Obedecerse a sí mismo
Desembarazarse de los antiguos y nuevos «tutores».
La experiencia de los «hermanos mayores» como referencia.
No es fácil alcanzar la «mayoría de edad» de nuestro entendimiento, nuestra liberación, nuestra emancipación personal... obstáculos de todo tipo internos y externos, instituciones, antiguos y nuevos «tutores» se interponen en la tarea, lo dificultan sobremanera. Por una parte, existe entre la gente común una cierta inercia a dejarse llevar en el pensamiento, a dejarse invadir por el pensamiento de otros, a eludir la aridez de la reflexión, a esquivar el esfuerzo mental personal, a no ser críticos, a no pensar por uno mismo, una cierta tendencia al pensamiento débil, a dejarse llevar por otros, a que otros piensen por nosotros. Por otra, predomina entre nosotros una concepción demasiado angosta sobre la Educación. Un ámbito en el que realmente andamos demasiado perdidos dando golpes a diestro y siniestro, sin una finalidad clara. El objetivo último de toda auténtica Educación debería estar orientado a constituir en el educando un estado interior profundo, una especie de polaridad del alma que le orientase a lo largo de toda su vida. «Enseñar/Aprender a vivir» plena, humana y civilizadamente, debería constituir la principal preocupación de toda auténtica Educación. Todo lo demás debería supeditarse a ello. Los sistemas educativos deberían superar el servilismo humanamente atrofiante de una formación orientada preferentemente a la empleabilidad, al servicio del sistema productivo. Cuánto trecho nos queda por recorrer todavía para llegar a humanizarnos y civilizarnos más y más, para no permitir que el mundo se convierta en una selva y sí en un jardín construido a base de cultura humanista, de humanidad y civilización, paz y seguridad y no permitir que esa selva y la ley del más fuerte, como vemos en las atrocidades infrahumanas, indignas del género humano, que contemplamos en estos negros días (conflictos armados, imposición de los poderosos, voladura del respeto al derecho internacional, desorden mundial, masacre de la población...), puedan repetirse en nuestro s. XXI y se impongan entre nosotros.
La Educación deber ser también liberadora. Existe un continuo entre «conocimiento», «comprensión», «lucidez» y «sabiduría» ... ¿dónde se queda hoy nuestra práctica educativa, hacia dónde están orientados actualmente los anhelos y aspiraciones más nobles de nuestros sistemas educativos?, ¿cuál es hoy la tendencia actual de los esos sistemas educativos en nuestro mundo occidental? ¿Están al servició de la construcción de una auténtica humanización y civilización de nuestros conciudadanos basada en el autoconocimiento, liberación y emancipación individual, abiertos a la enseñanza/aprendizaje de la necesaria «sabiduría» para el arte de vivir o andamos a la deriva más preocupados por supeditarlos a las exigencias del sistema productivo y a un mercado de trabajo orientados predominantemente a la consecución de un progreso preferentemente material y económico, consumismo, individualismo...? Una de las principales tareas educativas debería estar orientada a ayudar a adquirir la «mayoría de edad» de nuestro entendimiento, a enseñar a pensar y a regirse por uno mismo. Ya que en palabras de E. Kant: La mayoría de las personas no aspiran a alcanzar los fines superiores de la vida humana, como la plena libertad interior que proporciona el amor desinteresado a la verdad, sino que se hallan apegados a sus fines más básicos y supervivenciales, muy en particular, al deseo de gozar siempre de salud, de proteger su patrimonio y de garantizarse la felicidad en el más allá; y, por ello, buscan tutores que les enseñen.
Kant, gran promotor y difusor de la ilustración de la población, enumera una serie de factores externos e internos que obstaculizan la tarea de servirnos de nuestro propio entendimiento. Y compendia los obstáculos exteriores en la expresión «tutores». «Tutores» son todas aquellas personas e instancias conniventes con la tendencia del ser humano a evitar el esfuerzo que supone pensar por cuenta propia y responsabilizarse de su propia vida. Entre los obstáculos que dificultan la tarea de llegar a pensar por nosotros mismos, la pereza y la cobardía son algunas de las causas de que una gran parte de los seres humanos permanezca, gustosamente, a lo largo de su vida en la minoría de edad. Denunciar también actitudes reprobables de partidos políticos, prensa y grandes grupos mediáticos, entre otros, que mediante el control y la gestión de la información intentan manipular al gran público menos informado y a menudo, bajo fórmulas muy sutiles, decantar la opinión pública a su favor.
