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Anhelo de una auténtica comunicación

En busca del «alimento» que de verdad nos llene.

El «alimento» que necesitamos: una verdadera comunicación interpersonal

  • La anorexia nerviosa como símbolo del anhelo de una comunicación verdadera.
  • La influencia que ejerce la infancia sobre la vida adulta.
  • ¿Qué tipo de «alimento» necesitamos y cuál es el que de verdad pueda humanamente  «llenarnos y satisfacernos»?
  • Hay quienes equivocadamente piden a los placeres del cuerpo el tipo de satisfacción que solo pueden proporcionar los bienes de la mente y del espíritu.

Todos vivimos con la esperanza de conseguir algún día una comunicación auténtica, respetuosa, empática, comprensiva...

... porque no pude dar con la comida que me gustaba. De haberla encontrado, te aseguro que no hubiera llamado la atención y hubiese comido como tú y corno cualquiera.
Franz Kafka, Un virtuoso del hambre

Necesitamos ser escuchados, entendidos, comprendidos... «Ser escuchados» y comprendidos: un deseo, una aspiración, un anhelo, una necesidad. «Saber escuchar» un don, una gracia, una capacidad, una aptitud, una competencia no por todos alcanzada y dominada adecuadamente...

El ser humano es un ser de "relaciones". Vimos ya como la “urdimbre social” en la que se fraguan esas relaciones es de capital importancia. Nuestra personalidad se forja a partir del tipo de "urdimbre" en la que nos desarrollamos y formamos. (ver aquí). La carencia de un lazo apropiado y seguro con la madre desde los primeros meses de vida hasta los tres años deja huellas decisivas en el cerebro y puede ocasionar serios trastornos. A veces sentimos que tenemos necesidades insatisfechas, carencias que se remontan a nuestra más tierna infancia. El que entonces era un niño mantiene de por vida el anhelo de satisfacer sus primeras necesidades vitales. Las expectativas no desaparecen con la edad: necesidades que, desde nuestro nacimiento, o incluso desde antes, esperan ser satisfechas. A lo largo de su vida aspirará a encontrar todo aquello que sus progenitores no le dieron de pequeño.

La mayoría de los niños que padecieron esas carencias, aunque ahora quizás ya adultos, albergan la esperanza de conseguir algún día el «alimento nutricio» que en su día quizás no recibieron. El cuerpo se pasa la vida entera buscando el «alimento» que con tanta urgencia necesitó en la infancia pero que nunca recibió. Su anhelo infantil de contacto y cariño permanecen, y por tanto es natural que intente establecer una auténtica comunicación con otras personas. Todos vivimos con la esperanza de conseguir algún día una comunicación auténtica respetuosa, empática, comprensiva... Es precisamente ahí donde puede residir el origen del sufrimiento de muchas personas… Algunos de sus comportamientos son reacciones a la falta de atención, a malos tratos o quizás a la carencia de una auténtica comunicación «nutricia».  La fuente de la desesperanza: el fracaso de una comunicación autentica en el pasado, una comunicación que se buscó en vano durante toda la infancia. Sin embargo, el adulto podrá ir superando esta búsqueda poco a poco en cuanto sea capaz de establecer una auténtica comunicación con otras personas.

Es difícil conseguir un intercambio sincero entre las personas. En una comunicación artificiosa, postiza, falaz, las relaciones fundamentadas entre esas personas no cambian. Seguirán siendo lo que siempre han sido: comunicaciones defectuosas. Solamente será posible una auténtica relación cuando las dos partes consigan admitir sinceramente sus sentimientos y vivirlos y comunicarlos sin miedo. Es bonito cuando esto sucede, pero ocurre pocas veces, porque el miedo a la pérdida de las apariencias y de la máscara con las que ya están familiarizadas impide un intercambio sincero. Hay quienes equivocadamente piden a los placeres del cuerpo el tipo de satisfacción que solo pueden proporcionar los bienes de la mente y del espíritu. El «virtuoso del hambre» de Kafka dice al término de su vida que «no ha comido» porque no ha logrado dar con el «alimento» que le gustaba.

Introducción

No podemos querernos, respetarnos ni entendernos a nosotros mismos si ignoramos los mensajes de nuestras emociones.

