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ARRAIGAR LA DEMOCRACIA

Arraigar la democracia y no solo sobre el papel.
Por una regeneración democrática de los individuos y las instituciones.

En los últimos meses el fenómeno de la corrupción ha aflorado a la superficie de la sociedad española y está convulsionando la opinión pública de nuestro país. ¿Se trata de un fenómeno particular y aislado, no generalizable, o es la expresión, la manifestación, un síntoma más de una situación de fondo más preocupante? Casi siete de cada 10 españoles encuestados consideran que todos los partidos políticos están igualmente afectados por la corrupción. La abrumadora mayoría permite pocas lecturas parciales, ya que es una opinión generalizada entre hombres y mujeres, ciudadanos de todas las edades e, incluso, de votantes de todos los partidos. La corrupción en la política no deja de ser un síntoma más de la falta de arraigo en el entramado social de una verdadera democracia. Cuando la corrupción llega a quienes han sido elegidos para representar al pueblo, a quienes en teoría deberían estar al servicio del bien común y no servirse de los bienes de todos, es que existe un mar de fondo preocupante en el ambiente, un caldo de cultivo que propicia que comportamientos individuales, aunque aislados, se generen en el interior del cuerpo social y afloren a la superficie, independientemente de la mayor o menor eficacia de los mecanismos de control establecidos. La corrupción, una nuestra más de la delgadez, raquitismo, depauperación de un profundo sentimiento democrático en el seno de la sociedad española, de la falta de un verdadero arraigo de los valores democráticos en la conciencia individual de algunos de nuestros conciudadanos.

Para que una democracia esté bien arraigada se necesita una verdadera democratización de la sociedad al menos a tres niveles: democratización de la superestructura jurídico-política, democratización de las estructuras sociales y cívicas, y una mayor  integración de los principios y valores democráticos a nivel individual a fin de que éstos estén bien arraigados en lo más íntimo de la conciencia de cada ciudadano.  Es a este tercer nivel al que sobretodo ahora quisiera referirme.

¿De dónde venimos? Y ¿Dónde estamos?

¿De dónde venimos? Por decirlo gráficamente: históricamente venimos del desierto, de ese larguísimo desierto que en ciertos aspectos representó la época de Franco. Tras la aniquilación, en la guerra civil, de gran parte de las fuerzas espirituales y materiales que el país había ido, lenta y penosamente, acumulando desde mediados siglo XIX hasta la segunda República, el franquismo representó un intento sistemático de desertización de la conciencia colectiva de los españoles…. Apocopar el alma española y dejarla reducida a su más bajo nivel vegetativo, he aquí el sistema de gobierno de aquella época. El destino español era vegetar y esperar: putrefacción del espíritu, que es actividad y creación vital.

Es cierto que en los años últimos del franquismo el país salió, en cierto modo, de su letargo. España creció, adquirió nuevo rasgos modernos, se abrió al exterior, respiró otros aires... Pero se diría que este crecimiento fue, sobre todo, económico, físico, material. Pero en esa España habitaba todavía, pese a la elevación del nivel cultural, una conciencia pequeñita, apocada, sin  vigor, convaleciente de la travesía del desierto. Y es que un pueblo se recupera mucho antes de sus desastres materiales que de los derrumbes de su espíritu. En España la democracia nos llegó como una operación de las clases dominantes españolas, que necesitaban desembarazarse de la ya carcomida estructura política del franquismo, para seguir gobernando con instrumentos más adaptados a las realidades del país mismo y a las del mercado capitalista internacional. Tras la muerte del dictador se necesitaba una revolución, o, por lo menos, una revolución en la conciencia española. La creación de una conciencia democrática es obra difícil y de largo aliento.

Con una conciencia colectiva pobre, ética y moralmente deficientemente equipada, sin el vigor, la solidez y la fuerza que da la experiencia democrática profundamente vivida, nuestra democracia ha de ser inevitablemente frágil y superficial. Ésa ha sido la realidad de base... En España, a pesar de nuestros treinta años de democracia formal, no hemos todavía integrado en profundidad en nuestras conciencias unos valores verdaderamente democráticos. La corrupción actual, un síntoma de descomposición moral que aflora a la superficie y expresión de una conciencia democrática no suficientemente formada.

