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Las leyes biosociales del amor

Ley del amor como energía

El ser humane funciona en sus mecanismos biorgánicos y biosociales gracias a un conjunto de diversos combustibles de naturaleza bioquímica y/o biosocial.

El ser humano necesita además de estas energías biorgánicas, otras energías biosociales: amor bioétnico, el amor heterosexual.

El amor heterosexual permite percibir este «valle de lágrimas» como si fuese Alicia en el país de las maravillas.

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Un automóvil, un barco o un avión no pueden funcionar sin un combustible preciso que al sufrir un determinado proceso químico produce una energía o fuerza que pone en movimiento todo el conjunto de mecanismos. El ser humane funciona en sus mecanismos biorgánicos y biosociales gracias a un conjunto de diversos combustibles de naturaleza bioquímica y/o biosocial. Uno de los combustibles bioquímicos indispensables para vivir es el oxígeno. El ser humano necesita estar enchufado con la estación de oxigeno ininterrumpidamente. No es un artefacto que pueda hacer acopio de combustible en un tanque de mayor o menor capacidad, como ocurre con un automóvil o un avión. El coche humano tiene que estar conectado con su gasolinera de oxígeno en todo momento. Una breve interrupción de la llegada de este combustible puede paralizar toda su maquinaria y una vez que se para el motor orgánico, ya no puede arrancar más (a diferencia también del automóvil). El ser humano es un esclavo humilde de algo tan leve, tan etéreo, tan invisible como el oxígeno.

Pero no es el oxígeno la única energía que necesita la compleja maquinaria del ser humano. Necesita además otros combustibles, como son los líquidos y los sólidos. Las entradas de estas energías líquidas y solidas están reguladas gracias a unos mecanismos psíquicos precisos que funcionan con total automatismo e independencia: los mecanismos del hambre y de la sed que solicitan la calidad, la cantidad y el momento preciso de estos combustibles. Las salidas de los desechos de estos combustibles (salidas de gases, líquidos y sólidos) están igualmente reguladas gracias al funcionamiento de precisos mecanismos psíquicos (ganas de expulsar gases, de orinar, de defecar o de vomitar).

Todos estos mecanismos funcionan con total automatismo e independencia y libre voluntad del individuo. En todos ellos se da un margen preciso de libertad propio y exclusivo del ser humano. El mecanismo del hambre o de la defecación informan siempre a la conciencia del ser humano de la necesidad y le piden permiso. Puede el ser humano por diversas razones o sinrazones desobedecer a las órdenes de estos mecanismos o al menos luchar contra ellos. En un momento determinado, tal vez las ganas de defecar pasen por encima de la libre voluntad del individuo que lucha contra ellas y salgan desesperadamente por la puerta de emergencia. No nos vamos a detener aquí a analizar estos mecanismos biorgánicos, programados con parecidas características a las de los mecanismos biosociales.

Queremos aquí tomar conciencia de los combustibles sólidos, líquidos y gaseosos que producen las energías bioquímicas sin las que la máquina humana se pararía. A diferencia del combustible gaseoso, la máquina orgánica puede hacer acopio de líquidos y sólidos con un código temporal regido por mecanismos biológicos precisos. Un corte de oxígeno de varios minutos puede paralizar irreversiblemente el motor orgánico. Un corte de agua (o líquido) de varios días puede parar esta maquinaria. Sin sólidos puede funcionar más tiempo, pero con oxígeno y con agua no puede vivir varios meses.

Pero el ser humano necesita además de estas energías biorgánicas, otras energías biosociales. Una de estas energías poderosas es la que procede del amor bioétnico, en cuyo análisis nos hemos detenido en obras ya publicadas. Empujado por esta energía bioétnica, el ser humano trabaja dentro de enormes colmenas humanas (las sociedades territoriales), que en un juego/competencia constante crean o producen lo que nunca podría producir un individuo en solitario. Así un ser humano, por ejemplo, Cervantes, ha escrito el Quijote, pero una sociedad territorial como tal, España, ha creado un complejo sistema de sonidos/ideas/valores perfectamente ordenado y estructurado: el idioma español. Sin idioma —creación de la colmena territorial humana—, ningún individuo, ningún Cervantes puede pensar, hablar o escribir. Los primeros derechos de autor de cualquier libro pertenecen a la sociedad territorial que prestó a este individuo las herramientas indispensables para poder escribirlo a través de su lengua.

La energía bioétnica alimenta al individuo humano de múltiples maneras. Cada victoria de su sociedad territorial (en el campo deportivo, científico, literario, o bélico) es una dosis combustible bioétnica que se añade al coeficiente de sus energías. No voy aquí a repetir cuanto he escrito a propósito de las energías que, con carácter constructivo y/o destructivo, se derivan de los mecanismos bioétnicos. Quiero simplemente que tomemos conciencia: 1. De la naturaleza, funcionamiento y función de las energías gaseosas, líquidas y sólidas que forman las energías biorgánicas. 2. De la naturaleza, funcionamiento y función de otras energías radicalmente diversas: las energías biosociales. 3. De la naturaleza, funcionamiento y función de las diversas energías biosociales.

Una de estas energías es la bioétnica. Otra de la que ahora nos ocuparemos, es el amor heterosexual. El ser humano que recibe este combustible psíquico, cuenta con una nueva energía, no solamente tan poderosa en intensidad como en cualquier otra, sino específica y única con su propio campo de energía. «Desde que conocí a XYZ, soy otra persona. Todo lo veo distinto. Siento dentro de mí una fuerza nueva. Nadie puede saber lo que es esto, si no lo siente.» «Sin fulano de tal no podría vivir. Imposible. No sentiría ganas de vivir.» «El día que de repente te encuentras enamorado todo lo ves de color de rosa.» «Si tienes alguien que te quiera de verdad, todo se supera. Una vez que has gustado el amor, ¿quién puede vivir sin él?» Todo este tipo de frases que he ido espigando en conversaciones, entrevistas, periódicos, programas de radio, televisión o en películas, revelan la cuerda psíquica interior que contribuye a hacer funcionar la maquinaria psíquica del ser humano con una fuerza nueva.

El amor heterosexual permite percibir este «valle de lágrimas» como si fuese Alicia en el país de las maravillas. Dos enamorados en los tiempos fuertes de la combustión de esta energía (que analizaremos con detenimiento), no pueden creer en la desgracia, en la enferme- dad, en la muerte. El amor heterosexual es «la gran ilusión», es decir, uno de los principales engaños que logran ocultar la «triste realidad». En todas las culturas se relaciona de alguna manera el amor con el engaño. En español «estar ilusionado» es sinónimo de «estar enamorado» en ciertos contextos. El amor empuja al ser humano a trabajar, a discurrir, a acometer toda suerte de empresas y sacrificios.

El mejor experimento de laboratorio, para sopesar la naturaleza, funcionamiento y función de una energía es ver qué pasa, si la suprimimos. ¿Qué ocurre en un automóvil si le quitamos la gasolina o bien sí le damos incorrecta cantidad de combustible a través del acelerador? ¿Qué ocurre si desconectamos al ser humano del oxígeno, de todo líquido o sólido? ¿Qué ocurre en una bombilla si la desconectamos del fluido eléctrico? ¿Qué ocurre si al ser humano lo desconectamos de la persona amada?

J. A. JAUREGUI: Las leyes biosociales del amor heteroxexual


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