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Creer, fiarse, confiar: Una experiencia fundante humana, espiritual, cósmica

Fundamentos antropológicos y teológicos.

Vivir es creer, fiarse... El ser humano, animal que se fia, animal creyente

Porque confiamos... esperamos.

Creer, fiarse, confiar, abandonarse, tener fe en... La fe es un acto de confianza: creer en... es fiarme de... Creer, significa fiarte, confiar radicalmente en alguien.

El reto de la fe en medio de un mundo secularizado. Grandes preguntas que todo el mundo se hace: ¿quién es Dios? ¿Tiene sentido vivir comprometido en el amor y en el perdón, a fin de construir un mundo más humano y más justo? En una cultura en crisis como la nuestra, en la que el sentido de Dios y la conciencia de radical creaturidad parecen quedar como reprimidos, el hecho de «creer» aparece como una aventura insólita. La fe no es simple conjunto de prácticas sino una actitud fundamental que abarca la totalidad de la persona, dando un sentido nuevo y permanente a la existencia. El acto de fe es un acto complejo, comporta una variedad de aspectos. La fe es a la vez «creer en», es decir, confianza en el tú de Dios (aspecto personal), y «creer que», es decir, apertura al Dios que en Cristo se ha manifestado como salvación.

Para el hombre de hoy, ¿tiene sentido todavía la fe cristiana? Vivimos hoy en un clima general de secularización, caracterizado por una oposición más o menos explícita a la realidad sagrada, donde la mentalidad positivista parece disolver el espacio divino, el sentido del misterio. ¿Tiene sentido todavía una opción creyente, que dé significado al conjunto de la existencia, opción que, después de haber sondeado la finitud del yo y el Absoluto de Dios, aparece como la única felicidad posible? ¿Se puede seguir viviendo en cristiano, al borde de una cultura que tiende a leer toda la realidad del hombre en la perspectiva de las dinámicas psicológicas y socioculturales, y en la que el optimismo científico y tecnológico parece haber encontrado un nuevo impulso en el consumismo de la civilización del bienestar? Cuando la lógica del utilitarismo y de la eficacia, en la que el hacer y el tener prevalecen por encima del ser, cuando la masificación social y cultural apaga la capacidad crítica y el sentido creativo, «creer en Dios» aparece como algo inútil e insignificante, un residuo del pasado. Y sin embargo, este proceso de secularización caracterizado por la toma de conciencia de la autonomía humana, no parece que deba ser forzosamente un factor negativo para la fe. También puede ser una ocasión para repensar y profundizar la experiencia cristiana, una invitación a interpretar de nuevo el mensaje cristiano, a vivir una fe más auténtica.

El corazón del hombre, tan vulnerable, se debate entre fe e incredibilidad. Todo esto pide que los creyentes vivan su fe de una manera coherente, nada infantil y alienante, como una fuerza de verdadera humanización, porque está en las aspiraciones más fundamentales del hombre a los que la fe responde. La fe: un confiarse incondicional a Dios, a su palabra y a su obra. Si en el acto de fe nos confiamos a Dios es porque le creemos digno de crédito. Pero, ¿quién nos asegura que en la opción de fe no caminemos en falso? ¿De qué modo la fe se inserta en la estructura psicológica del hombre? (C. PIFARRÉ 1940-2016 monje del Monasterio de Montserrat -Cataluña-).

Fiarse, confiar. Confianza es la firme seguridad, apoyada en la virtud de la esperanza, que se tiene en uno mismo, en alguien o en algo. Confiar en todos y en todo es insensato, pero no confiar en nadie ni en nada, es un error. Con-fiar es fiar juntos, dos personas, recíprocamente, es la confianza bilateral mutua. La confianza bien sentida, produce tranquilidad y paz en las personas. La confianza es un sentimiento imprescindible y una hipótesis, sobre la propia conducta futura y la de otros. La confianza en la familia, en la pareja, en la salud, en los hijos, amistades, en uno mismo, en el Cosmos... en Dios. Confiar es tener esperanza fortalecida por la fe: “¡Yo creo que va a suceder!” Quien espera y cree tiene confianza. La confianza es la esperanza robustecida por la fe. La confianza es una entrega sin reservas a la acción de la Providencia Divina, es un abandono de sí mismo y de nuestros medios para esperar únicamente en la Bondad y Sabiduría de Dios. Tener confianza es tener la esperanza segura, firme, fuerte, una esperanza de que se va a conseguir...

Israel: una historia de amor. La historia y experiencia de Israel se puede entender de muchas formas, pero una de ellas, quizá la más importante, es la experiencia del amor de Dios: Amar a Dios, amar la vida… Los israelitas pueden amar a Dios porque saben que Dios les ha amado primero. Generación tras generación, padre tras padre, ellos han transmitido a sus hijos esta certeza: Dios nos ha llamado, Dios nos quiere de manera apasionada y es preciso que guardemos vigilante y encendido el fuego de amor que nos regala. Dios es amor… Este amor de Dios tiene un sentido y alcance individual, pero está vinculado también a la nación entera, es decir, al conjunto del pueblo israelita. Éste ha sido y sigue siendo un amor apasionado, fiel, abierto a la comunión. El mismo Dios nos quiere de forma apasionada; ama a los hombres de manera emocionada, entusiasmada, violenta; se conduele del dolor humano, viene, les asiste, les levanta. El viejo testamento sólo nos desvela un misterio: la pasión de Dios que sufre por amor hacia los hombres. Por eso, el amor humano podrá ser y de algún modo tendrá que acabar siendo, amor apasionado.

