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Comentarios y reflexiones para nuestros días, a partir de la obra de I. KANT: Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración? (y II)

En pos de la mayoría de edad y la plena emancipación de uno mismo (y II)

La Ilustración supone la emancipación crítica frente a los modelos tradicionales y la instauración del pensamiento autónomo.

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B. Inmanuel Kant: ¿Qué es la ilustración? (1784), Roberto Aramayo (tr.) Madrid: Alianza, 2009, pp.81-93.
    Comentario del texto

1. Definición de Ilustración y minoría de edad.

Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.

Kant ofrece en este párrafo la definición más conocida de Ilustración: ¡piensa por ti mismo! o lo que es lo mismo, no dejes que otros piensen por ti. Del mismo modo que la ciencia había conseguido progresar al desvincularse del dogmatismo religioso y la filosofía griega, así también la Ilustración como movimiento cultural aspira a extender esa idea a todas las artes y ámbitos del saber. Mientras el pensamiento y los individuos continúen sometidos a dogmas religiosos o políticos y no sigan su propio camino permanecerán en minoría de edad, una condición de la que son culpables y están obligados a remediar.

2. Causas de la minoría de edad: pereza y cobardía

Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan siendo con gusto, menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los haya liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndoles físicamente adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en tutores suyos. Es tan cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico que me prescriba la dieta, etc., para que yo no tenga que tomarme tales molestias. No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea.

Kant atribuye la causa de la minoría de edad a la “pereza” y la “cobardía” de los individuos. Por un lado, el dogmatismo acrítico resulta cómodo, pues nos permite no cuestionar nada del mundo que nos rodea. Podemos, por ejemplo, vivir eternamente hipnotizados por el televisor. Por pereza preferimos que un libro piense por nosotros antes que pensar por nosotros mismos. Esta idea tiene mucha vigencia hoy día pues vemos cómo la mayoría no es crítica con la información que recibe, ya sea a través de los libros, de la televisión o Internet. Por cobardía pagamos al sacerdote para que nos garantice el cielo y así no tener que preocuparnos de una muerte cierta y al médico para que nos garantice la salud. Un ejemplo más reciente del estudio de la cobardía del hombre común ante la libertad y el librepensamiento es El miedo a la libertad de Erich Fromm.

3. Intereses políticos en mantener a los hombres en minoría de edad. Sexismo.

El que la mayor parte de los hombres (incluyendo a todo el bello sexo) consideren el paso hacia la mayoría de edad como algo harto peligroso, además de muy molesto, es algo por lo cual velan aquellos tutores que tan amablemente han echado sobre sí esa labor de superintendencia. Tras entontecer primero a su rebaño e impedir cuidadosamente que esas mansas criaturas se atrevan a dar un solo paso fuera de las andaderas donde han sido confinados, les muestran luego el peligro que les acecha cuando intentan caminar solos por su cuenta y riesgo. Mas ese peligro no es ciertamente tan enorme, puesto que finalmente aprenderían a caminar bien después de dar unos cuantos tropezones; pero el ejemplo de un simple tropiezo basta para intimidar y suele servir como escarmiento para volver a intentarlo de nuevo.

Los tutores que permanecen interesados en mantener a la humanidad en su minoría de edad en realidad tienen una clara motivación política. Kant se refiere irónicamente a médicos, abogados y sacerdotes como instrumentos del gobierno para manejar a sus administrados. Los peligros inevitables de comenzar a pensar por uno mismo son calificados por dichos tutores como obstáculos insalvables mientras que Kant ve en ellos tropiezos necesarios en el camino a la libertad. En realidad, hacían bien esos tutores, esos administradores del Estado, en luchar contra la expansión de la consigna “piensa por ti mismo” pues en poco tiempo esta sería el germen de revoluciones y desórdenes sociales que cambiarían el mapa de Europa.

