Guió 
		 
		 
		 
		C. Tejedor 
		 
		EL SIGLO XVII. PANORÁMICA GENERAL. 
		
		Las transformaciones económicas hacen que el centro de gravedad se 
		traslade de Italia y España a Francia, Holanda e Inglaterra. A las 
		esperanzas del Renacimiento le siguen una etapa de crisis, 
		desequilibrios y angustias. El estado de ánimo resultante encuentra su 
		forma de expresión en el BARROCO. Es un siglo muy inquieto, en el que se 
		buscan nuevas soluciones. 
		 
		LOS CONOCIMIENTOS. 
		 
		El siglo XVII se enfrenta a una "crisis de la razón". Las Universidades 
		entran en decadencia y la vida intelectual se centra en los salones y 
		las recién creadas Academias. La Filosofia ESCOLASTICA ha perdido fuerza 
		creativa. La NUEVA CIENCIA ha provocado el hundimiento de la imagen 
		aristotélica del mundo, y por todas partes se buscan nuevos horizontes 
		intelectuales. Tampoco la TEOLOGIA es capaz de unificar los 
		conocimientos. La Biblia deja de ser una enciclopedia de las ciencias, y 
		los teólogos pierden influencia. 
		 
		 
		 
		EL BARROCO. 
		 
		El Barroco -cultura y arte de toda Europa- supone una crisis de la 
		sensibilidad, consecuencia de las demás crisis. Es la ruptura del 
		equilibrio emocional, la necesidad de vivir apasionadamente. Los cuadros 
		de Rubens son un buen ejemplo: cada escena representa un exceso y un 
		desbordamiento. Y en las grandes obras del Barroco -arquitectura y artes 
		representativas- se adivinan las tragedias y amenazas de la época. 
		También en la nueva visión del mundo que parte de Copérnico: un mundo 
		infinito y en movimiento en el que el hombre -arrojado del centro- busca 
		encontrar su lugar. Por eso, la visión del Barroco no podía ser sino 
		pesimista. Es frecuente hablar de la "locura del mundo", o de un "mundo 
		al revés" en el que todo parece alterado. Y se convierte en proverbial 
		el verso de Plauto: "homo homini lupus" ("el hombre es un lobo para el 
		hombre"). En el mismo año (1651) aparece en el "Leviatán" de Hobbes y el 
		"Criticón" de Gracián; pero también es citado y comentado por otros 
		muchos autores. "El misántropo" de Molière, parece, pues, reflejar un 
		cierto estado de opinión. 
		 
		Todo es movimiento, mudanza, fugacidad: "la vida no es otra cosa que 
		movimiento: (Hobbes); nada es estable, "no hay estado, sino contínua 
		mutabilidad en todo" (Gracián), por lo que la metafísica escolástica 
		-basada en la permanencia de la substancia- parece derrumbarse. El 
		tiempo se convierte en una obsesión, justamente en una época en la que 
		el reloj es la máquina por excelencia: "Tú eres, tiempo, el que te 
		quedas/ y yo soy el que me voy" (Góngora). En este tiempo fugaz manda el 
		capricho de la Fortuna (tema favorito de renacentistas como Maquiavelo); 
		todo es contingente y azaroso: no hay en el mundo humano necesidad ni 
		orden. Por fin todo es apariencia, y la esencia de las cosas queda 
		oculta: "La vida humana -dirá Pascal- no es sino ilusión perpetua; y el 
		hombre es disfraz, mentira e hipocresía para sí mismo y para los demás". 
		Por eso, cuando Calderón habla de la vida como "sueño", del mundo como 
		un "gran teatro", o busca como título: "En esta vida todo es verdad y es 
		mentira", no hace sino utilizar los tópicos de la época. La búsqueda de 
		Descartes de la certeza en medio de las dudas y de los engaños del sueño 
		no es, pues, una búsqueda retórica.  
		 