Éste es un amor de fidelidad. Hay un amor que permanece por los siglos de los siglos, asentado con firmeza en el misterio del Señor que guarda su palabra. En su doble aspecto de fidelidad­firmeza de Dios y fidelidad-respuesta de los hombres, la fe israelita debe comprenderse a partir de la unidad o entrega de amor entre personas. Para entender lo que supone mantenerse fieles tenemos que arraigarnos en la entraña de Israel, el pacto; en ese pacto, que no puede romperse, se fundan los aspectos de la vida, del amor y de la historia. Amar implica, mantenerse fieles a la entrega y unión entre personas, desde el fondo de un amor de Dios que guarda siempre la palabra de su alianza. Éste es un amor de comunión… Israel ha descubierto que el amor implica la existencia de dos seres diferentes que se encuentran. Lo que importa es alcanzar la unión en el encuentro. Por eso, el verdadero amor implica comunión, tanto en la apertura a Dios como en el plano de unión entre los hombres. (X. PIKAZA)

Una experiencia fundante humana, espiritual, cósmica: Fe, fidelidad, firmeza, verdad, confianza, fiel, creyente... «Fe» en el mundo hebreo es «emuná» que significa «confianza». Y lo importante es llegar con mucho esfuerzo a construir confianza (en Dios y en uno mismo...). La fe, pues, se identifica con la fidelidad (es decir, con algo sólido, algo que tiene consistencia y firmeza) y también con la verdad. «Fe» no es una ilusión o una esperanza irreal, fe es fidelidad a lo que está escrito, fe es fidelidad a la verdad. Verdadero es lo firme, aquello que ofrece garantía y da confianza. Confiamos en un Dios que es Fiel (digno de fe, digno de crédito) y como respuesta a su “crédito divino”. La experiencia bíblica: Dios se revela a sí mismo como un Dios que sella alianzas y las cumple. Así es cómo Dios se relaciona con la creación en calidad de miembro fiel de una alianza. Esa es la buena noticia para el ser humano: Dios se mantiene fiel a la alianza. La vida del hombre no es simple energía cósmica, ni pura pasión vital instintiva, la vida es fe de Dios (fidelidad de Dios respecto a los humanos) que vive y crea en nosotros. A continuación ofrecemos un resumen de la interpretación que nos ofrece el exégeta (X. PIKAZA).

La esperanza, pilar de la vida de fe. Fuente que brota en el corazón de la humanidad. La respuesta a la pregunta sobre el sentido último de nuestra existencia puede encontrar una respuesta negativa, debido a tantas influencias degradantes que nos llegan del mundo. Pero si nos desanimamos, si sucumbimos, si perdemos la esperanza, también se derrumban las otras virtudes que se apoyan en ella.

Todos esperamos. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa de una vida más plena, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. La esperanza brota en el corazón de la humanidad. Corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; expresa los anhelos que inspiran las actividades de los hombres; protege del desaliento; nos sostiene ante el desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. Esperar es vida, es vivir, es dar sentido al camino, es encontrar las razones por las cuales seguir adelante motivando el sentido de nuestra existencia, de nuestro presente, de nuestro ser aquí, ahora. La esperanza es una gracia que nace del deseo innato de ser felices. Tal gracia se inserta en el corazón de cada hombre y mujer: “este deseo es de origen divino”; Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer. (Papa Francisco, uno de los pocos referentes éticos y morales mundiales)

Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte. (Papa Francisco)

  • Vivimos porque mos fiamos de..., confiamos en..., creemos en...
  • No creemos para nada, sino para ser lo que somos, es decir, creyentes, seres de fe, seres que necesitamos necesariamente confiar en... Ser hombre es creer, es fiarse, es confiar. Si no se tiene fe ninguna el hombre en cuanto tal se muere, termina de ser, se destruye a sí mismo.
  • La misma vida humana es imposible sin fe: antes de buscar demostraciones: el ser humano necesita confiar en la realidad (en sentido más concreto, en la madre). De lo contrario dejaría de ser y moriría.
  • La fe (religiosa) puede tomarse como experiencia de confianza originaria en la Realidad, en lo divino.  
  • En el principio de la fe humana hay un gesto de confianza básica en la realidad (en el Dios que es la Realidad y la guía).

El ser humano, un animal que se fia, un animal creyente

Antes de toda demostración racional, intelectiva, de la base en la que se fundamenta la vida humana está el descubrimiento experiencial del don de la vida, está la fe, entendida en forma de confianza básica.

