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El malestar de nuestra civilización

Conviene tener una visión amplia, en perspectiva, sobre el balance de nuestra acción en este diminuto planeta perdido en medio de la inmensidad cósmica. La obra humana, la «creación» humana continúa (ver aquí). Nuestra especie ha creado sobre el planeta Tierra un “mundo humano” producto de la civilización, pero también de la barbarie. Nuestra historia es el resultado del dominio y sometimiento de unos sobre otros. Los tiempos modernos consideran, sin embargo, que el mundo ha llegado a su “mayoría de edad”. El hombre se siente autónomo y responsable de su destino. Los valores imperantes, el positivismo, el pragmatismo, la inmediatez, la eficacia y el disfrute del presente son los determinantes principales del comportamiento del mundo occidental. Pero este ser, que parecía satisfecho con su mayoría de edad, con su tarea de construir la tierra y con su capacidad de ponerlo todo a su servicio, es un ser que no acaba de sentirse feliz. Su existencia fácil está como corroída interiormente por un malestar y una insatisfacción profundos.

Cada día se le ofrecen más cosas de las que puede disfrutar. Pero con ello sólo parecen aumentar su insatisfacción, sus conflictos internos y externos, y sus inseguridades individuales y colectivas.... (a la vez que aumenta también la insatisfacción y la inseguridad de aquellos otros a los que cada día se les ofrecen menos cosas no ya para disfrutar, sino para sobrevivir).

El pragmatismo y el tecnologicismo constituyen las manifestaciones más evidentes del malestar actual. El hombre de hoy no quiere renunciar al bienestar. La ecuación felicidad - bienestar material está lejos de ser cierta. Después de haber experimentado ampliamente lo que la mentalidad tecnológico-pragmática ha producido, se ha dado cuenta de que la misma ha traicionado sus promesas. Tenemos a nuestra disposición, por obra de la técnica, una cantidad y una variedad de bienes materiales que la humanidad no sólo no tuvo jamás en el pasado, sino que no imaginó que podría obtener ni siquiera en los sueños más osados. Y, con todo, nos sentimos más que nunca insatisfechos. El gran desarrollo prometido por la tecnología ha atomizado a los individuos, ha hecho perder las antiguas solidaridades que unían a los hombres y no sólo no ha producido otras nuevas, sino que, en realidad, las ha sustituido por pseudo-solidaridades burocrático-administrativas, escuálidamente anónimas. ¿Qué sucedió, en realidad? Sucedió que la abundancia de los bienes materiales, en lugar de llenar al hombre, lo han vaciado. Ha minado y, por tanto, ha comprometido su consistencia y su espesor moral. E. Morin acuñó a este propósito la fórmula: «malestar o mal de la civilización». Leamos esta bella descripción suya, reflejo del tipo de mundo creado por la modernidad, por ese ser que considera haber llegado ya a la "mayoría de edad": «La ciudad de las mil luces».

  • El pragmatismo y el tecnologicismo constituyen las manifestaciones más evidentes del malestar actual.
  • La ecuación felicidad - bienestar material está lejos de ser cierta.
  • La vida democrática retrocede.
  • El hombre productor se halla subordinado al hombre consumidor.
  • Los individuos viven al día, consumen el presente, se dejan fascinar por mil futilezas
  • La elevación de los niveles de vida también puede estar ligada a la degradación de la calidad de vida.
  • Algo amenaza a nuestra civilización desde el interior. Pero los males de civilización que se infiltran en las almas y toman forma subjetiva no siempre son percibidos.
  • Ante ello la “sociedad civil" reacciona y trata de protegerse creativamente ensayando alternativas: surgimiento de la conciencia ecológica, vuelta a lo natural, vuelta hacia la sabiduría oriental, importación de nuevos estilos vida…
  • En las ruinas de todo lo que destruyó el progreso, él mismo ya en ruinas, hay una búsqueda de verdades perdidas... hay una búsqueda de lo verdadero, del bien, de la belleza, de la restauración de la comunión y de lo sagrado.

Nuestra civilización, modelo de desarrollo, ¿no está enferma de desarrollo?

El desarrollo de nuestra civilización produjo maravillas: la domesticación de la energía física, las máquinas industriales cada vez más automatizadas e informatizadas, las máquinas electrodomésticas que liberan a los hogares de las tareas más esclavizantes, el bienestar, el confort, los productos extremadamente variados de consumo, el automóvil (que, como lo indica su nombre, proporciona autonomía en la movilidad), el avión, que nos hace devorar el espacio, la televisión, ventana abierta sobre el mundo real y sobre los mundos imaginarios...

Ese desarrollo ha permitido la expansión individual, la intimidad en el amor y la amistad, la comunicación del tú con el yo, la telecomunicación entre cada uno y todos; pero ese mismo desarrollo trae también la atomización de los individuos. que pierden las antiguas solidaridades sin adquirir nuevas, si no anónimas y administrativas.

