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La «guerra civil occidental» o dónde está el verdadero «progreso»

«Si siguen retrocediendo el PSOE se planteará el acuerdo con la Santa Sede» Congreso Federal del PSOE (04/02/2012).

Congreso Federal del PSOE: «Si siguen retrocediendo el PSOE se planteará el acuerdo con la Santa Sede». Rubalcaba criticó las reformas emprendidas por el Gobierno del PP como el cambio anunciado en la Ley del aborto o la supresión de Educación para la Ciudadanía y anunció que si el PP sigue "retrocediendo", el PSOE se planteará muy "seriamente" los acuerdos con la Santa Sede.

Conviene pararse a reflexionar sobre conceptos como «avance», «retroceso», «progresismo», progresismo cavernario, regresión a las cavernas, verdadero «progreso», posicionamiento de la Iglesia… reflexión necesaria para entender la mayor o menor consistencia de los «discursos» en liza en la plaza pública española. Para ello es necesario descorrer el «velo» del lenguaje con que a menudo se  pretende enmascarar la realidad.  ¿Dónde están los verdaderos «avances» sociales y en qué consiste el verdadero «progreso» humano y civilizatorio?

Es cierto que en las últimos tiempos oyendo algunas opiniones de miembros del PP, por ejemplo, con respecto a la orientación que debe darse a la reforma educativa da la impresión de encontrarnos con verdaderos dinosaurios en pleno S. XXI… pero no es menos cierto que el pretendido «progresismo»  del PSOE y de la izquierda en general, el «progresismo» modernista que se nos quiere inculcar y cuya consistencia hace aguas por todas partes, supone en determinadas aspectos una verdadera regresión civilizatoria. Su progresismo henchido del más absoluto relativismo consensualista, desafiando en ocasiones la misma ley natural y al más elemental sentido común, con sus conspícuos capitostes erigiéndose y sintiéndose como los dioses hegemónicos en el nuevo orden cultural  e ideológico predominante en la civilización occidental… humanamente nos retrotrae también a las cavernas. No todo vale por mucho consensualismo político que exista en un determinado momento histórico, ya que éste siempre es coyuntural.

¿Y qué tiene que ver con todo esto la Iglesia? No hay duda que la izquierda es partidaria de implantar en nuestra sociedad una agenda ideológica impulsada por lobbies y poderes no muy transparentes a nivel internación. En medio de este panorama resurge la voz de una izquierda enojada con una institución milenaria como la Iglesia, que con sus defectos pero también con sus virtudes, continúa ejerciendo como contrapeso ideológico  plantándole cara en su actual hegemonía ideológica y cultural. Da la impresión que la izquierda, tras su fracaso y falta de credibilidad ante la sociedad española, como se ha demostrado en las últimas elecciones, a partir de ahora para atraerse el voto de algunos sectores parece que su táctica será el anticlericalismo más rancio, y en contra de una Iglesia, que defendiendo en la plaza pública como parte de la sociedad civil su posicionamiento ante cuestiones claves de nuestro tiempo,  con su ingente cantidad de asociaciones y entidades de inspiración cristiana, está soportando gran parte de la atención a los sectores más necesitados o castigados por la crisis económica.

¿Qué puede explicar una malquerencia tan desaforada por parte del ideológicamente endeble «progresismo» modernista? ¿Cómo interpretar la creciente cristofobia del establishment cultural europeo? ¿A qué obedece el resurgir de un anticlericalismo virulento que parecía superado  desde  hace  décadas?  La falta de objetividad en el tratamiento mediático del papel de la Iglesia es sólo comparable a las manipulaciones de la propaganda de guerra. ¿Cómo ha llegado la Iglesia a convertirse en “objetivo bélico”? PreseNtamos a continuación la explicación de Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de Sevilla.

Francisco J. CONTRERAS,
Catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de Sevilla

