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Artistas de nuestra propia vida

Estamos llamados a un estado de conciencia mucho más despierto y pleno del que normalmente vivimos.

Mucha de nuestra vida es un caminar por la superficie de la vida. A veces nos pasamos la vida soñando o básicamente viviendo y soñando, simplemente estamos pasando el tiempo sin realizar nuestra tarea vital, nuestra tarea en la vida, no cumpliendo con mi misión en la vida… Como decía Machado “Tras el vivir y el soñar, está lo más importante: despertar”. Efectivamente: despertar: “Hacer lo que debe hacerse…” De hecho, eso no es un deber que venga del exterior, es la vida misma, es hacer la tarea que se presenta en nuestras vidas… Esa tarea… ¿la llevamos bien a cabo? ¿vivimos al máximo la vida?, ¿somos verdaderos protagonistas de nuestras vidas o la vida nos vive, nos arrastra y nos dejamos vivir por ella…? No vivas la vida a medias, vívela absolutamente a enteras… Sólo yo puedo “cocinar” mi propia vida… (Berta Meneses, maestra zen).

Abandonar la superficie, vivir la vida en su profundidad, en la antigüedad esa era la tarea del verdadero filósofo. Y también la tarea actual de cada uno de nosotros: convertirnos en verdaderos protagonistas, artistas de nuestra propia vida. Cada persona puede ser también un "filósofo" (amante de la verdadera sabiduría de la vida). Cada hombre es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida. Toda persona está capacitada para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de la vida. No es necesario disponer de una formación especial para ejercer tal actividad. Toda persona puede ejercercitarse en una reflexión profunda sobre su propia vida, puede ejercer, pues, de filósofo. Quienes han reflexionado profundamente sobre la existencia nos advierten que estamos dormidos a nuestro verdadero ser, viviendo solo una parte ínfima de lo que somos. Poseemos un potencial magnífico del que con frecuencia estamos desconectados. Estamos enajenados de nosotros mismos y del contacto con la Vida en su totalidad. Nos sentimos llamados a un estado de conciencia mucho más despierto y pleno del que normalmente vivimos.

Veamos: ¿de qué nos sirven los conocimientos especializados... si carecemos de paz interior; si desconocemos cuál es el sentido de nuestra existencia; si nos vemos arrastrados por impulsos que nos conducen a donde no queremos ir; si no sabemos comunicarnos productivamente con quienes amamos; si no sabemos amar; si hace tiempo que nos hemos estancado interiormente y nos sentimos vacíos; si necesitamos psicofármacos para funcionar; si hemos perdido la capacidad de contemplar y no sabemos aquietarnos; si tenemos miedo a mirar dentro de nosotros; si hemos alcanzado una satisfacción mediocre, pero carente de plenitud real…? (Mónica CAVALLÉ)

Poseemos un potencial magnífico del que con frecuencia estamos desconectados. Estamos dormidos a nuestro verdadero ser.

Abandonar este confinamiento de nuestra mente y de nuestras pequeñas vidas es uno de los objetivos de la filosofía sapiencial.


M. CAVALLÉ, pionera de la introducción en España del asesoramiento filosófico sapiencial.

Todos estamos llamados a ser artistas de nuestra propia vida. Prueba de ello es que no hay dolor superior que el que acompaña a la conciencia de no haberlo sido, de no haber vivido en toda la hondura de esta palabra, de no haber movilizado nuestras más propias y profundas posibilidades.

Las grandes tradiciones de sabiduría son unánimes al recordarnos que poseemos un potencial magnífico del que con frecuencia estamos desconectados o que ni siquiera sospechamos. Estamos dormidos a nuestro verdadero ser cuando permanecemos confinados en las estrechas fronteras de lo conocido, en el circuito cerrado en el que nos mantienen nuestras limitadas concepciones sobre nosotros y sobre la realidad. Extraños para nosotros mismos, viviendo solo una parte ínfima de lo que somos, sin haber recorrido nuestras cimas y nuestros abismos, sin haber vislumbrado nuestro auténtico ser y su grandeza, nos enajenamos igualmente del contacto pleno con los demás y con la totalidad de la vida. Abandonar este confinamiento de nuestra mente y de nuestras pequeñas vidas es uno de los objetivos de la filosofía sapiencial.

