| EL NÚMERO PHI 
		Dan Brown. “El código da 
		Vinci”. Ediciones Urano, 2003, páginas 120-125. 
		 
		“Se sintió una vez más en Harvard, de nuevo en su clase de “Simbolismo 
		en el Arte”, escribiendo su número preferido en la pizarra: 
		1,618 
		Langdon se dio la vuelta para contemplar la cara expectante de sus 
		alumnos. 
		- ¿Alguien puede decirme qué es este número? 
		 
		Uno alto, estudiante de último curso de matemáticas, que se sentaba al 
		fondo levantó la mano. 
		- Es el número Phi –dijo, pronunciando las consonantes como una efe. 
		- Muy bien, Stettner. Aquí os presento a Phi. 
		- Que no debe confundirse con pi –añadió Stettner con una sonrisa de 
		suficiencia. 
		- El Phi –prosiguió Langdon-, uno coma seiscientos dieciocho, es un 
		número muy importante para el arte. ¿Alguien sabría decirme por qué? 
		Stettner seguía en su papel de gracioso. 
		- ¿Por qué es muy bonito? 
		Todos se rieron. 
		- En realidad, Stettner, vuelve a tener razón. El Phi suele considerarse 
		como el número más bello del universo. 
		Las carcajadas cesaron al momento, y Stettner se incorporó, orgulloso. 
		 
		Mientras cargaba el proyector con las diapositivas, explicó que el 
		número Phi se derivaba de la Secuencia de Fibonacci, una progresión 
		famosa no sólo porque la suma de los números precedentes equivalía al 
		siguiente, sino porque los cocientes de los números precedentes poseían 
		la sorprendente propiedad de tender a 1,618, es decir, al número Phi. 
		 
		A pesar de los orígenes aparentemente místicos de Phi, prosiguió Langdon, 
		el aspecto verdaderamente pasmoso de ese número era su papel básico en 
		tanto que molde constructivo de la naturaleza. Las plantas, los animales 
		e incluso los seres humanos poseían características dimensionales que se 
		ajustaban con misteriosa exactitud a la razón de Phi a 1. 
		 
		- La ubicuidad de Phi en la naturaleza –añadió Langdon apagando las 
		luces- trasciende sin duda la casualidad, por lo que los antiguos creían 
		que ese número había sido predeterminado por el Creador del Universo. 
		Los primeros científicos bautizaron el uno coma seiscientos dieciocho 
		como “La Divina Proporción”. 
		- Un momento –dijo una alumna de la primera fila-. Yo estoy terminando 
		biología y nunca he visto esa Divina Proporción en la naturaleza. 
		-¿Ah no? –respondió Langdon con una sonrisa burlona- ¿Has estudiado 
		alguna vez la relación entre machos y hembras en un panal de abejas? 
		- Sí claro. Las hembras siempre son más. 
		-Exacto. ¿Y sabías que si divides el número de hembras por el de los 
		machos de cualquier panal del mundo, siempre obtendrás el mismo número? 
		- ¿Sí? 
		- Sí. El Phi. 
		 
		La alumna ahogó una exclamación de asombro. 
		 
		-No es posible. 
		-Sí es posible –contraatacó Langdon mientras proyectaba la diapositiva 
		de un molusco espiral-. ¿Reconoces esto? 
		- Es un nautilo –dijo la alumna de biología-. Un molusco cefalópodo que 
		se inyecta gas en su caparazón compartimentado para equilibrar su 
		flotación. 
		- Correcto. ¿Y sabrías decirme cuál es la razón entre el diámetro de 
		cada tramo de su espiral con el siguiente? 
		 
		La joven miró indecisa los arcos concéntricos de aquel caparazón. 
		 
		Langdon asintió. 
		 
		-El número Phi. La Divina Proporción. Uno coma seiscientos dieciocho. 
		 
		La alumna parecía maravillada. 
		 
		Langdon proyectó la siguiente diapositiva, el primer plano de un girasol 
		lleno de semillas. 
		 
		- Las pipas de girasol crecen en espirales opuestos. ¿Alguien sabría 
		decirme cuál es la razón entre el diámetro de cada rotación y el 
		siguiente? 
		- ¿Phi? –dijeron todos al unísono. 
		- Correcto. –Langdon empezó a pasar muy deprisa el resto de imágenes: 
		piñas piñoneras, distribuciones de hojas en ramas, segmentaciones de 
		insectos, ejemplos todos que se ajustaban con sorprendente fidelidad a 
		la Divina Proporción. 
		-Esto es insólito –exclamó un alumno. 
		Sí –dijo otro-. Pero ¿qué tiene que ver esto con el arte? 
		-¡Ajá! –intervino Langdon-. Me alegro de que alguien lo pregunte. 
		 
		Proyectó otra diapositiva, de un pergamino amarillento en el que 
		aparecía el famoso desnudo masculino de Leonardo da Vinci –El hombre de 
		Vitrubio-, llamado así en honor a Marcus Vitrubius, el brillante 
		arquitecto romano que ensalzó la Divina Proporción en su obra De 
		Arquitectura. 
		 
		-Nadie entendía mejor que Leonardo la estructura divina del cuerpo 
		humano. Había llegado a exhumar cadáveres para medir las proporciones 
		exactas de sus estructuras óseas. Fue el primero en demostrar que el 
		cuerpo humano está formado literalmente de bloques constructivos cuya 
		razón es siempre igual a Phi. 
		 
		Los alumnos le dedicaron una mirada escéptica. 
		 