Aquellos tutores que tan “desinteresadamente” han tomado sobre sus espaldas la tarea de superintendencia son los encargados de que el paso hacia la mayoría de edad, además de ardua, sea percibida como peligrosa por una gran mayoría de los seres humanos. Después de haber entontecido a sus pupilos, pretendiendo que esas sus adocenadas criaturas no puedan atreverse a dar un paso sin las andaderas que les han proporcionado, es difícil para el ciudadano corriente desembrazarse de tan tupida telaraña entretejida por esos "tutores" y lograr sobreponerse a esa dependencia y minoría de edad en la que se encuentran, casi convertida ya en una segunda naturaleza. Repasemos algunos de los "grilletes" de esa permanente minoría de edad en la que todavía un amplio sector de la población se encuentra instalada. Una invitación a que cada cual tome las riendas de su propio destino y se responsabilice plenamente de sí mismo. Y un propósito: frente a cualquier imposición externa, frente a toda norma que pretendan dictarme o impongan desde fuera… yo mismo iré descubriendo y trazando el camino en cada una de las circunstancias que se presenten en mi vida.
Redescubriendo un gran tesoro del legado cultural de la humanidad: la «sabiduría» o «filosofía perenne»
Entre el imponente bagaje cultural acumulado por la humanidad, junto a prácticas como la coacción, el dominio, la explotación, la violencia y la guerra como solución a los conflictos humanos, existe también un aspecto del mejor legado cultural acumulado digno de rescatar y no olvidar: una «sabiduría» ancestral, imperecedera, perenne, universal, gestada a través de los milenios, que viene apareciendo y desapareciendo, resurgiendo, con mayor o menor intensidad en distintas épocas históricas, como si de los ojos del Guadiana se tratara. Esa sabiduría es la que han tratado de conservar, transmitir, legar a las generaciones futuras las grandes tradiciones sapienciales de oriente y occidente.
Esa «sabiduría» o «filosofía perenne» es la visión del mundo compartida por los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores y hasta científicos del mundo entero. Se la denomina «perenne» o «universal» porque se halla implícita en todas las culturas y en todas las épocas y lo mismo la encontramos en la India, México, China, Japón y Mesopotamia que en Egipto, Tibet, Alemania o Grecia.
Y lo más curioso es que, dondequiera que la hallemos, siempre presenta los mismos rasgos distintivos fundamentales, ya que es un acuerdo universal en lo esencial. Como bien resumió Alan Watts: «Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra postura y nos resulta muy difícil de admitir la existencia de un consenso filosófico único de amplitud universal, sostenido por muchos hombres y mujeres que, tanto hoy como hace seis mil años, comparten las mismas experiencias y han enseñado esencialmente la misma doctrina, desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente». Estas verdades de la naturaleza universal constituyen el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad que, en todo tiempo y lugar, coinciden en las mismas verdades profundas con respecto a la condición humana y al modo de acceder a lo Divino…
¿Cuáles son esas verdades profundas?, ¿cuáles los acuerdos fundamentales? Veamos las siete más importantes:
- El Espíritu existe.
- El Espíritu está dentro de nosotros.
- A pesar de ello, la mayoría de los seres humanos vivimos tan inmersos en un mundo de pecado, separación y dualidad –en un estado, en suma, de caída ilusorio– que no nos percatamos de ese Espíritu interno.
- Existe un camino para salir de este estado de caída, de pecado o de ilusión, un Camino que conduce a la liberación.
- Si seguimos ese Camino hasta el final, llegaremos a un Renacimiento, a una experiencia directa del Espíritu interno, a una Liberación Suprema.
