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		L'ENVEJA  
 
 
 
Extracte del llibre 
"LOS ENVIDIOSOS" 
Francesco Alberoni 
 
 
1.- La confrontación envidiosa. 
2.- La condena social. 
3.- Sentimientos y palabras. 
4.- La envidia es violencia irregular. 
5.- La punzada de la envidia. 
6.- Admiración y envidia. 
7.- A quién envidiamos. 
8.- Qué envidiamos. 
9.- El valor de sí mismo. 
10.- El proselitismo envidioso. 
11.- La mala fe. 
12.- La provocación. 
13.- El reconocimiento. 
14.- Envidia y justicia. 
15.- Fuerza conservadora o fuerza revolucionaria? 
16.- Consideraciones finales. 
 
 
LA CONFRONTACION ENVIDIOSA. 
 
Deseamos lo que vemos. Ser como los demás, tener todo lo que tienen los demás. 
Pero esta incesante actividad deseosa encuentra inevitablemente frustraciones. 
No siempre logramos obtener lo que han obtenido aquellos que nos han servido de 
modelo. Entonces nos vemos obligados a dar un paso atrás. Este retroceso puede 
asumir varias formas: cólera, tristeza, renunciamiento. O bien, un rechazo del 
modelo con el cual nos habíamos identificado. A fin de contener el deseo, 
rechazamos a la persona que nos lo ha suscitado, la desvalorizamos, decimos que 
no tiene méritos, que no vale nada. Esta es la primera raíz de la envidia. 
 
La otra raíz de la envidia surge de la exigencia de juzgar. A fin de saber 
cuánto valemos nos confrontamos con algún otro. 
 
Si no tenemos éxito, si la confrontación nos pone en situación desventajosa, nos 
sentimos disminuidos, desvalorizados, vacíos. Entonces, procuramos proteger 
nuestro valor. Y podemos hacerlo de muchas maneras diferentes: renunciando a 
nuestras metas, volviéndonos indiferentes, o bien tratando de desvalorizar el 
modelo rebajándolo a nuestro plano. Este mecanismo de defensa, este intento de 
protegernos mediante la acción de desvalorización, es la envidia. Por 
consiguiente, la envidia es un retroceso, una retirada, una estratagema para 
sustraernos de la confrontación que nos humilla. DESEAR y JUZGAR son dos pilares 
de nuestro ser, pero también son la fuente de la envidia. 
 
La envidia es perversidad hacia los demás cuando pensamos que la sociedad, el 
mundo, no son suficientemente buenos para con nosotros. Es un veneno que 
esparcimos y con el cual intoxicamos el ambiente. Pero también cuando somos 
nosotros los envidiados sentimos ese clima maléfico, de inquina. La envidia de 
los demás nos hiere, envenena nuestra vida. 
 
LA CONDENA SOCIAL. 
 
Primero aparece la confrontación, la impresión devastadora de empobrecimiento, 
de impotencia, y, luego, la reacción agresiva. La envidia es, además, un 
"vicio", algo que la sociedad condena y que nosotros condenamos en nosotros 
mismos. No es solamente un sentimiento o una conducta, es también un juicio, una 
prohibición. 
 
El primer movimiento del proceso envidioso es la comparación negativa, la 
pérdida dolorosa del propio valor. Le sigue un impulso de odio, y por último, la 
condena social y su internalización. Pero, de qué se acusa al envidioso? De 
tres culpas: REBELARSE al juicio social, ponerlo en duda o negarlo es la primera 
culpa del envidioso. Sólo entonces aparece la segunda culpa. La AGRESIVIDAD. El 
envidioso desvaloriza al otro, trata de disminuirlo, de dañarlo. Violencia que 
resulta tanto más culpable porque está dirigida contra una persona que la 
sociedad aprecia, estima. 
 
Por consiguiente, la acusación es doble: te rebelas contra el juicio de valor de 
la sociedad y atacas a aquel que la sociedad tiene en consideración. Se abren 
paso, entonces, en nosotros sentimientos nuevos: el sentimiento de CULPA por 
haber experimentado envidia y la vergüenza por haber sido descubiertos. Pero eso 
no es suficiente. En la palabra envidia hay una tercera acusación. "QUÉ MAL TE 
HIZO?", nos dicen. 
 