Con frecuencia creciente, la Iglesia católica se encuentra en el epicentro de la actualidad mediática. La imagen de la Iglesia que ofrece gran parte de la prensa occidental no podría ser más  tenebrosa[1]:  siniestra  caterva  de  abusadores  sexuales  (y  encubridores  del  abuso), enemiga de la ciencia, la modernidad y los derechos humanos, aferrada a una mentalidad inquisitorial, cómplice de la extensión del SIDA en África… Por ejemplo, en diciembre de 2009 la prensa española puso en nuestro conocimiento que el arzobispo de Granada “justifica que el varón abuse de la mujer si ella ha abortado”[2] (formidable desfiguración de la homilía de monseñor Martínez, que había advertido -¡lamentándolo!- que la nueva regulación del aborto facilitará que los varones “abusen” de las mujeres tratándolas como meros objetos de disfrute sexual,   y   empujándolas   después   a   abortar   si   de   esas   relaciones   efímeras   resultan embarazos)[3] … Sólo unos meses atrás, las declaraciones Benedicto XVI acerca de los preservativos y el SIDA suscitaron una tormenta de indignación: sobre el Papa cayeron desde reprobaciones parlamentarias hasta acusaciones de genocidio (de nada sirve explicar que la ética sexual católica es la única en ofrecer una protección infalible frente al contagio; recordar que, de hecho, las organizaciones sanitarias internacionales han avalado implícitamente la postura católica al reconocer el éxito de la estrategia ABC [basada en la promoción de la abstinencia premarital y la fidelidad conyugal, además de en la distribución de profilácticos] en Uganda [el único país africano que ha conseguido un descenso espectacular del porcentaje de población infectada]) …

La prensa, por supuesto, siempre ha exhibido un sesgo ideológico en el tratamiento de las palabras de los personajes públicos. Sin embargo, es evidente que la descontextualización malintencionada, la caricaturización, la manipulación, alcanzan cotas sin parangón cuando se trata de representantes de la Iglesia. Cuando hay monseñores por medio, cualquier criterio de ética periodística es abandonado, llegándose a la completa inversión del sentido de las declaraciones.

El interrogante de partida del presente trabajo sería: ¿qué puede explicar una malquerencia tan desaforada? ¿Cómo interpretar la creciente cristofobia del establishment cultural europeo? ¿A qué obedece el resurgir de un anticlericalismo virulento que parecía superado  desde  hace  décadas?  El  desprecio  absoluto  de la  objetividad  que caracteriza  al tratamiento mediático de las noticias eclesiásticas es sólo comparable a las manipulaciones de la propaganda de guerra. ¿Cómo ha llegado la Iglesia a convertirse en “objetivo bélico”?

Samuel P. Huntington puso de moda hace 13 años la idea del choque de civilizaciones: lejos de converger hacia un “fin de la Historia” ecuménico y post-identitario, las diversas civilizaciones (islámica, china, hindú, etc.) están, más bien, afirmándose en sus respectivas identidades y hechos diferenciales, lo cual augura relaciones conflictivas entre ellas, y de todas ellas con Occidente. La teoría ganó rápidamente adeptos –de manera comprensible- tras el 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, es mucho menos conocida una variante de la teoría anterior,  que  me  gustaría  traer  aquí  a  colación:  la  idea  de  la  “guerra  civil  occidental” (entiéndase “guerra” en el sentido débil que le atribuyó Martín Alonso: escisión cultural interna). El conflicto de civilizaciones … atraviesa a Occidente mismo, partiéndolo en dos (por cierto, este choque de civilizaciones interior influye en alguna medida en el clash of civilizations   exterior:   la   creciente   agresividad   de   los   fundamentalistas   islámicos   hacia Occidente se debe al hecho de que intuyen esa división o debilidad; difícilmente se hubieran atrevido contra un Occidente creyente en sí mismo, sólidamente aferrado a unos valores claros; se atreven, en cambio, contra un Occidente que perciben como dividido, decadente, autonegador). Quien no se respeta a sí mismo no inspira respeto.

Resulta muy interesante la observación de Mark Steyn: “Este choque de civilizaciones opone a dos extremos: de un lado, una sociedad que tiene todo lo que supuestamente se necesita para ganar una guerra: riqueza, ejércitos, industria, tecnología…; del otro, un mundo que no tiene otra cosa que pura ideología y abundancia de creyentes. […] El objetivamente más débil puede ganar, si se enfrenta a un derrotista. Una buena parte de la civilización occidental, conscientemente o no, transmite la impresión de estar deseando rendirse a alguien, a quien sea. Comprensiblemente, los yihadistas se preguntan: “eh, ¡¿por qué no a nosotros?!”.