- Esa experiencia pone fin a nuestro estado de sufrimiento.
- El final del sufrimiento desemboca en la acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.
La afirmación fundamental de la filosofía perenne es que los hombres y las mujeres pueden crecer y desarrollarse (o evolucionar) a través de toda esa jerarquía hasta llegar al Espíritu, donde tiene lugar la realización de la «identidad suprema» con la Divinidad, el ens perfectissimus a la que aspira todo crecimiento y evolución.
Tradicionalmente las instituciones ligadas al poder político o religioso en general no han favorecido ni menos puesto de relieve tan nutriente sabiduría, más bien han impuesto de forma totalitaria sus propias doctrinas: esta dama de nombre «Sabiduría» ha sido secuestrada por los especialistas, tanto en Oriente como en Occidente. Teólogos y brahmanes, filósofos y mandarinos, sacerdotes y doctores pretendían disponer de ella, tener una puerta privada a su cámara... Es verdad que figuras excepcionales como Sócrates, Buddha, Laozi o Jesús quisieron liberar la sabiduría y hacerla accesible a todos, pero grandes inquisidores de todo tipo se opusieron (R. Panikkar). Buda y Cristo, tal vez las dos figuras más fundamentales en la historia de la humanidad, han dejado tras ellos un legado de enseñanzas y prácticas que han modelado la existencia de miles de millones de personas a lo largo de dos mil años.
Las enseñanzas y prácticas de las filosofías sapienciales de Oriente y Occidente relativas al arte de ser son intemporales, tan actuales hoy como ayer. Lamentablemente, lo que estas tradiciones han considerado objetivos prioritarios en la formación del ser humano son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo y de nuestra civilización. Es urgente actualizar esas enseñanzas eternas, pues:
- ¿de qué nos sirven los conocimientos especializados y el logro de todo aquello que nuestra sociedad considera símbolos externos de realización y de éxito...
- si carecemos de paz interior; si nos hemos tornado neuróticos;
- si desconocemos cuál es el sentido de nuestra existencia y qué anhela lo mejor de nosotros;
- si vivimos fustigados por nuestros propios pensamientos;
- si nos vemos arrastrados por emociones e impulsos que nos conducen a donde no queremos ir;
- si no sabemos comunicarnos productivamente con quienes amamos, ni abrirnos a la intimidad profunda que anhelamos;
- si no sabemos amar;
- si hace tiempo que nos hemos estancado interiormente y nos sentimos vacíos;
- si nos acosan sentimientos crónicos de falta de significado, aislamiento, ansiedad o soledad;
- si necesitamos psicofármacos para funcionar;
- si transitamos de excitación en excitación, pero desconocemos el sabor de la verdadera alegría;
- si hemos perdido la capacidad de contemplar y no sabemos aquietarnos y hallar contento, sustento e inspiración en esa quietud;
- si tenemos miedo a mirar dentro de nosotros; si no somos nuestro mejor amigo;
- si tememos vivir y tememos morir;
- si hemos alcanzado una satisfacción mediocre, pero carente de plenitud real…?
La conciencia de que hay quienes saben más
Hay quienes saben más, quienes tienen más conocimientos, quienes en el camino que conduce a establecerse en la genuina fuente del asesoramiento interno están por delante de nosotros. Es evidente que existen «hermanos mayores». Ellos transitaron ya el camino, han llegado no sin un arduo esfuerzo al final del camino, se adentraron por la senda del autoconocimiento y la transformación de uno mismo. La mayoría de esos auténticos «sabios» en el arte del vivir, los que alcanzaron la sabiduría en el arte del vivir, es decir aquellos que anhelaban encontrar y profundizar vivencialmente las claves de la existencia, eran anhelantes buscadores de esa sabiduría, experimentadores directos de esas claves, dispuestos a jugarse la vida por las ideas que defendían y llevar un estilo de vida coherente, consecuente, con ellas. Para ellos, la coherencia pesaba más que la originalidad. Sus planteamientos iban más allá del mero discurso y se plasmaban en un modo de vida afín a sus pensamientos. Ellos, además de hablar, hacían lo que decían y las lecciones vitales aprendidas las ponían en práctica en el trajinar del día a día. “No me digas qué es la sabiduría, no me hables de cómo vivir bien: ¡muéstramelo!”; ésta era la premisa.