		-¿No me creéis? –les retó Langdon-. Pues la próxima vez que os duchéis, 
		llevaros un metro al baño. 
		 
		A un par de integrantes del equipo de fútbol se les escapó una risa 
		nerviosa. 
		 
		-No sólo vosotros, cachas inseguros –cortó Langdon-, sino todos. Chicos 
		y chicas. Intentadlo. Medid la distancia entre el suelo y la parte más 
		alta de la cabeza. Y divididla luego entre la distancia que hay entre el 
		ombligo y el suelo. ¿No adivináis qué número os va a dar? 
		-¡No será el Phi! –exclamó uno de los deportistas, incrédulo. 
		-Pues sí. El Phi. Uno coma seiscientos dieciocho. ¿Queréis otro ejemplo? 
		Medios la distancia entre el hombro y las puntas de los dedos y 
		divididla por la distancia entre el codo y la punta de los dedos. Otra 
		vez Phi. ¿Otro más? La distancia entre la cadera y el suelo dividida por 
		la distancia entre la rodilla y el suelo. Otra vez Phi. Las 
		articulaciones de manos y de pies. Las divisiones vertebrales. Phi, Phi, 
		Phi. Amigos y amigas, todos vosotros sois tributos andantes a la Divina 
		Proporción. 
		 
		Aunque las luces estaban apagadas, Langdon notaba que todos estaban 
		atónitos. Y él notaba un cosquilleo en su interior. Por eso se dedicaba 
		a la docencia. 
		 
		-Amigos y amigas, como veis, bajo el caos del mundo subyace un orden. 
		Cuando los antiguos descubrieron el Phi, estuvieron seguros de haber 
		dado con el plan que Dios había usado para crear el mundo, y por eso le 
		rendían culto a la Naturaleza. Es comprensible. La mano de Dios se hace 
		evidente en ella, e incluso en la actualidad existen religiones paganas, 
		que veneran a la Madre Tierra. Muchos de nosotros honramos a la 
		Naturaleza como lo hacínalos paganos, y ni siquiera sabemos por qué. Las 
		fiestas de mayo que celebramos en los Estados Unidos son un ejemplo 
		perfecto… la celebración de la primavera, la tierra que vuelve a la vida 
		para darnos su fruto. La misteriosa magia inherente a la Divina 
		Proporción se escribió al principio de los tiempos. El hombre se limita 
		a acatar las reglas de la Naturaleza, y como el arte es el intento del 
		hombre por imitar la belleza surgida de la mano del Creador, ya os 
		podéis imaginar que durante este semestre vamos a ver bastantes muestras 
		de la Divina Proporción aplicadas a las diversas manifestaciones 
		artísticas. 
		 
		Durante los siguientes treinta minutos, Langdon se dedicó a mostrarles 
		diapositivas con obras de Miguel Ángel, Durero, Leonardo da Vinci y 
		muchos otros, demostrando en todos los casos la deliberada y rigurosa 
		observancia de la Divina Proporción en el planteamiento de sus 
		composiciones. Langdon desenmascaró el número Phi en las dimensiones 
		arquitectónicas del Partenón ateniense, de las Pirámides de Egipto e 
		incluso el edificio de las Naciones Unidas de Nueva Cork. El Phi 
		aparecía en las estructuras básicas de las sonatas de Mozart, en la 
		Quinta Sinfonía de Beethoven, así como en los trabajos de Bartók, de 
		Debussy y de Schubert. El número Phi, expuso Langdon, lo usaba hasta 
		Stradivarius para calcular la ubicación exacta de los oídos o efes en la 
		construcción de sus famosos violines. 
		 
		-Para terminar –dijo Langdon acercándose a la pizarra-, volvamos a los 
		símbolos. –Dibujó las cinco líneas secantes que formaban una estrella de 
		cinco puntas-. Este símbolo es una de las imágenes más importantes que 
		veréis durante este curso. Formalmente conocido como “pentagrama”, o 
		tentáculo, como lo llamaban los antiguos, muchas culturas lo consideran 
		tanto un símbolo divino como mágico. ¿Alguien sabría decirme por qué? 
		 
		Stettner, el alumno de matemáticas, levantó la mano. 
		 
		-Porque al dibujar un pentagrama, las líneas se dividen automáticamente 
		en segmentos que remiten a la Divina Proporción. 
		 
		Langdon movió la cabeza hacia delante en señal de aprobación. 
		 
		-Muy bien. Pues sí, la razón de todos los segmentos de un tentáculo 
		equivale a Phi, por lo que el símbolo se convierte en la máxima 
		expresión de la Divina Proporción. Por ello, la estrella de cinco puntas 
		ha sido siempre el símbolo de la belleza y la perfección asociada a la 
		Diosa y a la divinidad femenina. 
		 
		Las alumnas sonrieron, complacidas. 
		 
		-Una cosa más. Hoy sólo hemos mencionado de pasada a Leonardo da Vinci, 
		pero vamos a tratarlo mucho más durante el curso. Está perfectamente 
		documentado que Leonardo era un ferviente devoto de los antiguos cultos 
		a la diosa. Mañana os mostraré su famoso fresco La última cena, que es 
		uno de los más sorprendentes homenajes a la divinidad femenina que vais 
		a ver nunca. 
		 
		-Lo dice en broma –intervino alguien-. Yo creía que La última cena era 
		sobre Jesús. 
		-Pues hay símbolos ocultos en sitios que ni imaginarías. 
		 
		 
 
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