		 
		 
		 
		 
		Introducción preliminar al
		"Discurso del Método" 
		 
		RISIERI FRONDIZI 
		 
		
		1. La situación histórica. 
		 
		Con el "Discurso del método" -1637- se remata el período de preparación 
		del pensamiento moderno. Las ideas y creencias que cristalizan en 
		Descartes se venían preparando a lo largo de dos siglos de lucha, 
		búsqueda e intentos fallidos que dan a toda la época los caracteres 
		clásicos de una situación de crisis. Descartes vive el final de esa 
		época dramática y la supera al hallar un derrotero seguro para las 
		fuerzas que, rebeladas contra el pasado, no lograban todavía encontrar 
		su camino. Este nuevo derrotero será el camino de la razón. Descartes 
		consagra la razón como fuente principal de conocimiento y seguro 
		criterio de verdad. Sobre tales principios racionalistas apoya, a su 
		vez, su famoso método, que será, a un mismo tiempo, el punto de arranque 
		y la meta de su filosofía. 
		 
		
		BUSQUEDA DE UN "ARS INVENIENDI". 
		 
		Se derrumban un sistema de ideas y creencias que había imperado durante 
		muchísimos siglos. Tal concepción del mundo -conocida con el término 
		general de escolástica- se fundaba sobre dos autoridades principales. 
		Aristóteles (384-322 a.C.) y Santo Tomás (1225-1274). Una concepción del 
		mundo se derrumba cuando es incapaz de explicar hechos fundamentales de 
		la naturaleza o de la vida espiritual y social del hombre. La 
		escolástica ofreció una explicación que satisfizo durante siglos. Llegó 
		el momento, sin embargo, en que la realidad parecía desmentir la 
		doctrina escolástica y sólo el peso de su autoridad la mantenía en pie. 
		Por las primeras grietas que se produjeron, al no poder explicar ciertos 
		fenómenos naturales, se colaron en la escolástica los nuevos vientos, 
		que pronto sacudirían el edificio entero. Y así como antes se aceptaba a 
		la escolástica en bloque, se la llegará a rechazar ahora también en 
		bloque. 
		El derrumbe de un sistema de ideas y creencias se produce generalmente 
		antes de que haya cristalizado una nueva concepción del mundo y de la 
		vida. Es lo que sucedió al caer la escolástica. Europa pierde su 
		tradicional punto de apoyo antes de haber encontrado uno nuevo que la 
		sostuviera. Y más de dos siglos de búsqueda infructuosa agitan a la 
		época en un vaivén de corrientes encontradas. No es que en esos dos 
		siglos faltaran hallazgos notables -y aun geniales-; los hubo, pero 
		todos tuvieron carácter parcial. Lo que se necesitaba no eran 
		descubrimientos ocasionales, sino un nuevo CRITERIO DE VERDAD -que 
		viniera a sustituir a la autoridad de la escolástica, de Aristóteles y 
		de la Iglesia- y un nuevo método que reemplazara al silogismo expuesto 
		por Aristóteles y usado durante toda la Edad Media. 
		 
		El SILOGISMO es una forma de razonamiento deductivo que puede aplicarse 
		siempre que se disponga de una verdad general, esto es, de una premisa 
		mayor. Consta, en efecto, de dos premisas: una mayor -que enuncia el 
		principio general- y una menor -que se refiere al caso particular 
		incluido en el principio general-. De ambas premisas se extrae una 
		conclusión, que es la nueva verdad que interesa: 
		"Todos los hombres son mortales" (premisa mayor, que enuncia el 
		principio general). 
		"Sócrates es hombre" (premisa menor) 
		"Sócrates es mortal" (conclusión). 
		Sin la premisa mayor no es posible construir un silogismo. 
		 
		La escolástica pudo utilizar el razonamiento silogístico porque disponía 
		de principios generales alcanzados por medio de la fe, de la verdad 
		revelada o fundados en la autoridad de Aristóteles o de la Iglesia. El 
		descubrimiento de nuevas verdades consistía primordialmente en subsumir 
		un caso particular en una verdad más general. Con tal procedimiento 
		nunca lo particular podía rebelarse en contra de las supuestas verdades 
		generales. 
		 
		
		CRITICA AL SILOGISMO. 
		 
