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Individualismo posesivo y antropología de las necesidades (I)

Por Antonio Elizalde Hevia

Los seres humanos a lo largo de nuestra historia evolutiva hemos ensayado diversas formas de dar cuenta de nuestras necesidades, todas ellas sin embargo han requerido de una forma de relación con la naturaleza y con los otros, que haga posible la apropiación de los recursos. En las sociedades sin clases del pasado y en algunas que todavía sobreviven, la forma de apropiación fue predominantemente social o colectiva. Es la sociedad capitalista la que para su desarrollo requirió, como condición necesaria, la eliminación de toda forma de apropiación que no fuese individual. De modo tal que el capitalismo globalizado en el cual hoy vivimos ha terminado por reducir a su mínima expresión todos aquellos que fueron bienes comunes en el pasado.

El capitalismo ha configurado un imaginario anclado en la creencia en la escasez como la condición dominante en el ámbito de la economía y desde allí ha contaminado todos los ámbitos de la existencia humana.

El capitalismo ha configurado un imaginario anclado en la creencia en la escasez como la condición dominante en el ámbito de la economía y desde allí ha contaminado todos los ámbitos de la existencia humana. Al considerar la escasez como un principio casi equivalente al principio de realidad, los seres humanos nos vemos obligados, casi compulsivamente, a acumular todo aquello que teñimos con el atributo de la escasez, y a defender  lo acumulado haciendo uso de todos los recursos de los cuales disponemos. En la sociedad capitalista llega a ser considerado casi anormal o patológico el compartir, cuando la emoción del compartir fue una condición constitutiva de la evolución de nuestra condición de primates a humanos. (Maturana, 1995)

Asimismo, esta visión condujo a una invisibilización de amplios segmentos de la realidad que tornó invisibles todos aquellos recursos que por su naturaleza son abundantes y por los cuales los seres humanos no necesitan competir, sesgando por ende nuestra percepción de la realidad y destacando en ella únicamente aquellos recursos que por su naturaleza son escasos. De tal manera, incluso, se contagió con el atributo de la escasez a los recursos que abundan, y aún más, también a los que para crecer requieren de manera imprescindible ser compartidos. Operó de tal modo un verdadero enmascaramiento de la realidad, un proceso de ideologización y de creación de una falsa conciencia.

De este modo la economía capitalista ha colonizado lo abundante transformándolo en escaso y haciéndolo económico lo torna visible, por medio de la mercantilización y la privatización. Ya no es más posible el acceso gratuito y libre a lo abundante, como lo era antes de ser colonizado.

La acumulación a gran escala, y el surgimiento del capital, se constituyeron en la más enorme fuerza transformadora de la existencia del hombre que ha operado en la historia.

Ello era necesario para permitir que se llevasen a cabo aquellos cambios fundamentales en la vida social, tales como el inicio y desarrollo de los procesos de acumulación en gran escala, y el surgimiento del capital, que se constituyó así en la más enorme fuerza transformadora de la existencia del hombre que ha operado en la historia. Ello implicaba la necesidad de producir una ruptura total de las formas de organización de la convivencia humana reguladas por la búsqueda de la simetría y la cooperación, y la violación de la escala humana en las relaciones entre los seres humanos. Esta ideología de la escasez tiñó la realidad de tal modo que empujó a los hombres hacia la competencia en vez de la cooperación, al logro del lucro y del beneficio por sobre la minimización del riesgo, a la búsqueda de certezas en el tener por encima del ser.

Los seres humanos nos vemos así empujados a expresar nuestra identidad mediante el consumo. Son los bienes a los cuales podemos acceder los que nos hacen presentes en un mundo en el cual la apariencia, esto es la forma como nos hacemos manifiestos ante otros se ha ido transformando en la expresión privilegiada de la condición humana.

De la individuación al individualismo extremo

El gran logro de Occidente, ha sido la construcción del individuo, es decir el hacer posible el surgimiento de una identidad individual, anclada en la persona de cada ser humano y distinta de la identidad colectiva que compartía con otros seres humanos, en razón de su pertenencia a un espacio común determinado por condiciones de parentesco, étnicas, de lengua o de creencias. La multiplicidad de pertenencias que se va generando en la medida en que la sociedad se complejiza, dificulta e incluso imposibilita la identidad exclusivamente colectiva como lo fue antes, y hace posible el surgimiento de un individuo, con múltiples lealtades y referentes, reconocido como un sujeto autónomo gracias al reconocimiento progresivo de los derechos humanos y al ocurrir esto se produce una ampliación del campo de libertades posibles para los seres humanos.

Este proceso a la vez constituye dos campos de existencia diferenciados entre sí en los cuales operan los seres humanos, uno el campo de la vida privada, en el cual se produce una enorme ampliación de lo posible, en relación hacia las anteriores formas de existencia humana, donde el control social era muy elevado; y el otro es  el ámbito de la vida pública, que continua siendo un espacio donde el control social sigue teniendo una enorme relevancia y por tanto los grados reales de libertad son más reducidos.

