Experiencia Cerana a la Muerte de Anita MOORJANI
La muerte y mi viaje de ida… y vuelta: mi viaje a través del cáncer y la muerte hasta el despertar y la verdadera curación.
Un relato esclarecedor de lo que nos aguarda tras la muerte y el despertar final. Uno de los testimonios espirituales más lúcidos y poderosos de nuestro tiempo. A lo largo de más de cuatro años, el avance implacable de un cáncer llevó a Anita a las puertas de la muerte
Comprendí que era mi deber ser siempre una expresión de mi propia esencia única; era algo que me debía a mí misma, a todos los que había conocido y a la vida en sí. Intentar ser algo o alguien diferente no me llevaría a ser mejor, ¡sino sólo a privarme de mi verdadero ser! Impediría así que otros experimentaran quién soy verdaderamente, a la vez que me impediría a mí interactuar auténticamente con ellos. Además, al no ser auténtica estaría privando al universo de la persona que he venido aquí a ser y de lo que he venido aquí a expresar.
Habla Anita MOORJANI: Algo extraordinario aconteció durante el invierno y la primavera de 2006. Tuve una experiencia cercana a la muerte (ECM) y después me curé de un cáncer con el que llevaba luchando cuatro años. Durante mi ECM vi y percibí ciertos aspectos de mi vida, y comprendí que una de las razones por las que elegí volver a mi vida terrenal era porque mi experiencia y mi mensaje podían servir a otras personas. Aunque mi intención con este relato es compartir mi experiencia cercana a la muerte, no hay palabras que puedan acercarse a describir su profundidad ni la comprensión que me inundó. Así que la mejor forma de expresarlo es a través del uso de metáforas y analogías. Espero poder capturar de este modo una parte, al menos, de la esencia de lo que estoy intentando trasmitir, aunque sea de manera modesta.
Mi historia empieza en una ciudad que es punto de encuentro de múltiples culturas, cada una de las cuales sostiene creencias muy distintas de las otras y a menudo contradictorias con las demás. Eso me conformó, alimentando unos miedos que con el tiempo se manifestaron en mi enfermedad. No obstante, en el fondo de mi mente siempre tuve la sensación de que no estaba a la altura. Había fracasado a la hora de alcanzar lo que se esperaba de mí y había una vocecita irritante en mi cabeza que se aseguraba de que nunca me sintiera lo bastante buena ni merecedora de nada. Yo era una mercancía dañada. O peor aún, «defectuosa». Cuento cómo transcurrió mi viaje hacia la madurez y finalmente mi descenso a la prisión del cáncer. La enfermedad fue avanzando y entré en coma, experimenté una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), relato lo que experimenté y comprendí en ese momento y lo que ocurrió después. Durante mi estado de coma fui totalmente consciente de todo lo que estaba pasando a mi alrededor; también de la sensación de urgencia e histeria emocional de mi familia mientras me trasladaban al hospital. Curarme del cáncer y hallar mi nuevo lugar en el mundo ha sido un viaje sorprendente, desafiante y muy vivificador. También describo lo que entiendo ahora sobre la curación, sobre cómo es el mundo actual y sobre cómo podemos vivir reflejando lo que de verdad somos, permitiendo que nuestra magnificencia brille a través de nosotros.
Después de mi ECM empecé a verme como una parte divina e integral de un Todo mayor, un Todo que incluye todo lo existente en el universo entero, todo lo que jamás existió y siempre existirá, y en el que está todo interconectado en su totalidad. Y me di cuenta de que yo estaba en el centro de este universo, y supe que todos nos expresamos desde nuestra peculiar perspectiva, pues todos y cada uno estamos simultáneamente en el centro de esta gran red cósmica. Descubrí que a pesar de que todo existe dentro de esta red de interconexiones, y aunque todos tenemos acceso a ella en su totalidad, mi mundo en cualquier es un tapiz confeccionado por todos mis pensamientos, sentimientos, experiencias, relaciones, emociones y acontecimientos acaecidos hasta ese punto preciso. Nada existe para mí hasta que no entra en mi tapiz. Y yo puedo incrementarlo o limitarlo, ya sea expandiendo o restringiendo mis experiencias y mi consciencia. Según mi percepción, todos tenemos cierta capacidad de elección respecto a lo que permitimos que entre en nuestro campo de observación. Cuando algo entra en mi consciencia, deviene en parte de mi tapiz. Eso significa que entra a formar parte de mi sistema de creencias, de mi verdad. Yo sabía que el propósito de mi vida era expandir mi tapiz y permitir que entraran más y mayores experiencias en mi vida, así que me encontré intentando ampliar los límites de lo que consideraba posible en todas las áreas donde hasta entonces había percibido limitaciones. Empecé a cuestionarme todo aquello que asumimos como verdad y que, sin embargo, realmente son sólo creencias determinadas por la sociedad. Contemplé todo lo que me había parecido negativo o imposible en el pasado y lo cuestioné, sobre todo las creencias que me provocaban sentimientos de miedo o de inadecuación en mi interior.