La “guerra civilizacional” interna incide en la externa también de esta forma: en la medida en que los “progresistas” van imprimiendo a Occidente una identidad cada vez más materialista y atea, aumenta la intensidad del choque cultural con las civilizaciones no occidentales, que siguen siendo profundamente religiosas. Los integristas islámicos, por ejemplo, odian a Occidente no tanto porque es cristiano como porque es postcristiano pronosticada por los pensadores de la sospecha (Marx, Freud, Nietzsche) y los teóricos de la secularización (Weber, Durkheim, Cox)- parece hoy más improbable que nunca: el mundo es ahora más religioso que hace 30 años. El mismo Jürgen Habermas ha reconocido que el secularismo europeo ya no aparece como la regla (a la que irán aproximándose las demás sociedades a medida que se modernicen), sino más  bien  como  la excepción: “Europa  se aísla  del resto del  mundo.  En perspectiva histórico-mundial, el “racionalismo occidental” de Max Weber aparece ahora como la  auténtica  anomalía.  […]  La  autoimagen  occidental  sufre  así  una  cura  de  humildad:  de modelo normal para el futuro de todas las demás culturas, pasa a convertirse en un caso especial”[11].. La única excepción es Europa, donde la descristianización prosigue imparable (no así EEUU, donde las tasas de práctica religiosa son casi las mismas que hace 50 años). Europa es una anomalía en el panorama espiritual mundial: “Echad una mirada al mundo, y la excepción no es, desde luego, la Norteamérica actual [religiosa], sino la Europa [secularizada] que surgió tras la Segunda Guerra Mundial”. Benedicto XVI lo ha formulado agudamente: “Si se llega a un enfrentamiento de culturas, no será por un choque entre grandes religiones […], sino por el conflicto entre esa emancipación radical del hombre [eliminación de referencias trascendentes] y las grandes culturas históricas”. John Mickelthwait y Adrian Wooldridge documentan cómo la muerte de la religión -más o menos explícitamente

Merece reflexión la observación de Jean Sévillia: “¿Qué modelo ofrecemos a los jóvenes [musulmanes] inmigrantes? ¿Cómo puede inspirar respeto una nación que ya no se ama a sí misma, que ya no tiene niños […]? Si Francia y Occidente no presentaran el espectáculo de una sociedad cuyas referencias colectivas se disuelven y en la que lo espiritual parece ausente, tendríamos menos motivos para temer a un Islam expansivo”[12].

El choque de civilizaciones intraoccidental opondría –como ha señalado Robert P. George- a los “conservadores” que todavía se identifican con la tradición cultural y moral judeo-cristiana (incluso si algunos de ellos no comparten la fe) con los “progresistas” que consideran dicha tradición periclitada y se adhieren más bien a la Weltanschauung (relativista, hedonista, liberacionista, post-religiosa) característica de la “izquierda postmoderna” o “izquierda sesentayochista”.

El campo de batalla entre uno y otro bando viene dado, fundamentalmente, por las polémicas actuales en torno a: 1) la bioética: aborto, eutanasia, ingeniería genética, células madre, etc.; 2) la ética sexual y el modelo de familia: permisividad sexual, divorcio exprés, matrimonio gay, “vientres de alquiler”, etc.; 3) el lugar de la religión en la vida pública.

El escenario antedicho tornaría inteligible la creciente cristofobia de la mayor parte de los medios de comunicación y la intelectualidad europeos[13]. La Iglesia se ha visto atrapada por el fuego cruzado de la “guerra civil occidental”: lo quiera o no, es percibida como símbolo y baluarte de uno de los bandos en conflicto. Da igual que razone, que argumente, que presente sus tesis con el máximo posible de matices y cautelas: en la medida en que sea fiel a su tradición e insista en principios como la sacralidad de la vida desde la concepción a la muerte natural o el rechazo de las relaciones sexuales no matrimoniales, atraerá inevitablemente sobre sí las iras del bando progresista (que es el que posee hoy por hoy la hegemonía cultural). Incluso si la Iglesia renunciara a presentar batalla en asuntos como el aborto o el matrimonio gay, no por ello dejaría de ser hostigada por la cultura dominante: su mera existencia como “metarrelato”, como visión del mundo densa que maneja aún un concepto fuerte de verdad objetiva, resulta intolerable en una atmósfera intelectual presidida por el pensamiento débil, por la deconstrucción postmoderna, por la “dictadura del relativismo” y la convicción de que la creencia en absolutos es sinónimo de fundamentalismo[14] e intolerancia.