El desarrollo del área técnico-burocrática entraña la generalización del trabajo parcelario sin iniciativa, responsabilidad ni interés. El tiempo cronometrado, el tiempo precipitado hacen desaparecer la disponibilidad, los ritmos naturales y tranquilos. La prisa elimina la reflexión y la meditación. La mega-máquina burocrática/técniea/industríal cubre actividades cada vez más numerosas. Obliga a los individuos a obedecer sus prescripciones, indicaciones, formularios. No sabe cómo dialogar con sus poderes anónimos. No se sabe cómo corregir sus errores, no se sabe a qué oficina, a qué ventanilla hay que dirigirse. La mecanización toma el control de lo que no es mecánico: la complejidad humana. La existencia concreta resulta maltratada. El reino anónimo del dinero progresa al ritmo del reino anónimo de la tecno-burocracia. Los estimulantes son a la vez desintegrantes: el espíritu de competencia y de triunfo desarrolla el egoísmo y disuelve la solidaridad.

La ciudad-luz, que ofrece libertades y variedad, es a la vez la ciudad tentacular, en la que las coerciones, comenzando por las del subterráneo, ahogan la existencia, y donde los stress acumulados agotan los nervios.

La vida democrática retrocede. Cuanto mayor es la dimensión técnica que adquieren los problemas, tanto más escapan a las competencias de los ciudadanos en provecho de los expertos. Cuanto más políticos se vuelven los problemas de civilización, tanto menos los políticos son capaces de integrarlos en su lenguaje y sus programas.

El hombre productor se halla subordinado al hombre consumidor; aquél al producto vendido en el mercado y este último a fuerzas libidinales cada vez menos controladas en el proceso en bucle por el que se crea un consumidor para el producto y no sólo un producto para el consumidor. Una agitación superficial se adueña de los individuos que no bien escapan a las coerciones esclavizantes del trabajo. El consumo desordenado se transforma en subconsumo bulímico que alterna con curas ele privación; la obsesión dietética y la obsesión por la línea multiplican los temores narcisistas y los caprichos alimentarios y mantienen el culto dispendioso de las vitaminas y de los oligoelementos. Entre los ricos, el consumo se vuelve histérico, maníaco del confort, de la autenticidad, de la belleza, de la pureza, de la salud. Recorren las vitrinas, las grandes tiendas, los anticuarios, los mercados de pulgas. La bihelotmanía se conjuga con la bagatelomanía.

Los individuos viven al día, consumen el presente, se dejan fascinar por mil futilezas, charlan sin jamás comprenderse en la torre de Bagatelas. Incapaces de quedarse quietos, se lanzan a cualquier parte. El turismo es menos el descubrimiento del otro, la relación física con el planeta, que un trayecto sonámbulo guiado en un mundo semifantasmal de folklores y de monumentos. La “diversión” moderna mantiene el vacío del que quiere huir.

La elevación de los niveles de vida también puede estar ligada a la degradación de la calidad de vida. La multiplicación de los medios de comunicación puede vincularse con el empobrecimiento de las comunicaciones personales. El individuo puede ser a la vez «autónomo y atomizado, rey y objeto, soberano de sus máquinas y manipulado/usado por lo que usa.

A la vez, algo amenaza a nuestra civilización desde el interior. La degradación de las relaciones personales, la soledad, la pérdida de certidumbres unida a la incapacidad para asumir la incertidumbre, todo eso alimenta un mal subjetivo cada vez más expandido. Como ese mal del alma se esconde en nuestras cavernas interiores, como se fija de modo psicosomático en los insomnios, dificultades respiratorias, úlceras de estómago, malestares, no se percibe su dimensión civilizacional colectiva, y se va a consultar al médico, al psicoterapeuta, al gurú.

Cuando la adolescencia se rebela contra la sociedad, cuando cae en la droga dura, se cree que se trata solamente de un mal de juventud: no se ve que el adolescente es el eslabón débil de la civilización, que en él se concentran los problemas, los males, las aspiraciones todavía difusas y atomizadas. La búsqueda a la vez de la autonomía y de la comunidad, la necesidad de una relación auténtica con la naturaleza donde se reencontraría la propia naturaleza, el rechazo de la vida adulterada de los adultos, revelan las carencias que todos sufren. Más profundamente, el pedido de los adolescentes californianos de los años 1960, Peace and Love, revela un mal profundo del alma privada de paz y amor.

Los sobresaltos de 1968 mostraron un enfrentamiento adolescente contra los principios mismos de la vida en el mundo occidental, miserable psíquica y moralmente a la vez que próspero materialmente.

Los males objetivos que provienen de dificultades o disfunciones económicas, de pesos y rigideces burocráticas, de degradaciones ecológicas, se han vuelto perceptibles y comienzan a ser enunciados y denunciados. Pero los males de civilización que se infiltran en las almas y toman forma subjetiva no siempre son percibidos. De cualquier modo, los males objetivos y los males subjetivos se unen para formar un nuevo mal de civilización. Aparecido en el Oeste en y por el desarrollo económico, va a continuar en y por la crisis económica.