Al mismo tiempo, comprendí que, en el fondo, nuestra esencia está hecha de puro amor. Somos puro amor, cada uno de nosotros. ¿Cómo podríamos no serlo si provenimos del Todo y a él retornamos? Supe que darnos cuenta de eso significaba que nunca más volveríamos a tener miedo de ser quienes somos. Por ello, ser amor y ser nuestro verdadero yo son ¡una y la misma cosa! Comprendí que, por el mero hecho de ser el amor que en verdad soy, me curaría a mí misma y también a otros. Nunca había comprendido esto anteriormente, y sin embargo, ahora parecía muy obvio. Si todos somos Uno, todos facetas del mismo Todo, que es amor incondicional, entonces es evidente que ¡todos somos amor! Y supe que ése es verdaderamente el único propósito de la vida: ser nosotros mismos, vivir nuestra verdad y ser el amor que somos..
Imagina un almacén enorme y oscuro. Tú vives allí dentro y sólo tienes una pequeña linterna para iluminarte. Todo lo que sabes de lo que contiene ese enorme espacio se limita a lo que puedes ver con el haz de luz de la linterna. Cuando buscas algo puede que lo encuentres o no, pero el hecho de que no lo encuentres no significa que no exista. Puede estar ahí y, sin embargo, que no lo veas porque no has acertado a dirigir la luz hacia ello. E incluso aunque alcances a iluminarlo, puede que el objeto en cuestión no sea fácil de reconocer; quizá tengas una idea de cómo es ese objeto, pero si no sabes exactamente qué es, lo más normal es que no aciertes a captarlo. Así que sólo puedes ver los objetos a los que diriges la luz, pero de todos ellos, sólo puedes identificar los que ya conoces. Así es la vida física. Sólo nos percatamos de las cosas sobre las que enfocamos nuestros sentidos en un momento dado, pero de todas ellas sólo somos capaces de entender y reconocer aquellas que ya conocemos de antemano. Ahora imagina que un día alguien enciende la luz del almacén. Entonces, por primera vez, en una repentina explosión de luz, color y sonido, puedes ver simultáneamente todo lo que alberga. No se parece a lo que te habías imaginado. Las luces parpadean, brillan y emiten destellos de color rojo, amarillo, azul y verde. Ves colores que no reconoces porque no los habías visto nunca antes. La música inunda la habitación con unas melodías fantásticas, caleidoscópicas, y un sonido envolvente que jamás habías oído. Hay unos letreros de neón que parpadean y cambian constantemente de color: cereza, limón, bermellón, uva, lavanda y dorado. Unos juguetes eléctricos suben y bajan por unos rieles y rodean estantes llenos de cajas, paquetes, papeles, lápices, pinturas, tintas, latas de comida, envoltorios de caramelos multicolores, botellas de refrescos, bombones de todas las variedades posibles, champán y vinos de todas las partes del mundo. De repente, unos cohetes cruzan el aire dejando una estela de chispas y al explotar forman flores chisporroteantes, cascadas de fuego frío, pavesas sibilantes y juegos de luces... tienes la poderosa sensación de que eres parte de algo vivo, infinito y fantástico, de un tapiz enorme y oculto que va más allá de lo que abarcan la vista y el oído.
Durante mi ECM me sentía libre y grande. Todos los dolores, tristezas y penas habían desaparecido. Sentía que había dejado atrás cualquier carga. No recuerdo haberme sentido así nunca, jamás. Entonces tuve la sensación de estar rodeada por algo que sólo puedo describir como amor puro e incondicional: era el afecto más profundo que he experimentado en la vida. Iba más allá de cualquier forma de cariño que hubiera imaginado, y era incondicional; era mío independientemente de cualquier cosa que hubiera hecho. No tenía que hacer nada ni comportarme de ninguna forma para merecerlo. Ese amor era para mí, hiciera lo que hiciera. Me sentí bañada y renovada por esa energía amorosa, y ella me llenó de un sentimiento de pertenencia. Después de años de lucha, dolor, ansiedad y miedo, al fin había llegado a casa. He llegado a hablar y escribir sobre mi experiencia en respuesta a peticiones provenientes de los campos de la medicina y la ciencia, así como de personas que buscaban respuestas sobre la naturaleza del mundo y de sus propias experiencias.