4. Dificultades del individuo solitario para liberarse de los grilletes que lo encadenan a la minoría de edad.

Así pues, resulta difícil para cualquier individuo el zafarse de una minoría de edad que casi se ha convertido en algo connatural. Incluso se ha encariñado con ella y eso le hace sentirse realmente incapaz de utilizar su propio entendimiento, dado que nunca se le ha dejado hacer ese intento. Reglamentos y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso racional –o más bien abuso- de sus dotes naturales, constituyen los grilletes de una permanente minoría de edad. Quien lograra quitárselos acabaría dando un salto inseguro para salvar la más pequeña zanja, al no estar habituado a semejante libertad de movimientos. De ahí que sean muy pocos quienes han conseguido, gracias al cultivo de su propio ingenio, desenredar las ataduras que les ligaban a esta minoría de edad y caminar con paso seguro.

En este párrafo Kant compara a los individuos en minoría de edad con los personajes encadenados del mito de la caverna, tan acostumbrados a la oscuridad y las sombras, que de ningún modo desean abrirse paso hasta la luz. Al individuo solitario le resulta extraordinariamente difícil “pensar por sí mismo”, abrirse paso hacia la verdad y la libertad, pues durante toda su vida ha tenido el entendimiento constreñido por dogmas políticos y religiosos. Son muy pocos los que han conseguido abandonar la minoría de edad y guiarse sólo por su propio ingenio.

5. Posibilidad de que la Ilustración tenga lugar en una sociedad en la que haya libertad de expresión.

Sin embargo, hay más posibilidades de que un público se ilustre a sí mismo; algo que casi es inevitable, con tal de que se le conceda libertad. Pues ahí siempre nos encontraremos con algunos que piensen por cuenta propia incluso entre quienes han sido erigidos como tutores de la gente, los cuales, tras haberse desprendido ellos mismos del yugo de la minoría de edad, difundirán en torno suyo el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí se da una circunstancia muy especial: aquel público, que previamente había sido sometido a tal yugo por ellos mismos, les obliga luego a permanecer bajo él, cuando se ve instigado a ello por algunos de sus tutores que son de suyo incapaces de toda ilustración; así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores. De ahí que un público sólo pueda conseguir lentamente la ilustración. Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.

Sin embargo, si no pensamos en un individuo sino en un colectivo social en el que los gobernantes autoricen la libertad de expresión siempre es posible que algunos que hayan superado el “yugo” de la minoría de edad eduquen al resto para liberarlos. Los que un día fueron “tutores”, es decir, administradores del Estado, pueden inspirar la libertad de pensamiento en los demás. Pero, dice Kant, “aquí se da una circunstancia muy especial”: es posible que ese mismo público les obligue a restablecer los antiguos prejuicios porque depende completamente de ellos.

Si lo exponemos en términos políticos diríamos que es posible inspirar a un pueblo para que busque su libertad, pero también es probable que ese mismo pueblo exija luego que se restaure el orden. Kant rechaza de plano la posibilidad de una revolución que probablemente termine en un nuevo despotismo. Sólo es posible una reforma política y del pensar si se avanza poco a poco.

6. La Ilustración sólo requiere de una condición, la libertad entendida como el uso público de la razón en todos los terrenos. Esta libertad ha de tener límites bien definidos en el caso del uso privado de la razón.

Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones! El oficial ordena: ¡No razones, adiéstrate! El asesor fiscal: ¡no razones y limítate a pagar tus impuestos! El consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice: razonad cuanto queráis y sobre todo lo que gustéis, mas no dejéis de obedecer.) Impera por doquier una restricción de la libertad. Pero, ¿cuál es el límite que la obstaculiza y cuál es el que, bien al contrario, la promueve? He aquí mi respuesta: el uso público de su razón tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre los hombres; en cambio muy a menudo cabe restringir su uso privado, sin que por ello quede particularmente obstaculizado el progreso de la ilustración. Por uso público de la propia razón entiendo aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura el universo de los lectores. Denomino uso privado al que cabe hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil que se le haya confiado. En algunos asuntos encaminados al interés de la comunidad se hace necesario un cierto automatismo, merced al cual ciertos miembros de la comunidad tienen que comportarse pasivamente para verse orientados por el gobierno hacia fines públicos mediante una unanimidad artificial o, cuando menos, para que no perturben la consecución de tales metas. Desde luego, aquí no cabe razonar, sino que uno ha de obedecer. Sin embargo, en cuanto esta parte de la maquinaria sea considerada como miembro de una comunidad global e incluso cosmopolita y, por lo tanto, se considere su condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos, entonces resulta obvio que puede razonar sin afectar con ello a esos asuntos en donde se vea parcialmente concernido como miembro pasivo.

