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¿Hacia dónde vamos?

La “creación humana” ha comportado un alto grado de humanización (ver aquí) y ha gestado grandes hitos civilizatorios a lo largo de su historia, pero también tiempos, determinadas épocas históricas, en las que nos hemos “lucido” negativamente generando una situación ambiental y social insostenible, digna de mejor vida. También somos responsables de la deshumanización más salvaje que se ha podido inventar.¿Hacia dónde vamos? Para poder configurar un escenario de futuro más adecuado debemos tomar conciencia primero de la situación en la que actualmente nos encontramos.

Y como eje vertebrador de los tiempos actuales una perversa mentalidad "neo-liberal" que se ha impuesto (pero no eternamente) a consecuencia de la cual pensamos y actuamos según una lógica semiinconsciente de: primero "yo" y después también "yo". Se acabaron las grandes utopías terrenas, pero el cristiano con su estilo de vida propio, antagónico de mentalidades neoliberales, continúa trabajando para edificar aquí en la tierra, con la construcción de una nueva humanidad (predicando no tanto desde el púlpito sino con el propio ejemplo), la anhelada "ciudad de Dios".

Vivimos en una sociedad y una cultura que nos induce hasta el convencimiento natural y espontáneo, que lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante, deterninando un proyecto de vida en el que todo, absolutamente todo, está al servicio del buen vivir (de algunos).

La pandemia tiene algo positivo: ha venido a decirnos que tenemos que repensar – y repensar muy a fondo – qué cultura, qué sociedad, qué economía, qué política, qué valores, qué derecho, qué religión, qué forma de vivir (en definitiva) hemos organizado.

 

Pandemia. Somnolencia. Lucidez. Ideología. Filosofía de nuestro tiempo. Tiempos recios los que vivimos. Y no sólo a consecuencia de la pandemia. Debido a ella se ha reducido el campo de nuestras relaciones sociales, pero en al situación actual hay más. Los males de nuestro tiempo no se derivan sólo de la pandemia. Hace ya tiempo que murieron las grandes ideologías y se desvanecieron las magnas utopías. Hace demasiado que el cortoplacismo y el utilitarismo se han impuesto entre nosotros, y nos pueden. Se acabaron los grandes proyectos, las utopías ambiciosas.  Andamos también desorientados, cortos de ideas, limitados de ilusión, escasos de proyectos pretenciosos, desprovistos de valores que nos ayuden a recuperar el norte, valores por los que valga la pena realmente batallar y vivir; nos encontramos como desarmados, carentes de utopías audaces con las que comprometerse y por las que luchar. Un inapreciable y diminuto virus ha trasvalsado todo nuestro edifico social. Nos encontramos inmersos en un período de aletargamiento colectivo del que tendremos que algún día salir. Pero por el momento hoy lo que mola en la mayoría de los ámbitos sociales es el posibilismo, el relativismo y el pragmatismo. Andamos como somnolientos y caminamos sin rumbo claro. Será necesario algún día despertar.

Para ello necesitamos la ayuda de mentes claras, agudas, lúcidas que analizando las debilidades y fortalezas del presente abran rendijas que nos ayuden a entrever nuevos escenarios e ilusionantes horizontes de futuro. Y aunque ese tipo de personas y mentes no abundan demasiado entre nosotros siempre las hay de lúcidas y comprometidas con sus causas que por lo menos nos ayudan a tomar mayor conciencia de la situación en la que nos encontramos y a despertar de nuestro estupor para encarar el futuro con prudente realismo, pero con mayores dosis de ilusión. Personas que se esfuerzan de forma reflexiva y lúcida por comprender la situación presente para orientarse debidamente en ella, desbrozando las nimiedades y pequeñas dependencias por las que estamos atrapados y aflorando aquellas cuestiones más esenciales que quizás por los múltiples quehaceres cotidianos, con el trajín diario, nos pasan desapercibidas.

Cada época, y dentro de ella cada individuo, ha tenido y tiene su propia filosofía de la vida. Ella ha condicionado la visión del presente histórico de su época y configurado sus horizontes de futuro, a nivel individual y también colectivo. También nuestra época dispone de su propia filosofía de la vida y aunque no está claramente explicitada en nuestra sociedad, aunque de forma larvada, sigue impregnando e informando nuestras vidas y nuestra forma de ver y estar en el mundo. Nos pueden dar pistas sobre cuál es la filosofía de nuestro tiempo las consignas que nuestra época da por supuestas, los ideales que la animan y que son mayoritariamente asumidos, los valores individuales y colectivos predominantes… y todo ello, aunque de forma velada, se ha convertido en la “ideología” de nuestro tiempo, que aunque nos penetra de modo indirecto a través de la propaganda, la publicidad, los medios de comunicación,  está presente a nivel social e individual, se adentra hasta la médula e informa y condiciona, seguramente no demasiado conscientemente, nuestras vidas. Para percibir su presencia y acción necesitamos orillarnos de la vorágine cotidiana y con calma y serenidad tomar una cierta saludable distancia. Ayudarnos a tomar consciencia de ello puede sernos de gran ayuda y eso es lo que refleja J.M. Castillo, teólogo y pensador español, profesor de la Facultad de Teología de Granada, quien de una forma clara y lúcida, en uno de sus artículos aparecido en Redes cristianas titulado "¿Con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos?" además de hacer una clara crítica a determinadas formas de entender y orientar la experiencia cristiana y a las prácticas de ciertos sectores de los "obreros oficiales del reino", nos explicita cuál es la filosofía de nuestro tiempo, los valores que la guían y cómo condiciona veladamente nuestros proyectos vitales. Y afirma, expresando una realidad cotidiana bien palpable: Vivimos en una sociedad donde lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante. Y entre otras cosas, de forma resumida, escribe:

Todos sabemos de sobra que la pandemia del coronavirus es una amenaza, que nos causa inseguridad y pavor. Esto no necesita mucha explicación. Lo estamos viviendo. Pero no sólo esto es lo que estamos viviendo. Además de la amenaza, también estamos experimentando una experiencia que nos humaniza. La amenaza es algo tan evidente, que todos la palpamos. La humanización, por el contrario, no está tan clara. Porque somos demasiados los que ni nos damos cuenta del desnivel tan profundo de deshumanización que estamos viviendo. Y es que no es un problema de buenos y malos. Es un problema cultural.

Hemos nacido, hemos crecido y vivimos en una sociedad y una cultura que nos mete, hasta en las venas de esta sociedad y esta cultura, hasta el convencimiento natural y espontáneo, que lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante. Porque ésos son los pilares sobre los que se edifica – según piensan muchos - lo que nos tiene que interesar a todos. Vivir con solidez y seguridad. Y tener los medios más eficaces para pasarlo lo mejor posible.

O sea, es un proyecto de vida en el que el sujeto se centra en sí mismo. Y el centro de la vida está en él mismo. Un proyecto de vida, que se alimenta de la economía, de la política, de la religión, del oficio que cada cual tiene, de la familia en la que nace, de los parientes a los que quiere tanto o de los que se avergüenza. Todo, todo, absolutamente todo, al servicio de mi buen vivir. Y el que se quede atrás, que apriete el paso.

En esta sociedad y en esta cultura, hemos nacido, nos han educado y, al servicio de este proyecto de vida, está organizado todo lo demás. No digo que todos los ciudadanos sean así y vivan así. Ni pueden ser así. Porque la consecuencia más fuerte, que se sigue de lo dicho, es precisamente la desigualdad. En esta sociedad, en la que tanta importancia tienen las libertades, inevitablemente el pez grande se come al pez chico. Y la consecuencia es que la economía, la riqueza y el bienestar se van concentrando, cada día más y más, en menos y menos privilegiados. Al tiempo que los más desgraciados crecen y crecen en más y mayor desamparo. De forma que los que mejor viven son cada día menos, al tiempo que los desamparados van en aumento, hasta el punto de que nos llevamos las manos a la cabeza porque en España han muerto treinta personas por el virus, el mismo día que, en el llamado “tercer mundo”, han muerto treinta mil de hambre y miseria.

Esto no tiene pies ni cabeza. Y nosotros: ¡angustiados por la pandemia! Lo cual es perfectamente comprensible. Pero me atrevo a decir que la pandemia tiene algo positivo: ha venido a decirnos que tenemos que repensar – y repensar muy a fondo – qué cultura, qué sociedad, qué economía, qué política, qué valores, qué derecho, qué religión… qué forma de vivir (en definitiva) hemos organizado, hasta lo más natural del mundo, cuando en realidad, esto es la deshumanización más salvaje que se ha podido inventar. Y si no, ¿cómo se explica que haya tanta gente que prefiere una fiesta, un botellón o una juerga, en una discoteca, aunque eso le cueste salir infestado con el virus que a todos nos asusta?

Y ya – puestos a decir – como yo he dedicado mi vida a lo de la religión y la teología, me pregunto (impresionado y hasta asustado) cómo es posible que, ante este panorama, haya tantos clérigos (carcas y progres, de derechas, de centro y de izquierdas) que se ponen a explicar el Evangelio y yo no sé lo que dicen, pero el hecho es que demasiada gente sale de la Iglesia más tranquila en su conciencia, pero pensando como pensaba antes del sermón. Con razón se ha dicho que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar”. Y no es de fiar, porque nos afianza en el convencimiento de que lo que importa es que se acabe la pandemia, se recupere la buena vida y el lujo. Y los cientos de millones, que se mueren de hambre, que se apañen como puedan. Pero que no vengan aquí a molestar.

Y yo me pregunto: ¿con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos? Es que, ni la espantosa desgracia de la pandemia, modifica nuestra manera de pensar en cuanto se refiere a lo que nos humaniza. Y a lo que nos deshumaniza.

El futuro está claro: saldremos de la pandemia. De lo que me temo que no vamos a salir es de nuestra manera de pensar y de vivir la importancia del dinero y la recuperación del buen vivir. Por más que los más desgraciados sean más y más desgraciados cada día.    

Para una lectura del artículo completo:

http://www.redescristianas.net/jose-maria-castillo-con-esta-religion-y-esta-explicacion-del-evangelio-a-donde-vamos/

Sin embargo, a pesar de la capacidad de penetración en nuestras conciencias por parte de la mentalidad dominante del "sistema", la gente vive con una gran diversidad de objetivos vitales: para conseguir bienestar material, el consumismo, status, reconocimiento social, la política como auténtico servicio a la comunidad, el politiqueo de baja estopa, poder, entrega altruista, entrega total a Dios... son algunos de los diferentes objetivos por los que viven los seres humanos.

Ver tanbién: Diferentes objetivos por los que viven los seres humanos


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