CAPÍTULO 7: Dejando el mundo atrás (resumido)
Mientras me llevaban a toda prisa al hospital, el mundo que me rodeaba empezó a cobrar un aspecto irreal, como si fuera un sueño, y sentí que iba alejándome cada vez más de la consciencia. Cuando llegué al hospital estaba en coma. Los médicos se apresuraron a examinarme y se mostraron bastante pesimistas, e incluso totalmente desesperanzados de que tuviera alguna posibilidad de salir adelante.
Cuando Danny (mi marido) llamó a la clínica la mañana que entré en coma, mi médico le dijo que me llevara rápidamente a uno de los hospitales más grandes y mejor equipados de Hong Kong, y él llamó pidiendo que hubiera un grupo de especialistas esperándome. En el mismo momento en que la oncóloga me vio, su cara mostró claramente la gravedad de la situación.
—Puede que el corazón de su mujer siga latiendo —le dijo a Danny—, pero ella ya no está aquí. Es demasiado tarde para salvarla. «¿De qué está hablando la doctora? —me pregunté—. ¡No me he sentido mejor en mi vida! ¿Y por qué mi madre y Danny parecen tan asustados y preocupados? Mamá, no llores. ¿Qué ocurre? ¿Estás llorando por mí? No te preocupes. Estoy bien, de verdad, mamá, ¡lo estoy!». Pensaba que estaba diciendo esas palabras en voz alta, pero ningún sonido salía de mi boca. No tenía voz. Quería abrazar a mi madre, reconfortarla y asegurarle que estaba bien, y no comprendía por qué no podía hacerlo. ¿Por qué mi cuerpo no estaba cooperando? ¿Por qué estaba allí tumbada, inerte, cuando lo que quería hacer era abrazar a mi marido y a mi madre y decirles que estaba bien y que ya no sentía dolor?
Debido a la gravedad de la situación, la doctora llamó inmediatamente a otro oncólogo con más experiencia para que la ayudara. Curiosamente, en el estado cercano a la muerte en el que me encontraba en ese momento, yo era más consciente de todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor de lo que hubiera podido serlo en mi estado físico normal. No estaba utilizando mis cinco sentidos biológicos, sino absorbiéndolo todo con mucha más profundidad que si estuviera usando mis órganos físicos. Era como si otro tipo de percepción totalmente diferente se hubiera abierto ante mí, y ahora, más que percibir informaciones concretas, parecía estar abarcando todo lo que ocurría como si me estuviera de alguna forma fundiendo con ello. El otro oncólogo ordenó que me llevaran inmediatamente al laboratorio de radiología para que pudieran hacerme un escáner de todo el cuerpo. Noté que tenía la cabeza apoyada en varias almohadas para mantenerla elevada, tal como la había tenido en casa los últimos días. Eso era porque, tal como he descrito antes, tenía los pulmones tan llenos de líquido que si me tumbaba del todo me ahogaba con mis propios fluidos.
Seguía conectada a la bombona de oxígeno portátil, pero cuando llegamos al laboratorio de radiología me quitaron la mascarilla, me levantaron y me pusieron sobre el escáner de IRM. En sólo unos segundos empecé a ahogarme, a toser y a escupir.
—No le quiten el oxígeno… ¡Y no puede estar tumbada! ¡Se está ahogando! ¡No puede respirar! ¡Va a morir si le hacen eso! —oí que gritaba Danny al equipo médico. —Tenemos que hacerlo —le explicó uno de los radiólogos—. No se preocupe, tendremos cuidado al hacerle la prueba. Podrá aguantar si le quitamos el oxígeno sólo 30 segundos cada vez. Así que los radiólogos me sacaban de la cápsula del IRM cada 30 o 40 segundos para ponerme la mascarilla de oxígeno, y después me la quitaban y me metían otra vez en la cápsula. Como tenían que hacer conmigo todas esas maniobras, les llevó mucho tiempo completar el escáner. Cuando terminaron, me llevaron a la unidad de cuidados intensivos (UCI). Ante la insistencia de mi marido para que no se rindieran a pesar de mi estado, el equipo médico hizo todo lo que pudo por mí. Pero los minutos pasaban y yo seguía tumbada en la UCI con el personal administrándome medicamentos a través de agujas y tubos mientras mi familia les observaba impotente. Entonces corrieron una cortina alrededor de mi cama para separarme de los pacientes que tenía a ambos lados, y Danny y mi madre quedaron fuera del cubículo que había creado la cortina. Noté que las enfermeras todavía pululaban por allí, preparando mi cuerpo casi sin vida para engancharlo al oxígeno y a otras máquinas que empezaron a administrarme fluidos y glucosa de forma intravenosa, porque estaba muy desnutrida. Había un monitor sobre mi cama y me conectaron a él para poder medirme la tensión arterial y la frecuencia cardíaca. Me introdujeron una sonda de alimentación por la nariz y la garganta hasta el estómago para poder alimentarme directamente, y activaron un respirador que me bombeaba oxígeno por la nariz. Les costó meter el tubo de alimentación y pasarlo por la tráquea, así que me pulverizaron algo en la garganta para adormecer los músculos y poder así introducirlo con más facilidad.