Creer, fiarse, confiar, tener fe en..., abandonarse en alguien... Antropológicamente el ser humano sólo puede surgir o desarrollarse (sólo existe y comparte la vida) en un ámbito de fe, es decir, de confianza básica, que le ofrece la madre al engendrarlo y acogerlo. Para vivir tenemos que fiarnos, confiar en alguien, depositar nuestra confianza básica en alguien. La vida se sitúa y nos sitúa ante la alternativa de la fe: o confiamos en Dios y confiamos unos en otros o la destrucción mutua. Entendida en su forma radical, la vida de de todos los hombres y también la vida de los creyentes es vida de fe, es cuestión de fiarse, de confiar unos en otros, en Dios... Si dejan de creer en el Dios que les funda, y de creer unos en otros, los hombres mueren (se destruyen, se matan). El ser humano, pues, necesita confiar, necesita ser un hombre de fe, de confianza. Sin ella la vida humana sería imposible. Según lo dicho, podríamos desarrollar, pues, toda una antropología de la confianza del ser humano como un ser que se tiene que fiar, un ser de “fe”, un ser que confía, un ser “creyente” (Antropología creyente): el ser humano es un ser que no podría vivir ein confiar, sin creer, sin fe. Sólo por fe vivimos y somos los hombres. La fe supone la confianza en la vida, en los otros, en la Realidad, (en el Dios creador). Antes de toda demostración racional, intelectual, de la base en la que se fundamenta la vida humana está el descubrimiento experiencial del don de la vida, de la vida como un don, una gracia que alguien nos concede, está la fe en esa realidad antropológica, entendida en forma de confianza básica en la Vida.

Podemos distinguir dos tipos de fe (confianza): una sería la fe israelita (y musulmana) que es confianza personal en Dios. La fe cristiana que degradada, desviada de su esencia originaria, habría terminado convirtiéndose en «aceptación» de una serie de dogmas; no sería creer a una persona (confiar en lo divino), sino creer en unas cosas. La Biblia en su conjunto ha puesto de relieve el valor de la fidelidad en el despliegue de la misma vida, el valor de la fidelidad divina y la fidelidad humana. La Biblia es un libro de fe, en el sentido radical de la palabra. En su raíz más honda, ofrece un testimonio de fe: una forma de vida que se funda en fiarse de Dios, en la fidelidad de Dios, que ofrece y mantiene su palabra, y en la fidelidad de los hombres que le responden. La actitud original del hombre bíblico es la fe, emuná, fiarse de la Realidad (de su fundamento divino), y dejarse sorprender y enriquecer por ella, en un camino dialogal, responsable. En ese «creer» lo que está en juego es ante todo el destino de Israel como pueblo, su salvación.

Nadie cree en Dios sin más, en una especie de vacío absoluto, sino que su fe se encuentra integrada dentro de una tradición religiosa de creyentes.  Por eso decimos que los judíos creen en el Dios de Israel, desde su propia tradición israelita, de manera que su fe es inseparable de la historia y experiencia como pueblo creyente. La fe del hombre israelita es consecuencia de la fidelidad de Dios. Acepta al Dios que se revela por la Ley: asume su Palabra y se vincula como pueblo a partir de la emuná o firmeza de Dios hecha principio de verdad. La tradición israelita ha definido al justo como aquel que «vive de la fe». Pablo se sitúa en la misma línea, al entender el cristianismo como despliegue creyente. En ese aspecto, los cristianos son creyentes, como los judíos, pero judíos que han vinculado su fe fundamental, una confianza básica, con la vida y persona de Jesús, a quien miran como «autor y consumador de la fe». Su fe en Dios está vinculada de un modo integral a la fe en Jesús. Los cristianos confiesan que Jesús les ha ayudado a creer (a confiar en Dios, a ponerse en sus manos), de tal manera que lo «introducen» en su camino de fe. En ese sentido ellos son «creyentes mesiánicos», quizá en el mismo sentido en que los judíos son creyentes mosaicos (Moisés les ayuda a creer) y los musulmanes creyentes coránicos (el Corán les abre un camino de fe). La fe en Jesús no se añade a la «fe en Dios», sino que es la forma y camino cristiano para creer en Dios.

Sólo por fe en Dios (en la Realidad) y por confianza mutua podremos existir sobre la tierra. Esta es la aportación básica de la Biblia Judía, no sólo a la historia de occidente, sino al conjunto de la humanidad. En esta línea se sitúa la “novedad” cristiana. Sabemos que Dios es más que idea,  es Presencia muy especial allí donde los hombres lo acogen, lo conocen, como la Verdad originaria. Verdadero es lo firme, aquello que ofrece garantía y da confianza. Dios nos ofrece la máxima confianza; por eso nos sentimos seguros en su presencia. Dios es Presencia como Fidelidad, como el Amén en quien podemos confiar. En ese sentido, con toda la tradición israelita, los cristianos afirman que Dios es Presencia Verdadera, como Roca firme en la que pueden asentarse. No es una ilusión de ensueño, un espejismo que nos deja vacíos y se escapa cuando queremos tocarlo. No es mentira que va y viene, que se dice primero sin firmeza y después se niega o se retira, cuando llega el tiempo malo. Su Presencia es Fidelidad, Firmeza, para siempre.

Visión de la fe, según la Biblia

La Biblia ha sido y sigue siendo para millones de creyentes, judíos y cristianos, el libro de religión por excelencia, el libro en el que se expresa la espiritualidad y la experiencia religiosa de su vida. Para la Biblia, la vida humana no es tragedia como decían los griegos antiguos: no somos vivientes caídos, condenados a sufrir en un mundo de violencia inexorable; no es tampoco dolor, como repetía Buda: no estamos condenados a negar todo deseo. Por el contrario, estos son algunos de los valores básicos de la vida, en línea judía y cristiana: Alegría, Amistad, Amor, Belleza, Colores, Comidas, Compasión, Deseo, Estética, Gozo, Gracia, Justicia, Misericordia, Música, Placer, Perdón, Prójimo.