Los administradores del Estado, los tutores, (el ejército, Hacienda y el clero) no cesan de dar órdenes y además prohíben a todos razonar. Ven en el librepensamiento un peligro para el orden social y no una condición necesaria para el progreso de la Humanidad. El uso público de la razón debe ser limitado por su uso privado. Todo el que forme parte de la maquinaria del Estado debe obedecer. El soldado ha de cumplir órdenes y el ciudadano pagar impuestos. Posteriormente, en cuanto miembros de una comunidad cosmopolita pueden hacer públicas sus quejas y observaciones mediante sus escritos. Pero siempre han de obedecer primero.

7. El uso privado de la razón en los casos del oficial del ejército, el ciudadano que paga sus impuestos y el pastor religioso.

Ciertamente, resultaría muy pernicioso que un oficial, a quien sus superiores le hayan ordenado algo, pretendiese sutilizar en voz alta y durante el servicio sobre la conveniencia o la utilidad de tal orden; tiene que obedecer. Pero en justicia no se le puede prohibir que, como experto, haga observaciones acerca de los defectos del servicio militar y los presente ante su público para ser enjuiciados. El ciudadano no puede negarse a pagar los impuestos que se le hayan asignado; e incluso una indiscreta crítica hacia tales tributos al ir a satisfacerlos quedaría penalizada como un escándalo (pues podría originar una insubordinación generalizada). A pesar de lo cual, él mismo no actuará contra el deber de un ciudadano si, en tanto que especialista, expresa públicamente sus tesis contra la inconveniencia o la injusticia de tales impuestos. Igualmente, un sacerdote está obligado a hacer sus homilías, dirigidas a sus catecúmenos y feligreses, con arreglo al credo de aquella Iglesia a la que sirve; puesto que fue aceptado en ella bajo esa condición. Pero en cuanto persona docta tiene plena libertad, además de la vocación para hacerlo así, de participar al público todos sus bienintencionados y cuidadosamente revisados pensamientos sobre las deficiencias de aquel credo, así como sus propuestas tendentes a mejorar la implantación de la religión y la comunidad eclesiástica. En esto tampoco hay nada que pudiese originar un cargo de conciencia. Pues lo que enseña en función de su puesto, como encargado de los asuntos de la Iglesia, será presentado como algo con respecto a lo cual él no tiene libre potestad para enseñarlo según su buen parecer, sino que ha sido emplazado a exponerlo según una prescripción ajena y en nombre de otro. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello; he ahí los argumentos de que se sirve. Luego extraerá para su parroquia todos los beneficios prácticos de unos dogmas que él mismo no suscribiría con plena convicción, pero a cuya exposición sí puede comprometerse, porque no es del todo imposible que la verdad subyazca escondida en ellos o, cuando menos, en cualquier caso, no haya nada contradictorio con la religión íntima. Pues si creyese encontrar esto último en dichos dogmas, no podría desempeñar su cargo en conciencia; tendría que dimitir. Por consiguiente, el uso de su razón que un predicador comisionado a tal efecto hace ante su comunidad es meramente un uso privado; porque, por muy grande que sea ese auditorio, siempre constituirá una reunión doméstica; y bajo este respecto él, en cuanto sacerdote, no es libre, ni tampoco le cabe serlo, al estar ejecutando un encargo ajeno. En cambio, como alguien docto que habla mediante sus escritos al público en general, es decir, al mundo, dicho sacerdote disfruta de una libertad ilimitada en el uso público de su razón, para servirse de su propia razón y hablar en nombre de su propia persona. Que los tutores del pueblo (en asuntos espirituales) deban ser a su vez menores de edad constituye un absurdo que termina por perpetuar toda suerte de disparates.