Sabía cuándo venía la gente a verme, quiénes eran y qué hacían. Aunque mis ojos estaban cerrados, era totalmente consciente de todos los detalles que había a mi alrededor y más allá, hasta el más mínimo. La agudeza de mi percepción era mayor que si hubiera estado despierta y utilizando mis sentidos físicos con normalidad. Simplemente, parecía saberlo y comprenderlo todo; no sólo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, sino también lo que sentía todo el mundo, como si pudiera ver y sentir el interior de todas las personas. Podía percibir su miedo, su desesperación y su resignación ante mi estado.
«Danny y mamá parecen tan tristes y tan asustados… Ojalá supieran que ya no siento dolor. Ojalá pudiera decírselo. Mamá, por favor, no llores. ¡Estoy bien! ¡Estoy aquí, contigo!». Era totalmente consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Aunque parecía que todo estaba ocurriendo al mismo tiempo, las cosas en las que decidía fijarme aparecían instantáneamente con toda nitidez.
—¡No le encuentro las venas! —oí que un enfermero le decía nervioso al médico de guardia. Había miedo en su voz—. Las tiene totalmente invisibles. ¡Oh, pero mírale los brazos! Es que no tiene carne. Su cuerpo lleva mucho tiempo sin absorber ningún nutriente —recuerdo claramente que decía una voz masculina. «Parece tan desalentado… —pensé—. Si fuera por él, dejaría de intentarlo; y no le culpo». —Tiene los pulmones llenos de líquido. Se está ahogando con sus propios fluidos. Tengo que sacárselo de los pulmones para que pueda respirar con más facilidad. — Era la voz del oncólogo. Le observé mientras trabajaba afanosamente sobre mi cuerpo inmóvil, un cuerpo que parecía demasiado pequeño para contener todo lo que sentía en mi interior en ese momento.
Aunque el equipo médico se movía con celeridad y había urgencia en sus acciones, noté también un cierto aire de resignación, como si ellos ya se hubieran hecho a la idea de que era demasiado tarde para cambiar mi destino. Yo era extremadamente consciente de todos los detalles, pero no podía sentir nada a nivel físico. Nada, excepto una sensación de libertad que no había conocido nunca antes. «Guau, ¡esto es increíble! ¡Me siento tan ligera y tan libre…! ¿Qué está pasando? ¡Nunca me había sentido tan bien! Ya no hay tubos ni silla de ruedas. Me puedo mover de aquí para allá libremente y sin ayuda. Y ya no me cuesta respirar, ¡es increíble!».
No sentía ningún vínculo emocional con mi cuerpo, aparentemente sin vida allí tumbado, en la cama del hospital. Era como si no fuera mío. Parecía demasiado pequeño e insignificante para albergar todo lo que estaba experimentando. Me sentía libre y espléndida. Todos los dolores, las tristezas y las penas habían desaparecido. Me sentía liberada de toda carga. No recordaba haberme sentido antes así, nunca.
Era como si hubiera sido una prisionera de mi propio cuerpo durante los cuatro años anteriores, mientras el cáncer arrasaba mi cuerpo físico, y ahora por fin me había liberado. Estaba probando la libertad por primera vez. Empecé a sentirme ingrávida y a ser consciente de que podía estar en cualquier lugar en todo momento. Y eso no me pareció raro. Me parecía lo más normal, como si ésa fuera la verdadera forma de percibir las cosas. Ni siquiera me pareció extraño poder escuchar lo que hablaba el médico con mi marido fuera de la UCI, en el pasillo, a unos doce metros de donde yo me hallaba.
—No podemos hacer nada por su esposa, señor Moorjani. Sus órganos ya no funcionan. Tiene tumores del tamaño de limones por todo el sistema linfático, desde la base del cráneo hasta debajo del abdomen. Su cerebro está lleno de líquido, igual que sus pulmones. Ha desarrollado lesiones en la piel que están cargadas de toxinas. No creo que consiga sobrevivir a esta noche —le dijo aquel hombre a Danny. Era un médico al que no había visto antes.