A menudo ignoramos el sentido de dejar de comer, su verdadero mensaje. La anorexia muestra de forma inequívoca con qué claridad el cuerpo emite señales y advierte a los enfermos. Cuando pretendo enmascarar mis verdaderos sentimientos antes o después tendré que afrontar las consecuencias del autoengaño. Me reduzco a una máscara y no sé en absoluto quién soy en realidad. Porque la fuente de este conocimiento se halla en mis sentimientos verdaderos, que concuerdan con mis experiencias. Y el guardián de estas experiencias es mi cuerpo. Su memoria.

No podemos querernos, respetarnos ni entendernos a nosotros mismos si ignoramos los mensajes de nuestras emociones. Si estamos dispuestos a considerar que estas emociones tienen un origen real, que son reacciones a la falta de atención, a los malos tratos o, entre otras cosas, a la carencia de una comunicación «nutricia», ya no veremos a niños que retozan sin sentido, sino a niños que sufren sin que se les deje saber por qué.

Los actuales investigadores del cerebro saben desde hace unos cuantos años que la carencia de un lazo apropiado y seguro con la madre desde los primeros meses de vida hasta los tres años deja huellas decisivas en el cerebro y ocasiona serios trastornos.

El terapeuta no puede cambiar a los padres del niño «perturbado», pero puede coadyuvar a una mejora considerable de su relación con el niño, siempre y cuando les proporcione las herramientas necesarias. Puede, por ejemplo, abrirles un acceso a nuevas experiencias si les informa de la importancia de una comunicación «nutricia» y les ayuda a aprender cómo funciona ésta. Si los padres se la niegan al niño, no suele ser con mala intención, sino porque de pequeños no conocieron nunca esta forma de ayuda ni sabían que existiese algo así. Pueden aprender junto con sus hijos a comunicarse de manera satisfactoria.

Con el apoyo de un testigo cómplice, encarnado en la figura del terapeuta, puede alentarse a un niño hiperactivo, o que padezca otra dolencia, a sentir su inquietud en vez de negarla, y a expresar sus sentimientos delante de sus padres en vez de temerlos.

La comunicación auténtica se basa en hechos, facilita la transmisión de los sentimientos e ideas propios; en cambio, una comunicación confusa se basa en la tergiversación de los hechos y en la acusación a otros de las emociones indeseadas que uno tiene, emociones que, en el fondo, van dirigidas hacia aquellos que debiéndolo hacer no le atendieron debidamente en su momento.

Un ejemplo: Mary, de siete años, se negaba a ir a la escuela porque la profesora le había pegado. Su madre, Flora, estaba desesperada, no podía llevar a la niña a la fuerza. Además, ella nunca había pegado a su hija. Fue a ver a la profesora, le expuso los hechos y le pidió que se disculpara con la niña. La profesora reaccionó indignada: «¿Adónde iríamos a parar si los profesores tuviéramos que pedir disculpas a los niños?». Creía que Mary merecía la bofetada por no haberla escuchado mientras le hablaba. Flora le dijo con tranquilidad: «Si un niño no la escucha, tal vez sea porque le da miedo su voz o la expresión de su cara. Y pegándole, lo único que conseguirá es que tenga aún más miedo. En lugar de pegarles habría que hablar con los niños y ganarse su confianza para que la tensión y el miedo desapareciesen». De pronto a la profesora se le humedecieron los ojos, se hundió en su silla y susurró: «De pequeña no conocí otra cosa que las palizas, nadie hablaba conmigo; todavía oigo a mi madre gritándome: “Nunca me escuchas, ¿qué voy a hacer contigo?"».

Flora quedó desconcertada; había ido con la intención de decirle a la profesora que desde hacía mucho tiempo estaba prohibido pegar en las escuelas y que la iba a denunciar. Sin embargo, se hallaba ante una persona auténtica con la que podía hablar. Al fin, las dos mujeres pensaron juntas lo que podía hacerse para que la pequeña Mary recuperara la confianza. Ahora fue la profesora la que se ofreció a disculparse con la niña, cosa que hizo. Le explicó a Mary que no tenía por qué volver a sentir miedo, pues, de cualquier modo, pegar estaba prohibido y lo que ella había hecho no estaba permitido. Le explicó que estaba en su derecho de quejarse, porque también los profesores cometían errores. Mary volvió a ir contenta a la escuela, y desde entonces incluso sintió simpatía por esta mujer que había tenido el valor de reconocer su error.