Sólo en fe (en confianza radical en Dios, en el Dios Bíblico) se entiende el despliegue de la Biblia judía, que es el testimonio de un pueblo de creyentes, que confían en la presencia de un Dios que es Fiel (digno de fe) y responden de un modo creyente, con la verdad más honda, que es la verdad de la fe (es decir, la emuná).

¿Qué es "emunáh"?

La emuná es una propiedad de la persona que cumple con su promesa de ser fiel a lo que se espera de ella. La emuná es un tipo de seguridad que te reafirma en la vida, que nos reafirma en la vida. La emuná es estar en calma a pesar de no tener aún todas las respuestas. La emuná es fidelidad a lo que está escrito, fe es fidelidad a la verdad. La emuná es esa confianza en Dios, que es lo que hace que nuestra seguridad en la vida sea firme. La emuná es un legado influyente de la Cultura hebrea a Occidente. La raíz de la palabra emuná es descrita con 4 significados relacionados entre si:

  1. «Fuerza». Intentando expresar así la inalterable fidelidad de Dios en cumplir sus antiguas promesas.
  2. «Fe». Dt 32:20: «… los hijos que no poseen fe». La fe sería la consecuencia de una nutrición apropiada.
  3. «Nutrición». El rol del que alimenta estriba en el uso de la propia fe como la base para brindar al prójimo un sustento consistente y confiable.
  4. «Creatividad». «Creatividad» como un indicador de nuestra emuná.  Esto se puede ver, por ejemplo, en la conexión entre emuná, y la adquisición de la salud. La mejor forma de obtener y conservar la salud es a través del esfuerzo creativo, siendo el producto de este esfuerzo una expresión de la fé que hay detrás de él.

La fe (emunah), palabra hebrea utilizada en las escrituras, es algo seguro, establecido, fiel, algo o alguien en lo que podemos confiar y creer que son verdad. Emuná proviene del verbo amán (אָמַן): amán significa creer. Generalmente, es traducida como “fe”. Esta palabra está asociada con la creencia y la esperanza. Emuná significa: fe, confianza, fidelidad, creencia… La emuná es una convicción innata, una percepción de la verdad que trasciende la razón. No obstante, la emuná no está basada en la razón. La fe es anterior y superior a todo razonamiento. La razón jamás puede alcanzar la certeza de la emuná. La emuná perdura incluso cuando la razón no alcanza. Emuná también se relaciona con verdad. En hebreo, verdad es emuná o fidelidad. Verdadero es lo firme, aquello que ofrece garantía y da confianza. 'Emünáh expresa originariamente lo firme, lo que se mantiene. De ordinario 'emünáh designa no un objeto, sino la situación permanente del hombre o de Dios respecto a otras personas. En el terreno de la relación interhumana 'emünáh significa fidelidad, confianza, lealtad. Cuando en una frase 'emünáh forma pareja con «justicia», entonces designa la conducta que se ajusta a derecho, la rectitud o sinceridad.

La emuná, nuestra fe, así como también la verdad, es un soporte. Un soporte en donde nos apoyamos. Una cosa que sostiene a otra. Una persona fiel (que tiene fe) en hebreo es ne’emán; una persona que tiene una base de apoyo firme, por ejemplo, la relación con una madre, em (אֵם). Una madre es la que sostiene y sustenta al bebé.  Una persona fiel es una persona firme, como una roca segura en la que uno puede apoyarse. La fe (emunah) es algo seguro, establecido, firme, fiel, algo o alguien en lo que podemos confiar y creer verdaderamente. Es confiar en algo seguro y establecido, algo o alguien en quien puedes confiar y creer. Confiar (confidere): poner fe en algo o alguien. Confianza, cualidad del que confía. Ser fiel a..., ser de la confianza de… sentirse seguro, dejarse en manos de... Yahvé es el fundamento de esa seguridad. Sólo el que cree puede estar seguro de la protección divina en la catástrofe que ha de venir. La ’emunáh es lo que hace que nuestra seguridad en la vida sea firme. Lo que te protege, te está dando vida. Es la seguridad que nos asienta en nuestra condición de criaturas. Cuando la persona tiene una profunda emuná en una verdad, en algo verdadero, siente que esa verdad es parte integrante de su propia esencia y su propio ser. La prueba de fuego de una emuná auténtica sería un caso de martirio. La persona con una emuná superracional está tan convencido de aquello en lo que cree que no contempla ninguna otra alternativa. Negar su emuná es negar la esencia misma de su existencia. La emuná crece y se profundiza a medida que uno se va acostumbrando a ver todos los fenómenos de la vida como manifestaciones de la presencia y la gloria del Creador.

La fe en Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea la fe se identifica con la fidelidad (es decir, con la firmeza) y también con la verdad, entendida como emuná, en la línea de la firmeza y de la misericordia. Básicamente, la fe pertenece a Dios, que es el fiel por excelencia, pues guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman y guardan sus mandamientos. Entendida así, la fe no es algo, sino la misma realidad de Dios a quien se entiende no sólo como firme, sino también como misericordioso. Dios se presenta como «compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, es decir, en fidelidad». La fe del hombre es consecuencia de la fidelidad de Dios. No se trata de creer en cosas, sino de fiarse de Dios, de ponerse en sus manos. Entendida así, la fe constituye la actitud básica del israelita. Ella puede identificarse con el amor del que habla el shema (Dt 6, 5: «amarás al Señor, tu Dios…»); aparece como experiencia básica de confianza, en medio de la crisis constante de la vida.La fe de Abrahán: él se ha afianzado, ha depositado su confianza en la palabra de Dios, en la palabra dada por parte de Dios. Abrahán no solamente creyó. Demostró su fe por sus obras. La comunión con Dios lleva consigo una exigencia que el hombre cumple cuando confía. Se le da especial relevancia al hecho de que la palabra de Dios o del hombre acredite su autenticidad y adquiera validez, al estar de acuerdo con la acción que se sigue.