El europeo postmoderno asocia sin más “creencia en verdades objetivas, absolutos, etc.” con “intolerancia” (“las convicciones sobre la verdad absoluta son esencialmente violentas”, ha escrito Herbert Schnädelbach). Da por supuesto que si alguien cree firmemente en algo, se sentirá  obligado  a  imponerlo  coactivamente  a  los  demás.  Romper  esa  falsa  ecuación  me parece una de las tareas culturales más urgentes del momento actual. Escribe al respecto Robert Spaemann: “[L]a Iglesia ha comprendido la verdad que le ha sido confiada como algo en cuya esencia está el que sólo puede abrazarse mediante la libre adhesión, por lo cual su anuncio no debe hacer peligrar la paz pública. Mas esto no obsta en nada el carácter absoluto que invoca para sí este anuncio. Hoy como ayer, la Iglesia sólo puede ver en el relativismo religioso un oponente enfrentado a su pretensión”[15].

Mi tesis, pues, es que la divisoria conservadores vs. progresistas va a convertirse en el eje de referencia más significativo, la polaridad social más trascendente en las décadas que vienen.

Es una nueva polaridad que desplaza a otras cada vez menos relevantes, como la clase social (“burgueses vs. proletarios”), el sexo o la raza; desplaza también a la vieja antítesis ideológica derecha-izquierda, centrada en el modo de producción (capitalismo vs. socialismo: una disyuntiva resuelta por la historia del siglo XX, que entregó la victoria indiscutible al sistema de mercado; casi nadie defiende hoy ya la abolición del capitalismo). Sociólogos y filósofos como Peter L. Berger[16], James Davison Hunter[17], George Weigel[18] o Gertrude Himmelfarb[19] han documentado y teorizado el fenómeno, especialmente en lo que se refiere a la sociedad norteamericana. Gertrude Himmelfarb ha escrito: hoy día, “una familia obrera que asiste a la iglesia tiene más en común con una familia burguesa que asiste a la iglesia, que con una familia obrera que no lo hace; o bien: una familia negra biparental (padre y madre casados entre sí) tiene más en común con una familia blanca biparental que con una familia negra monoparental”[20]. Es decir, la religiosidad y la fidelidad al modelo familiar tradicional se convierten en “marcadores” sociales más significativos que el nivel de ingresos o la raza[21].

Las fuerzas de esos dos bandos ideológicos –añade Himmelfarb- no están equilibradas: la cosmovisión progresista ejerce una evidente hegemonía en los medios de comunicación, en las universidades,  en  el  cine  y  la  literatura,  en  las  escuelas,  hasta  el  punto  de  merecer  la calificación de “cultura dominante”. La contracultura liberacionista de los 60 ha pasado a convertirse en la ortodoxia, en la doctrina oficial del establishment bienpensante y políticamente correcto. Pero esa contracultura devenida en cultura oficial se ve contestada (cada vez más enérgica y articuladamente, al menos en EEUU) por una “cultura disidente” de signo conservador (“revolución conservadora”, “contra-contracultura”, etc.).

Ser conservador - defender la vida del no nacido, la familia tradicional y la religión, cuestionar la permisividad sexual, etc.- es hoy día la expresión máxima de la transgresión y la heterodoxia.

El dominio del paradigma progresista tiene lugar, no tanto en el terreno de los hechos, como en el del imaginario social y las ideas públicamente aceptables. No es tanto que ya nadie se case, tenga hijos, vaya a misa u observe una actitud sexual morigerada, como que los que viven con arreglo a valores tradicionales lo hacen de manera casi vergonzante, con complejo de inferioridad cultural, sin ser capaces –en muchos casos- de defender articuladamente los principios que subyacen a esa forma de vida … Muchas personas en la sociedad actual llevan una vida objetivamente “tradicional” (son esposos fieles, amantes padres de familia, etc.), pero no tienen un discurso conservador: se adhieren a las teorías (progresistas) dominantes: afirman que “cualquier conducta sexual entre adultos libremente consintientes” es admisible, que las parejas de hecho o las homosexuales deben recibir el mismo tratamiento legal que las casadas, etc. Se da un curioso y revelador divorcio entre la praxis (conservadora) y la teoría (progresista). El problema de este conservadurismo vergonzante o inconsciente de sí mismo es que, como ha indicado Himmelfarb, no resulta sostenible a largo plazo: el propio sujeto se verá tentado tarde o temprano por una praxis más “liberal” (una aventura adúltera, por ejemplo), y no tendrá principios a los que aferrarse; o bien, aunque persista él mismo –digamos “inercialmente”- en el estilo de vida tradicional, será incapaz de recomendar éste a sus hijos (si el sujeto abomina teóricamente de los principios que de hecho practica, no será capaz de transmitirlos o explicarlos).