En esas condiciones, sólo podemos tener una democracia disminuida, pobre en densidad, y ello aunque poseamos la superestructura jurídico-política de una democracia moderna. Hemos dedicado muchos años a la construcción jurídico-política de nuestro Estado democrático, pero quizás no tantas energías a construir un verdadero sentimiento democrático profundamente arraigado en la conciencia individual de cada conciudadano, sin el cual la democracia no pasa de ser un edificio de papel. Lo que tenemos es, en lo esencial, una democracia formal, una democracia de papel o sobre el papel. Para que una democracia esté bien arraigada no es suficiente con edificar la arquitectura política necesaria. No se rescata solo así a una nación del desierto del que habíamos salido. Para llegar a ser una democracia madura, verdaderamente avanzada, nos falta todavía una mayor conciencia democrática a todos los niveles. Centrados en la instrumentación jurídica de la democracia, nos hemos descuidado en estos años de democracia formal de insuflar esos valores democráticos en la conciencia popular. Necesitamos más, en cambio, lo que escasea: sembradores de conciencia, forjadores de ciudadanos de calidad, líderes íntegros, pedagogos de la libertad.

Profundizando en el ser democrático

Nadie nace demócrata, se forma. Para disfrutar de una democracia avanzada se requiere de una regeneración moral en la que los valores democráticos hayan calado hondo en la conciencia de los ciudadanos, más allá de la superficie cutánea del cuerpo social. Un país que quiera gozar de una auténtica democracia no puede descuidar la enseñanza del sistema y modo de ser democráticos a todos los niveles, empezando por la escuela infantil y terminando por los centros superiores de todo orden, sin olvidar tampoco la enseñanza de adultos y en el resto de ámbitos de la sociedad, a fin de ir concienciando a todos los españoles de la necesidad de integrar y asumir en todos los ámbitos de nuestra vida las reglas de juego democrático, no porque nos vengan impuestas, si no por ser el mejor y más racional sistema de convivencia.

Hay que hacer un gran esfuerzo pedagógico desde la primera enseñanza y en todos los ámbitos sociales para que los ciudadanos interioricen e integren en sus comportamientos individuales el conjunto de valores democráticos ( el respeto a las personas y a los bienes colectivos, el respeto a la libre expresión de las opiniones, la tolerancia, la convivencia pacífica, la participación, el compromiso con la mejora del propio entorno, la resolución de los conflictos por vías civilizadas, el espíritu crítico y constructivo, la pluralidad y la multiculturalidad como patrimonio enriquecedor… ).

Se necesita una campaña a todos los niveles para la interiorización y arraigo de esos valores democráticos. La democracia es algo más que una mera superestructura jurídico-política, unas estructuras democráticas formales pero carentes de un verdadero y profundo espíritu democrático; son sobretodo unos valores internalizados, integrados en lo más íntimo de la conciencia colectiva e individual y que guían el comportamiento público y privado de cada ciudadano.

Arraigar la democracia

A treinta años de la llegada de la democracia sigue vigente la  tarea urgente de una más auténtica democratización de nuestra sociedad. La democracia en sí es más un proceso dinámico que una situación estática.  Una de las principales cuestiones que tenemos planteadas los españoles sigue siendo la interiorización de esos valores democráticos. La vigencia de este objetivo debe inducirnos a una serena reflexión: no existe un sistema de convivencia mejor que el democrático. Consolidar la democracia tiene dos acepciones complementarias: la primera, el hacer irreversible el régimen de libertades que tenemos los españoles. Consolidar la democracia significa también profundizar en una verdadera democratización de todo el cuerpo social a todos los niveles: jurídico-político, de estructura organizativa cívica y social y sobretodo a nivel no solo de conciencia colectiva sino individual. Asentados ya formalmente esos dos primeros niveles, una democracia madura requiere del arraigo de esos principios en la conciencia individual de cada ciudadano. Arraigar la democracia es, en este sentido, una consigna suficiente para toda una generación.