Se afirma que «el justo vivirá por la fe». Justo es aquí el tzadik, el hombre que responde a la llamada de Dios. La fe requiere de sustento, y requiere también de acción. La vida del justo se identifica con la ‘emuna, la fidelidad de Dios. Por ir unida a la fidelidad, la fe continúa siendo siempre el signo distintivo más importante de la justicia. Al «justo» se le promete la vida por su fidelidad. La verdadera justicia israelita, se expresa en forma de confianza en Dios. Podemos decir, en resumen, que Dios es verdadero porque es fiel, porque mantiene su palabra y los hombres (en especial los israelitas) pueden fiarse de él.

El hombre piadoso conoce la voluntad de Dios a través de los mandamientos, y sabe que él recibe de ellos sabiduría y ciencia. El israelita sabe que los preceptos divinos son dignos de confianza. En las tribulaciones de la vida, él puede confiar en la solvencia de los mandamientos, como un siervo de Dios obediente a su palabra.

La fe en Nuevo Testamento. Fe de Jesús.

Jesús como creyente, es decir, la fe de Jesús en Dios: La vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, es un ejercicio y despliegue de esta fe en Dios. Como buen judío, Jesús sabe que sólo por fe vivimos y somos los hombres, confiando en el Dios que es Fiel (digno de fe) y respondiendo de un modo creyente, en gesto de emuná (de amén), que no es superstición, ni es “credulidad” infantil, sino aceptación madura, responsable, creadora, de la vida. En ese sentido podemos y debemos presentarle como judío radical, el gran creyente. Todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho, ha de entenderse como un despliegue de su fe (confianza) en el Dios que quiere entregar su vida a los hombres, de tal forma que ellos vivan en salud y fraternidad, preparando así la llegada del Reino de Dios.

Fe en Jesús. De la fe de Jesús… a la fe en Jesús. Hemos visto a Jesús como creyente, es decir, la fe de Jesús en Dios. Pero Jesús no es sólo un hombre de fe, sino un portador de fe. Desde ese fondo se entiende su vida como un despliegue de fe. Una y otra vez, Jesús dice a los curados: tu fe te ha salvado. Esta es la fe en sentido pleno: la confianza en el Dios salvador, que mueve montañas. Jesús no sólo quiere sacar al hombre de una situación de miseria corporal, sino que quiere hacerlo testigo de su acción salvífíca. Su obrar salvífico está ligado a la fe. Expresión de esa fe expansiva de Jesús son sus milagros, que capacitan a los hombres y mujeres (especialmente a los pobres) para abrirse a un mundo superior de comunión y fraternidad, por la fe que ellos mismos despliegan, en contacto con Jesús. En las narraciones de milagros se encuentra muy a menudo una alusión a la fe del enfermo o de los que le rodean. Se alude a la confianza en la misión de Jesús y en su poder de salvar a aquel que lo necesita. Jesús no sólo quiere sacar al hombre de una situación de miseria corporal, sino que quiere hacerlo testigo de su acción salvífíca. Él no sólo quiere ser «el que cura», sino el que ayuda por encargo de Dios. Por esto, más que mandarle, lo que hace es preguntar por su fe. En la confianza del hombre radica la posibilidad que abre el camino a que Dios pueda hacer su obra. Así responde Jesús a quienes le han pedido “Auméntanos la fe”:” «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa higuera mora: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería». Los que preguntaban a Jesús querían creer en él, recrear su vida y la vida de los otros, con el poder que Dios les confiaba, y que ellos descubrían en sí mismos por medio de Jesús. Todo llamamiento y toda afirmación de Jesús implican la fe, la confianza, el conocimiento, la decisión, la obediencia, la sumisión; sin la pluriformidad de la fe (en hebreo: 'emünáh) y de la confianza la predicación de Jesús no es comprensible. La fe de Jesús es aplicada inmediatamente a la realidad; se realiza de un modo vital y no como una simple abstracción.

Así nos sigue diciendo otro pasaje de los dichos de Jesús: «Tened la fe de Dios! En verdad os digo, si uno le dice a este monte: ¡Quítate de ahí y arrójate al mar!, y no duda en su interior, sino que cree que va a realizarse lo que dice, lo obtendrá» (Mc 11, 22-24). Esta palabra es clave dentro de todo el Nuevo Testamento, situada tras la destrucción del templo (el 70 d.C.). La fe en Dios, (tened fe en Dios) es para Jesús un estar abierto a las posibilidades que Dios establece y un contar-con-Dios que no se da por satisfecho con lo dado y con lo hecho. Lo que depende del hombre es poco si se lo compara con lo que Dios realiza.