Kant aplica la distinción entre uso privado y uso público de la razón a tres casos concretos. El oficial del ejército que recibe una orden ha de obedecer, aunque luego pueda hacer públicas las observaciones que considere convenientes sobre los defectos del servicio militar. El ciudadano no puede negarse a pagar sus impuestos pues podría llevar a la quiebra al Estado. Pero en tanto persona docta puede publicar su opinión contraria respecto a la conveniencia tales impuestos. En el caso de un pastor religioso que habla a su comunidad tiene que atenerse a los dogmas de su religión. Sin embargo, como miembro de la comunidad tiene libertad ilimitada para hacer uso de su razón y comunicar los resultados de sus pensamientos. Los tutores del pueblo en asuntos espirituales no pueden ser “menores de edad” pues eso significa un gran lastre para el progreso social.

8. Un monarca sólo puede imponer las leyes que el pueblo esté dispuesto a darse a sí mismo.

Ahora bien, ¿acaso una asociación eclesiástica –cual una especie de sínodo o (como se autodenomina entre los holandeses) grupo venerable- no debiera estar autorizada a juramentarse sobre cierto credo inmutable, para ejercer una suprema e incesante tutela sobre cada uno de sus miembros y, a través suyo, sobre el pueblo, á fin de eternizarse? Yo mantengo que tal cosa es completamente imposible. Semejante contrato, que daría por cancelada para siempre cualquier ilustración ulterior del género humano, es absolutamente nulo e inválido; y seguiría siendo así, aun cuando quedase ratificado por el poder supremo, la dieta imperial y los más solemnes tratados de paz. Una época no puede aliarse y conjurarse para dejar a la siguiente en un estado en que no le haya de ser posible ampliar sus conocimientos (sobre todo los más apremiantes), rectificar sus errores y en general seguir avanzando hacia la ilustración. Tal cosa supondría un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial consiste justamente en ese progresar; y la posteridad estaría por lo tanto perfectamente legitimada para recusar aquel acuerdo adoptado de un modo tan incompetente como ultrajante. La piedra de toque de todo cuanto puede acordarse como ley para un pueblo se cifra en esta cuestión: ¿acaso podría un pueblo imponerse a sí mismo semejante ley? En orden a establecer cierta regulación podría quedar estipulada esta ley, a la espera de que haya una mejor lo antes posible: que todo ciudadano y especialmente los clérigos sean libres en cuanto expertos para expresar públicamente, o sea, mediante escritos, sus observaciones sobre los defectos de la actual institución; mientras tanto el orden establecido perdurará hasta que la comprensión sobre la índole de tales cuestiones se haya extendido y acreditado públicamente tanto como para lograr, mediante la unión de sus voces (aunque no sea unánime), elevar hasta el trono una propuesta para proteger a esos colectivos que, con arreglo a sus nociones de una mejor comprensión, se hayan reunido para emprender una reforma institucional en materia de religión, sin molestar a quienes prefieran conformarse con el antiguo orden establecido. Pero es absolutamente ilícito ponerse de acuerdo sobre la persistencia de una constitución religiosa que nadie pudiera poner en duda públicamente, ni tan siquiera para el lapso que dura la vida de un hombre, porque con ello se anula y esteriliza un período en el curso de la humanidad hacia su mejora, causándose así un grave perjuicio a la posteridad. Un hombre puede postergar la ilustración para su propia persona y sólo por algún tiempo en aquello que le incumbe saber; pero renunciar a ella significa por lo que atañe a su persona, pero todavía más por lo que concierne a la posteridad, vulnerar y pisotear los sagrados derechos de la humanidad. Mas lo que a un pueblo no le resulta lícito decidir sobre sí mismo, menos aún le cabe decidirlo a un monarca sobre el pueblo; porque su autoridad legislativa descansa precisamente en que reúne la voluntad íntegra del pueblo en la suya propia. A este respecto, si ese monarca se limita a hacer coexistir con el ordenamiento civil cualquier mejora presunta o auténtica, entonces dejará que los súbditos hagan cuanto encuentren necesario para la salvación de su alma; esto es algo que no le incumbe en absoluto, pero en cambio sí le compete impedir que unos perturben violentamente a otros, al emplear toda su capacidad en la determinación y promoción de dicha salvación. El monarca daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus opiniones, tanto si lo hace por considerar superior su propio criterio, con lo cual se hace acreedor del reproche: Caesar non est supra Grammaticos, como -mucho más todavía- si humilla su poder supremo al amparar, dentro de su Estado, el despotismo espiritual de algunos tiranos frente al resto de sus súbditos.