El diario ficticio de Anita Fink

Una chica, a la que he llamado Anita Fink, habla aquí de la evolución de su terapia, que la ayudó a liberarse de una de las enfermedades más graves: la anorexia nerviosa. Se trata de una enfermedad psicosomática consecuencia de la pérdida peligrosa de peso a falta de no alimentarse. Quisiera mostrar una historia cuyos factores psíquicos pueden conllevar el desarrollo de una anorexia nerviosa, que, como en este caso, puede curarse abordando dichos factores.

El «virtuoso del hambre» de Kalka dice al término de su vida que no ha comido porque no ha logrado dar con el alimento que le gustaba. Eso mismo podría haber dicho Anita, pero sólo una vez curada, porque sólo entonces supo qué alimento había necesitado, buscado y añorado desde la infancia: una comunicación emocional auténtica, sin mentiras, sin falsas «preocupaciones», sin sentimientos de culpa, sin reproches, sin advertencias, sin temor, sin proyecciones. Una comunicación como la que, en el mejor de los casos, puede darse entre una madre y su deseado hijo en la primera fase de la vida.

Cuando esa comunicación nunca ha tenido lugar, cuando al niño se le ha alimentado con mentiras, cuando las palabras y los gestos han servido únicamente para velar la negativa, el odio, la repugnancia y la aversión del niño, entonces éste se resiste a crecer con este «alimento», lo rechaza y luego puede volverse anoréxico, sin saber cuál es el alimento que necesita. No lo ha conocido; por lo tanto, no sabe que existe.

Ciertamente, un adulto puede tener una vaga idea de la existencia de este alimento, y es posible que empiece a darse atracones y a engullir de todo, sin criterio alguno, buscando aquello que necesita, pero no conoce. Entonces se convierte en un obeso, en un bulímico. No quiere renunciar, quiere comer, comer sin parar, sin límite. Pero dado que, al igual que el anoréxico, no sabe lo que necesita, nunca se sacia.

Para librarse de ellas necesitaría comunicarle sus sentimientos a alguien, vivir la experiencia de ser escuchado, comprendido y tomado en serio, de no tener que esconderse más.

Quiere ser libre, poder comer cuanto quiera y eximirse de toda obligación, pero acaba viviendo supeditado a sus orgías alimentarias. Para librarse de ellas necesitaría comunicarle sus sentimientos a alguien, vivir la experiencia de ser escuchado, comprendido y tomado en serio, de no tener que esconderse más. Sólo entonces sabrá que éste es el alimento que ha estado buscando durante toda su vida.

El «virtuoso del hambre» de Kafka no le puso nombre a este alimento, porque tampoco Kafka podía nombrarlo; de pequeño no conoció una comunicación verdadera. Pero sufrió lo indecible por esta carencia; todas sus obras no describen otra cosa que comunicaciones defectuosas: El castillo, El proceso, La metamorfosis... En todas estas historias sus preguntas nunca son escuchadas, reciben extrañas tergiversaciones como respuesta y el individuo se siente totalmente aislado e incapaz de hacerse oír.

Algo parecido le sucedió a Añila Fink durante largo tiempo. En el origen de su enfermedad estaba el anhelo nunca satisfecho de un contacto auténtico con sus padres y sus amigos. El hambre era indicio de la carencia, y Anita al fin logró curarse cuando percibió que había personas que querían y podían entenderla.

Desde septiembre de 1997, Anita, que entonces tenía dieciséis años, empezó a escribir, en el hospital, un diario:

«Lo han conseguido, he aumentado de peso y tengo más esperanzas. No, no son ellos los que lo han conseguido. Quiero vivir, pero no como se me ordena, porque entonces podría morir. Quiero vivir como la persona que soy. Pero no me dejan. Nadie me deja. Todos tienen planes para mí. Y con estos planes acaban con mi vida. Esto es lo que me hubiese gustado decirles, pero ¿cómo?

