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Desarrollo emocional

La vida emocional y dentro de ella la afectividad es el aspecto más fundamental de la vida psíquica y base a partir de la cual se forman las relaciones interhumanas y todos los lazos que unen al individuo con su medio.

  • El «afecto» es el elemento esencial constitutivo de la afectividad. El vínculo por excelencia: el apego
  • Algunos componentes afectivos: tendencias, emociones...
  • Expresión de la afectividad: El cariño, la ternura, las caricias...

El apego responde a la necesidad afectiva más fuerte y estable a lo largo del ciclo vital.

El desarrollo emocional se debe tanto a la acción de la maduración como a la del aprendizaje.

El desarrollo correcto y completo de la afectividad, así como la elaboración de los posibles traumas o deficiencias afectivas que han obstaculizado el proceso, son fundamentales para la maduración del individuo.

Somos «emoción» antes que «razón», «afecto» antes que «intelecto» (ver aquí). Nuestra vida está condicionada por el entorno en que vivimos. Las condiciones básicas de este entorno serán las que dibujarán nuestro perfil humano. Entre estas condiciones que nos rodean, hay unas que se pueden considerar básicas, sin las cuales la vida se hace difícil. La alimentación la higiene, la vivienda... cuando faltan o escasean, la salud no está garantizada. Pero también hay otro ámbito de necesidades, que son las podríamos llamar "psicoafectivas". Estas son importantísimas para el equilibrio emocional de la persona. La vida emocional y dentro de ella la afectividad es el aspecto más fundamental de la vida psíquica y base a partir de la cual se forman las relaciones interhumanas y todos los lazos que unen al individuo con su medio. Todo el mundo necesita sentirse reconocido, valorado y respetado. Todo el mundo necesita amar y sentirse amado... Cuando estas condiciones no se dan, cuando nada es seguro, cuando abunda la desconfianza, las amenazas, los gritos, la violencia, ¿qué atractivo puede tener la vida en un marco de este tipo? ( A. Pedragosa)

En las primeras fases de nuestra vida la afectividad es dominante y ejerce esta influencia sobre todas sus otras capacidades, sobre todas sus otras funciones psicológicas. Nuestro mundo afectivo empieza a conformarse ya en el interior del útero materno (ver aquí). La vida del recién nacido está ya bajo la dependencia del afecto. «A la afectividad le incumben las manifestaciones psíquicas más precoces del niño... el primer comportamiento psíquico infantil..., es de tipo afectivo». Su afectividad divide todo lo que penetra en el campo de su experiencia infantil en dos categorías antagónicas: lo «bueno y lo «malo». Es «bueno» todo lo que puede serle fuente de placer o satisfacción; es «malo» todo lo que puede hacerle sufrir, o ser obstáculo para sus deseos. Pero este dominio de la afectividad, de las estructuras y experiencias afectivas, persiste más allá de las primeras etapas del desarrollo infantil.

Si importante es la afectividad en la vida del niño, no se puede olvidar la repercusión que la misma tendrá en la vida del futuro adulto. La vida afectiva del niño está siendo cimiento de la vida afectiva del adulto; estructura, de algún modo, su carácter y personalidad. El ser humano está determinado en gran parte durante toda su vida, en sus estructuras afectivas, por el modo en que vivió afectivamente durante la infancia. Algunos conflictos afectivos del adulto tienen sus raíces en la infancia, se vinculan genéticamente a conflictos afectivos vividos en ella.

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1. Desarrollo emocional

El desarrollo afectivo y social es, en un sentido amplio, aquella dimensión evolutiva que se refiere a la incorporación de cada niño y niña que nace a la sociedad donde vive. Tal incorporación supone numerosos procesos de socialización: la formación de vínculos afectivos, la adquisición de los valores, normas y conocimientos sociales, el aprendizaje de costumbres, roles y conductas que la sociedad transmite y exige cumplir a cada uno de sus miembros y la construcción de una forma personal de ser.

