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NUEVOS RETOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA «POLIS» (I)

El desafío «antropológico», «espiritualidad» y «política»: su incidencia en la construcción de la «polis».

A. La otra mirada

La sociedad española parece sufrir un cierto déficit formativo que a muchos les lleve a confundir «bienestar material y desarrollo económico» con «auténtico progreso humano».

Es urgente salir de un cierto analfabetismo funcional que deja grandes huecos en el sistema de referencias personales y colectivas y que negativamente favorece sumisiones y servidumbres.

Nuevos desafíos vienen a retar la capacidad de resistencia de la naturaleza humana: el desafío antropológico y la merma o fomento de la interioridad de los ciudadanos.

Una adecuada construcción de la «polis» no debería desperdiciar el alto potencial personal, social, asistencial, cultural... y el beneficio social que aporta a la comunidad una mayor autoconciencia de los ciudadanos, interioridad cualitativamente significativa.

Los gobernantes son aquellos que saben amar a la ciudad más que los demás, cumpliendo con  celo sus obligaciones y persiguiendo el bien común. En los gobernantes debe predominar el alma racional y su virtud específica debería ser la sabiduría. Nuestros políticos, ¿reúnen estos caracteres básicos?

El discurso político al uso acostumbra a subrayar la necesidad de priorizar la recuperación económica y asegurar el bienestar general de los ciudadanos. Bien es cierto, pero la economía, siendo muy importante y esencial, sin embargo, no lo es todo. Según los datos del Informe Mundial sobre la Felicidad, el bienestar “no se consigue solo con dinero, sino también gracias a la justicia, la honestidad, la confianza y una buena salud”. En la creciente complejidad de nuestro entorno empiezan a emerger con fuerza nuevas y apremiantes necesidades que en los próximos tiempos se van a convertir en perentorias, si no queremos vernos abocados al borde de un posible siniestro precipicio. La más prudente prevención aconseja desvelar y empezar a abordarlas desde ya.

Frente al pertinaz inmovilismo de la sociedad tradicional, la cambiante dinámica interna de las sociedades modernas lleva a que el individuo y las instituciones que intentan asegurar su desarrollo equilibrado y armónico, y que le sirven de soporte en su vinculación consigo mismo y con el entorno natural y social, se vean sometidos a importantes y progresivas presiones y tensiones, impensables hace tan sólo unas pocas décadas.

Nuevos desafíos vienen a retar la capacidad de resistencia de naturaleza humana.  Dos ejemplos como botón de nuestra: el desafío antropológico -individual o social- y la merma o fomento de la interioridad de los ciudadanos. A partir de ellos vamos a analizar su posible incidencia en la construcción de la «polis». Solo con una concepción amplia de la nueva política y con unos políticos sensibles a las mismas podremos hacerles frente con suficientes garantías de éxito.

La interioridad/espiritualidad de las personas y de las comunidades transforma la vida pública. La interioridad favorece la autoconciencia. Y el nivel de autoconciencia repercute positivamente en el grado de compromiso ético y social de los ciudadanos. Una política sin espiritualidad carece de alma y una política desalmada, conduce al precipicio.

    Horizontes amplios y no angostos

  1. Hace no demasiado la prensa española destacaba la pintoresca participación, por no habitual, de uno de los líderes de moda de nuestra izquierda en un encuentro sobre Espiritualidad Progresista organizado por una formación política emergente, en el que se trató de la espiritualidad de la persona. En algunos medios y entre ciertos comentaristas, el chascarrillo con cierto aire guasón no se hizo esperar. La socarrona reacción respondía a lo inhabitual de tal dimensión humana en el debate público y político. Tal ausencia suele responder a una concepción estrecha, reductiva, angosta de la «persona» y de la «actividad política». Fragmentar reductivamente al ser humano y partir de concepciones estrechas y cortas de mira es poco beneficioso para el desarrollo colectivo.
  2. Por lo que se puede apreciar la población española en general, incluyendo a nuestros mediocres dirigentes políticos, adolece de una formación humanista idónea. Se opera con una concepción antropológica angosta y sus horizontes de referencia más bien suelen ser de un perfil bajo. Eso es fácilmente constatable observando el nivel en el que suele transcurrir el debate público y el debate político a tenor del argumentario utilizado por nuestros representantes en los debates de fondo, de verdadero calado. Argumentario muy marcado por enfoques pragmáticos, cuando no mercantilistas y utilitaristas, fruto de una cosmovisión economicista de la sociedad, alejada de los grandes principios y parámetros de la justicia social. E incapaz de situar en el centro del debate los valores esenciales que deberían orientar nuestra vida colectiva. Esas ideas depauperadas del individuo y de la actividad pública informan el pensamiento del ciudadano corriente, también el pensamiento de nuestros dirigentes políticos y por tanto también de las políticas que impulsan. Con esos mimbres es fácil quedar anclados en una concepción empobrecida de la vida pública. Convirtiéndose nuestros políticos en meros gestores de una res pública de tintes mediocres y huérfana de una verdadera orientación política que mire al auténtico progreso, que apunte a horizontes altos. Ello sólo es posible partiendo de un modelo antropológico y un modelo de sociedad amplios.
  3. Frente al economicismo, una mirada humanista