«Nadie quiere escucharme. Estoy mejor gracias a Nina, la mujer de la limpieza portuguesa, que a veces se ha quedado conmigo por las noches y me ha escuchado de verdad, que se indignó con mi familia antes de que yo misma me atreviese a hacerlo, posibilitando así mi propia indignación. Gracias a las reacciones que en Nina provocó lo que yo le conté, empecé a sentir y a darme cuenta de la frialdad y la soledad en las que he crecido, totalmente aislada. ¿De dónde saco entonces la confianza? Las conversaciones con Nina me abrieron primero el apetito, empecé a comer y experimenté que la vida tenía algo que ofrecerme: una comunicación auténtica, algo que siempre había anhelado. Me obligaban a comer cosas que yo no quería; eso, la frialdad, la estupidez y el miedo de mi madre, no era comida. Mi anorexia nerviosa fue la huida de esos supuestos alimentos emponzoñados. Me salvó la vida, mi necesidad de calor, comprensión, diálogo e intercambio. Ahora sé que existe, que eso que busco existe, aunque durante tanto tiempo no me hayan dejado saberlo.

Antes de tener contacto con Nina, no sabía que había más gente aparte de vosotros, mi familia y la escuela. Todos me parecían tan normales inaccesibles... Todos me encontraban rara, ninguno me entendía. Para Nina no era nada rara, me ha entendido. De pequeña tuvo una prima, de la que me ha hablado mucho, que la escuchó y la tomó en serio. Y ahora es ella la que me escucha a mí, sin esfuerzos ni problemas.

Lo he demostrado con la anorexia. Mirad qué aspecto tengo. ¿Os da asco verme? Mejor, así os daréis cuenta de que hay algo en mí o en vosotros que no funciona. Apartáis la vista, me tomáis por loca. Y es verdad que eso duele, pero es mejor que ser uno de vosotros. En cierto modo, sí que estoy loca, me habéis apartado de vosotros porque me niego a amoldarme a lo que decís y a traicionar mi ser. Quiero saber quién soy, para qué he venido al mundo, por qué en esta época, por que en el sur de Alemania y con estos padres, que no me entienden en absolulo ni me acoplan. ¿Para qué estoy, pues, en este mundo? ¿Qué hago aquí? Estoy contenta porque desde mis conversaciones con Nina ya no tengo que ocultar todas estas preguntas detrás de la anorexia. Quiero buscar un camino que me facilite encontrar respuestas a mis preguntas y vivir como yo quiera.

»3 de noviembre de 1997

»Me han dado el alta porque ya he alcanzado el peso mínimo. Con eso bastaba. Pero el por qué no lo sabe nadie excepto Nina y yo. Los del hospital están convencidos de que su plan alimenticio ha provocado la supuesta mejoría. Pues que sigan creyéndolo si eso les hace felices. De todas maneras, yo estoy encantada de dejar el hospital. ¿Y ahora qué? Tengo que buscarme una habitación en algún piso, no quiero quedarme en casa. Mamá está preocupada,  como siempre. Toda su vitalidad la invierte únicamente en su preocupación por mí, cosa que me altera los nervios. Si sigue haciendo esto, temo no poder volver a comer, porque el modo en que me habla me quita el hambre. Noto su miedo, y me gustaría ayudarla, me gustaría comer para que no tuviese miedo de que yo adelgace otra vez, pero ya no aguanto más esta comedia. No quiero comer para que mi madre no tenga miedo de que yo adelgace. Quiero que comer sea un placer para mí. Pero el modo en que me trata me quita la alegría. Al igual que me quita otras alegrías de manera sistemática. Si quiero quedar con Monika, me dice que Monika está influida por su adicción a las drogas. Si hablo con Klaus por teléfono, me dice que ahora sólo piensa en chicas y que no se fía de él. Si hablo con tía Anna, noto que se pone celosa porque en casa de tía Anna soy más abierta que con ella. Me da la impresión de que tengo que regular y limitar mi vida para que mi madre no alucine, para que ella esté bien y para que yo, al fin, deje de existir. ¿Qué sería eso sino una anorexia anímica? Adelgazar psíquicamente hasta que no quede nada de ti misma, para que tu madre se calme y no tenga miedo...

Fuente: A. MILLER: El cuerpo nunca miente. III: Anorexia nerviosa: El anhelo de una comunicación verdadera

Veure també la secció: EL CUERPO NUNCA MIENTE


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