La genuina filosofía no es un asunto libresco. Es la aventura más vivificante, comprometida y radical. Espoleada por la pasión de ver, de comprender, y por la intuición de que estamos llamados a un estado de conciencia mucho más despierto y pleno del que normalmente vivimos, cuando nos embarcamos en ella, ya no hay camino de retorno.

Este viaje no concierne solo a un sector de nuestra vida. La compromete por entero. En efecto, las enseñanzas sapienciales han entendido que la tarea filosófica tiene un prerrequisito: la voluntad de ser profundamente transformados. La disposición a abrirnos a la verdad de las cosas es indisociable de la disposición a abrimos a la verdad sobre nosotros mismos. Permanecer siempre receptivos, en todos los asuntos, a una visión más amplia e integradora solo es posible si estamos dispuestos a cuestionar lo que hemos pensado hasta el momento, a dejar a un lado nuestros intereses particulares, a ver las cosas tal como son sin maquillarlas a nuestra conveniencia, a abandonar ilusiones acerca de las cosas y de quiénes somos –pretensiones, imposturas, engaños, máscaras, defensas…–, a alcanzar la máxima desnudez ante uno mismo, ante la vida y ante los demás.

Cuando esta pasión despierta, ya no desaparece. Ciertamente, nada vuelve a ser igual. Este compromiso, de hecho, pondrá nuestro pequeño mundo patas arriba. Si perseveramos en él, quizá nos conduzca hasta un vacío de lo que creíamos seguro y estable. Mas en este vacío vibrante, en este silencio de todas nuestras ficticias certezas, comenzaremos a sentirnos, quizá por primera vez en nuestra vida adulta, inusitadamente lúcidos, presentes y vivos. Encontraremos respuestas, sí (no es cierto que la filosofía solo concierna a las preguntas; concierte también a los hallazgos más significativos). Pero no serán ya respuestas teóricas, pues nuestras preguntas más radicales nunca se responden en el plano del pensamiento; serán un estado de ser. Comprendemos, entonces, que precisamente en este estado de ser y en esta desnudez lúcida radica la vida filosófica. Que un filósofo no es alguien revestido de argumentos e ideas, sino quien persevera en una vulnerabilidad despierta que nos regala a manos llenas el reverso vibrante y real de las pseudoseguridades y pseudorrespuestas que previamente atesorábamos.

La naturaleza del conocimiento filosófico

La filosofía deja de ser vida filosófica, deja de ser sapiencial, cuando se concibe eminentemente como una tarea intelectual o cerebral.

Aunque suela pasar desapercibido, esta última concepción de la filosofía es connivente con nuestra pereza y superficialidad. Buscamos comprensiones sin estar dispuestos a pasar por el proceso transformador que las alumbra. Ponemos etiquetas que confundimos con el verdadero conocimiento de las cosas. Las palabras, sin más, sustituyen a la experiencia. De este modo, mantenemos a raya la verdad interna y sentida de lo que estamos nombrando. Esta deformación, por la que creemos conocer sin conocer realmente y por la que no permitimos que la realidad nos toque y nos transforme, es característica de nuestra época y de cierta deriva de la actividad filosófica.

Manejar ideas, palabras y argumentos no equivale a encarnar comprensiones vivas. Especular sobre algo no equivale a descubrir, ver y sentir desde dentro ese algo. Tener conocimientos no modifica necesariamente nuestro nivel de conciencia. El conocimiento filosófico es inoperativo en la medida en que pertenece a la modalidad del tener y no del ser. Todos hemos experimentado lo que es un conocimiento inoperativo; por ejemplo, cuando decimos saber que algo no nos conviene, pero no por ello lo abandonamos. «Eso ya lo sé», expresamos movidos por la pereza. «Ya lo sé» significa que esas ideas no nos resultan nuevas, que incluso las podríamos articular con elocuencia. Ahora bien, eso que decimos saber, ¿lo vivimos? Si no lo vivimos, realmente no lo conocemos.