Vi cómo la expresión de Danny delataba su angustia, y quise gritarle: «No pasa nada, cariño, ¡estoy bien! No te preocupes. No hagas caso a ese médico. Lo que dice no es cierto». Pero no podía hacerlo. Ningún sonido salió de mí. Él no podía oírme. —No quiero perderla. No estoy preparado para perderla —dijo Danny. Aunque no sentía ningún vínculo con mi cuerpo, percibí una fuerte oleada de emociones ante el drama que se estaba desarrollando junto a mi cuerpo inerte. Deseaba con todas mis fuerzas aliviar a Danny de la profunda desesperación que le asolaba al pensar que podía perderme.
«Cariño, ¿me oyes? ¡Escúchame! Quiero que sepas que estoy bien». En cuanto empecé a sentirme vinculada emocionalmente con la situación que se estaba produciendo a mi alrededor, también sentí que una fuerza tiraba de mí alejándome, como si hubiera un marco más grande, un plan mayor que estuviera desplegándose. Pude sentir cómo se desvanecían mis apegos, a la vez que empecé a saber que todo era perfecto y se estaba desarrollando de acuerdo a un plan.
A la vez que mis emociones se iban desvinculando de lo que me rodeaba, empecé a notar que me expandía y llenaba todo el espacio, hasta que ya no hubo separación alguna entre mi ser y todo lo demás. Sentí que lo envolvía todo y a todos, o, más bien, que me convertía en todo. Era totalmente consciente de todas las palabras de la conversación que se estaba produciendo entre mi familia y los médicos, y ello a pesar de que físicamente estaban a cierta distancia, fuera de la habitación. Veía la expresión de desesperación en el rostro de mi marido y pude sentir su temor. Era como si en ese instante me hubiera convertido en él.
Simultáneamente, y aunque no había sido consciente de ello hasta entonces, vi a mi hermano Anoop a miles de kilómetros de allí, en un avión de camino hacia Hong Kong para verme, y sentí su preocupación. Al verle y percibir sus sentimientos, volví a sentirme atraída hacia el drama emocional del mundo físico. «Oh, mira, ahí está Anoop. Está en un avión. ¿Por qué parece tan preocupado? Parece que viene a Hong Kong a verme».Recuerdo haber sentido la urgencia que tenía Anoop por verme, y me inundó una intensa oleada de emoción hacia él. «Oh, pobre Anoop. Está preocupado por mí y quiere llegar aquí antes de que me muera. No te preocupes, Anoop. Estaré aquí cuando llegues. No tengas prisa. Ya no siento ningún dolor, hermano». Quería acercarme, darle un abrazo y asegurarle que estaba bien, y no entendía por qué no podía comunicarme con él. «Estoy aquí, hermano».
Recuerdo que en ese momento quise que mi cuerpo físico no muriera antes de que él llegara. Sabía lo mal que le haría sentir eso y no quería que pasara por ello. Pero, de nuevo, cuando el cariño por mi hermano hizo mella en mí y empecé a sentirme abrumada porque no quería que él experimentara el dolor de ver morir a su hermana pequeña, volví a notar que algo me apartaba. Cada vez que mis emociones se desataban, empezaba a expandirme de nuevo y sentía una liberación de todas las ataduras, que me llevaba, una vez más, a verme embargada por la tranquilizadora sensación de que había un panorama más grande desplegándose como un inmenso tapiz en el que todo era exactamente como tenía que ser dentro del gran esquema de todas las cosas.
Cuanto más me expandía, menos inusual me parecía ese estado milagroso. De hecho, no era consciente de estar fuera de la normalidad. Todo me parecía perfectamente natural en ese momento. Seguía siendo totalmente consciente de cada detalle de todos los tratamientos que me aplicaban, mientras que para el mundo exterior seguía en coma.
A la vez, no dejaba de sentir cómo me expandía más y más, distanciándome del mundo físico. Era como si ya no me viera restringida por los límites del espacio o el tiempo y pudiera expandirme sin límite hasta ocupar una extensión cada vez mayor de consciencia. Tenía una sensación de libertad como nunca antes había experimentado en mi vida. Sólo puedo describirlo como la combinación de una sensación de absoluta felicidad y de una generosa ración de júbilo y bienestar. Ese gozo y felicidad brotaban de la sensación de estarme liberando de mi enfermedad y de mi cuerpo moribundo. Era una sensación de jubilosa emancipación de todo el dolor que me había estado provocando mi dolencia.