Ésta es la fe activa, la fe creadora de aquel que confía en su vida y en la vida de los otros, porque sabe que Dios le sostiene y sostiene por él (con él) su obra creadora. Jesús se sabe emisario y portador de la fe, es decir, de la vida de Dios, de tal forma que Dios de quien vive puede vivir y hacer todo (anunciar y preparar su Reino). Esto es lo que dice y ofrece a los hombres y mujeres que le siguen. Eso significa que ellos (los creyentes, como Jesús) participan del poder de Dios, pues su fe no es aceptación abstracta de verdades superiores, sino comunión en el ser y el poder mismo de Dios, que es el poder de la vida.

Ser hombre es creer: sentido humano y religioso de la fe

La fe constituye el tema y sentido central del evangelio y de la Biblia entera, que hemos definido como libro de fe. La fe no es sumisión ante un poder superior (que decide las cosas de antemano, de un modo fatal), ni es dependencia pasiva, ni credulidad ante lo desconocido, ni aprobación ciega de verdades superiores, sino la presencia (experiencia) de Dios en la vida del hombre, que así se define y actúa como aquel que “vive de la fe”.

El hombre, animal de fe.  Creo, luego existo. Ciertamente, el hombre es “animal racional”, un viviente capaz de pensar (“pienso, luego existo”). Unos le han definido como el animal que es capaz de organizar y dirigir el mundo, produciendo bienes de consumo (“trabajo y produzco, luego existo”). Algunos le entienden como voluntad de poder (me esfuerzo y dominio, me impongo, luego existo). Otros, en fin, toman al hombre como ser capaz de poseer, aquel que se define por aquello que acumula y tiene, convirtiéndose de esa forma en siervo de su capital (acumulo propiedades, y ellas me poseen, luego, luego existo). Todas estas perspectivas pueden tener cierto valor, pero allí donde se identifica al hombre con su capital, el hombre muere porque en su verdad originaria el hombre es un “creyente”, y sólo puede realizarse como humano porque “cree”: acepta la vida como don y cree en ella, y así la comparte. Por eso, en el principio de la experiencia antropológica de la Biblia está una palabra que dice: «Creo, luego existo”, es decir, «Dios cree en mí, y de esa forma puedo vivir como humano».

Fe, primer conocimiento. Plantas y animales nacen desde fuera, dentro de un proceso cósmico que les hace y determina, no necesitan creer para vivir. Los hombres, en cambio, nacen desde sí mismos porque, en un momento dado, acogen (escuchan, asumen) la palabra que les va diciendo “vive”, y la hacen suya, respondiendo a ella. Esta es la experiencia originaria de la Biblia, que define al hombre como “oyente de la Palabra”, como aquel que es capaz de escuchar la Voz de Dios (Principio de la Vida) y dialogar con él en libertad. Así lo han descubierto en una historia impresionante de lucidez los grandes profetas de Israel, culminante en Jesús. En el principio de la fe humana hay un gesto de confianza básica en la realidad (en el Dios que es la Realidad y la guía), pero esa actitud puede y debe convertirse en gesto antropológico integral, una actitud que abarque la totalidad de nuestro ser.

Sólo por fe… Sólo por fe sabemos quiénes somos, porque creemos a nuestros padres (nuestro grupo humano) que nos lo han dicho, y nosotros confiamos, aceptamos su palabra y su conocimiento. Sólo por fe, porque creemos y acogemos la vida que otros nos han dado, podemos existir, pues todo lo que somos es regalo, nos lo han dado el amor. Sólo por fe, porque nos fiamos de otros (y porque en el fondo confiamos en el “poder” de la vida) podemos ser hombres en el mundo. El ser humano existe porque confía en la realidad (en la madre, en los amigos, en la vida…) y en último término en un Dios que es fiable. Éste es el mensaje central de la Biblia. La fe es el primer conocimiento.

Fe, un conocimiento religioso. En su origen bíblico, toda la vida humana es "religión". En el principio de la fe humana hay un gesto de confianza básica en la realidad (en el Dios que es la Realidad y la guía). La fe bíblica es confianza originaria en la realidad y, de un modo especial, en el despliegue de la historia, entendida como presencia de Dios. La misma vida humana es imposible sin fe. El hombre sólo es humano y vive como tal por fe. Sin ningún tipo de fe de unos en los otros nos habríamos matado o vuelto locos. La tradición israelita ha definido al justo (hombre auténtico) como aquel que «vive de la fe» en el Dios que guía la historia personal de los hombres, en libertad y solidaridad mutua. También Pablo entiende la condición humana como expresión y despliegue de fe. En su forma radical, la vida de los creyentes (y en algún sentido de todos los hombres) es vida de fe, ejercicio de confianza.

La fe, principio de toda experiencia humana. La Biblia en su conjunto sabe que el hombre (como humanidad y como persona individual) sólo ha podido surgir escuchando la palabra de Dios y respondiendo a ella, en una historia dramática y compleja, pero rica de esperanza. La Biblia sabe que el hombre que “pierde la fe” (en Dios y en los demás, es incapaz de amar, se vuelve loco y mata (o se mata). Según Kant lo más importante del hombre no se juega en el plano de la “razón científica” (que quiere demostrarlo todo), sino en el de la fe. La fe es el primer conocimiento, y que sólo por confianza básica en Dios (en la realidad) podemos comportarnos como humanos.