A mi juicio, una democracia está arraigada cuando la mayoría de la población la concibe como algo más que un sistema de gobierno, como un sistema de convivencia civilizado y pacífico, como una filosofía de la vida o una forma de entender la vida. El objetivo es formar verdaderos ciudadanos para quienes la democracia sea algo más que una cuestión meramente formal; ciudadanos que comprendan que para una buena convivencia es necesario integrar y respetar unas mínimas reglas de juego en todos los ámbitos de la vida. Es por ello por lo que para profundizar en la democracia resulta prioritario intensificar todos los esfuerzos necesarios para que la sociedad española a todos los niveles, desde la más altas instancias dirigentes, pasando por las organizaciones que ostentan la representación popular y todo tipo de instancias y organizaciones sociales y cívicas, hasta el más pequeño de los ciudadanos vaya asimilando e integrando en su mentalidad y en sus comportamientos los valores que componen una verdadera cultura democrática. Ello implica una verdadera transformación de la mentalidad de cada individuo. En nuestro país falta todavía mucho camino por recorrer para que esos valores estén plenamente integrados,  profundamente arraigados en lo más íntimo de nuestras conciencias…

Por todo ello, en estas fechas de celebración de nuestra Constitución, es apropiado reflexionar sobre el nivel de arraigo y profundidad de nuestra democracia y expresar la necesidad de una mayor culturalización democrática de nuestra sociedad.  Los episodios de corrupción entre la clase política no son en absoluto nada edificante y dejan por los suelos la ejemplaridad que le es exigible por la representatividad que ostenta. Hay un mar de fondo subyacente en todo esa situación que resulta preocupante. Esos episodios junto a otros como el fraude fiscal, la economía sumergida, la explotación ilegal de los inmigrantes, el fraude de ley en la aplicación de la legislación vigente en ámbitos de la propia administración y en otros de la vida social pueden considerarse como un síntoma de la baja conciencia democrática, cívica y política, que respecto a los modos de afrontar la res pública existe entre nosotros. Es decir, nos falta esa elemental cultura cívica que exige internalizar, hacer nuestras y respetar unas mínimas reglas de juego en nuestro comportamiento individual y colectivo en todos los órdenes de nuestra vida pública o privada, lo cual demuestra un cierto fracaso colectivo en el esfuerzo de rearme moral de la conciencia cívica y si eso falla..., de poco sirve los demás.

Hay algo que es fundamental y primario para que sea posible una más auténtica vida democrática a todos los niveles: el respecto a unas mínimas reglas del juego. Si no se respetan unos mínimos cauces y cada cual encuentra justificación suficiente para saltárselos o esquivarlos, indudablemente que será imposible una convivencia racional y civilizada. Y esto es lo que hay que divulgar, difundir, hacer comprender a todos los niveles de nuestra sociedad. La democracia no es algo establecido de una vez y para siempre, no es algo que pueda un día considerarse como absolutamente conseguido. La democracia es un proceso, un largo caminar hacia adelante. El verdadero camino consiste precisamente en perfeccionarla y profundizar en ella. En la democracia hay que ir profundizando, para que no se reduzca sólo a una "igualdad ante la ley". A la democracia formal, electoral, representativa, parlamentaria, debe seguir una democracia cada día más real y participativa. A la libertad de poseer y hablar habrá de agregarse la libertad de ser. De toda esta trayectoria por desarrollar no debemos desprendernos.

La gran tarea y la gran responsabilidad de todos es la de tomar conciencia, para que quede firmemente asentado en nuestra mente,  de que la democracia es el camino más racional de ir resolviendo los problemas y asegurar una convivencia pacífica. Estos valores elementales debemos hacerlos cuerpo de nuestras más firmes convicciones y propagarlos, difundirlos, cada cual en su medio, en su trabajo, en su círculo de relaciones.

Elaboración propia, a partir de materiales y recursos diversos.


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