		Pero qué valor tiene el silogismo cuando la duda alcanza a los 
		principios generales, cuando no se acepta la verdad de la premisa mayor? 
		Sin premisa mayor no hay silogismo, dijimos. De ahí que, al caer la 
		validez de los principios generales, arrastrara consigo al silogismo, y 
		éste se convirtiera en el blanco de los ataques de los forjadores del 
		pensamiento moderno. 
		Descartes y Bacon son los dos filósofos que a principios del siglo XVII 
		proporcionan al pensamiento moderno los dos pilares que lo sostendrán. 
		Descartes impulsa la filosofía -y también la ciencia- por el camino de 
		la razón. Francis Bacon por el de la experiencia. A pesar de representar 
		yno y otro los dos extremos de la filosofía moderna -racionalismo y 
		empirismo-, concuerdan ambos, sin embargo, en sus críticas al silogismo, 
		al que hacen responsable del atraso de la ciencia. 
		Por qué el silogismo sirve -en el mejor de los casos- para exponer lo 
		ya conocido, y no para descubrir nuevas verdades? Sencillamente porque 
		es un razonamiento deductivo que parte de una verdad general, enunciada 
		por la premisa mayor, para descender, apoyado en la premisa menor, al 
		caso particular que interesa. Pero si no hay verdades generales, no hay 
		premisa mayor y, por lo tanto, no hay silogismo. 
		En la Edad Media era común que los principios generales se alcanzaran 
		por la fe o se sustuvieran en la autoridad de Aristóteles o de la 
		Iglesia. Cuando la fe flaqueó y la autoridad se debilitó, los principios 
		generales se derrumbaron y el silogismo perdió la validez que había 
		tenido durante tantos siglos. 
		 
		 
		Ejemplo anterior: 
		 
		 
		Todos los hombres son mortales. 
		Socrates es hombre 
		Conclusión: Sócrates es mortal. 
		 
		Cómo sabemos que la premisa mayor es verdadera? Porque hemos observado 
		que miles y miles de hombres han muerto. Esto es, por experiencia. 
		Por estas razones, Bacon invierte por completo el orden del 
		razonamiento. El silogismo -y, en general, el llamado razonamiento 
		deductivo- parte de lo general y desciende a lo particular. Pero como no 
		puede haber verdades generales -según Bacon- que no se sostengan en los 
		respectivos casos particulares, tendrá que partirse siempre de los casos 
		particulares, y ascender paso a paso y con mucha cautela a las verdades 
		más generales. Sólo así tendremos la seguridad de no cometer un error, 
		basado en una generalización precipitada. A la deducción opone Bacon, 
		por consiguiente, la inducción, que parte de la observación de los casos 
		particulares para remontarse a la enunciación de verdades de generalidad 
		cada vez mayor. 
		 
		 
		
		2. La razón como criterio de verdad. 
		 
		El criterio de verdad es el patrón que utilizamos para determinar la 
		verdad o falsedad de un juicio. Cómo podremos confirmar o rechazar una 
		afirmación que escuchamos, o que leemos en un periódico o un libro?. Hay 
		muchos modos de confirmarla o rechazarla. El más conocido, pero no el 
		más seguro, consiste en consultar a otra persona u otro libro, al que le 
		reconocemos autoridad mayor que al anterior. Este es el criterio de 
		autoridad. Muchas veces basta con decir: "Lo dijo Fulano", para que la 
		cuestión quede decidida. Siempre que tal autoridad se reconozca. Eso era 
		lo que sucedía en la Edad Media. Bastaba con que alguien indicara: "Lo 
		dice Aristóteles", o "Lo dice la Biblia", para que se pusiera fin a una 
		disputa. Pero si no se reconoce tal autoridad, qué hacer? 
		 