El recién nacido es muy indefenso. Su supervivencia depende de la ayuda que le preste el grupo social, pero tiene, desde el momento del nacimiento, una enorme capacidad de aprendizaje social y nace interesado por los estímulos sociales y necesitado de resolver sus necesidades vinculándose y adaptándose al grupo social. El grupo social, por otra parte, necesita a los individuos para mantenerse y reproducirse. Ambos, por tanto, se necesitan mutuamente: el grupo social necesita de los individuos para reproducirse y mantenerse, el individuo necesita del grupo social para sobrevivir y resolver sus necesidades biológicas, emocionales, interpersonales y sociales. El niño es, desde este punto de vista, un ser preorientado socialmente que sólo puede resolver sus necesidades y «lograrse» como persona en la sociedad con otras personas. Pues bien, todos los procesos de incorporación de los niños al grupo social deben ser considerados como procesos de socialización que incluyen el conocimiento social y el desarrollo moral, las vinculaciones afectivas, el aprendizaje comportamental y la adquisición de una identidad personal.

La estructuración de los afectos va desde el nacimiento hasta la madurez. Inicialmente se orientan hacia las figuras más significativas de la existencia en su etapa más elemental, como la madre y, en menor medida, el padre. A medida que evoluciona, el niño es capaz de dirigir su afectividad hacia otras figuras familiares y más tarde hacia figuras externas, sobre las que ejerce sus sentimientos con creciente autonomía.
Aunque las emociones-sentimientos están presentes al nacer, el desarrollo emocional se debe tanto a la acción de la maduración como a la del aprendizaje, operando estos dos componentes juntos y a la vez. El desarrollo correcto y completo de la afectividad, así como la elaboración de los posibles traumas o deficiencias afectivas que han obstaculizado el proceso, son fundamentales para la maduración del individuo, en particular en relación con el desarrollo de la autoestima y la sexualidad en la adolescencia y la edad adulta

2. El vínculo afectivo más importante y central a lo largo del ciclo vital: el apego.

El desarrollo emocional juega un rol muy importante en los vínculos afectivos y en las conductas sociales.  El vínculo del apego responde a una de las necesidades humanas más fundamentales: la necesidad de sentirse seguro, de sentirse protegido, con las espaldas cubiertas, con una o varias personas que sabemos incondicionales, disponibles y eficaces.

Cuando hablamos de «necesidades» queremos decir que las personas están preprogramadas para desarrollarse de una determinada manera, que son un proyecto que, para realizarse de forma adecuada, en condiciones de bienestar o salud personal y social, necesitan determinadas condiciones. Una de éstas es tener la oportunidad de establecer un vínculo de apego al menos con una persona.

La tendencia a la unión, intimidad y placer en las relaciones interpersonales corresponde a tres grandes necesidades primarias, no aprendidas:
    1. Necesidad de establecer vínculos afectivos percibidos como incondicionales y duraderos: apego.
    2. Necesidad de disponer de una red de relaciones sociales: amigos, conocidos y pertenencia a una comunidad.
    3. Necesidad de contacto físico placentero: caricias, ternura, actividad sexual asociada a deseo, atracción y/o enamoramiento.

Estas tres necesidades, sentidas subjetivamente, favorecen la supervivencia del individuo y de la especie, ya que el apego contribuye a asegurarle los «cuidados maternales» que requiere; la red de relaciones asegura la pertenencia al grupo y, por consiguiente, la defensa y alimentación, y, por último, la necesidad de actividad sexual conlleva la reproducción. De entre todas las necesidades interpersonales, el apego, vínculo afectivo con las personas que satisfacen las necesidades emocionales y cuidados más básicos —normalmente los progenitores y/u otros familiares— responde a la necesidad afectiva más fuerte y estable a lo largo del ciclo vital. Si el individuo concreto no satisface adecuadamente estas necesidades, aparte de otras consecuencias objetivas, sentirá soledad emocional, soledad social y frustración sexual. Es decir, la naturaleza tiene previstos sentimientos de bienestar y gozo, si tales necesidades se satisfacen, y sufrimientos de uno u otro tipo en caso inverso.

