PREMIOS Y CASTIGOS EN EL MÁS ALLÁ

 

Una de las bases de la religión cristiana es la creencia en otra vida más allá de la muerte. En ella los justos serán premiados con la vida eterna en el cielo y los pecadores con el eterno sufrimiento en el infierno.

El premio o el castigo de cada cual se decidirá, de modo definitivo, en un juicio que tendrá lugar cuando el mundo llegue a su fin. En ese momento se producirá la Segunda Venida de Cristo para ejercer como juez en el JUICIO FINAL.

De entre todos los textos de la Biblia que se refieren a él, el que lo hace de un modo más claro es un fragmento del evangelio de San Mateo:

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; entonces apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (…) Entonces dirá también a los de la izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles…"

Mateo, 25, 31:41

En los primeros tiempos del cristianismo se optó por aludir al Juicio Final indirectamente. Uno de los primeros ejemplos de ello nos lo ofrece un mosaico del siglo VI que decora un fragmento del muro de la iglesia de San Apolinar Nuovo en Rávena (Italia):

 

Juicio Final. Iglesia de San Apolinar Nuevo en Rávena (Italia). Siglo VI.

 

En el centro se destaca la figura Cristo. Puede sorprender el hecho de que se le represente como un joven sin barba. Sin embargo antes de que se acabe imponiendo la imagen de Cristo con barba y largos cabellos (de origen Sirio) se lo representaba tal como ves en el mosaico de Rávena. Por lo demás el nimbo crucífero que rodea su cabeza no ofrece dudas acerca de su identificación con Cristo.

A su derecha se sitúan tres ovejas y a su izquierda tres cabritos. La imagen se inspira directamente en las palabras del evangelio de Mateo (". pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda"). El sentido de lo que vemos se completa con la presencia de dos ángeles. Fíjate en sus diferentes colores: el que se sitúa a la derecha de Cristo junto a las ovejas (los justos) es de color rojo. El que, en el lado contrario, acompaña a los cabritos (los pecadores), es azul. El color rojo representa la luz, mientras que el azul es el color de las tinieblas. Por lo tanto el ángel rojo es un ángel celeste mientras que el azul es un ángel del infierno, o sea, un demonio.

Así pues no sólo la imagen de Cristo es diferente de la que más adelante se convertirá en habitual. Ocurre lo mismo con la del diablo. En esos momentos el arte cristiano aún no había creado el diablo de aspecto monstruoso propio del arte medieval.

El hecho de que aquí el demonio adopte un aspecto similar al de un ángel (tiene incluso nimbo) no es tan extraño como pudiera parecer a primera vista. Varios fragmentos de la Biblia explican cómo los demonios fueron originalmente ángeles. Uno de ellos, Lucifer, pecó contra Dios al pretender ser tan poderoso como Él. Su pecado de orgullo fue castigado con su expulsión del cielo: él y sus seguidores (ángeles rebeldes) fueron arrojados al abismo del infierno. Solemos referirnos al tema como la caída de los ángeles rebeldes.

 

De forma igualmente indirecta se alude al premio de los justos y al castigo de los pecadores en algunas parábolas del evangelio de San Mateo como la de las vírgenes prudentes y de las vírgenes insensatas y la del pobre Lázaro y el mal rico.

Las iglesias y catedrales románicas y góticas solían decorar sus portadas con amplios programas escultóricos. Aunque algunas iglesias románicas como las de Sante Fe de Conques o San Lázaro de Autun (ambas en Francia) representaron en sus portadas el Juicio Final, habrá que esperar hasta el gótico para ver como éste se convierte en un tema habitual, casi de obligada representación. Suele ocupar el tímpano y las arquivoltas de una de las portadas de la fachada orientada al oeste. Esta localización tiene un valor simbólico: por el oeste se oculta el sol poniendo fin al día, del mismo modo que el Juicio Final coincidirá con el fin del mundo.

La fachada oeste de la catedral gótica de Bourges (Francia) decora su portada central con el Juicio Final. Vamos a tomarla como punto de partida para el análisis de los diferentes elementos que integran el tema. El conjunto de lo que se representa se desarrolla en el tímpano, en tres registros horizontales superpuestos:

 

El Juicio Final. Fachada  oriental de la catedral de Bouges (Francia). Siglo XIII.

 

En su conjunto los elementos esenciales que configuran la iconografía del Juicio Final son pues la imagen del Cristo-Juez (mostrando las llagas y rodeada por los ángeles portadores de los instrumentos de la Pasión y por la Deesis), la separación de los justos y los pecadores (con frecuencia acompañada de la escena de la psicostasis), la representación de sus respectivos destinos en el más allá (cielo e infierno) y la resurrección de los muertos para asistir al juicio.

Aunque en el Juicio Final de la catedral de Bourges se perfila un más allá basado en el binomio cielo / infierno, ya desde medidos del siglo XII se estaba produciendo una importante transformación en las concepciones de la Iglesia sobre el más allá. Si hasta entonces éstas se basaban en la contraposición entre el premio (cielo) y el castigo (infierno), progresivamente se va afirmando la creencia y en lugar intermedio entre ambos: el purgatorio. Éste estaba destinado a los que morían con pecados leves (veniales). En el purgatorio podían purgarlos, esto es purificarse de esos pecados veniales, y tras la estancia correspondiente en el mismo acceder al cielo:

 

Liberación de la s almas del purgatorio. Retablo de San Miguel de la catedral de Elna (Sur de Francia). Finales del siglo XIV.

En esta imagen vemos en la parte inferior una serie de personajes que sufren, en el interior de una boca monstruosa el castigo del fuego. Aparentemente estaríamos ante una típica imagen del infierno configurada a partir de la boca devoradora. Se trata sin embargo del purgatorio. Un ángel está ayudando a salir de él a las almas ya purificadas que, en la parte superior, otros ángeles conducen hacia el cielo.

En efecto, contrariamente a lo que ocurre con las penas del infierno que son eternas, las del purgatorio son temporales, y duran únicamente el tiempo necesario para la purificación de las almas que en él purgan sus pecados. La creencia de que las oraciones y misas ofrecidas por los vivos en memoria de sus difuntos podían acortar la estancia de éstos en el purgatorio hizo que, con frecuencia, las imágenes del purgatorio se acompañasen de una representación del sacrificio de la misa.

 

También se ideó un lugar para los niños muertos sin bautizar (su número era grande dada la elevada mortalidad infantil). Éstos no podían acceder al cielo ya que la Iglesia consideraba que el bautismo era condición imprescindible para ello. Tampoco parecía adecuado condenarlos a las penas del infierno ya que su falta era involuntaria. Es así como nació el limbo de los niños:

 

El limbo de los niños solía representarse como un lugar cerrado, una especie de caverna en las que éstos estarían por toda la eternidad, sumidos en la oscuridad. con ello se resaltaba la imposibilidad de que pudiesen ver a dios ya que ese era un gozo destinado únicamente a los bienaventurados que habían alcanzado el cielo.
El limbo de los niños. Detalle del Juicio Final. Iglesia parroquial de Borbotó (Valencia). Finales del silo XV.

 

Por tanto la geografía del más allá acabó configurándose a partir de la existencencia de cuatro lugares: el cielo o paraiso, el infierno, el purgatorio y el limbo de los niños. En el siglo XV varios pintores reflejaron en sus obras esa múltiple configuración del más allá.

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