No hemos sido agredidos por nadie. Vivimos la experiencia devastadora de 
resultar destruidos por otro, sin poder siquiera acusarlo. La frase "Qué te 
hizo?" sirve para condenarnos. No te hizo nada malo y tú lo atacas. Por lo tanto 
eres malvado. La envidia es, pues, un daño que has sufrido pero que nadie te ha 
infligido. 
 
SENTIMIENTOS Y PALABRAS. 
 
La envidia es un sentimiento vergonzoso. Es algo que no le decimos a nadie y que 
nos cuesta admitir incluso frente a nosotros mismos. Solamente estamos 
dispuestos a hablar de nuestra envidia en situaciones en las cuales suponemos 
que podremos desembarazarnos de ella. 
 
Hablar de nuestra envidia significa hablar de nuestras esperanzas más secretas, 
de nuestros sueños más íntimos y de nuestros fracasos, de nuestra incapacidad, 
de los límites insuperables que encontramos dentro de nosotros mismos. Significa 
hablar de las injusticias que consideramos que hemos sufrido y que no osamos 
confesar porque, se trataba realmente de injusticias o de nuestra incapacidad? 
La envidia se lleva en el interior de nosotros mismos, allí adonde debería estar 
la plenitud del ser y donde en cambio descubrimos imprevistamente un vacío 
doliente y rencoroso. La envidia habla de las mentiras que nos decimos para 
consolarnos y de las que les decimos a los demás para hacer buena figura. 
 
LA ENVIDIA ES VIOLENCIA IRREGULAR. 
 
Con la envidia, al observar al otro, nos sentimos disminuidos y, por 
consiguiente, dañados. La envidia ha generado en nosotros un deseo que no 
hubiéramos querido tener. Sin él hubiéramos vivido en paz, contentándonos con lo 
que teníamos. Pero todas estas consideraciones no pueden decirse, no pueden 
gritarse.  
 
La envidia nace de la prohibición de la violencia, una violencia que se 
manifiesta, furiosa, en el niño cuando advierte que le han dado a su hermano 
algo y a él no. Una violencia capilar, difusa, cotidiana, que la sociedad no 
puede permitirse, porque resultaría desgarrada por una cadena insaciable de 
venganzas. Por eso, la sociedad obliga a los individuos a hacerla desaparecer, a 
esconderla o a expresarla de manera deformada, desviada. Nos enseñaron que 
desear el mal de los demás porque tienen más que nosotros es una culpa, un 
pecado, un vicio. 
 
En las sociedades guerreras la cólera envidiosa suscitada por la llegada de otro 
campeón se canalizaba en la institución del reto, del torneo, del duelo. El 
resultado era la expulsión o la muerte del recién llegado o su inserción en un 
punto preciso de la jerarquía social. Algo análogo ocurre en las comunidades 
deportivas. La competencia, la carrera, ya sea ésta un duelo, un concurso de 
belleza o el juicio de Dios, son formas diferentes de dirimir una incertidumbre 
envidiosa. 
 
La sociedad capitalista, por ejemplo, elogia a quien tiende a elevarse, a quien 
intenta superar al competidor, aprecia a quienes se sientes motivados para 
alcanzar el éxito. La sociedad no condena la agresividad, no condena el intento 
de derrotar a los demás. Sino únicamente la manera en que se obtiene esa 
victoria. La sociedad quiere que la confrontación se realice según sus reglas, 
quiere la competencia, quiere que haya un vencedor y un vencido, y que se 
acepten las jerarquías. El envidioso está fuera de juego. Como se siente 
derrotado no entra en la arena, se sustrae a la humillación y trata de 
desvalorizar la meta o al adversario. La envidia es un rechazo de las reglas de 
la sociedad. Al envidiar, nos rebelamos contra sus valores, los ponemos en tela 
de juicio. Esquivamos sus normas de competencia y su imposición de aplaudir al 
vencedor. 
 
LA PUNZADA DE ENVIDIA. 
 
No se envidia cada día, cada hora, cada minuto. La punzada de envidia es una 
envidia completa; puede ser una experiencia breve, incluso de unos pocos 
segundos. Cuando experimentamos la punzada de envidia, nuestra nulidad se 
compara con la grandeza de la persona que ha tenido éxito. La punzada tiene la 
doble naturaleza de deseo y de rechazo, de admiración y de negación. 
 
ADMIRACION Y ENVIDIA. 
 