		El criterio empírico es superior al de autoridad y parece satisfactorio 
		cuando se trata de determinar, por ejemplo, el número de libros que hay 
		en una biblioteca u otra cuestión semejante. Mas la duda nos asalta 
		cuando nos preguntamos si todas las cuestiones pueden resolverse 
		definitivamente utilizando tan sólo el criterio empírico, esto es, si 
		todo se puede reducir, en última instancia, a contar y medir, ver y 
		palpar. La experiencia sensible tiene también sus límites. Los europeos, 
		acostumbrados a ver durante años y años miles de cisnes blancos, 
		enunciaron la proposición general: los cisnes son blancos. Tal verdad 
		estaba respaldada por la experiencia sensible de miles de hombres en las 
		más diversas circunstancias. Tiempo más tarde, sin embargo, se halló en 
		Australia un cisne negro y ese solo desmentido echó por tierra la 
		validez universal de una proposición que descansaba en millones de 
		observaciones coincidentes. 
		 
		No es éste un caso aislado. Si la validez de un principio general 
		depende por entero de los casos particulares observados, nunca podremos 
		estar seguros de que un nuevo hecho no venga a desmentirnos. En la 
		mayoría de las cuestiones, los casos posibles son infinitamente 
		superiores a los casos que podemos observar.  
		La debilidad del criterio empírico -que se advierte hoy claramente- y la 
		imposibilidad de extraer de la experiencia leyes o principios que sean 
		universales fueron ya advertidas por Descartes, de ahí que éste no 
		buscase en el mundo de la experiencia los sólidos pilares sobre los 
		cuales habría de reconstruir el edificio recientemente derrumbado del 
		conocimiento humano. 
		 
		A dónde acudir si la autoridad ha perdido su validez y la experiencia 
		puede darnos una sorpresa? 
		 
		 
		
		LAS MATEMÁTICAS Y LAS VERDADES DE RAZÓN 
		 
		Descartes había cultivado desde su juventud las matemáticas. Si se 
		observa la naturaleza de las verdades matemáticas se advertirá que 
		tienen un carácter completamente distinto al de las verdades que se 
		basan por entero en la experiencia. 
		 
		Compárense, por ejemplo, estas dos proposiciones: 
		 
		a) Todos los perros nacen con dos ojos. 
		b) Todos los triángulos tienen tres ángulos. 
		 
		Cómo sabemos que la proposición a) es verdadera? Sencillamente, por 
		experiencia. Bastaría que naciera un solo perro con un ojo, o con más de 
		dos ojos, para que el juicio universal dejara de ser cierto. Es posible 
		que nazca un perro con un solo ojo? Sí, desde luego. No hay en la 
		esencia del perro nada que le impida tener un solo ojo. 
		 
		Veamos si sucede lo mismo con la proposición b) 
		Podría alguien poner en peligro la verdad de esta proposición al 
		echarse a buscar por el mundo triángulos con más o menos ángulos que los 
		tres enunciados? NO. 
		Las proposiciones matemáticas no deben su verdad a la experiencia y 
		están inmunes a cualquier desmentido de la experiencia. Por esto se las 
		ha llamado "verdades de razón", pues no dependen de la experiencia, sino 
		de la razón. 
		A este reino de la razón acudió Descartes. Las matemáticas le sirvieron, 
		pues, de modelo en la búsqueda de las primeras verdades absolutamente 
		ciertas y que pudieran servirle de apoyo en la reconstrucción de la 
		totalidad del edificio de la ciencia y la filosofía. 
		 
		 
		
		3. La filosofía cartesiana. 
		 
		Descartes es muy cauteloso en la búsqueda de esos primeros principios. 
		No quiere correr el riesgo de que el edificio todo se derrumbe porque 
		los primeros principios adolezcan de algún defecto. Esos primeros 
		principios, por tanto, no pueden entremezclarse con ningún supuesto, 
		tienen que ser evidentes e indudables. De ahí que use Descartes la 
		llamada "duda metódica" para eliminar toda falsa verdad y ver si queda 
		algo que realmente sea capaz de resistir la duda. 
		 
		
		LA DUDA METÓDICA. 
		 