Si dentro de una comunidad religiosa sus dirigentes decidieran por el bien de los fieles congelar cualquier tipo de discusión acerca de sus creencias, este sería un contrato “nulo e ilícito” pues supondría vulnerar el sagrado derecho de la humanidad a la libertad en el uso de la razón e impediría completamente el progreso hacia la Ilustración. Es totalmente ilícita la prohibición de poner en duda las creencias religiosas pues implica pisotear el derecho a la libertad. Lo mismo que vale para una comunidad religiosa vale para el Estado. El monarca no puede imponer ninguna ley que el pueblo no se impondría a sí mismo.

9. Vivimos en una época de Ilustración, pero no una época ilustrada

Si ahora nos preguntáramos: ¿acaso vivimos actualmente en una época ilustrada?, la respuesta sería: ¡No!, pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal como están ahora las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o estén ya en situación de utilizar su propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que ahora se les ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época nuestra puede ser llamada «época de la Ilustración» o también «el Siglo de Federico».

¿Hemos alcanzado la mayoría de edad de la Ilustración? Por supuesto que no, la mayoría de los hombres está todavía muy lejos de pensar sin guías sobre todo en materias como la religión. Pero sí está claro al mismo tiempo que el progreso de la sociedad depende del mantenimiento de la libertad de expresión. ¿Cómo está Kant tan seguro del progreso moral y social de la humanidad a pesar del estado de guerra permanente en que vive la Humanidad? Para Kant, la insociable sociabilidad del hombre es la garantía del progreso moral y social.

10. El uso público de la razón garantizado por Federico II no es un peligro para el orden del Estado ni tampoco una mala influencia para otras naciones.

Un príncipe que no considera indigno de sí reconocer como un deber suyo el no prescribir a los hombres nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena libertad para ello e incluso rehúsa el altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado y merece que el mundo y la posteridad se lo agradezcan, ensalzándolo por haber sido el primero en haber librado al género humano de la minoría de edad, cuando menos por parte del gobierno, dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón en todo cuanto tiene que ver con la conciencia. Bajo este príncipe se permite a venerables clérigos que, como personas doctas, expongan libre y públicamente al examen del mundo unos juicios y evidencias que se desvían aquí o allá del credo asumido por ellos sin menoscabar los deberes de su cargo; tanto más aquel otro que no se halle coartado por obligación profesional alguna. Este espíritu de libertad se propaga también hacia el exterior, incluso allí donde ha de luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que se comprende mal a sí mismo. Pues ante dicho gobierno resplandece un ejemplo de que la libertad no conlleva preocupación alguna por la tranquilidad pública y la unidad de la comunidad. Los hombres van abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.