Qué relación hay entre la envidia y la admiración? No es acaso posible que la 
envidia sea una admiración enmascarada, rechazada? Existe una relación de 
oposición y de exclusión. Este tipo de relaciones está caracterizado por una 
energía ascendente que tiende hacia el modelo como si tendiera hacia una 
perfección ; corresponde a aquello que los griegos llamaban EROS. La envidia 
nace de una catástrofe del movimiento ascendente, de una catástrofe del eros. 
 
A través de la experiencia de la envidia, el sujeto comprende que ya nada le 
será dado, que todo deberá ser obtenido, mendigado o conquistado. 
 
ENVIDIA Y CONOCIMIENTO. 
 
La clave de la envidia es no el deseo de algo concreto, sino el carácter 
insoportable de una diferencia. Una diferencia de ser. Sufro por una carencia de 
ser, una carencia evocada por la presencia del otro. Es no el deseo del otro, 
sino la superioridad del otro, el valor del otro, lo que mueve la envidia. 
 
El envidioso continúa envidiando, aun cuando el envidiado haya muerto. Sufre por 
la admiración, el respeto, la veneración que tiene por él la sociedad. El 
envidioso no comprende su sufrimiento, no toma en consideración sus angustias, 
sus luchas, sus desilusiones, sus desafíos, las fatigas que el otro ha soportado 
para alcanzar esa meta. Niega todo esto. Por eso la envidia no es un camino de 
conocimiento, no es una manera de compartir la experiencia. Por el contrario, la 
envidia es un obstáculo, un impedimento para el conocimiento, un rechazo. 
 
Cuando caemos en poder de la envidia nos volvemos incapaces de apreciar las 
propuestas valiosas que nos llegan de los demás. En un universo de envidiosos 
puros, nadie aprende nada.  
 
La envidia es una rebelión contra la sociedad, un desafío a sus valores. 
Mientras la sociedad es fuerte, puede rechazar el desafío, y establecer con 
energía lo que todos deben creer. Por lo tanto no hay mucho lugar para el 
trabajo de la envidia. Pero cuando la sociedad se debilita, todo es materia 
opinable, cada individuo puede erigirse en juez y, al mismo tiempo, puede 
pretender que vale y que es admirado. Aparece así el triunfo de la envidia. La 
propagación de la envidia es por consiguiente un síntoma de la disgregación 
social, una manifestación de la pérdida de las raíces, de la soledad del 
individuo. 
 
A QUIÉN ENVIDIAMOS. 
 
La envidia tiene mucho que hacer con una especie de depósito de "sueños 
prohibidos" y se enciende cuando un acontecimiento externo debilita nuestra 
vigilancia, nos hace entrever la posibilidad de satisfacerlos, de volver a 
ponerlos en movimiento. Esta ley fundamental fue descubierta y redescubierta por 
todos aquellos que se ocuparon de la envidia, empezando por Aristóteles quien 
escribe en la RETÓRICA: "Envidiamos a las personas que están cerca, en el 
tiempo, en el espacio, en la edad, en la reputación (y en el nacimiento)". Es 
decir, a las personas que tienen más o menos los mismos deseos y las mismas 
posibilidades. Porque una diferencia excesiva entre él y yo atenúa el deseo, 
porque hace que la confrontación sea más difícil y le quita significación. 
 
La envidia estalla cuando, en este tejido homogéneo, habitual, conocido, 
familiar, aparece una diferencia inesperada y, sin embargo, posible, imprevista 
y, sin embargo, predecible. Es pues la violación de una disposición considerada 
estable, la creación de un desequilibrio en un lugar donde todo debía permanecer 
como estaba, la irrupción de una diferencia donde se esperaba lo idéntico. 
 
QUÉ ENVIDIAMOS. 
 
La envidia se refiere tanto a lo que se tiene como a lo que se es, a los objetos 
como a la calidad, a las posesiones como a los reconocimientos. Por lo tanto, la 
envidia sería siempre una competencia por el prestigio, por el éxito, por el 
poder. Parece paradójico y, sin embargo, es cierto. La envidia puede aumentar 
con el triunfo, con la fortuna, con la gloria. Porque la naturaleza humana desea 
expandirse, acrecentarse y, una vez alcanzada una meta, aparece otra más alta. 
Es la pura y sencilla consecuencia de nuestra naturaleza de seres que aprenden 
sus deseos de los demás. Hasta que encuentra un límite insuperable, un límite 
que no alcanza a ver, a comprender, o que su presunción le ha ocultado. A partir 
de ese momento se ve obligado a consumirse de envidia. 
 
