Article publicat a “La Vanguardia” el 05/11/2003 per Julià Guillamon

Una juventud torturada

La batalla del Ebro, de la que se cumplen 65 años, fue uno de los episodios más drámaticos de la guerra civil española. Sobre las experiencias de esta batalla y del frente de Aragón no cesan de publicarse libros: fue allí donde una generación sufrió, se quebró. Un lugar feroz, donde nacieron escritores En 1933, para conmemorar el primer centenario de la Renaixença, “La Revista” convocó una encuesta entre varias generaciones de escritores sobre el significado del “moviment espiritual de Catalunya”. Las respuestas de Pompeu Fabra, J. V. Foix y Tomàs Garcés, Salvador Espriu, Ignasi Agustí o Joan Teixidor anuncian una ruptura en la cultura del catalanismo. Tras la proclamación de la República ­constata Garcés­ se ha producido una especie de distracción morosa, la vida intelectual ha perdido protagonismo en favor de la política. Fabra alerta de “una minva dels ideals patriòtics i un reviscolament de provincianisme”. Los jóvenes, por su parte, critican a la generación noucentista por la “manca d'emoció” y el “cerebralisme excessiu”, proponen una obertura hacia nuevas corrientes intelectuales, más allá del patriotismo, y Teixidor reclama a Catalunya “la generositat i l'ètica, si cal, d'una renunciació”. Por aquellos días Agustí está escribiendo Diagonal, un relato de iniciación protagonizado por un adolescente que siente la urgencia del sexo, su exaltado catolicismo le coloca en una constante contradicción. Xavier Benguerel (Pàgines d'un adolescent), Sebastià Juan Arbó (Notes d'un estudiant que va morir boig) o Domènec Guansé (Una nit) relatan también experiencias juveniles, con un fondo de pasión y remordimiento. Mientras que otros autores noveles como Ramon Xuriguera (Espills dormits), Josep Sol (Apassionata) o Miquel Planas Bach (El vent) encuentran en el lirismo esteticista una vía de fuga del conflicto interior. En “Memoria de una generación destruida (1930-1936)”, Guillermo Díaz-Plaja resume en una imagen magnífica el sentimiento de extrañeza que provocó la caída de este mundo de ensueños juveniles. Acaba de describir a Max Aub en la tertulia del Lyon D'Or y sus primeras clases como profesor del Institut Escola. De pronto ya no es escritor, ya no es profesor, va por el paseo de Gràcia vestido de caqui con un saco de patatas a la espalda. Los acontecimientos del 19 de julio obligan a tomar partido. Avel·lí Artís Gener, Pere Calders, Lluís Ferran de Pol o Josep Sol participan en la contienda, enrolados en las milicias o en el Ejército Popular. Xavier Benguerel, Mercè Rodoreda o Lluís Montanyà intervienen en actividades de agitación en la retaguardia. Joan Oliver, autor de comedias y versos satíricos, publica un poema sobre la caída de Teruel en la portada de “Meridià”. Francesc Trabal, que en Vals retrataba el flirteo del inconsistente Zeni, publica artículos exaltados sobre los deberes del escritor y los bombardeos de Barcelona. Incluso en el mundo de fantasía de Calders hay lugar para la guerra (en el cuento “La noblesa del gran joc”, un mago ofrece sus servicios a la República: “El joc que em proposeu, minyó, és un joc brut, i nosaltres guanyarem la guerra sense trampes”). Los acontecimientos de 1936-1945 cambian el rumbo de muchas vocaciones. El caso más espectacular es el de Joaquim Amat-Piniella. En 1933 había publicado Ombres al Calidoscopi, un libro de retratos de sus amigos de Manresa, en un clima de surrealismo y cócteles. Militarizado, vencido, exiliado, la experiencia del campo de concentración de Mauthausen le llevaría a escribir una de las grandes novelas de posguerra: K.L. Reich (1963). Las novelas de guerra civil son relatos de iniciación, en las que el alistamiento, la vida en la caserna y en el frente sustituyen a los conflictos familiares, la crisis religiosa y el despertar del sexo. En Unitats de xoc (1938), Pere Calders relata las vivencias de un joven inexperto que se integra al cuerpo de carabineros. Destinado como cartógrafo a una unidad de elite, entra en Teruel tras la caída de la ciudad y descubre en las calles caballos botinchados, niños que parecen el espectro de la infancia, rastros de la lucha cuerpo a cuerpo (y ni un solo muerto: a causa de la censura militar, Calders evitó cualquier referencia a las víctimas). La peripecia del XIV Batallón, masacrado en Pozoblanco, le invita a reflexionar sobre el futuro y constatar la desaparición del mundo anterior a 1936. En 556 Brigada Mixta (1945) Avel·lí Artís Gener describe una Barcelona ajena a la guerra, una reunión del partido que termina con el alistamiento voluntario. El ataque a pecho descubierto a la ermita de Santa Llúcia le sumerge en la sinrazón y el horror. El bombardeo en Senés (los supervivientes despegan de la pared el cuero cabelludo del pelirrojo Bori) es un episodio de violencia obscena que señala una pérdida de humanidad esencial. Pero quizás la mayor aportación de 556 Brigada Mixta son las descripciones del asalto al cementerio de Huesca y a Singra, en el frente de Teruel: el