Séneca, el filósofo estoico de origen romano, afirmaba que para tener una vida feliz no hay que desviarse de la propia esencia, de lo que nos define profundamente:
“Éste es el cometido más importante de la sabiduría: que las obras concuerden con las palabras, que el sabio sea en todas partes coherente e igual a sí mismo. ¿Quién logrará esto? Algunos pocos, y aunque la tarea es ciertamente difícil, no pretendo que el sabio haya de caminar siempre al mismo paso, sino por la misma ruta”
Por la misma ruta… Más rápido o más despacio, con buen humor o refunfuñando, lo que verdaderamente importa es dirigir el barco a buen puerto, ser fieles a las metas que nos proponemos.
Los hermanos mayores no son especiales, ni están hechos de otra madera que la nuestra; sencillamente, están en el camino, en alguna dimensión particular, por delante de nosotros. En esa faceta tienen más sensibilidad, penetración y experiencia, han volcado más tiempo, seriedad y dedicación, y sería una torpeza no encontrar en ellos inspiración, no aprender de ellos, escucharlos y emularlos.
A diferencia del «tutor», el «hermano mayor» (el maestro auténtico) nos invita a confiar en nosotros mismos y a llegar a nuestras propias conclusiones; fomenta nuestra libertad interior; no centra la atención en él; no se reviste de un aura especial; no crea vínculos de dependencia ni pide fidelidad u obediencia; no desea tener ascendiente sobre los demás (el ascendiente que de hecho tiene ni es buscado ni es personal). Con sus palabras y actitudes propone que recorramos nuestro propio camino, asumiendo la total responsabilidad sobre este recorrido. Y es hermano mayor en un ámbito, no en todos (porque nadie lo es en todo, ni nadie lo es en nada).
Para encontrar inspiración en los hermanos mayores, sin caer en el error de convertirlos en tutores, es preciso discernir qué tipo de confianza hemos de tener en las personas que van por delante de nosotros en cualquier ámbito; muy en particular, en el que más nos concierne: el del autoconocimiento profundo. La confianza adulta en los hermanos mayores parte del principio de que, si bien no hay más autoridad que la que proporciona la propia evidencia y experiencia, a veces es preciso alcanzar esta última tomando como referencia el camino por ellos transitado, como faros que pueden contribuir a iluminar nuestro camino. Hay personas que han alcanzado ciertas certezas interiores. Sus propuestas nos pueden valer como hipótesis; pero solo llegan a ser verdad para nosotros cuando alumbramos conclusiones iguales o cercanas a través de nuestra experiencia directa, de nuestra comprensión de primera mano. Se trata, por tanto, de una confianza temporal, funcional, «científica», que no da pie a descansar en conclusiones ajenas ni a idealizar a quienes han alcanzado dichas certezas con anterioridad.
Obedecerse a sí mismo
La conciencia de nuestra pequeñez, de nuestra insuficiencia, de nuestra confusión. No son únicamente los tutores quienes nos dan razones para no confiar en nosotros mismos. Si miramos en nuestro interior, no encontramos motivos sólidos para confiar: hallamos pensamientos mediocres, emociones que nos ofuscan, impulsos contradictorios, confusión, dudas… Nuestra propia experiencia directa no parece invitar a la autoconfianza. Cuando retomamos la invitación kantiana a buscar dentro de uno mismo el criterio supremo de la verdad, o bien la invitación de la sabiduría perenne a confiar en uno mismo, ¿qué hemos de entender por «uno mismo»? ¿Cuál es la naturaleza de este «sí mismo» en el debemos confiar?