EL VALOR DE SI MISMO. 
 
Cada individuo tiene un valor, sabe que lo tiene, procura conservarlo. El punto 
de partida de este valor es su propia subjetividad, el hecho de ser el centro de 
su universo. Es una experiencia fundamental que está antes que cualquier 
reconocimiento de los demás. Pero cada individuo es también una fuerza que 
tiende a crecer, a aumentar sus posibilidades, a expandir aquello que puede 
hacer, ser o tener. No para alcanzar un fin particular, sino todos los posibles 
fines que, sucesivamente, se le vayan manifestando. 
 
La idea que nos forjamos de nuestro valor y del valor que los demás nos 
atribuyen son dos columnas de mercurio muy sensible. Hacemos todo lo que está a 
nuestro alcance para mantenerla alta, pero siempre hay algo que tiende a 
bajarla. En una situación consolidada, dentro de instituciones eficientes, 
elaboramos expectativas bastante seguras, nos movemos con un grado de relativa 
seguridad. De ahí la importancia de otros conceptos fundamentales: LA CONFIANZA 
DE BASE y LA ESTIMA DE BASE. 
 
La Confianza de Base es el producto de nuestros recursos naturales y de nuestra 
historia. Desde la primera infancia desarrollamos una idea de nuestras dotes, de 
la capacidad que tenemos para realizar nuestros fines, para obtener lo que 
queremos, de las dificultades que nos presenta el medio, de los auxilios con los 
cuales podemos contar. La confianza de base tiene que ver con la seguridad o la 
inseguridad con que afrontamos la vida. 
 
Mientras la confianza de base es un recurso esencialmente interno, la ESTIMA DE 
BASE es un recurso que procede de la sociedad. La estima de base no depende del 
hecho de que hayamos alcanzado una posición social excelente o preeminente. Sino 
de que gocemos del respeto social, de consideraciones por lo que somos y por lo 
que hacemos. 
 
EL PROSELITISMO ENVIDIOSO. 
 
El envidioso está siempre en la busca de cómplices. Se aproxima primero a una 
persona y luego a otra para investigar qué piensan de aquel que lo obsesiona. El 
envidioso hace permanentemente preguntas como si estuviera interesado en saber 
qué es lo que ocurre en realidad. Pero, al mismo tiempo, espera recibir una 
respuesta negativa. El trabajo de la envidia es no solamente procurar 
convencerse a uno mismo, sino también y sobre todo intentar convencer a los 
demás, arrastrarlos a juzgar de una manera diferente. El envidioso busca 
cómplices, se empeña en aumentar su número, pero en su interior los considera 
estúpidos, se ríe de ellos. Es como si dijera: "Pero, cómo me creen? Cómo no 
se dan cuenta de que actúo de mala fe? Cómo pueden ser tan ingenuos?". 
 
LA MALA FE 
 
La envidia se funda en la mentira y en la mala fe. Mentir es engañar a otro a 
sabiendas de que todo cuanto se le quiere hacer creer no es verdad. Cuando hay 
mala fe, en cambio, nos mentimos o tratamos de mentirnos a nosotros mismos. 
Intentamos disfrazar a nuestros ojos una realidad desagradable o presentarnos 
como verdad una mentira agradable. 
 
El envidioso debe mantener todas estas emociones, estos razonamientos, esta 
actividad, cuidadosamente ocultos a quienes lo circundan. La envidia tiene esta 
característica: ser, antes que nada, un secreto. Por consiguiente, la envidia 
debe esconder cuidadosamente nuestro deseo, nuestro interés y poner en escena lo 
contrario: nuestra indiferencia, nuestra superioridad. El envidioso nunca debe 
dejar transparentar sus verdaderos sentimientos agresivos. Cada vez que habla 
del envidiado debe hacer como que no lo conoce, o bien debe sostener que es su 
amigo. 
 
La envidia es, en definitiva, un gran fingimiento mentiroso, en el cual el actor 
quisiera huir de su papel pero no logra hacerlo. No puede decir la verdad sobre 
sí mismo, porque debería decir que ha odiado a quien consideraba mejor que él, y 
que les ha mentido a todos. 
 
LA PROVOCACIÓN. 
 