		De lo primero que duda es de los datos de los sentidos. 
		Si bien podemos dudar de los datos de los sentidos, parecería que no 
		pudiéramos dudar de que estamos aquí, en esta habitación, con un papel 
		en la mano y rodeados de un conjunto de objetos. Pero, se pregunta 
		Descartes, No me ha sucedido, acaso, haber soñado de noche que estaba 
		en este mismo sitio, vestido y haciendo lo que ahora me parece que hago, 
		cuando en realidad estaba desnudo y metido en la cama? Bien podría ser 
		que ahora esté también soñando, pues "no hay indicios ciertos para 
		distinguir el sueño de la vigilia". 
		Pero aun en el caso de que estuviera soñando y de que las cosas que creo 
		ver y hacer no sean más que ilusiones, habrá, sin embargo, algunas cosas 
		"más simples y universales" que son verdaderas y existentes, y de cuya 
		mezcla están formadas todas las imágenes de las cosas que residen en 
		nuestro pensamiento. Entre tales cosas enumera Descartes la naturaleza 
		corporal, la extensión, la figura, la magnitud y su número.De esta 
		observación podrá inferirse, quizá, que la física, la astronomía, la 
		medicina y todas las demás ciencias que tratan de las cosas compuestas 
		son "dudosas e inciertas", mientras que la aritmética, la geometría, 
		etc., que tratan de las cosas muy simples y generales, contienen algo 
		"cierto e indudable", pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y 
		tres sumarán cinco y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados. 
		No obstante la certidumbre de las verdades matemáticas, Descartes, en su 
		esfuerzo por eliminar todo posible error, logrará mostrar que tales 
		verdades no son absolutamente indudables. Señala, en primer término, que 
		muchos hombres se han engañado sobre cuestiones matemáticas y"admitieron 
		como certísimos y evidentes por sí unos principios que a nosotros nos 
		parecen falsos". Por otra parte, Dios, que es omnipotente, puede hacer 
		con nosotros lo que le plazca e ignoramos si El no desea que nos 
		engañemos siempre, aun en aquellas cosas que nos parecen evidentísimas. 
		Y si pareciera contradictorio que Dios, "que es la bondad suma y la 
		fuente suprema de la verdad", nos pudiera engañar, podemos suponer que 
		un cierto genio o espíritu maligno ("malin génie"), "no menos astuto y 
		burlador que poderoso", sea quien nos engaña. 
		El recurso dialéctico del geniecillo maligno permite a Descartes dudar 
		de todas las cosas, por más ciertas y evidentes que parezcan. En tal 
		momento nada logra resistir la duda, y cuando un escepticismo completo 
		parece ser la lógica consecuencia de todo un largo proceso de riguroso 
		análisis y se ve al espíritu zozobrar en un mar de dudas, Descartes hace 
		pie en el primer principio absolutamente cierto e indudable que buscaba. 
		 
		 
		
		"PIENSO, LUEGO SOY". 
		 
		En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que 
		piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Aun el genio maligno, 
		por más poderoso que fuera, no podría engañarse en este punto, ya que 
		para que pueda engañarme tengo que existir. La duda puede alcanzar el 
		contenido del pensamiento, pero no al pensamiento mismo. 
		Este descubrimiento fundamental de Descartes -que marca, en verdad, el 
		comienzo de la filosofía idealista moderna, no es solo una primera 
		verdad indudable, sino también el punto de arranque de toda su 
		filosofía. Este proceso es lo que se llama la duda metódica cartesiana. 
		La función del "Cogito" es doble: señala el tipo ejemplar de proposición 
		verdadera y prepara la radical distinción entre el alma y el cuerpo. 
		"Solo sé que soy -dirá Descartes-, pero aún no sé qué cosa soy". Qué 
		cosa? "una cosa que piensa". El pensamiento comprende para Descartes 
		también la vida emocional, sentimental y volitiva. 
		Concluye aquí la primera etapa: demostración de la propia existencia 
		como ser pensante -del cuerpo aún no se tiene certeza-, derivación del 
		criterio de verdad, y afirmación de que somos una cosa que piensa (res 
		cogitans) Cuál será la próxima etapa? Hacia la demostración de la 
		existencia del mundo o hacia la existencia de Dios? 
		A diferencia de la tradición filosófica anterior, Descartes invierte el 
		orden: en vez de apoyar el conocimiento de Dios en el conocimiento del 
		mundo, sustenta el mundo -que la duda metódica había convertido en algo 
		problemático- en el conocimiento de Dios. 
		 