3. Algunos componentes afectivos: tendencias, emociones...

La “afectividad”, en sentido estricto, es la respuesta emocional y sentimental de una persona otra persona, a un estímulo o a una situación. La satisfacción de las necesidades psicoafectivas da por resultado la realización de la acción  impulsada por la necesidad, y supresión de la tensión generada por la necesidad. En sentido amplio, en el término “afectividad” se suele incluir tanto las emociones y los sentimientos como las pasiones, así como las tendencias. Podemos definir la tendencia como un impulso espontáneo que orienta la conducta del individuo. Las emociones, son estados afectivos que sobrevienen súbita y bruscamente en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras (estado afectivo agudo, de corta duración y acompañado de mayor o menor repercusión orgánica). Los sentimientos, son estados afectivos complejos, estables, más duraderos que las emociones, pero menos intensos (respuesta duradera y persistente, pero de matices suaves). Las pasiones, serían estados afectivos que participan en las características de las emociones y de los sentimientos en cuanto que poseen la intensidad de la emoción y la estabilidad del sentimiento. Es evidente que, en los niños, hasta los dos años, lo que predomina son las emociones. Veamos con un poco más de detalle algunos de esos componentes afectivos.

Tendencias

La tendencia responde a una necesidad de tipo orgánico o psíquico. Esa necesidad nos impulsa, por ejemplo, a ir de excursión o a reunirnos con los amigos. Cuando nosotros sentimos ese impulso si no se realiza, nos queda una inquietud e insatisfacción en nuestra vida afectiva. Además, toda tendencia apunta a una meta, que para nosotros representa un valor a alcanzar y con cuyo logro se satisface la necesidad que nos impulsa en toda tendencia. Tenemos, por ejemplo, tendencia al goce. El niño que deja de llorar cuando ha tomado su alimento o muestra su rostro sonriente a su madre que le contempla en la cuna, realmente goza y porque tiende a ese goce, llora y protesta, cuando no se encuentra a gusto, reclamando así los cuidados de su madre. Disfrutamos los adultos con la lectura de un libro, con una salida a la playa o al monte con su brisa, el sol, la belleza de su paisaje. Gozamos con la amistad, el encuentro de dos corazones que caminan juntos en la vida; disfruta la familia unida en una salida al campo; los amigos en una escalada, los novios viendo crecer su amor o la pareja, si descubre que cada vez se quiere más y mejor. Hay un goce estético de los artistas y hay un goce espiritual en los amigos de Dios. Hay muchos y variados objetos, las metas que decíamos, de esa tendencia del goce. En la medida que abramos más el abanico de posibilidades de goce superior, más lejos estaremos del hastío y del aburrimiento y más cercanos de la alegría, que disfruta de los pequeños y grandes acontecimientos de la vida.

Inclinación a conocer a los otros. Una de las tendencias más fuertes de nuestro yo consiste en conocer a los otros íntimamente.Tenemos como seres sociales una inclinación a conocer a los otros, esa inclinación afectiva fuerte, que experimentamos todos, de llegar al fondo de esos otros, por los que nos sentimos atraídos de un modo más intenso. Y no puede interpretarse esto como mera curiosidad por esa intimidad de los demás.

Cuando somos admitidos a entrar en ese santuario de su yo y lo hacemos con un gran respeto, porque esperan de nosotros un bien o porque esperamos los dos realizarnos más plenamente, podemos descubrir esa corriente afectiva, esa inclinación, esa conexión íntima, esa necesidad no utilitaria, sino desinteresada de quienes quieren encontrarse en profundidad. A esto lo llamamos “simpatía”, que es una comunicación natural afectiva con otro.