El envidiado puede mostrarse, exhibir sus éxitos, puede vanagloriarse de ellos y 
hacerlo de manera tal que ofenda al otro. Esta es la provocación. El envidiado 
no advierte la herida, el dolor que provoca en el envidioso y no comprende la 
violencia de su reacción agresiva. En estos casos la envidia se carga de un 
matiz sombrío y puede transformarse en malvada agresividad, en resentimiento. 
 
Lo que habitualmente transforma la envidia en odio es la provocación, sobre todo 
cuando se hace con la intención de producir la humillación, la sumisión del 
otro. Los poderosos, los ricos, los triunfadores, han ejercido siempre, en el 
curso de la historia, esta presión sobre los más pobres, sobre los vencidos, 
sobre los inferiores. 
 
EL RECONOCIMIENTO. 
 
Uno de los sentimientos más fuertes que vincula al envidioso con el envidiado es 
la necesidad espasmódica y frustrada de reconocimiento. Detrás del obsesivo 
reflexionar del envidioso, detrás de la constante presencia del otro, está este 
anhelo de contacto, de respuesta, esta muda, no formulada, solicitud de amistad. 
Porque lo que el envidioso le pide al envidiado es la estima verdadera, 
profunda, sincera, que el amigo ofrece al amigo. Que siempre y en cualquier 
circunstancia esté de su parte, que lo respete, que respete la seriedad de sus 
intenciones, de sus esfuerzos. Que vea no lo que hay de mezquino sino lo que hay 
de bueno y meritorio en su vida. 
 
Por esa razón, el envidioso tiene impulsos de acercamiento, aspira a la amistad 
de aquel a quien envidia y es feliz si éste le tiende una mano, o le hace sentir 
su reconocimiento. Pero, en la mayor parte de los casos este proceso termina por 
transformarse en una envidia todavía más intensa. Y, con frecuencia, en 
actitudes de violencia o malevolencia. 
 
Ciertamente, el envidioso desea acercarse al envidiado, desea su amistad, su 
reconocimiento. Pero desea mucho más. Desea estar siempre con él, a su lado, y 
luego, ser como él, estar en su lugar, identificarse con él, sustituirlo. Y 
puesto que no lo logra no está nunca en paz. La envidia produce un movimiento de 
identificación, pero es un movimiento voraz, insaciable, que quisiera avanzar 
hasta lograr la asimilación, la deglución, y no se detiene hasta alcanzar su 
objeto. La envidia se transforma en desapego, repudio, solamente porque no logra 
devorar al otro, incorporarlo, digerirlo. 
 
Hay que temer al envidioso que se acerca demasiado, al envidioso a quien 
tratamos amistosamente, de manera fraternal, que invitamos a nuestra casa, 
porque, sin quererlo, inflamamos en su corazón feroces impulsos de odio. 
 
La amistad solo es posible entre iguales, o entre desiguales que no se comparan, 
que no se miden mutuamente. Para que exista amistad es necesario que cada uno 
encuentre en sí mismo su fuente de valor, una fuente de valor, que el otro 
reconoce y de la cual no trata de apropiarse. 
 
ENVIDIA Y JUSTICIA. 
 
 Puede derivar de la envidia el sentido de justicia? Muchos lo creen así. Según 
Girard, la sociedad primitiva y la sociedad antigua no solamente no buscaban la 
igualdad, sino que la temían. La sociedad primitiva y la sociedad antigua vivían 
continuamente bajo la amenaza de ver desaparecer las diferencias, de caer en la 
indiferenciación total en la cual el padre no se distingue del hijo, los 
hermanos no se distinguen entre sí, ni los miembros de una familia de los 
miembros de otra. En esta situación, cuando todos son iguales, todos se 
identifican unos con otros, y entonces todos desean las mismas cosas. De ello 
deriva una envidia y un conflicto universales y la sociedad se desgarra en una 
violencia incontrolable.  
 
Por eso estas sociedades tienen miedo de todo lo que recuerda o simboliza la 
desaparición de las desigualdades como, por ejemplo, el nacimiento de dos 
gemelos idénticos. Ellos son el signo de una grieta del sistema de las 
diferencias, la peligrosa señal de una resquebrajadura del orden. Por esa razón, 
en muchas sociedades primitivas se los mataba y además eran objeto de numerosos 
tabúes. En muchos mitos, los gemelos se miden en una lucha mortal, como en el de 
la fundación de Roma, en la cual Rómulo mata a Remo. Otro símbolo de los 
indistinto es el incesto. Porque anula la separación entre progenitores e hijo, 
entre hermano y esposo. La regla de la exogamia, difundida universalmente, tiene 
el objeto de crear una diferencia. 
 