		
		LA EXISTENCIA DE DIOS. 
		 
		Si examinamos los pensamientos advertiremos que unos son como las 
		imágenes de las cosas -cuando me represento, por ejemplo, un hombre, una 
		casa, una quimera o Dios-; a estos pensamientos los llama Descartes 
		ideas. Entre las ideas hay algunas que parecen haber nacido conmigo, 
		otras extrañas y oriundas de fuera y otras inventadas por mí -sirena, 
		centauro,...-. A las primeras podemos denominarlas ideas innatas, a las 
		segundas adventicias y a las terceras ficticias. 
		Si considero a las ideas como imágenes que representan las cosas, 
		resulta evidente que son muy distintas entre sí. Por ejemplo, las que me 
		representan sustancias contienen más realidad objetiva que las que sólo 
		me representan modos o accidentes; y las que representan una sustancia 
		infinita deben tener más realidad objetiva que las que representan 
		sustancias finitas. Del mismo modo como la nada no puede producir cosa 
		alguna, lo menos perfecto no puede producir lo más perfecto. 
		Entre las ideas que tengo está la idea de Dios, "una sustancia infinita, 
		eterna, inmutable, independiente, omnisciente y omnipotente" Mas, cómo 
		puedo yo, que soy un ser finito, haber producido la idea de un ser 
		infinito si lo más no puede derivarse de lo menos? Es necesario 
		concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una Sustancia 
		verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un Ser infinito 
		que encuentro en mí. Tal es la prueba de la existencia de Dios por la 
		presencia en nosotros de la idea de lo perfecto e infinito. 
		Pierre Gassendi (1592-1655), compatriota y contemporáneo de Descartes, 
		le advirtió que la existencia no es una perfección, y que suponerla es 
		dar por sentado justamente lo que se intenta probar. Objeción semejante, 
		aunque desarrollada en muchos otros puntos, es la formidable crítica de 
		Immanuel Kant (1724-1804). 
		 
		 
		
		EXISTENCIA DE LAS COSAS MATERIALES. 
		 
		Una vez que se ha demostrado la existencia del yo pensante y la 
		existencia de Dios, falta ahora demostrar la existencia de las cosas 
		materiales. 
		La existencia de las cosas materiales no es algo que pueda darse por 
		demostrado. Un hombre, a quien le han amputado una pierna, cree sentir 
		dolor en la pierna amputada. 
		Descartes tendrá que echar mano a su doctrina de la "veracidad divina" 
		para tener la seguridad de que las cosas materiales existen 
		efectivamente y no son una mera ilusión: 
		Dios me ha dado una poderosa inclinación a creer que las ideas que tengo 
		parten de las cosas corporales y Dios no es capaz de engañarme, es 
		patente que no me envía tales ideas inmediatamente por sí mismo. Serán, 
		pues, las cosas corporales las que provocan tales ideas. Por todo lo 
		cual hay que concluir que las cosas corporales existen. Como se ve, la 
		prueba de la existencia de cada una de las cosas y de la totalidad del 
		mundo físico supone la prueba anterior de la existencia de Dios y la 
		imposibilidad de que Dios nos engañe. 
		 
		-Orden de exposición: 
		Duda metódica. 
		Afirmación de la primera verdad -"Pienso, luego soy"-. 
		Derivación de la evidencia como criterio de verdad 
		Demostración de la existencia de Dios 
		Demostración de las cosas materiales. 
		 
		 
		
		4. El método. 
		 
		La actitud de Descartes en favor del método no es menos entusiasta que 
		la de Bacon. Es tan grande la fe que ambos han depositado en el método 
		que llegan a restar toda importancia al talento y la capacidad racional. 
		 
		EL MÉTODO CARTESIANO. 
		 
