generalmente con el afán de mejorar —a través de modernas tecnologías— las capacidades de su organismo. Es evidente que, de este modo, el «feminismo» (en sentido propio) está llegando a su fin, porque la liberación deseada comprende indiscriminadamente tanto a mujeres como a varones.

Mientras muchas mujeres pretenden nuevamente deshacerse —con más ímpetu que nunca— del matrimonio y de la maternidad, los medios de comunicación nos cuentan los sueños fantásticos de unos varones, que quieren disponerse a intervenciones quirúrgicas (implantarse un útero, etc.) para poder hacer la experiencia de dar a luz.

En consecuencia, algunos prefieren hablar de género (gender) en vez de sexo. No se trata sólo de un cambio de palabras. Detrás de esta modificación terminológica está la ideología postfeminista de gender que se divulga a partir de la década del sesenta del siglo pasado.

Según esta ideología, la masculinidad y la feminidad no estarían determinadas fundamentalmente por la biología, sino más bien por la cultura. Mientras el término sexo hace referencia a la naturaleza e implica dos posibilidades (varón y mujer), el término género proviene del campo de la lingüística donde se aprecian tres variaciones: masculino, femenino y neutro. Por lo tanto, las diferencias entre el varón y la mujer no corresponderían a una naturaleza «dada», sino que serían meras construcciones culturales «hechas» según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos («roles socialmente construidos»).

Estas mismas ideas se encuentran resumidas en la llamada «Teoría Queer», que destacadas feministas norteamericanas —como Judith Butler, Jane Flax o Donna Hareway— difunden con éxito por todo el mundo. El nombre de la teoría proviene del adjetivo inglés queer (= raro, anómalo), que fue utilizado durante algún tiempo como eufemismo para nombrar a las personas homosexuales. La «Teoría Queer» rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales como «varón» o «mujer», «heterosexual» o «homosexual», y sostiene que todas las llamadas «identidades sociales» (no sexuales) sean igualmente anómalas.

Algunos apoyan la existencia de cuatro, cinco o seis géneros según diversas consideraciones: heterosexual masculino, heterosexual femenino, homosexual, lesbiana, bisexual e indiferenciado. De este modo, la masculinidad y la feminidad —a nivel físico y psíquico— no aparecen en modo alguno como los únicos derivados naturales de la dicotomía sexual biológica. Cualquier actividad sexual resultaría justificable.

La «heterosexualidad», lejos de ser «obligatoria», no significaría más que uno de los casos posibles de práctica sexual. Ni siquiera tendría porqué ser preferido para la procreación. Y como la identidad genérica (el gender) podría adaptarse indefinidamente a nuevos y diferentes propósitos, correspondería a cada individuo elegir libremente el tipo de género al que le gustaría pertenecer, en las diversas situaciones y etapas de su vida.

Para llegar a una aceptación universal de estas ideas, los promotores del feminismo radical de género intentan conseguir un gradual cambio en la cultura, la llamada «de-construcción» de la sociedad, empezando con la familia y la educación de los hijos. Utilizan un lenguaje ambiguo que hace parecer razonables los nuevos presupuestos éticos. La meta consiste en «re-construir» un mundo nuevo y arbitrario que incluye, junto al masculino y al femenino, también otros géneros en el modo de configurar la vida humana y las relaciones interpersonales.

2. Raíces ideológicas

Tales pretensiones han encontrado un ambiente favorable en la antropología individualista del neoliberalismo radical. Se apoyan, por un lado, en diversas teorías marxistas y estructuralistas, y por el otro, en los postulados de algunos representantes de la «revolución sexual», como Wilhelm Reich (1897-1957) y Herbert Marcuse (1898-1979) que invitaban a experimentar todo tipo de situaciones sexuales. También Virginia Woolf (1882-1941), con su obra «Orlando» (1928), puede considerarse un precedente influyente: el protagonista de aquella novela es un joven caballero del siglo XVI, que vive, cambiando de sexo, múltiples aventuras amorosas durante varios cientos de años.

Más directamente aún, se ve el influjo de la ya mencionada francesa Simone de Beauvoir que —sin poder ser plenamente consciente del alcance de sus palabras— anunció ya en 1949 su conocido aforismo: «¡No naces mujer, te hacen mujer!,» más tarde completado por la lógica conclusión: «¡No se nace varón, te hacen varón! Tampoco la condición de varón es una realidad dada desde un principio.»

Como los protagonistas de la ideología de género sabían estimular convenientemente el morbo del gran público, no es sorprendente que los medios de comunicación pronto comenzaran a informar —con abundantes detalles— sobre los acontecimientos más curiosos. Así, por ejemplo, podíamos enterarnos de que Roberta Close, elegida como «la mujer más guapa de nuestro planeta» en los años ochenta del siglo pasado, ha nacido como Luis Roberto Gambino Moreira, en Brasil. Y prácticamente en todo el mundo se conoce el rostro transexual y sintético, que ha conseguido tener el popstar Michael Jackson a través de múltiples intervenciones quirúrgicas. ¡«My body is my art»! («Mi cuerpo es mi arte»), es una de las tesis que utilizan los propagandistas de la ideología de género, considerando al cuerpo como lugar de libre experimentación.

Las consecuencias de estas teorías se pueden apreciar claramente en múltiples ámbitos de nuestra existencia, por ejemplo, en la política y en la medicina, en la psicología y, de modo especialmente destructivo, en la educación. ¿Qué pensar de esto? ¿Puede aceptarse que no exista ninguna naturaleza «dada», que todo sea expresión de nuestra libre voluntad, y que incluso la biología no sea más que cultura? Claro que no.

Para comprender lo que pasa, para comprender el daño tan profundo que se hace a la persona, conviene que profundicemos, en un primer paso, en el sentido de la sexualidad humana. Después, podemos criticar la teoría de género en concreto. ( ... )

Fuente: http://alfre306.blogcindario.com/2009/04/00206-acerca-de-la-ideologia-postfeminista-de-genero.html


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