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NUEVOS RETOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA «POLIS» (II)

Una meta: situar la «persona» en el centro del debate y la acción política

B. Del desafío antropológico al fomento de la interioridad de los ciudadanos

Reconocer la centralidad de la persona, implica favorecer el desarrollo integral de sus cualidades.

Apostar por la interioridad es apostar por la reflexión, la autoconciencia, el diálogo sereno con la realidad, la responsabilización y el compromiso.

Frente a la banalidad, la superficialidad, la desvinculación y el pasotismo se impone, pues, el fomento de la autoconciencia, de la interioridad, el cultivo del alma, el desarrollo del espíritu. Todo un programa apto para ciudadanos y sociedades que se precien de transitar por la senda del auténtico «progreso».

En la práctica se constata el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. Reconocer la centralidad de la persona, implica favorecer el desarrollo de sus cualidades de forma integral.

Somos ambiente, pero también naturaleza y herencia. La «interioridad», la «inteligencia espiritual», o la «dimensión religiosa», aunque no siempre de forma consciente, forma parte constitutiva de la gran mayoría de las personas y su expresión se manifiesta en las todas culturas del mundo a través de las distintas «formas religiosas». La interioridad o inteligencia espiritual de la persona aunenta el grado de autoconciencia, formula preguntas, genera itinerarios comprometidos, busca respuestas, configura actitudes y comportamientos y, llega a determinar de manera muy significativa el proyecto de vida y el sentido de la misma. Ante tan Importante incidencia en la vida de las personas es necesario incorporar también en el discurso político medidas para la protección, fomento y desarrollo de la misma.

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    El eje «antropológico»

  1. Nuestras sociedades se tornan cada día más complejas. Cada uno de nosotros somos ambiente, pero también naturaleza y herencia. Entre los vectores regeneracionistas que informan los planteamientos de la nueva política mucho se está hablando en ciertas latitudes de profundizar en el eje «nacional» y el eje «social»  (que nos ofrecen identidad y cohesión social). Dentro la problemática que generan este tipo de sociedades emergen nuevas cuestiones que nos afectan como especie. ¿Por qué junto al interés por la economía, lo social, lo ambiental y ecológico no vamos introduciendo también la preocupación  por un tercer eje: el eje «antropológico», que es tanto como considerar la persona (en su vertiente multidimensional) como centro de la acción política, velando por su armónico, equilibrado y sano desarrollo integral? Para ello es imprescindible profundizar en el conocimiento de nuestra propia naturaleza humana, a fin de implementar políticas acordes con esa naturaleza y no contrarias a ella, como corremos el riesgo en la práctica implementando políticas pseudoprogresistas ajenas y desconocedoras de las posibilidades y límites que nuestra naturaleza específica nos ofrece y puede aguantar. No todo cuanto técnicamente y socialmente es posible, puede resultar conveniente, adecuado y sano antropológicamente. Habrá que estar atentos al significado filogenético de ciertos acontecimientos trágicos, por el momento excepcionales, que se van produciendo entre nosotros y que han conmocionado últimamente la opinión pública.
  2. En las próximas décadas iremos recogiendo los frutos de ciertos “experimentos antropológicos modernos” que se van introduciendo entre nosotros (ingeniería social) y tendremos que evaluar si nuestra naturaleza “antropológica” es capaz de aguantar todo lo que le echen y también valorar a qué precio (por ejemplo a partir de las técnicas de manipulación genética, las prácticas de subrogación del útero o gestación subrogada, políticas relacionadas con las problemáticas en torno a las dificultades en la configuración de la identidad personal y sexual, las consecuencias de una mentalidad abortista, los efectos de la ideología de género, los modelos «alternativos» de relaciones personales, el proselitismo militante del homosexualismo político, las nuevas formas de familia, el desarrollo psicológico de los hijos en parejas del mismo sexo…. Políticas con pretensión de modernidad que a menudo se implantan  sin tener demasiado en cuenta y a veces incluso al margen de nuestra naturaleza humana específica). Nuestra naturaleza es enormemente flexible y tiene una gran capacidad adaptativa, pero en el futuro próximo habrá que analizar y hacer balance de las consecuencias de tales políticas. Para ello harán falta sesudos estudios longitudinales y no sólo meros análisis particulares y coyunturales como empiezan a aparecer.
  3. Vector «antropológico», pues, a tener muy en cuenta como nuevo punto de referencia por la nueva política. Eje que debería ser a un tiempo punto de partida y horizonte de referencia de todo planteamiento político que se precie de perseguir un auténtico progreso humano y no sólo interesado en el constreñido progreso de tipo material y económico al que suelen apuntar las prédicas de prácticamente la totalidad de las formaciones políticas actuales.
  4. Una interioridad liberadora y no alienante