Himmelfarb describe al bando conservador como la “cultura disidente”: los conservadores tienen una conciencia clara de ser la resistencia cultural, de no constituir ya la mayoría social; esta sensación de disidencia o “persecución” ha obligado al conservadurismo americano a dotarse de un cuerpo teórico consistente y autoconsciente[22].

El aborto, la permisividad sexual, la eutanasia, la defensa de la libertad de las escuelas (canalizada a menudo a través de la reivindicación del cheque escolar), la enseñanza de la religión, el derecho de los cristianos y judíos a defender opiniones políticas condicionadas por sus creencias, son algunos de los temas clásicos en los que la “contra-contracultura” conservadora entra en conflicto con el paradigma progresista dominante.

Cada uno de esos temas ha generado una sub-rama conservadora específica: así, un movimiento pro-vida muy potente (mucho más que el europeo)[23]; multitud de asociaciones y movimientos defensores de la familia y los family values (Focus on the Family, Heritage Foundation, etc.); un resurgir pujante de las escuelas católicas, protestantes y judías; movimientos y asociaciones específicamente dedicados a la promoción de la castidad juvenil (Purity Ring, Promise Keepers, etc.); un retorno a la práctica religiosa tradicional en parte de la juventud[24]; un retorno de segmentos importantes de la sociedad americana a criterios de ética sexual más puritanos; un rechazo consciente a los medios de comunicación dominantes, considerados portavoces de la cultura progresista (movimiento de las TV-free homes: familias que deciden vivir sin televisor); incluso un movimiento  de  objeción  de  conciencia  global  al  sistema  educativo  público, inculcador  de valores progresistas (home-schooling: familias que optan por educar a sus hijos en casa; con resultados académicos espectaculares, por cierto)[25] … Mi impresión es que este despertar conservador en EEUU –que tiene ya varias décadas de antigüedad- empieza a llegar tímidamente a Europa: en España se ha producido un evidente resurgir del movimiento pro- vida  en  los  últimos  dos  años;  una  inesperada  movilización  frente  al  adoctrinamiento progresista en las escuelas (impugnación de la Educación para la Ciudadanía, manifestaciones contra la LOE) y, más genéricamente, la emergencia de un sector de opinión conscientemente conservador que ha osado manifestarse varias veces por la familia, por la vida del no nacido, etc.

Las iglesias juegan un papel fundamental en la “cultura disidente”: así es en EEUU, y así va a ser también –conjeturo- cada vez más en España. Se dan, sin embargo, algunas diferencias significativas. De un lado, EEUU es un país mucho más religioso que el nuestro, con una tasa de población practicante próxima al 50% (en tanto que en España se sitúa apenas en el 15%). De otro, el panorama religioso norteamericano es mucho más plural, con multitud de denominaciones protestantes, una potente Iglesia católica, sinagogas de diversas tendencias, etc. Las guerras culturales norteamericanas han generado un interesante fenómeno de acercamiento ecuménico: católicos, protestantes conservadores y judíos ortodoxos se descubren compartiendo trinchera (por la vida del no nacido o por el matrimonio tradicional), y toman conciencia de que sus diferencias recíprocas son triviales, comparadas con el foso que les separa del paradigma hedonista-secularista[26]. Cabe hablar de una “unidad de acción” transconfesional en algunos de estos combates[27].

Pero, de otra parte, no cabe ignorar que el frente de la “guerra civil occidental” a veces pasa también a través de las propias confesiones, cortándolas en dos[28]. Numerosas iglesias protestantes –los episcopalianos, por ejemplo- han claudicado frente a la cultura dominante en asuntos como el aborto o la licitud moral de la práctica homosexual; y la Iglesia católica norteamericana tiene su propio sector disidente (recordemos a teólogos como Charles Curran o Robert Drinan, por no hablar de prominentes seglares que reniegan del magisterio de la Iglesia en asuntos nodales como el aborto: políticos como Nancy Pelosi, Joseph Biden, John Kerry, Ted Kennedy, etc.). Interesa saber que las iglesias que se han rendido a las modas culturales –las más “progresistas”- se están quedando rápidamente sin fieles[29]; en tanto que las que se mantienen firmes en la doctrina tradicional experimentan un auge notable, especialmente entre los jóvenes[30].

CRISTIANISMO, RAZÓN PÚBLICA Y “GUERRA CULTURAL”
Francisco J. Contreras
Catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de Sevilla
(Texto reproducido de Investigalog:
http://www.investigalog.com/otros/cristianismo-razon-publica-y-guerra-cultural/


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