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La familia que tantos critican y todos quieren ser

La familia nuclear monógama, formada por un matrimonio entre hombre y mujer junto con los hijos de ambos, es adoptada una y otra vez como modelo de identificación por todas los demás “tipos de familia”

No sería realista negar la enorme confusión que hoy nos embarga sobre el concepto y la función de la familia. Sin embargo, la familia juega un papel clave en la resolución de los conflictos, especialmente en problemas de desempleo, enfermedad, drogas, exclusión: es el núcleo de la solidaridad en nuestra sociedad, no sólo como una unidad jurídica, social y económica, sino como una unidad de amor y solidaridad.

José Rafael Sáez March

“Todas las familias felices se parecen unas a otras” (León Tolstoi)

He escrito en otras ocasiones sobre cómo la familia, junto con otra gran institución solidaria, que es la Iglesia Católica, está salvando a muchas personas y hogares de los efectos devastadores de la crisis. No insistiré. Me centraré esta vez en otro aspecto de la familia, en extremo interesante, pero en el que yo no había caído en cuenta. Me lo hizo ver uno de mis alumnos de Sociología de la Familia, con los que suelo dialogar en las clases. Para que luego digan que no se aprende nada de los jóvenes. Un profesor que tenga la mente mínimamente abierta, nunca se acuesta sin haber aprendido algo nuevo de sus alumnos.

El fenómeno en cuestión es que la familia nuclear monógama, formada por un matrimonio entre hombre y mujer junto con los hijos de ambos, esa que el antropólogo belga Lévi-Strauss consideró como “universal”, es adoptada una y otra vez como modelo de identificación por todas los demás “tipos de familia”. Esa “familia nuclear”, como la denominaremos a partir de ahora, es además el grupo doméstico más eficaz jamás conocido para cumplir con las funciones familiares. No estoy haciendo valoraciones morales ni ideológicas. Sólo constato la realidad que antropólogos y sociólogos de la familia han hecho patente.

Es curioso que todos los llamados “nuevos modelos familiares” se empeñen en reclamar para sí lo que caracteriza a la familia nuclear antes citada. Incluso muchas parejas homosexuales tratan de ofrecer a los hijos adoptados el doble juego de roles (masculino-femenino), que ofrece la familia con la presencia de padre-hombre y madre-mujer. Si son dos hombres, muchas veces tratan de ejercer uno un papel más “tradicionalmente masculino” y el otro más “tradicionalmente femenino”. Lo mismo si se trata de dos mujeres. Es como si todo el mundo intuyese de alguna forma que esa división de roles es necesaria.

Sucede algo parecido con las llamadas “familias reconstruidas”, que mejor deberíamos llamar “reconstituidas”, porque las familias originales siguen rotas. Pero esto es otro tema. Quería decir que con estas familias ocurre lo mismo que con las basadas en parejas homosexuales: se empeñan en parecerse lo más posible a las familias nucleares antes descritas. Los padres “sensatos” que “refundan” una familia tratan de ofrecer a sus hijos un esquema familiar lo más semejante posible a la situación anterior a sus respectivas rupturas. Procuran que los niños sigan teniendo unas correctas figuras paterna y materna, etcétera.

Es también curiosa esa polémica que se empeña en reclamar “nombres” para sí. Quien en realidad desprecia a la familia, quiere que le llamen “familia”. Quien hace tiempo considera el matrimonio como algo obsoleto, quiere ser “matrimonio”. Un conflicto banal, porque lo importante es saber qué modelo de familia ha demostrado ser más eficiente en el cumplimiento de las funciones que le son propias. No entraré en consideraciones religiosas, ni siquiera en si existe o no una familia “natural”, por mucho que crea que sí. Me centraré en aquello que la ciencia sociológica nos dice sobre la eficiencia de la familia nuclear.

¿Cuáles son esas funciones que la familia nuclear cumple con eficacia sin igual?:

En primer lugar, una función de regulación de la conducta sexual. Es sabido que la endogamia, que conlleva sexualidad intrafamiliar (padres e hijos y hermanos entre sí) degenera el patrimonio genético. Los tabúes del incesto que establece la familia lo evitan. Además, los riesgos para la salud y la estabilidad de la pareja y de la prole que conlleva la promiscuidad, vienen regulados por la prohibición del adulterio.

En segundo lugar, regula la procreación, dando a la mujer embarazada y al niño recién nacido toda la protección que necesitan. La maternidad en soledad, que a veces incluso es querida, comporta grandes dificultades para las madres y sus hijos, algo que la familia nuclear resuelve con eficacia, estableciendo las relaciones de dependencia básicas para el desarrollo de la persona, especialmente las más débiles.

En tercer lugar, la socialización primaria de las personas, con toda la transmisión de pautas de comportamiento que facilitan su inserción adecuada en su sociedad y en su cultura. En la transmisión de creencias, costumbres, valores y patrones de conducta propios de una cultura, la familia es insuperable. Otras instancias intervienen, como la escuela y los medios de comunicación, pero como la familia, ninguna.

En cuarto lugar, una sorprendente función como unidad económica. La división del trabajo entre hombre y mujer cambia según las épocas. Pero las funciones, las haga quien las haga, son semejantes. Y ninguno de los cónyuges puede desempeñar sólo todas las tareas. Las familias monoparentales, por ejemplo, saben muy bien las dificultades que sufren. La familia nuclear forma una unidad económica completa.

No son las únicas funciones en las que la familia es maestra. Hay otras muchas, como la regulación de las diferencias generacionales, que, por razones de espacio no me es posible detallar. La familia que, uniéndonos a Lévi-Strauss, hemos llamado “nuclear”, esto es, la formada por un hombre y una mujer unidos en matrimonio, junto con los hijos de ambos, es un modelo de demostrada eficacia. Tal vez por ello, al mismo tiempo que es contestada, es imitada por los demás modelos. Algo tendrá que todos quieren ser como ella.


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