Los cristianos, creyentes en Jesús (De la fe de Jesús… a la fe en Jesús)

El mismo Dios aparece así, en Marcos, como fuente y sentido de la fe, el primero de todos los creyentes: ¡Dios cree en los hombres, por eso les crea, de forma que ellos puedan creer y crear, crearse a sí mismos. Como buen judío, Jesús sabe que sólo en fe vivimos y somos los humanos, confiando en Dios que es Fiel (digno de fe) y respondiendo a su “crédito divino”. La confianza, fe, en Jesús es parte de todo aquello que nos enraíza en la existencia. Jesús identifica la presencia de Dios con la fe, sin necesidad de un santuario como el de Jerusalén. Los cristianos carecen de templos, no se unen por instituciones sacrales como las del judaísmo de los sacerdotes. Pero deben vincularles una fe poderosa (la fe del mismo Dios, con quien ellos se identifican, por medio de Jesús, recuperando así la raíz bíblica de la fe). El cristiano Pablo entiende el cristianismo como despliegue creyente.  En esa línea, los cristianos somos «creyentes» que han vinculado su fe en Jesús, a quien miran como “autor y consumador de la fe”. Son «fieles», porque se fían, confían en la palabra de Jesús. 

Como verdaderos creyentes, los cristianos no necesitan santuario nacional ni sacerdocio controlado por la ley de escribas, sino que pueden dialogar y dialogan directamente con Dios (están inmersos en él), en gesto de confianza mutua, abriendo con su fidelidad espacios de fe para los demás..., teniendo la certeza de que Dios les ha concedido ya lo que han pedido. La misma fe convertida en oración “es” presencia y obra de Dios, que actúa en (por) ella, de manera que los creyentes no tienen que esperar para “después” el cumplimiento de su plegaria, pues en la misma “petición en fe” se encuentra ya el cumplimiento de aquello que se pide. Cae o termina así el edificio antiguo de los sacerdotes-escribas. Crece en su lugar la fe del hombre que confía en Dios (y cree en los demás, y actúa como Dios), sabiendo que toda petición está cumplida ya en el mismo momento de formularla desde dentro. El verdadero templo del reino de Jesús se identifica con la fe orante que enriquece y vincula a todos los humanos, pues Dios mismo cree y actúa en aquellos que creen y le piden algo.

Ha caído el templo de Jerusalén, se ha secado la higuera de Israel; no queda nada de aquello en lo que habían confiado los judíos... Y sin embargo, Marcos recogiendo un dicho de Jesús, anima a su comunidad: «Tened la fe de Dios!»  Frente al templo caído, en medio de una guerra económico-militar que parece condenada a destruirlo todo, Jesús nos dice y pide ¡Tened la fe de Dios!. Dios vive y cree, creed también vosotros, siendo así misericordia y gratuidad, fe y firmeza. Misericordia, es decir, benevolencia gratuita, en línea de perdón. Lealtad, es decir, firmeza en el cumplimiento de los compromisos (atributos fundamentales de Dios). Parece que hoy  tampoco queda ya nada de Iglesia externa; todo ha sido o está siendo derrumbado por la bomba de los grandes deseos enfrentados, por el ansia de poder de unos y otros. Precisamente ahora, cuando parece que se seca y cae el cristianismo de occidente, puede revelarse el meta-poder de la fe que mueve montañas, la misma “fe de Dios” (pistis theou), que los creyentes pueden y deben hacer suya.  Lo que Jesús pide (y ofrece) a sus seguidores es que ellos tengan la fe misma de Dios (ekhete pistin theou), sabiendo de esa forma que, en su oración, se identifican de tal manera con Dios (con su vida y su reino) que ellos creen (y así pueden) lo mismo que Dios cree y puede, haciendo lo que él hace, siendo “uno” con él. Sabiendo que lo que depende del hombre es poco si se lo compara con lo que Dios realiza

Los cristianos (hombres y mujeres de fe, que nos fiamos de Dios, que confiamos en Dios, como Jesús) no necesitamos templos externos, todo es templo de Dios; no necesitamos instituciones sacrales como las de una religión de jerarcas separados pre-potentes, pues la vida entera es institución de fe, diálogo de vida y amor en Dios, sabiendo que él nos ha concedido ya lo que hemos pedido, lo que somos, pues en él, en el Dios de la fe nos movemos, vivimos y somos (Hech 17, 28).

La fe no es, pues, sumisión ante un poder superior (que decide las cosas de antemano, de un modo fatal), ni es dependencia pasiva, ni credulidad ante lo desconocido, ni aprobación ciega de verdades superiores, sino la presencia (experiencia) de Dios en la vida del hombre, que así se define y actúa como aquel que “vive de la fe". Así entendida la fe cristiana no es superstición engañosa, ni credulidad inmadura, sino aceptación madura responsable, llena de esperanza creadora. (X. Pikaza)

Impactantes palabras para todo cristiano y cualquier otro ser humano de buena voluntad

Según el Evangelio de Juan (Jn 14,1-12): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os preparé un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre».

Impactantes palabras de Jesús, según el Evangelio de Juan (Jn 14,6-7): «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». El texto forma parte del “discurso de despedida”. Jesús, olvidándose de su dura situación personal, se preocupa de reconfortar y animar a l@s demás. Modelo y ejemplo para que hagamos como Él. Jesús nos invita, con palabras de consuelo y esperanza, a no dejar sitio en nuestra vida a la inquietud ni a la tristeza. Nos anima a buscar la calma y la fuerza en la plena confianza en él. Se va Jesús, pero antes nos enseña dónde va, por dónde va y para qué va. Su despedida no es definitiva: permanecerá con nosotros, volverá. Jesús es el camino que nos conduce a Casa, a la seguridad, a la paz, a la felicidad del encuentro definitivo con Él y con el Padre. La meta es estar donde está él. Creer, significa fiarte, confiar radicalmente en alguien.