		Establece Descartes, en primer término, la evidencia como criterio de 
		verdad. En qué consiste la evidencia? 
		La evidencia se define por sus dos caracteres esenciales: la claridad y 
		la distinción. Descartes entiende por "claro" aquello presente y 
		manifiesto a un espíritu atento, y por "distinto" aquello que es preciso 
		y diferente de todo lo demás. Dicho en otros términos, una idea es clara 
		cuando está separada y no se la confunde con las demás ideas, y es 
		distinta cuando sus partes están separadas entre sí, esto es, la idea 
		tiene claridad interior. 
		La evidencia es, pues, el criterio de verdad. Caracteriza al 
		conocimiento científico y se opone a la probabilidad y a la 
		verosimilitud. El acto del entendimiento por el cual se alcanza un 
		conocimiento evidente es la intuición. Habrá que evitar dos vicios 
		fundamentales en la búsqueda de la verdad: tomar por verdadero lo que no 
		lo es, y negarse a aceptar la verdad de lo que es evidente 
		("precipitación" y "prevención"). 
		 
		En sentido estricto, el método propiamente dicho comienza con la segunda 
		regla del "Discurso": "dividir cada una de las dificultades que 
		examinare en tantas partes como fuere posible y en cuantas requiriese su 
		mejor solución". La división de las dificultades tendrá un límite, y ese 
		límite estará representado por las "naturalezas simples", que 
		constituyen el último término del conocimiento, más allá del cual no 
		podemos ir. (el último término del análisis). 
		La intuición es, para Descartes, una captación simple e inmediata del 
		espíritu, tan fácil y distinta que no deja lugar a dudas. 
		 
		Una vez que se han alcanzado las naturalezas simples por medio de la 
		intuición, comienza a actuar la deducción. La deducción no necesita, 
		como la intuición, de una evidencia presente, sino que se la pide 
		prestada a la memoria. Si bien no es tan segura como la intuición -pues 
		ésta aprehende en forma simple, directa e inmediata-, la deducción 
		ofrece gran seguridad siempre que se parta de principios ciertos y se 
		imprima al pensamiento un movimiento continuo y no interrumpido.. La 
		deducción implica, pues, una sucesión de intuiciones. Ella nos permite 
		pasar de la evidencia de una verdad a la evidencia de una nueva verdad, 
		puesto que las relaciones de las verdades representadas por las 
		naturalezas simples son también naturalezas simples y, por lo tanto, 
		captables por intuición.. 
		Una vez que la división de las dificultades nos permite alcanzar las 
		naturalezas simples, que captamos por intuición, se aplicará la tercera 
		regla del "Discurso", que nos aconseja conducir ordenadamente los 
		pensamientos, "comenzando por los objetos más simples y más fáciles de 
		conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el 
		conocimiento de los más compuestos". Este ascenso deductivo nos 
		permitirá llevar a las dificultades, que son complejas, la misma 
		seguridad que tenemos al captar, por intuición, los elementos o 
		naturalezas simples. 
		Mas para tener seguridad sobre la totalidad hay que tenerla sobre cada 
		uno de los eslabones o etapas, pues una sola falla pone en peligro la 
		fortaleza o validez de la cadena. Por eso nos aconseja -como última 
		regla del "Discurso"- que debemos "hacer en todo enumeraciones tan 
		complejas y revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir 
		nada". El propósito de esta regla es ponerse a cubierto de los errores 
		provenientes de la debilidad de la memoria.  
		 
		De todas las ciencias, según Descartes, tan sólo la matemática logra 
		alcanzar demostraciones ciertas y evidentes; bueno será, entonces, que 
		tomemos a esta ciencia como modelo. 
		 
		En resumen, si se deja de lado la evidencia como criterio de verdad, el 
		método cartesiano consiste en los siguientes pasos: 1) dividir las 
		dificultades hasta alcanzar los elementos o naturalezas simples, que se 
		aprehenden por intuición; 2) ascender por deducción de los elementos 
		simples al conocimiento de lo complejo, y 3) examinar con todo cuidado 
		la cadena deductiva para estar seguro de que no se ha omitido nada ni se 
		ha cometido ningún error. 
		 
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