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Qué decimos al hablar de «valores»  

Se ha afirmado que en medio de este mundo tecnológico urge un liberador rebasamiento de las situaciones vigentes mediante la elección de un nuevo estilo de vida. Hay que desarrollar nuevas facultades, una nueva responsabilidad personal, la sensibilidad, el sentido estético, la capacidad de amor, la posibilidad de vivir y trabajar unos con otros según nuevas formas. Por eso, con toda razón se aboga por una nueva determinación de valores y prioridades y la consiguiente nueva reflexión sobre la necesidad de un comportamiento más ético, pues sólo así serán posibles un hombre y una sociedad realmente nuevos: la fuerza de la nueva conciencia no reside en el poder de manipular los procedimientos, ni en el poder de la política o de los combates callejeros, sino en el poder de unos valores nuevos y una nueva forma de vida.

Qué son los «valores», qué función desempeñan en el seno de una cultura, cómo condicionan la vida individual y colectiva en una sociedad? Los valores son hojas de ruta para vivir y convivir, unas creencias estables y básicas que nos sirven como marcos de referencia, que guían nuestro comportamiento individual y colectivo: valores humanos, valores cívicos, valores éticos… Entre ellos podríamos distinguir los valores «instrumentales» y los «valores terminales». Los instrumentales radican en las personas, mientras los terminales expresan los fines deseables de la existencia, las metas a las que dirigirse.

Los «valores», aquello por lo que nos guiamos, aquello que perseguimos, van transformándose y cambiando a lo largo de la historia. Cada sociedad construye su propia escala de valores, en cada época histórica se destacan más unos en detrimento de otros. La escala de valores dominante en cada coyuntura histórica impregna fuertemente la mentalidad colectiva y ejerce una gran presión e influencia sobre los ciudadanos y por tanto los valores moldean y troquelan el comportamiento de los individuos inmersos en esa cultura. Otra cosa distinta es ponderar la mayor o menor “consistencia” de algunos de los valores propuestos en una determinada coyuntura.

Sólo la educación, una auténtica educación, formación, de los ciudadanos, puede ayudarnos a liberarnos de la manipulación y del peligro de dictadura con vocación totalitaria ejercida por el pensamiento único y devolvernos la independencia de criterio y la libertad individual necesarias frente a la indudable y fuerte presión ambiental de lo, en cada momento, políticamente correcto. Necesitamos construir una nueva escala de valores que ponga el acento no el egotismo e individualismo, en el mercantilismo o el utilitarismo, sino en valores consistentes que nos sirvan de guía, como faros que iluminan y orientan nuestro devenir histórico individual y colectivo.

Los «valores», una palabra frecuente en el paisaje social, político y religioso

Por ALFONSO S. Palomares, periodista

• Necesitamos una hoja de ruta, unas creencias estables y básicas para distinguir lo malo de lo bueno

Una de las expresiones más frecuentes en el paisaje social, político, religioso y económico es la referente a los valores. La encontramos en todos los tejidos verbales de los distintos colores ideológicos, desde los del fanatismo intolerante hasta la de quienes sitúan la tolerancia como norma básica de vida. Se habla de la educación en valores, de trasmitir valores, de la pérdida de valores, de la escala de valores, de la falta de valores, de la recuperación de los valores, del desprecio por los valores. Un rosario de frases que puede alargarse hasta el infinito.

La más repetida, posiblemente, aunque en esto no existen estadísticas ni pueden existir, es la que reclama una escala de valores bien clasificados como si se tratara de la Liga de fútbol o del ranking de los tenistas de la ATP. No es fácil establecer esa escala e, incluso, añadiría que resulta imposible, si analizamos las múltiples proposiciones que hacen los teóricos que las formulan. Decir valores es una expresión genérica y, por lo tanto, indefinida. Es como un nombre cuyos apellidos es necesario precisar para situar su identidad.

Si acudimos al diccionario de la Real Academia, nos encontramos con que de las 13 acepciones que tiene la palabra «valor» y «valores», todas ellas se refieren con diversas variantes a la vertiente económica y a las de osadía, fuerza o coraje de las personas. Solo en un apartado de la acepción número 13 encontramos una definición que puede englobar algo de la significación de la que hablo aquí. Dice: «Entereza de ánimo para cumplir los deberes de la ciudadanía, sin arredrarse por amenazas, peligros o vejaciones».

En cambio, si viajamos por internet, hay una verdadera inundación de artículos, debates, interminable bibliografía y reflexiones de factura muy diferente y a veces contradictoria sobre el concepto y la enumeración de los valores, valores humanos y valores cívicos.

En el retablo de los valores, hay que enumerar en lugar destacado los llamados valores religiosos, y son frecuentes las expresiones de valores cristianos, valores islámicos y valores judíos. Por supuesto, entre nosotros la expresión valores cristianos es la absolutamente dominante.

En el subsuelo de nuestra cultura existe un consenso y sentimiento compartido al señalar las palabras que definen determinados valores, por lo menos las más significativas, en donde situamos la residencia de este término. Se trata de construir la propia identidad en relación con los otros para articular una convivencia armónica y pacífica.

Por lo tanto, los valores son hojas de ruta para vivir y convivir. Unas creencias estables y básicas que distinguen lo bueno de lo malo. Se trata de valores formulados en positivo, del no matarás mosaico al de respeta la vida, porque la única manera de equivocarse es hacer sufrir a los otros y, por lo tanto, la única manera de acertar es procurarles la mayor felicidad posible.

A la hora de establecer el catálogo de los valores, no hay uniformidad ni acuerdo en el número, pero sí un cierto consenso en muchos de ellos y en la consideración de que existen dos tipos, los valores «instrumentales» y los «valores terminales». Los instrumentales radican en las personas, los terminales expresan los fines deseables de la existencia, las metas a las que dirigirse.

En el capítulo de los valores instrumentales es evidente que las personas pueden ser alegres, ambiciosas, capaces, responsables, corteses, tolerantes, valientes, serviciales, lógicas, honradas, afectuosas, limpias, imaginativas. Las cualidades que acabo de enumerar se pueden encuadrar todas en una escala de valores, pero no se trata de una lista exhaustiva, sino abierta.

El otro apartado es el de los valores terminales. Ahí van algunos de ellos: la paz, la igualdad, la libertad, la felicidad, el placer, la virtud, el honor, la sabiduría, la seguridad, la armonía interna, una vida emocionante, la familia, la seguridad nacional, una vida confortable, el reconocimiento social. Me he basado en varios sociólogos, psicólogos y estudiosos del tema desde otras ópticas científicas para el catálogo que acabo de escribir, especialmente en Milton Roach.

Pero, como pueden ver, se trata de palabra de contenido ancho y que a lo largo de la historia se ha ido transformando. No cabe duda de que la libertad y la felicidad son valores y han sido citados como tales a lo largo de los siglos, pero no significaban lo mismo en la cultura grecolatina que en la cristiandad medieval, en el Siglo de las Luces o en la posmodernidad que estamos viviendo.

Si leemos ensayos o libros costumbristas sobre el honor, las diferencias son abismales. Apelando a la misma palabra se defienden cosas diferentes. Para los caballeros españoles de finales de la edad media, la gran residencia del honor estaba entre las piernas de sus mujeres. La libertad también se ha entendido de formas diversas. Los fundamentalistas entendían y entienden que solo debe existir libertad para la verdad, no para el error. Pero la verdad la definen ellos.

Es fácil hablar de valores. Lo difícil es practicarlos.

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