Según iba adentrándome más profundamente en el otro ámbito, expandiéndome, convirtiéndome en todo y en todos, sentí que los vínculos emocionales con mis seres queridos y con lo que me rodeaba iban desvaneciéndose paulatinamente. Algo que sólo puedo describir como un amor soberbio, glorioso e incondicional me envolvió, me embargó por completo, mientras yo seguía dejándome llevar. El término «amor incondicional» no hace plena justicia a esa sensación, porque se ha hecho un uso excesivo de esas palabras, hasta el punto de que han perdido toda su intensidad. Pero la batalla física que llevaba librando tanto tiempo había cesado al fin, y ahora estaba experimentando una hermosa sensación de libertad.
No sentía como si hubiera ido físicamente a alguna parte; era, más bien, como si me hubiera despertado. Acaso me había despertado por fin de un mal sueño y mi alma estaba conociendo ahora la verdadera magnificencia, y al hacerlo, se estaba expandiendo más allá de mi cuerpo y del mundo físico. Se extendía más y más hacia afuera, hasta que abarcó toda la existencia, aunque no se limitó a eso: continuó expandiéndose, adentrándose en otro ámbito más allá del tiempo y el espacio, pero sin dejar atrás el anterior, sino incluyéndolo todo.
Amor, felicidad, éxtasis y asombro fueron los sentimientos que me llenaron, me traspasaron y me envolvieron. Me vi engullida y envuelta en más amor del que jamás pensé que pudiera existir. Me sentí más libre y más viva que nunca. Como he dicho, de repente percibía cosas que no eran físicamente posibles, como las conversaciones que mi familia tenía con el personal médico lejos de mi cama del hospital. Esas abrumadoras sensaciones eran propias del ámbito expandido que las albergaba, y no existen palabras para describirlas. Esa sensación de amor pleno, puro e incondicional era totalmente distinta a cualquier cosa que hubiera podido sentir anteriormente. Es imposible calificarla o clasificarla. Era un amor absolutamente indiscriminado, como si no tuviera que hacer nada para merecerlo ni demostrar nada para ganármelo.
Para mi profunda sorpresa, fui consciente de la presencia allí de mi padre, que había muerto diez años antes. Percibir que estaba conmigo me hizo sentir increíblemente reconfortada. «¡Papá, estás aquí! ¡No me lo puedo creer!». No dije esas palabras, sólo las pensé. De hecho, fue más bien como si sintiera las emociones que había detrás de las palabras, porque en ese ámbito no había más forma de comunicación que a través de las emociones. «Sí, estoy aquí, cariño; siempre he estado aquí para ti y para toda la familia», me trasmitió mi padre. Tampoco hubo palabras, sólo emociones, pero lo entendí perfectamente.
Entonces reconocí la esencia de mi mejor amiga, Soni, fallecida tres años antes a consecuencia de un cáncer. Sentí algo que sólo puedo describir como jubiloso entusiasmo cuando su presencia me envolvió en un cálido abrazo y me sentí arropada. Era como si hubiera sabido desde mucho antes de ser consciente de ello que ambos habían estado allí todo el tiempo, durante todo el desarrollo de mi enfermedad. También fui consciente de otras presencias a mi alrededor. No las reconocí, pero supe que me querían mucho y que me protegían. Me di cuenta de que habían estado próximas todo el tiempo, aunque yo no fuera consciente de ello, envolviéndome en un inmenso amor.
Fue tremendamente tranquilizador para mí volver a sentir la esencia de Soni, porque la había echado mucho de menos durante los años transcurridos desde su partida. Sentía un amor incondicional por ella, y su presencia me transmitía ese mismo sentimiento hacia mí. Y entonces fue como si mi esencia se fundiera con la de Soni, y me convertí en ella. Comprendí que ella estaba aquí, allí y en todas partes; que era capaz de estar simultáneamente en todos los lugares y en todos los momentos para sus seres queridos.
Aunque en ese ámbito no estaba utilizando mis cinco sentidos físicos, tenía una percepción ilimitada, como si acabara de adquirir un sentido nuevo y más acrecentado y agudizado que ninguna de las facultades comunes. Tenía una visión periférica de 360 grados, con una consciencia total de todo lo que me rodeaba. Y por sorprendente que pueda sonar, me parecía algo normal. En esos momentos percibía que el hecho de estar en un cuerpo era como un confinamiento.
También percibía el tiempo de modo diferente en ese ámbito. Sentía todos los momentos a la vez y era consciente de todo lo que tenía que ver conmigo, tanto lo pasado como lo presente o lo futuro, de manera simultánea. Tomé conciencia de lo que parecían ser varias vidas desarrollándose sincrónicamente. Había una encarnación en la que tenía un hermano más pequeño por el que sentía un gran afán protector, y sabía que la esencia de ese personaje fraterno era la misma que la de Anoop, sólo que en esa existencia él era más pequeño que yo en vez de mayor. Esa vida que ahora estaba percibiendo parecía tener lugar en una zona rural y poco desarrollada, en un momento y una ubicación que no podría precisar. Vivíamos en una casita de barro con pocos muebles, y yo cuidaba de Anoop mientras nuestros padres salían al campo a trabajar.