  4. La realidad es que, a medida que pasa el tiempo, la clase política española se devalúa. Politólogos, sociólogos y expertos coinciden en señalar la creciente falta de formación y preparación académica de los políticos en la actualidad. En los partidos se suele primar la fidelidad por encima del mérito. Muchos de nuestros representantes han carecido de trayectoria profesional porque han dedicado toda su vida a las siglas que defienden. De la militancia precoz al paso por las Juventudes, de ahí a cargos municipales menores y, si todo va bien, el salto al ruedo nacional. A menudo profesionales de partido con una formación escasa, sin a veces haber ejercido profesión alguna se montan ya en coche oficial. Con lo cual a menudo nos encontramos con gobiernos no de los mejores, de los más preparados sino con un gobierno de los más fieles. Entonces el peligro es que se dediquen más a defender al partido que a velar por el interés general, que se conviertan en simples burócratas tecnócratas y además relativistas. Hemos de recuperar el sentido primigenio de la «polis» y el mejor sentido de la «actividad política».  
  5. La «polis» representaba para la antigüedad griega el marco esencial donde se desarrollaba la vida civilizada. La «polis» representa a un tiempo  la ciudad-estado-pueblo-comunidad política-modo de vida. El ser humano,  un "animal político" (zoon politikon), que vive en la polis, que desarrolla una vida social, que tiene la posibilidad de relacionarse y convivir con los demás política y cívicamente.  La «polis» fue concebida como un espacio activo, dinámico, formativo, que educaba la mente y el carácter de los ciudadanos. El marco ideal en que el hombre puede realizar plenamente sus aptitudes espirituales, morales e intelectuales. La cumbre del ideal político.
  6. La «polis»  no se identifica tanto con el territorio geográfico sino con el espacio urbano en tanto escenario de la vida cívica. Representaba el centro político, económico, religioso y cultural, la forma más perfecta de comunidad civil, en la que el individuo puede desarrollar su ideal de vida. En ella deben conjugarse de forma armónica los intereses individuales con los generales de la comunidad. La «politeia», una cierta forma de concebir el funcionamiento de la sociedad, de desarrollar su sistema de gobierno; el conjunto de derechos y obligaciones que regulaban la relación cívica, la organización política en sentido amplio de la comunidad. En definitiva,  la «política», la «vida cívica» constituyen elementos distintivos del hombre civilizado. El espíritu reinante en la polis el espíritu cívico.  El «civismo», se caracterizaba por el respeto a la ley y a los demás y la participación de los ciudadanos en los asuntos de la comunidad. Aristóteles afirmó que la «polis» era la comunidad perfecta..., surgió para satisfacer las necesidades vitales del hombre, pero su finalidad es permitirle vivir bien... El hombre que, naturalmente y no por azar, no viva en la polis es infrahumano.
  7. Platón sostenía, por su parte, que el verdadero arte de la política es el arte que se cuida del alma y la convierte en lo más virtuosa posible. Sólo si el político se convierte en filósofo (o viceversa) puede construirse la verdadera ciudad, es decir, el Estado auténticamente fundamentado sobre el supremo valor de la justicia y del bien. ¿Es ésa nuestra situación? También afirmó que los gobernantes son aquellos que saben amar a la ciudad más que los demás, cumpliendo, con el celo necesario, sus obligaciones y, sobre todo, conociendo y contemplando el bien. Por lo tanto, en los gobernantes debe predominar el alma racional y su virtud específica debería ser la sabiduría. Nuestros políticos, ¿tienen estos caracteres básicos? A nuestra vida pública (plagada de letrados, juristas, economistas, diplomáticos, abogados del estado, ingenieros…) quizás le sobran “técnicos” y le faltan “líderes” con verdadera altura de miras. Exceso de tecnócratas y escasez de humanista de verdad. Humanistas en el sentido más hondo del término, entendido como aprecio y amor hacia lo más genuinamente humano.
  8. Porque el «humanismo»  forma parte del «núcleo duro» de las formas superiores de vida, más allá del materialismo y el utilitarismo. Ideológicas éstas incapaces de poner la «persona», la interpretación de sus verdaderas necesidades y la adecuada satisfacción de las mismas en el centro del sistema. El humanismo propugna un desarrollo integral del hombre en todos sus aspectos. El verdadero humanista se ha curtido en diálogo y observación profunda de la realidad. Se ha esforzado por cultivar a lo largo de su vida un humus especial que le permite apreciar la realidad desde la distancia adecuada, para mirar las cosas con perspectiva y altura de miras. Una buena base humanista entre nuestros políticos ayudaría a un mejor conocimiento y comprensión de lo específicamente humano, y el discurso político no andaría encorsetado sólo en los estrechos márgenes del desarrollo económico y el progreso en el bienestar material, estaría también estrechamente vinculado y orientado al pleno desarrollo del espíritu humano. Pero ello requiere una idea clara del hombre que se quiere forjar, de la ciudad terrena a la que se aspira, del tipo de «polis» en la que se sueña.
  9. La «polis» y la vida que en ella se desarrolla, la vida colectiva y la vida pública, son reflejo del grado de calidad de sus ciudadanos. Partidos y dirigentes políticos, medios de comunicación, instituciones privadas, líderes de opinión, contertulios mediáticos y ciudadanos corrientes a menudo denotan cierta falta, déficit o incluso ausencia de cultivo de tan regenerador humus interior. La escasez entre la ciudadanía y su clase dirigente de tan necesario fertilizante nos lleva con demasiada frecuencia a confundir «bienestar material y desarrollo económico» con auténtico «progreso humano» y confiere a nuestra vida colectiva y a nuestra democrática un tinte de bajo nivel.

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