  5. Por otra parte, a lo largo de innumerables décadas el discurso político ha estado centrado en la hegemonía del Homo economicus, ello ha eclipsado otras dimensiones del ser humano. Cada sociedad tiene sus horizontes de referencia. Cuando lo que prima es el sentido utilitarista, mercantilista, pragmático de la vida, y se busca sólo el beneficio propio sin pensar en los demás se legitima el darwinismo, es decir, la ley del más fuerte. Y sus epígonos son la barbarie y el relativismo. Un discurso vinculado a la idea de que aquí lo que de verdad importa es la economía y todo lo demás es secundario. La economía, sin embargo, siendo muy importante y esencial, no lo es todo. Urge, pues, un giro cultural a través del cual el neo-liberalismo salvaje y el darwinismo social sean sustituidos por valores de respeto, solidaridad, justicia, dignidad y equidad. ¿Cómo encaminarnos hacia ello?
  6. Entre las potencialidades antropológicas que nos caracterizan, la política no debería desperdiciar el alto potencial personal, social, asistencial, cultural, etc. el beneficio social que aporta al conjunto del cuerpo social la protección, fomento y desarrollo de dimensiones como la interioridad, la espiritualidad o la dimensión religiosa, una de las dimensiones más complejas y poderosas del espíritu humano, y que probablemente constituye parte inseparable de la naturaleza humana. La «interioridad», la «inteligencia espiritual», la «espiritualidad» o el «sentimiento religioso» es una dimensión que está presente en todo individuo, aunque no siempre de forma consciente.  La «interioridad», «espiritualidad» o «dimensión religiosa» forman parte constitutiva de la gran mayoría de los individuos y su expresión se manifiesta en las todas culturas del mundo a través de las distintas «expresiones religiosas».  Dimensión profunda del ser humano que constituye el núcleo íntimo de una vida humana con sentido. Desarrollada en diversos grados en cada individuo, constituye una de las dimensiones cualitativamente más significativa para el ser humano.
  7. Es un fenómeno con una connotación individual y social. Dimensión profunda del ser humano que constituye el núcleo íntimo de una vida humana con sentido. La «interioridad» o «espiritualidad» consiste en una tarea de cultivo interior, de superación de los engaños internos, un proceso de sabiduría, de iluminación interior que nos conduce al convencimiento profundo de que la existencia tiene un valor y un sentido. Una especie de «camino interior» hacia la búsqueda de ese sentido profundo, oculto, de la realidad. Y las «religiones» representan mediaciones en la «búsqueda del sentido».
  8. Entre ciertos sectores existe todavía una visión negativa de la espiritualidad y la religión y un discurso latente de desprestigio del cultivo de la interioridad. Hay quienes culpan a la religión de todos los males. Y quizás no les falta cierta razón en la crítica. Esta no siempre se ha experimentado de forma liberadora, a veces se ha vivido de forma alienante y no ha estado del lado de los necesitados. Pero también es verdad que los tiempos han cambiado y existe también una iglesia y una espiritualidad renovadas. La interioridad, la espiritualidad, no siempre ha sido el opio del pueblo y bien entendida y cultivada suele conducir al humanismo comprometido. Algunos, sin embargo, viven todavía anclados en viejos prejuicios y vetustas concepciones al respecto. Es la tentación de un cierto tipo de laicismo militante y excluyente. Militan cívicamente, combatiendo los espacios y los ámbitos orientados al cultivo de dimensión tan fundamental en el ser humano. Se esfuerzan para hacerla desaparecer del espacio público, inconscientes que de ella, bien entendida, puede brotar una mayor conciencia personal y social.
  9. Frente a una espiritualidad alienante, la inteligencia espiritual no tiene porque presentarse siempre bajo el paraguas de una religión concreta, perfectamente se puede tratar de una interioridad laica: bajo una u otra forma la necesidad de detenerse y reflexionar sobre los valores que mueven la propia existencia siempre será saludable. La visión de la existencia que elabora un individuo motiva y orienta su contribución a la vida social. A su vez, su compromiso con la sociedad nutre y transforma su interioridad. Dicha dimensión nos impele a formular preguntas, generar itinerarios, buscar respuestas, configurar actitudes y comportamientos y, evidentemente, llega a determinar de manera muy significativa el proyecto de vida y el sentido de la misma. La interioridad conduce a un alto grado de conciencia. La conciencia personal y social es esencial para el desarrollo de las instituciones porque obliga, si uno es coherente con ella, al ejercicio de la responsabilidad propia. La interioridad/espiritualidad de las personas y de las comunidades transforma la vida pública. La interioridad favorece la autoconciencia. Y el nivel de autoconciencia repercute positivamente en el grado de compromiso ético y social de los ciudadanos. Una política sin espiritualidad carece de alma y una política desalmada, conduce al precipicio. La conciencia religiosa siempre es portadora de valores que evitan que la democracia se pervierta en simple alternativa entre opciones de poder. Ante el importante influjo que dicha dimensión ejerce en la vida de las personas sería conveniente incorporarla también al discurso político, implementando políticas públicas que fomenten su protección y desarrollo.
  10. Una cualidad que de no existir se hace notar