Mientras experimentaba las sensaciones asociadas con ser una hermana mayor protectora, asegurándome de que hubiera suficiente comida para todos y de hallarnos protegidos de cualquier amenaza externa, no sentía que fuera una vida pasada. Aunque la escena parecía histórica, en ese ámbito se sentía como si estuviera ocurriendo aquí y ahora.
En otras palabras, el tiempo no discurría de forma lineal, tal como lo experimentamos aquí. Es como si nuestras mentes terrenales convirtieran todo lo que pasa a nuestro alrededor en una secuencia, mientras que en realidad, cuando no estamos expresándonos a través de nuestros cuerpos, todo ocurre simultáneamente, ya sea pasado, presente o futuro. Aunque el hecho de percibir todos los puntos temporales simultáneamente producía una atmósfera de claridad en ese ámbito, el intento de recordarlo o de escribir hoy acerca de ello puede sonar un tanto confuso; porque cuando no hay tiempo lineal, la secuencia no es obvia, lo cual hace que resulte torpe el intento de describirlo. Es como si nuestros cinco sentidos físicos nos limitaran a enfocarnos solamente en un punto en el tiempo en cada momento, y encadenáramos todos esos puntos creando así la ilusión de una realidad que discurre linealmente. Nuestro cuerpo físico limita igualmente nuestra percepción del espacio que nos rodea, confinándonos sólo a lo que nuestros ojos y nuestros oídos pueden ver y oír, o a lo que alcanzamos a tocar, oler o saborear. Sin embargo, sin las limitaciones de mi cuerpo, podía abarcar todos los puntos del tiempo y del espacio a la vez, pues todos ellos me pertenecían.
La conciencia acrecentada que poseía en ese ámbito expandido era inefable; me resulta imposible describirla a pesar de todos mis esfuerzos. La claridad era asombrosa. «¡El universo tiene sentido! Por fin lo entiendo. ¡Sé por qué tengo cáncer!». Estaba demasiado embargada en la maravilla de ese momento como para detenerme en la causa, aunque más adelante la examiné con más detalle. También comprendí por qué había venido a esta vida, y conocí mi verdadero propósito.
«¿Por qué de repente entiendo todo esto? —quise saber—. ¿Quién me está dando esta información? ¿Es Dios? ¿Krishna? ¿Buda? ¿Jesús?». Y entonces me embargó la comprensión de que Dios no es un ser, sino un estado de ser… ¡Y ahora yo era ese estado de ser! Vi que mi vida estaba intrincadamente entretejida con todo y en todo lo que había llegado a conocer. Mi experiencia terrenal era como un único hilo tejido a través de una inmensidad de complejas y coloridas imágenes en el seno de un tapiz infinito. Todos los demás hilos y colores representaban mis relaciones, incluyendo todas las vidas con las que había entrado en contacto alguna vez. Había hilos que representaban a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a mi marido y a todas las demás personas que habían entrado en mi vida, tanto si había tenido con ellas una relación positiva como negativa. «¡Oh, Dios mío, si incluso hay un hilo para Billy, el chico que me martirizaba cuando era pequeña!». Todos y cada uno de los encuentros que había tenido se habían entretejido para crear ese tapiz que representaba la suma de toda mi vida hasta ese instante. Y aunque yo sólo era uno de los hilos de ese tejido, era a la vez íntegramente el diseño global final.
Al verlo, comprendí que era mi deber ser siempre una expresión de mi propia esencia única; era algo que me debía a mí misma, a todos los que había conocido y a la vida en sí. Intentar ser algo o alguien diferente no me llevaría a ser mejor, ¡sino sólo a privarme de mi verdadero ser! Impediría así que otros experimentaran quién soy verdaderamente, a la vez que me impediría a mí interactuar auténticamente con ellos. Además, al no ser auténtica estaría privando al universo de la persona que he venido aquí a ser y de lo que he venido aquí a expresar.
En ese estado de claridad, también me di cuenta de que no era quien siempre había creído que era: «Aquí estoy, sin cuerpo, raza, cultura, religión o creencias… ¡y sigo existiendo! ¿Entonces qué soy yo? ¿Quién soy yo? Ciertamente no me siento reducida ni más limitada en modo alguno. Todo lo contrario: no he tenido nunca tanta grandeza, tanto poder, tanta capacidad de abarcarlo todo. ¡Guau, nunca, jamás me había sentido así!».