Federico II, que garantiza una total libertad de pensamiento en cuestiones religiosas, es un verdadero príncipe ilustrado al que la humanidad debe estar agradecido pues está arrancándola de la minoría de edad.  Los clérigos pueden explicar públicamente sus opiniones religiosas sin faltar a su cargo ni sembrar desórdenes sociales. Esta libertad “no conlleva preocupación alguna por la tranquilidad pública y la unidad de la comunidad”. Kant confía en el progreso natural del hombre desde la barbarie hasta una sociedad cosmopolita. Esa confianza en el progreso humano es típica del pensamiento ilustrado. Evidentemente, para Kant, el filósofo no puede predecir el curso de la historia, pero sí puede ayudar a modificar su desarrollo proponiendo utopías.

11. El uso público de la razón no debe limitarse sólo a materia religiosa sino también a asuntos legislativos.

He colocado el epicentro de la ilustración, o sea, el abandono por parte del hombre de aquella minoría de edad respecto de la cual es culpable él mismo, en cuestiones religiosas, porque nuestros mandatarios no suelen tener interés alguno en oficiar como tutores de sus súbditos en lo que atañe a las artes y las ciencias; y porque además aquella minoría de edad es asimismo la más nociva e infame de todas ellas. Pero el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta primera Ilustración va todavía más lejos y se da cuenta de que, incluso con respecto a su legislación, tampoco entraña peligro alguno el consentir a sus súbditos que hagan un uso público de su propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos sobre una mejor concepción de dicha legislación, aun cuando critiquen con toda franqueza la que ya ha sido promulgada; esto es algo de lo cual poseemos un magnífico ejemplo, por cuanto ningún monarca ha precedido a ése al que nosotros honramos aquí.

Kant propone que la libertad en materia religiosa se extienda también a cuestiones legislativas. El contrato social tiene que respetar de un modo u otro la libertad que el hombre poseía en estado de naturaleza.

12. Demasiada libertad como la que es posible en democracia es perjudicial para el crecimiento espiritual de un pueblo pues pone en peligro para el orden social. Un déspota ilustrado como Federico II puede fomentar el máximo librepensamiento y, al mismo tiempo, garantizar un rígido orden social.

Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a las sombras, al tiempo que tiene a mano un cuantioso y bien disciplinado ejército para tranquilidad pública de los ciudadanos, puede decir aquello que a un Estado libre no le cabe atreverse a decir: razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis! Aquí se revela un extraño e inesperado, curso de las cosas humanas; tal como sucede ordinariamente, cuando ese decurso es considerado en términos globales, casi todo en él resulta paradójico. Un mayor grado de libertad civil parece provechosa para la libertad espiritual del pueblo y, pese a ello, le coloca límites infranqueables; en cambio un grado menor de esa libertad civil procura el ámbito para que esta libertad espiritual se despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Pues, cuando la naturaleza ha desarrollado bajo tan duro tegumento ese germen que cuida con extrema ternura, a saber, la propensión y la vocación hacia el pensar libre, ello repercute sobre la mentalidad del pueblo (merced a lo cual éste va haciéndose cada vez más apto para la libertad de actuar) y finalmente acaba por tener un efecto retroactivo hasta sobre los principios del gobierno, el cual incluso termina por encontrar conveniente tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad.

Königsberg (Prusia), 30 de septiembre de 1784

Kant entiende que la libertad es un derecho natural del hombre que debe ser potenciado en orden al progreso de la humanidad. Pero, por otro, si dicha libertad no está encauzada por un rígido orden social donde la autoridad del soberano es inapelable, puede ser contraproducente.

Kant confía en que la mera libertad de pensamiento transformará a los hombres de tal manera que llegará el día en que no tengan que ser tratados como súbditos o máquinas sino como ciudadanos conforme a la dignidad que les otorga la libertad.

Doscientos años después del texto de Kant seguimos sin estar preparados para ser colegisladores reales. La democracia consiste en votar cada cuatro años y transformarse en siervos de los mercados mientras tanto.

Fuente: Texto PAU Kant: ¿Qué es Ilustración? (1784) – Aula de Filosofía de Eugenio Sánchez Bravo (extracto)

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Ver también: Un estadio en el proceso de emancipación histórico

Ver también: La mayoría de edad (del pensamiento)


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