La base de la confianza señalada es el reconocimiento en nosotros de una dimensión suprapersonal que constituye una fuente de asesoramiento interno muy diferente a nuestras meras ocurrencias y opiniones personales, en las que hacemos bien en no confiar del todo; una dimensión que es la única que nos pone en contacto con lo real y sagrado, con la verdad, la belleza y el bien. Buena parte de la sabiduría antigua de Occidente reconocía una estructura trina en el ser humano: una dimensión somática o corporal, una dimensión psíquica o anímica, y una dimensión noética o espiritual. Establecía, por tanto, una distinción nítida, que posteriormente se ha tendido a olvidar en nuestra cultura, entre el psiquismo individual y el nous –un principio que, paradójicamente, siendo el centro del ser humano y lo que lo especifica como tal, trasciende toda individualidad concreta–. Nos invitaba a descansar en nosotros mismos, pero no en nuestra mera particularidad, sino en esa instancia íntima suprapersonal (aunque fundamento de la persona), la única merecedora de nuestra incondicional adhesión y confianza. Tradicionalmente, cuando la filosofía perenne ha invitado a confiar en uno mismo, o a confiar en nuestra Razón, se ha referido a este Sí mismo. La confianza en uno mismo así entendida se corresponde con la verdadera humildad, pues la luz y la comprensión que recibimos de esa instancia tienen una cualidad suprapersonal que impide que nos las podamos arrogar a título individual. En efecto, la autoconfianza de quien conoce su identidad real constituye la genuina humildad. La autoconfianza arrogante, agresiva, fanática o dogmática nunca procede de una fuente genuina.
Un mal característico de nuestro tiempo es precisamente la falta de deferencia hacia los «hermanos mayores»; un mal que va de la mano de otro, el del actual imperio de la «opinión»: todo el mundo opina sobre todo, con preparación o sin ella, y todas las aportaciones y opiniones, vengan de donde vengan, se sitúan al mismo nivel. Los medios de comunicación masivos pocas veces dan voz a quienes pueden realizar las más valiosas aportaciones; y, cuando lo hacen, esas voces se pierden en buena medida al nivelarse con un número ingente de voces irrelevantes. Esta pérdida de atención, respeto, reconocimiento y gratitud dirigidos hacia quienes hacen aportaciones significativas en cualquier ámbito humano, es decir, la tendencia a no reconocer la autoridad y la grandeza allí donde se encuentran, es una manifestación, en el ámbito colectivo, de la falta de impulso hacia la excelencia que define la mediocridad.
En absoluto se trata de no obedecer, ni de hacer lo que nos viene en gana, sino de obedecerse a sí mismo, a lo mejor de nosotros mismos. Son muy pocas las que saben obedecerse a sí mismas. Obedecerse a sí mismo, ser mayor de edad, equivale a ser ley para uno mismo; a sentir, ante nuestras auténticas mociones interiores, el respeto más absoluto e incondicional; a actuar en armonía con ellas, o, más aún, a ser uno con ellas.
«Y es que, en verdad, anhela algo casi divino el que ha arrojado de sí los motivos triviales de la humanidad y se ha aventurado a confiar en sí mismo como maestro y guía. Elevado debe ser su corazón, decidida su voluntad y clara su visión para que pueda ser, con toda seriedad, doctrina, sociedad y ley para sí mismo; que un sencillo propósito pueda tener para él la misma fuerza que la que tiene la férrea voluntad para los demás.» R.W. EMERSON: Confía en ti mismo
En la tarea de obedecernos a nosotros mismos podemos hallar inspiración en los grandes creadores de todos los ámbitos, porque allí donde ha habido creación genuina ha habido también verdadera libertad de pensamiento. Podemos inspirarnos en quienes han sido ejemplos, a veces heroicos, de sinceridad plena, pagando con frecuencia el precio de la incomprensión y de la soledad –si bien nunca se sintieron solos, porque no se siente solo el que está lleno de Sí mismo–; en aquellos que no se han dejado comprar y no han puesto precio a la más alta libertad.
Elaboración a partir de M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada + El arte de ser
Ver también:
En pos de la mayoría de edad y la plena emancipación de uno mismo
Sección: ADULTS DE QUALITAT