Cuando las tradiciones sapienciales hablan de conocimiento, no coinciden, por lo tanto, con lo que con frecuencia solemos entender por este término. Hablan de conciencia plena; de una comprensión integral que empapa todo nuestro ser; de una visión espontánea y repentina que nos transforma y que solo se nos regala a través del compromiso sin reservas con la verdad. (...)

La filosofía sapiencial

A esta «verdad de lo que fue en otros tiempos» la filosofía he querido apuntar con la expresión filosofía sapiencial, que es la filosofía que nos va a ocupar en estas páginas: la filosofía como arte de ser y práctica de sabiduría; la filosofía que aspira a despertarnos y aporta claves prácticas para este fin, y que solo es realmente comprendida tras esta transformación, y no antes.

Encontramos genuina filosofía sapiencial en todos los tiempos y en todas las culturas. En Occidente, si bien estuvo particularmente presente en la filosofía antigua grecorromana, nunca ha dejado de estarlo, por más que el viraje academicista de la filosofía desde el medievo hasta el presente haya tendido a eclipsar su dimensión sapiencial. Las principales tradiciones de pensamiento radical de Oriente nunca han dejado de ser sapienciales en su esencia.

Es una particularidad de estas enseñanzas su capacidad para trascender el tiempo y el lugar que las vio nacer. Por ello resultan extremadamente elocuentes para el individuo de hoy. Más allá de sus mutuas divergencias, de los ropajes temporales, de sus elementos míticos y culturalmente condicionados, existe entre ellas una sorprendente resonancia en lo esencial, tanto en sus intuiciones centrales como en las claves operativas que han propuesto para el logro de los fines superiores de la vida humana. (...)

La filosofía desde el punto de vista de la existencia

Las enseñanzas y prácticas de las filosofías sapienciales de Oriente y Occidente relativas al arte de ser son intemporales, tan actuales hoy como ayer. Lamentablemente, lo que estas tradiciones han considerado objetivos prioritarios en la formación del ser humano son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo y de nuestra civilización. Es urgente actualizar esas enseñanzas eternas, pues...

¿de qué nos sirven los conocimientos especializados y el logro de todo aquello que nuestra sociedad considera símbolos externos de realización y de éxito si carecemos de paz interior; si nos hemos tornado neuróticos; si desconocemos cuál es el sentido de nuestra existencia y qué anhela lo mejor de nosotros; si vivimos fustigados por nuestros propios pensamientos; si nos vemos arrastrados por emociones e impulsos que nos conducen a donde no queremos ir; si no sabemos comunicarnos productivamente con quienes amamos ni abrirnos a la intimidad profunda que anhelamos; si no sabemos amar; si hace tiempo que nos hemos estancado interiormente y nos sentimos vacíos; si nos acosan sentimientos crónicos de falta de significado, aislamiento, ansiedad o soledad; si necesitamos psicofármacos para funcionar; si transitamos de excitación en excitación, pero desconocemos el sabor de la verdadera alegría; si hemos perdido la capacidad de contemplar y no sabemos aquietarnos y hallar contento, sustento e inspiración en esa quietud; si tenemos miedo a mirar dentro de nosotros; si no somos nuestro mejor amigo; si tememos vivir y tememos morir; si hemos alcanzado una satisfacción mediocre, pero carente de plenitud real…?

Fuente: M. CAVALLÉ, El arte de ser. Introducción

Ver también:

Cada hombre es un filósofo

La sofía o el interés por lo esencial

SECCIÓN: FILOSOFIES PER A LA VIDA

SECCIÓN: ADULTS DE QUALITAT

 


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