Pero si tratándose de nuestro yo íntimo personal, topamos con actitudes de miedo o de impotencia para conocernos a nosotros mismos, también y mucho más cuando se trata de conocer a los otros observamos estas mismas y otras actitudes por parte de quienes realizan el encuentro. Hay quienes celosos de su intimidad cierran totalmente las puertas y ventanas de su yo.

Pero cuando la comunicación ha sido lograda, en esa tendencia a conocer a los demás correspondida por el otro, descubrimos también cómo dos seres pueden llegar a una profundidad interior, a una comunión que es unión de corazones y almas, a una fecundidad en el sufrir juntos, a una total donación de lo más elevado de sus espíritus, que es lo que entendemos por una auténtica amistad.

Necesidad de estimación. Nosotros vamos adquiriendo la imagen de lo que valemos en parte por la estima que merecemos de nuestros semejantes. Sentimos, cuando prescinden de nosotros o notamos que no se nos toma en serio. Este sentimiento se acentúa cuando los que nos rodean son considerados por nosotros, se recurre a ellos, se les alaba... El prestigio es como la atmósfera que necesitamos para respirar mejor, un ascendiente ligado a un éxito o un estrato superior, desde donde vemos mejor y nos ven más elevados. En otros casos, en ausencia de ese reconocimiento, puede predominar una infravaloración de sí mismos. La estimación la buscamos por el prestigio dado a nuestra persona o a un grupo al que pertenecemos. Por eso mucha gente se esfuerza por ser admitido en una clase social elevada y acude a ciertas reuniones o clubs para alternar con gente importante y de influencia. Así con el prestigio uno se siente revalorizado realmente o quizás sólo ficticiamente, pero se autoafirma, aunque hasta alcanzar ese prestigio tenga que soportar a veces humillaciones. La razón fundamental de nuestra necesidad de estimación es porque nuestro yo no puede prescindir del medio, nuestro yo superficial precisa del alago de los otros. La estima de los demás nos da cierta seguridad, encontramos nuestro yo reforzado ante los demás, avanzamos confiados por la vida. Es verdad que algunos quedan esclavizados por el deseo de estima y viven demasiado pendientes de ganar o de no perder la estimación de los otros.

Otras tendencias: en el campo de la afectividad hablamos también de personas “pasivas” (en las que predominan las actitudes pasivas o tendencia a la pasividad) y personas activas o dinámicas. De algún modo contraponemos la “apatía” a la “actividad”.  En ese caso la apatía es una indolencia, una desidia, una insensibilidad aparente a los estímulos afectivos, algo así como si no se desarrollara una afectividad afectiva. Es muy clara también la tendencia que experimentamos todos al egoísmo, a dominar el mundo, a ponerlo bajo nuestros pies, tanto las cosas como las personas, para utilizarlas y ponerlas al servicio de nuestros intereses particulares y personales. O al egocentrismo creyéndonos el centro de todas las situaciones y siendo incapaces de ponernos en el lugar de los otros. O el deseo de dominio y ansias de poder, autoafirmándose frente a los demás, buscando una cierta superioridad, posición de dominio, frente a los otros.

Emociones

Se las define como una reacción global, intensa y breve del organismo, ante una situación inesperada, acompañada de un estado afectivo de tonalidad penosa o agradable (cólera, alegría, angustia…). Bajo el influjo de la emoción aumenta la susceptibilidad que experimentamos y disminuye el control de nuestra voluntad. La emoción no depende solo de un objeto o agente emocional, sino sobre todo del mismo individuo, de su estado físico y mental, de su personalidad, de su pequeña historia anterior y de otras experiencias tenidas anteriormente. Algunas de las emociones que podemos experimentar: el dolor (físico, psíquico, emocional…) como opuesto al placer que es una emoción agradable, ligada a la satisfacción de una tendencia. La diversión como expresión de nuestra vitalidad o su contario el aburrimiento. La cólera, el enfado, la ira. Temor, miedo y angustia. Los celos. Simpatía y antipatía. Confianza, desconfianza…