Es un mensaje para sus discípulos, pero también para cada uno de nosotros. Son unas palabras que, escuchadas desde la perspectiva de la pascua, hoy están vigentes. Nos ha dicho que no nos desanimamos en la experiencia de soledad y de incomprensión: «Confía en Dios, confía en mi». Jesús nos prepara la estancia con Él. Mejor dicho, con Él y el Padre: «En casa de mi Padre hay sitio para todos». Con qué fuerza resuena en nuestro interior escuchar: «Os tomaré en mi casa, para que vosotros viváis donde yo estoy». «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Aquello que Jesús siente, dice, hace... todo ello es provocado por Dios. Para nosotros, cristianos, no hay nadie que nos muestre como Jesús que merece la pena creer en Dios. Jesús nos revela que Dios es pura amistad y cercanía, ternura y solidaridad, y que cada persona y cada criatura constituyen el dolor y el gozo de Dios. Creer en Dios es vivir la comunión, la confianza y el consuelo de Dios, y extenderlos con la vida. Así creyó Jesús. (José Arregi)

Jesús viene a decirnos: Yo soy la verdad y la vida, puedes tener la seguridad de encontrar en mí el camino que conduce al Padre, hacia el que voy y en el que estoy. Él está ya donde nosotr@s queremos llegar. Jesús nos urge a emprender la marcha, nos acompaña en el camino y nos enseña a caminar. Jesús es el camino que conduce a la Verdad y a la Vida. Él ha recorrido el camino antes que nosotr@s. No vamos sin rumbo, sin horizonte, no estamos perdid@s. Conocemos el sentido y la meta de nuestro caminar. En Jesús sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. Conocemos las huellas a seguir. Ser cristian@ es creer en Jesús. Por encima de toda creencia, fórmula, credo, moral, rito...., lo realmente decisivo  es ir descubriendo por experiencia personal la fuerza, la alegría, la luz, la libertad... que recibo de Él. Lo fundamental es creer en Jesús, creer a Jesús, fiarme de Él. La fe es un acto radical de confianza. Porque me fío de Jesús, creo que el Padre es acogida, compasión, comprensión, cercanía, luz, agua, ayuda, vida, amor, madre... Porque me fío de Jesús, conozco al Padre/Madre, porque en el  modo de actuar de Jesús veo cómo actúa el Padre.

Jesús nos invita a creer en él, a fiarnos de él, y nos revela nuestra nueva situación: vuelto al Padre, proseguirá su obra a través de quienes actúen como él. Creer en Jesús es actuar como actúa Él. La fe es camino, camino con horizonte. La fe ha de ser viva, dinámica. La fe nos ayuda a no estancarnos, a avanzar, a crecer, a construir, a compartir, a renovarnos constantemente,  a vivir plenamente el presente, estando abiert@s al futuro. (Asun Guitierrez en : https://www.youtube.com/@mariaasungutierrezcabriada)

Ver al “padre”, vivir en paz

El autor (autores) del cuarto evangelio construye(n) un extenso “discurso de despedida” (o “testamento espiritual”) de Jesús, que abarca los capítulos 13 al 17, en el que insiste(n) en temas que al propio autor le resultan particularmente queridos, y entre los que destaca el referido a la unidad. Si en un capitulo anterior había puesto en boca de Jesús la expresión: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30), ahora vuelve sobre ello, haciéndole afirmar que “quien me ve a mí, ve al Padre”. En el cuarto evangelio, Jesús se vive en la consciencia clara de ser uno con el Padre. Y esa es la fuente de su amor, su confianza, su paz y su alegría. Ser uno con el Padre -ser uno con el Fondo de lo que es- no es una creencia, ni es fruto de la voluntad. No es algo que pudiéramos alcanzar tras haber cumplido determinados requisitos. Es lo que ya somos, aunque con frecuencia vivamos ignorándolo en la práctica. Es justamente esa ignorancia la que impide vivir los rasgos que acabo de enumerar.

“Quien me ve a mí, ve al Padre”: ¿qué significan esas palabras? Aplicadas a Jesús por el autor del evangelio, son válidas para todos nosotros. Si sabemos mirar, podremos ver al Padre en todos los seres, y lo veremos también en nosotros mismos. Porque lo que el evangelio llama “Padre” no es sino lo realmente real, el Fondo que sostiene y del que están brotando en permanencia todas las formas, nosotros incluidos. El “Padre” es nuestra identidad última, Aquello que es consciencia, vida, amor… La experiencia y la palabra de Jesús constituyen una invitación para que sepamos descubrirlo y, más allá de las inercias que nos hacen vivir en la superficie de lo que somos, con sus secuelas de hastío y vacío, nos reencontremos con la verdad más profunda de nosotros mismos. Solo ahí es posible experimentar la plenitud.
(Blog de Enrique MARTINEZ LOZANO en https://www.enriquemartinezlozano.com/)

Fuente: Elaboración a partir de X. PIKAZA: Vivir es creer. El hombre, animal creyente + otros


Ver también:

La confiança, la fe en l’altre

BIBLIA, CONTEXT HISTÒRIC-CULTURAL

Situación existencial y ansias de salvación en los albores de la era cristiana

«Salvación»



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