  11. El debilitamiento de la interioridad del ciudadano se traduce en deterioro de la responsabilidad y la consiguiente merma de la dimensión humanista conllevan el empobrecimiento del pensamiento, la precariedad del discurso ético, la adhesión al pensamiento único y la desvinculación del compromiso con la polis. Es urgente salir de un cierto analfabetismo funcional que deja grandes huecos en el sistema de referencias personales y colectivas y que por el contrario favorece servidumbres y sumisiones. Fruto del cultivo de esa interioridad el humanista lleva dentro la pasión por un mundo más humano. Se esfuerza por articular críticamente su propio pensamiento para discernir, para orientarse en pos de un mundo más justo, libre y feliz. 
  12. La visión de la existencia que elabora un individuo motiva y orienta su contribución a la vida social y, a su vez, su compromiso con la sociedad nutre y transforma su interioridad. Se trataría, pues, de fomentar el desarrollo de una vida interior autónoma y responsable de los ciudadanos, y favorecer su compromiso en la edificación de una sociedad más justa y solidaria, de potenciar una interioridad no alienante y comprometida en la construcción de la ciudad terrena. De estimular procesos que estén orientados a la mejora de la vida colectiva. Estimular una interioridad de los individuos que, lejos de ser un opio alienante, contribuya a involucrarse en proyectos optimizadores del propio ámbito personal y del propio entorno en el que se vive, debería constituir una preocupación de todo proyecto social cualitativamente significativo. Un entorno sin ese poso, sin ese humus humanizante enraizado en los ciudadanos hace un mundo menos humano, menos habitable, menos convivencial, más irreflexivo y conflictivo y sin duda más infeliz.
  13. El desarrollo humano requiere de espacios y ámbitos que potencien positivamente una vida interior de calidad, que conlleve el compromiso con de la comunidad. Crear las condiciones para que ello no debiera dejarse en manos del azar. Por todo ello, el desarrollo de la interioridad de los ciudadanos y el fomento del compromiso social, constitutivas como son de una vida humana de calidad, son dimensiones que no deberían quedar al margen de ninguna propuesta política mínimamente seria..
  14. Se requiere, pues, la forja de un tipo de ciudadano no alienado, consciente y crítico, capaz de librarse de las servidumbres y esclavitudes del pensamiento único y capacitado para superar concepciones y planteamientos a menudo demasiado angostos. Frente a la banalidad, la superficialidad, la desvinculación y el pasotismo se impone, pues, el fomento de la interioridad, el cultivo del alma, el desarrollo del espíritu. Todo un programa apto para ciudadanos y sociedades competentes, que pretendan constituirse, configurarse, conformarse siguiendo la senda del verdadero, auténtico y necesario «progreso humano».

VMC


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