frenesí del combate, la insensibilidad ante el peligro, la nebulosa de voces y explosiones, el avance entre “les tenebres de dintre teu”. El vértigo que arrastra a los combatientes es también uno de los componentes del relato de Lluís de Brocà en Incerta glòria (1956), la obra maestra de Joan Sales. La descripción de los reclutas aterrorizados, el recuerdo de la última ofensiva, como una alucinación, Lluís a la carrera entre dos fuegos, empujado hacia las posiciones enemigas por una fuerza superior. Para relatar el delirio, Sales recurre a imágenes surrealistas: las ametralladoras crepitan en su cabeza como máquinas de escribir enloquecidas. Durante el asalto a la trinchera, Lluís percibe la pistola como si le acabara de nacer en la mano. Los reclutas desoyen sus órdenes y hunden los machetes en el cuerpo de los soldados rendidos. “La guerra és una fulana que t'emmetzina la sang per sempre; tota altra cosa queda pàl·lida en comparació”, dice el impertinente Soleràs. Nada es comparable a la embriaguez que se vive en el amor y en la guerra. ¿Qué representa la gloria intelectual frente al éxtasis morboso que provoca la muerte? “Incerta glòria” es el retrato de una juventud intelectual, desde que Lluís, Trini y Juli Soleràs terminan el bachillerato y entran en la universidad, en 1928, hasta la batalla del Ebro. Reconstruye el clima de espiritismo y teosofía, surrealismo y anarquismo, aderezado con lecturas de Freud, Dostoievski, Nietzsche y Schopenhauer, que marcó profundamente el carácter de Soleràs. Ante la imposibilidad de alcanzar el ideal, Juli busca en los márgenes “la sensació vertiginosa que només pot donar la doble vida”. Le encontramos en el antro de la Tanguet, en el Arc del Teatre: “quan un té el cap tot ple de somnis impossibles, d'anhels inabastables, troba una pau profunda en el catau d'una puta ben madura, ben decadent, ben rebentada”. Mientras Soleràs desciende la escalera mortal de su clarividencia, Lluís encuentra en la seducción una forma de calmar la ansiedad, Trini aspira a revivir momentáneamente la pureza perdida: el pan integral y los baños del Club Femení d'Esports, la exaltación maravillosa del 14 abril, la euforia compartida del día en que Soleràs publica en el célebre semanario “Mirador” un largo artículo, “La rebel·lió dels joves”, “que tots vam llegir i discutir apassionadament. Ens semblava aleshores que tot l'univers girava entorn nostre”. Esta generación que a los veinte años se creía llamada a ocupar los mejores lugares y que antes de los treinta se siente vacía, moralmente exhausta, encontrará en la guerra el escenario en el que expresar su desasosiego y su angustia vital. Sales los acompaña a un espacio inquietante, un frente amodorrado. En el Villar se celebra un grotesca cena de gala, con las mujeres que han llegado al campamento para celebrar la Navidad, los comensales se esfuerzan por recordar “els ‘modos’ d'abans de la guerra”. Al otro lado, el traidor Soleràs reina en las alambradas cubiertas de calaveras de cabras y soldados muertos, en una escena que prefigura Apocalypse now. Al final de Incerta glòria se suceden una serie de estampas, actualizaciones desesperadas de caprichos y desastres de la guerra: el fusilero descabezado por un obús, la alegría salvaje por la voladura de un convoy, la imagen de Lluís y Trini, con el hijo enfermo de difteria, en carro, en fantasmagórica huida. En Quanta, quanta guerra...(1980) de Mercè Rodoreda la guerra se desenvuelve ante nuestros ojos en una sucesión de proyecciones estáticas. Adrià Guitart, “un noi encara amb la llet als llavis”, revisita los escenarios de la batalla del Ebro, tocados por una luz sobrenatural. Ve los bombarderos que arrasan el puente y cuerpos que bajan flotando por el río, los pueblos abandonados... En su periplo por el frente, encuentra personajes enigmáticos ­el hombre de los escapularios, la chica de las berzas­, figuras de un fantástico tarot que marca el paso de las tinieblas a la luz. En definitiva, a la superación del trauma de la guerra, del dolor y la muerte. “En aquests moments ens ve una gran tristesa ­escribe Calders en Unitats de xoc­; voldríem allargar els braços cap a la nostra gent i demanar-los que no ens deixin sols, que no ens oblidin, que tinguin una mica de llàstima i una mica d'admiració per la nostra joventut torturada.” La experiencia de la generación del 36 nos resulta extraordinariamente próxima. Fue la primera que hizo bandera de su juventud y que experimentó las turbulencias del romanticismo en la vida de la ciudad contemporánea. En unos meses cambió las aulas por la oficina de reclutamiento, el burdel por la trinchera. Vivió una iniciación dolorosa, con el único apoyo de lecturas adolescentes que hablaban de la voluntad y el destino, y al hilo de esas lecturas, en la madurez, convirtió los escenarios de la caída de Catalunya en paisajes simbólicos en los que la aventura humana se dirime en un gran juego entre la iluminación y el crimen, el anhelo de verdad divina y el abismo moral.

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