El imaginario vehiculizado por los medios tuvo en cuenta ese malestar en la crisis de 1968. Hasta entonces todos los filmes comerciales terminaban con un happy end, los héroes de la literatura popular hallaban el éxito y el amor al final de su novela. La prensa femenina distribuía recetas de felicidad. Después de 1968 se pasó del mito eufórico de la felicidad a la problematización de la felicidad. El happy end no se impone ya necesariamente. La prensa femenina aconseja a sus lectoras enfrentar con coraje los problemas de las separaciones, de la soledad, de la enfermedad, del envejecimiento.

También hay que señalar que la “sociedad civil" reacciona y trata de protegerse por sus propios medios. De ese modo, a partir de los años 1960, una respuesta a las coerciones de la vida urbana burocratizada se manifiesta con el desarrollo de una vida que alterna trabajo/ocio, ciudad/campo, con fines de semana y vacaciones múltiples. Un neonarcisismo y un neonaturalismo han llenado los interiores de plantas, caracoles, minerales y fósiles y han suscitado el uso de jeans, terciopelos, ropas rústicas, joyas bárbaras, han llevado a la revalorización de las carnes asadas, legumbres de jardín, guisos rústicos. En consecuencia, el surgimiento de la conciencia ecológica acentuó la búsqueda do lo “natural" en todos los dominios, comenzando por la alimentación.

Eros, que opuesta o simultáneamente, puede tomar forma de amor, erotismo, sexualidad o amistad, es la respuesta fundamental al mal de la civilización, respuesta que la civilización misma suscita y difunde por sus medios. La resistencia al anonimato y a la atomización se manifiesta, sobre todo en el mundo juvenil, con la multiplicación de signos de reunión en tribus, grupos de compañeros y fiestas Y, a todas las edades, el amor se ha transformado en el dios salvador. El matrimonio, en otra época alianza de familias, ya no es casi concebible sin amor. Los impulsos del amor rechazan el mal del alma. El amor nace y renace en todas partes. Los encuentros amorosos, eróticos, atraviesan las clases sociales, engañan las prohibiciones, se embriagan de clandestinidad, de precariedad.

Pero las pasiones que consumen se consumen rápidamente: el amor se debilita al multiplicarse, se fragiliza con el tiempo. Los encuentros que hacen nacer un nuevo amor matan al anterior, las parejas se deshacen, otras se anudan, después se desanudan. El mal de la inestabilidad, de la prisa, de la superficialidad se instala en el amor y reintroduce el mal de la civilización que el amor destierra.

El amor y la fraternidad, fuerzas de resistencia espontáneas al mal de la civilización, son todavía demasiado débiles para constituir sus remedios. Rechazan el vacío con su empuje hacia la plenitud, pero ellos mismos resultan roídos y desintegrados por el vacío, de lo que resulta un complejo vacío/]leño que es muy difícil de captar.

Existen, por último, otras formas y fuerzas de resistencia al mal de la civilización, que se expresan principalmente en la voluntad por asimilar los métodos y mensajes de las culturas orientales que traen la concordia entre el alma y el cuerpo, la paz psíquica, el desprendimiento del espíritu. En ese sentido, las formas vulgarizadas y comercializadas de yoga y de zen ponen de manifiesto las carencias de la civilización occidental y la necesidad a la que responden. A la vez, en forma de religiones sincréticas diversas, entre ellas la filosofía new age, hay una búsqueda de lo verdadero, del bien, de la belleza, de la restauración de la comunión y de lo sagrado. En las ruinas de todo lo que destruyó el progreso, él mismo ya en ruinas, hay una búsqueda de verdades perdidas...

Dadas sus ambivalencias y sus complejidades, es muy difícil reconocer la verdadera naturaleza del mal de la civilización. Hay que tener en cuenta los subsuelos minados, las cavernas, los abismos subterráneos a la vez que el deseo de vivir y la lucha sorda e inconsciente contra el mal. Hay que tener en cuenta el complejo de deshumanización y de rehumanización. Hay que tener en cuenta las satisfacciones, alegrías, placeres y felicidades, pero también las insatisfacciones, sufrimientos, frustraciones, angustias y desdichas del mundo desarrollado, que son distintas, pero no menos reales que las del mundo subdesarrollado. Lo que lucha vitalmente contra las fuerzas de la muerte de esta civilización también forma parte de esta civilización. Las neurosis que provoca no son solamente un efecto del mal: son un compromiso más o menos doloroso con el mal para no caer en él.

¿Son insuficientes las reacciones al mal? ¿El mal va a ampliarse? De cualquier modo, ya no se puede considerar que nuestra civilización alcanzó un punto estable. Después de haber liberado fuerzas sorprendentes de creación y des-encadenado fuerzas sorprendentes de destrucción, ¿se encamina hacia su autodestrucción o hacia su metamorfosis?

MORIN-KERN: Tierra patria

Ver también:

El bienestar material, sucedáneo de la felicidad

Sobreponiéndose a la mediocridad de nuestra época

La sociedad líquida

Sección: HACIA UNA CIVILIZACIÓN MÁS HUMANA


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