La explicación de la diferencia y las reglas de justicia son instrumentos 
intelectuales y prácticos para reducir la frustración de la confrontación 
envidiosa y canalizar sus energías en acciones socialmente prescritas en lugar 
de en conflicto desordenado.  
 
En conclusión, qué relación hay entonces entre envidia y sentimiento de 
injusticia? El trabajo de la envidia se ejerce continuamente alrededor de lo que 
es justo y lo que es injusto. Trata por todos los medios de encontrar la 
justicia en el propio deseo, de hacer que el propio deseo sea justo aun a los 
ojos de los demás. Pero es envidia, precisamente porque no lo logra. 
 
¿ FUERZA CONSERVADORA O FUERZA REVOLUCIONARIA? 
 
Muchos son los que han intentado encontrar una función social a la envidia, 
asignarle un papel importante en la historia, en el desarrollo de la 
civilización. La envidia individual no es una fuerza revolucionaria sino una 
fuerza conservadora. El verdadero envidioso tiende únicamente a conservar su 
privilegio y a adquirir uno nuevo. 
 
La envidia constituye la resistencia de fondo, biológica, primordial, que oponen 
los individuos, en toda sociedad, a quien intenta elevarse más alto que ellos. 
Si alguien quiere defender la idea de que en la base de cada revolución está la 
envidia, debe añadir que para convertirse en fuerza colectiva, en ideología 
movilizadora, esta fuerza de freno debe convertirse en algo completamente 
diferente, sufrir una metamorfosis radical. 
 
CONSIDERACIONES FINALES. 
 
Son más envidiosas las sociedades antiguas o las modernas? Probablemente las 
antiguas. La imagen de una sociedad primitiva y de un mundo campesino formado 
por comunidades armónicas y serenas carece por completo de fundamento. La 
envidia surge de observar al vecino, de compararse con él. Por eso la envidia se 
manifiesta en su máxima expresión en las pequeñas comunidades, en las cuales la 
gente vive una junto a la otra, en la que todos desarrollan casi la misma 
actividad, es decir, en la cual todos pueden ponerse en el lugar del otro. 
 
La envidia aparece cuando el Yo se separa de la colectividad y se contrapone a 
los demás para afirmar su propio valor, su excelencia, sus pretensiones. Esta 
actitud puede llamarse narcisismo, orgullo o soberbia. En realidad, la envidia 
es, sobre todo, un estado de soledad, de pérdida de relaciones, de raíces, de 
sentido. El envidioso trata de sustituir estos vínculos cortados con un acto 
solitario de agresión, un acto de guerra privado. Llevado a cabo, sin embargo, 
fuera de los valores, fuera de las reglas sociales. Y, para tener la ilusión de 
formar parte todavía del cuerpo social, de tener el apoyo de los otros, se 
miente a sí mismo y a los demás. El envidioso es un exiliado del mundo que 
miente ante el juez a fin de que se lo vuelva a admitir en él. Pero, puesto que 
ese juez es él mismo, cuanto más miente, más excluido se siente. Si la envidia 
es un abandono de lo social, ella desaparecerá cuando lo social vuelva a 
imponerse al individuo, lo admita nuevamente en el gran cuerpo colectivo. 
 
Todos los seres humanos tratan de sobresalir por encima de los demás, para ser 
preferidos, amados, admirados, adorados. Si queremos sustraernos a esta 
debilidad debemos tratar de cultivar en nosotros mismos la capacidad de 
afrontar, con serenidad, tanto la fortuna como los infortunios, de afrontar 
impávidos hasta el resultado más absurdo, más amargo. Podemos llamar a esto 
virtud, fuerza de ánimo, que es una forma de la valentía. Valentía en la lucha, 
valentía ante la derrota, valentía ante la catástrofe. Es una virtud de firmeza, 
que alguna vez se llamó viril. Es la disposición de ánimo con la que el guerrero 
afronta la batalla. El sabe que la muerte no obedece a una ley moral, no hiere a 
los malvados y evita a los justos. Llega por casualidad, por una bala perdida, 
por una bomba que estalla ahí, muy cerca. 
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