Y ahí estaba, sin mi cuerpo ni ninguno de mis atributos físicos, y, sin embargo, mi pura esencia seguía existiendo; y no era una expresión limitada de la totalidad de mi ser. De hecho, me sentía mucho más vasta y más intensa y expansiva que mi ser físico; en resumen, magnificente. Me sentía eterna, como si siempre hubiera existido y siempre fuera a existir sin principio ni fin. ¡Me llenaba la conciencia de que yo era sencillamente magnificente!
«¿Cómo he podido no darme cuenta de esto antes?», me pregunté maravillada. Mientras contemplaba ese gran tapiz que era la acumulación de toda mi vida hasta ese punto, fui capaz de identificar con toda exactitud cómo es que había llegado hasta el extremo en el que me hallaba hoy. «¡Oh, mira el camino por el que ha transcurrido mi vida! ¿Por qué, oh, por qué he sido siempre tan dura conmigo misma? ¿Por qué siempre me he estado castigando? ¿Por qué me he negado siempre a mí misma? ¿Por qué no me he apoyado a mí misma para mostrar al mundo la belleza de mi alma?» «¿Por qué siempre he estado reprimiendo mi inteligencia y mi creatividad para agradar a otros? Me he traicionado a mí misma cada vez que he dicho sí cuando quería decir no. ¿Por qué me he violado y me he transgredido a mí misma buscando la aprobación de otros en vez de ser yo misma? ¿Por qué no he seguido el impulso de mi bello corazón y he rehusado expresar mi propia verdad? «¿Y por qué no nos damos cuenta de esto cuando estamos dentro de nuestros cuerpos? ¿Cómo es que nunca me he dado cuenta de que no debemos ser tan duros con nosotros mismos?».
Seguía sintiéndome completamente envuelta por un océano de amor y aceptación incondicionales. Pude verme a mí misma con nuevos ojos y me di cuenta de que era un bello ser del universo. Comprendí que el mero hecho de existir me hacía merecedora de consideración y ternura, en vez de enjuiciamiento y crítica. No hacía falta que hiciera nada concreto; me merecía ser amada por el mero hecho de existir, nada más y nada menos. Eso me resultó una revelación sorprendente, porque siempre había pensado que tenía que esforzarme para poder llegar a ser amada, que tenía que ganarme y llegar a merecerme de algún modo que alguien me quisiera, así que fue maravilloso darme cuenta de que no era así, de que era amada de manera incondicional por el mero hecho de existir.
Cuando me di cuenta de que esa esencia expandida y magnificente era en verdad yo misma, fui transformada en medio de una claridad inimaginable. ¡Era la verdad de mi ser! La comprensión fue de una claridad absoluta: estaba contemplando un nuevo paradigma de la existencia, convirtiéndome en la cristalina luz de mi propia conciencia. No había nada que pudiera interferir el flujo, la gloria y la pasmosa belleza de lo que estaba acaeciendo.
Me di cuenta de que todos estamos conectados. Y no sólo todas las personas y criaturas vivientes, sino que sentía como si la entretejida unificación fuera expandiéndose hacia el exterior hasta incluir absolutamente todo lo existente en el universo: cada ser humano, animal, planta, insecto, montaña, mar, objeto inanimado y el cosmos mismo. Me di cuenta de que el universo entero está vivo e infundido de conciencia, incluyendo y abarcando toda vida y naturaleza. Todo y cada cosa pertenece a un Todo infinito, y yo estaba intrincada e inseparablemente entretejida con toda la vida. Todos somos facetas de esa unidad: todos somos Uno y cada uno de nosotros tiene un efecto sobre el Todo colectivo.
Sabía que la vida y el propósito de Danny estaban inextricablemente vinculados a mi vida y a mi propósito, y que si moría, él me seguiría poco después. Pero comprendí que, aunque así ocurriera, todo seguiría siendo perfecto dentro de la imagen global.
También comprendí que el cáncer no era un castigo por algo que hubiera hecho mal, ni tampoco un karma negativo como resultado de alguna de mis acciones, tal como había creído antes. Era como si cada momento albergara infinitas posibilidades, y el hecho de que me hallara en ese lugar en ese punto del tiempo era la culminación de cada una de las decisiones, elecciones y pensamientos que había tomado y tenido a lo largo de toda mi vida. Y, en mi caso, mis muchos miedos y mi enorme poder se habían manifestado adoptando la forma de esta enfermedad.
Fuente: Anita MOORJANI, Morir para ser yo. Cap7 (resumido)
Ver también:
Sección: MÁS ALLÁ DE LA MUERTE