Es posible interpretar la evolución cultural descrita que, constituye estos dos ámbitos diferenciados, como un proceso de maduración humana colectiva, tal como sucede en los procesos de maduración individual (Rogers, 1989)  ya que el centro de decisión se traslada desde un control social externo: la comunidad cualquiera que ésta sea (podríamos hablar de ella como alteridad u otredad), a un control interno (los valores o la moralidad propia de cada individuo). Es decir un desplazamiento desde el hacer o no algo porque alguien me lo dice o recomienda (el temor al que dirán), a hacerlo como resultado de mis propias convicciones. Es así como en la reflexión moral se habla actualmente del paso desde una tradicional ética del mandato y de la obediencia a una ética del deber, que es donde hoy estaríamos, y que requerimos transitar hacia una ética del compromiso y de la responsabilidad, esto es, una ética de la alianza.

El capitalismo trata de empujarnos a consumir. Busca instalarse e infiltrarse en el plano de nuestros deseos, de nuestros impulsos profundos, de nuestros temores y ansiedades, y también en nuestra permanente búsqueda de felicidad.

El capitalismo trata de empujarnos a consumir reconociendo esta dualidad anclada en nuestra naturaleza. Por un lado, nos trata de convencer apelando al juicio experto, a la domesticación publicitaria, al que dirán, a la aceptación por parte de terceros. Pero también busca instalarse e infiltrarse en el plano de nuestros deseos, de nuestros impulsos profundos, de nuestros temores y ansiedades, y también en nuestra permanente búsqueda de felicidad.

Sin embargo, este proceso de individuación ha sido empujado hasta un individualismo extremo, en el cual cada sujeto tiene sólo como únicos referentes sus propios deseos, anhelos, ambiciones y apetencias, sin ninguna consideración por la necesidad de el o los otros. 

Un ejemplo de lo anterior es el surgimiento de la familia monoparental, esto es aquella constituida por una madre o un padre solamente, ya no una pareja sino una sola figura parental. Lo cual muestra una incapacidad de convivir, de ceder algo para lograr construir un nosotros. Se genera así una búsqueda de una autonomía ilusoria que no reconoce la necesaria interdependencia de todo ser humano. A lo anterior, se puede agregar un fenómeno que ha emergido en los años recientes y que podría llamarse el "hijo mascota". Muchas figuras públicas del mundo del espectáculo o del arte que deciden tener un hijo sin madre o sin padre, con el cual se busca reemplazar, en muchos casos, la compañía provista por algún animal doméstico o exótico (un pez, perro, tortuga o salamandra, entre muchos otros tipos de mascotas).

Del Ser o Tener al Tener para Aparentar

Estamos en una sociedad donde la búsqueda del tener se ha transformado en el móvil fundamental de nuestra cultura. Hemos transitado desde una sociedad del tener a una sociedad del aparentar.

Al parecer hace ya mucho tiempo que la búsqueda del ser ha quedado botada en el camino. Como muy bien lo señaló hace ya varios años, Erich Fromm (1978), estamos en una sociedad donde la búsqueda del tener se ha transformado en el móvil fundamental de nuestra cultura. Sin embargo, en las últimas décadas hemos avanzando más aún en este proceso de trivialización o banalización: hemos transitado desde una sociedad del tener a una sociedad del aparentar. Ya no importa tanto tener como aparentar que se tiene.

Un par de anécdotas de sucesos relativamente recientes nos muestran esta enfermiza búsqueda de apariencia. La prensa de Chile dio cuenta hace unos años atrás del hecho que al realizarse un control vehicular a los conductores que iban hablando por teléfono celular al conducir sus vehículos por una avenida que conduce hacia sectores residenciales de altos ingresos, los policías quedaron sorprendidos al constatar que la mayor parte (alrededor de un 70 por ciento) de esos celulares, eran ¡imitaciones!. Algo parecido me habían contado que ocurrió en Venezuela para una reunión de empresarios con el Presidente de la época. Obviamente hoy cuando los celulares han bajado notablemente de precio y han dejado de ser un bien que permite aparentar, esto ya no ocurre. Pero lo descrito es un buen señalador de una tendencia cultural.

Del mismo modo en una fecha cercana a los sucesos antes señalados, los administradores de supermercados ubicados en barrios de altos ingresos, señalaron que era frecuente encontrar en los pasillos laterales, carros llenos de mercaderías con los productos más caros y suntuarias (quesos finos, vinos caros, licores importados, etc.). En declaraciones a la prensa indicaban que era una práctica frecuente en algunas personas ir al supermercado a encontrarse con personas conocidas aparentando comprar estos productos, los que finalmente no compraban y dejaban abandonados.

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Fuente: Estudios IGLESIA VIVA, Nº 211, jul-set, 2002 (https://iviva.org/archivo/?num=211)


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