4. Expresión de la afectividad

La afectividad en su vertiente positiva puede ser expresada, transmitida, compartida; no tiene por qué ser negada, ocultada y reprimida. Para tomar conciencia de cómo cada uno vive la afectividad, cómo la da y cómo la recibe, es menester profundizar en los miedos que a veces habitan dentro de cada uno. Hay quien tiene miedo a mostrarse afectivo. Otros sienten el temor a sentirse utilizados en la relación afectiva, a ser heridos y decepcionados. El temor a ser malinterpretado, en las expresiones de cariño, cohíbe a otras personas y las hace parcas y ásperas, tal vez frías y distantes. En el polo opuesta se encuentra el calor humano, la ternura, la comprensión, la cercanía... El afecto, las muestras de cariño, la ternura, las caricias... amistad, confianza, gratitud, alegría, admiración, amor... pueden ser expresión positiva de ese complejo y rico mundo afectivo que tan profundamente nos constituye.

La ternura

La ternura es un estado anímico que se comporta como una fuerza mágica, capaz de generar grandes transformaciones: es una sustancia invisible que unifica espíritus y esfuerzos, y genera entusiasmos individuales y colectivos, alimentando de vitalidad procesos de engrandecimiento humano. La ternura como sentimiento convoca lo colectivo, la búsqueda del bienestar común, la preocupación por el otro y por sí mismo, reconoce las virtudes y las dificultades, las potencialidades y las carencias, identifica las más sutiles diferencias y las respeta; la ternura es la expresión del afecto en una época de crisis de valores en las que la misma vida está en juego.

La ternura es un diálogo poético de seres que se atraen y que se quieren, que se reconocen como iguales y buscan reconciliarse con la vida en lo fundamental y lo superfluo; es por tanto un abrazo amoroso y una caricia placentera, la mirada cómplice y el peso necesario, un sencillo apretón de manos que nos informa que el otro está presente y que se puede contar con él. Hemos de ser tiernos con las personas, con los animales, con las cosas, con el mundo. Somos tiernos con los otros cuando lo somos con nosotros mismos. La ternura sólo es posible en el marco del respeto a los otros.

Las caricias: su importancia vital

El hambre de estímulos tiene la misma relación con la supervivencia del organismo humano que el hambre de alimentos. Las caricias, a lo largo de la vida de una persona, son tan indispensables como el alimento. Las caricias son tan necesarias para la vida humana, como lo son otras necesidades biológicas básicas como el alimento, el agua y el refugio; necesidades que si no se satisfacen conducirán a la muerte.

Necesitamos ser acariciados para crecer. La caricia es una necesidad imperiosa de los individuos. Necesitamos también acariciar. La caricia no somete, es una donación gratuita al otro. El poder, la dominación, sí. El poder sujeta, inmoviliza. La caricia libera. “La caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta para permitir la movilidad del ser con quien estamos en contacto”. No se puede acariciar a la fuerza. Hemos de abandonar la lógica y la estrategia de la agresividad, la violencia, la imposición, la opresión, la guerra… Hemos de practicar la ternura personal, familiar, escolar, social, laboral…

Hoy, investigaciones científicas evidencian que la ausencia de caricias en el más amplio de los sentidos, provoca retraso en el desarrollo del neonato, incluso puede llevarle a la muerte a pesar de garantizarle una alimentación e higiene correctas para su supervivencia. El psicoterapeuta Claude Steiner, desarrolló una teoría denominada "la economía de las caricias", donde pone de manifiesto, los diferentes efectos que produce en el ser humano, crecer, desarrollarse y vivir, dependiendo de la abundancia o escasez de signos afectivos. Sabemos que una buena parte de las enfermedades psicológicas de Occidente, tienen como causa principal la ausencia de amor: depresión, neurosis, ansiedad son generados de alguna forma por esta carencia. Las caricias son imprescindibles para sobrevivir.

Elaboración a partir de materiales diversos

Ver también:

EL VINCLE AFECTIU

El mundo afectivo

Les necessitats humanes


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