F I L O È T I C A
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Ramon SAMPEDRO (1943-1988) fou un malalt tetraplègic (amb fractura irreversible de la setena vèrtebra cervical) que va passar trenta anys al llit, demanat el dret a l’eutanàsia a través dels mitjans de comunicació. El seu cas va arribar fins i tot al Tribunal de Drets Humans d’Estrasburg sense que prosperés, Va escriure un llibre "CARTAS DESDE EL INFIERNO" (Barcelona, Ed. Planeta, 1996 –amb una edició de butxaca del 1998 que s'ha tornat a editar el 2004, tot i la seva condició de text clàssic).

Recullo un poema del text i dues reflexions sobre l’autonomia.

  

¿Y CÓMO HABLO DE AMOR SI ESTOY MUERTO?

¿Y cómo hablo de amor si estoy muerto?

Si los muertos no tenemos pasiones,

ni de humanos afectos sentimientos

sólo somos de los vivos el espanto.

 

Todo es incoherencia y contradicción

para un muerto entre los mortales.

No lo excitan la luna, ni la flor, ni la hembra,

Porque no tiene carne para reproducirse

 

¿Hay cosa más absurda que escuchar un cadáver

hablar apasionadamente como un humano,

si no puede sentir ni el calor ni el frío

ni el placer, ni el dolor, ni el llanto?

 

Es horrible ser un muerto entre los humanos.

Ser el muñeco con quien representan una parodia

absurda

los psicópatas esquizofrénicos vivos

que disfrutan con la visión de un cadáver

putrefacto.

 

Embadurnados de excrementos, babas y locura

al que con asco y saña, impertinentes, siguen

Limpiando.

Y pide liberarse el cadáver, de entre los vivos locos,

pero éstos no entienden los silenciosos gritos de

los muertos.

 

Y con patético ensañamiento lo siguen animando:

Cuenta, muerto, tu historia de lo que estás pasando;

parece que eres uno de nosotros, los vivos,

aún aparentas algo de ser humano.

 

En vano les digo ¡que no!, ¡que estoy muerto!

que ya no puedo hablar, igual que ellos

porque me resulta absurdo hablar igual que los

Humanos.

 

Y no me dejan ser ni muerto ni vivo

Estos locos y alucinados desquiciados.

 

EL CONCEPTO DE IGUALDAD O AUTORIDAD MORAL

¿Tiene la persona derecho a renunciar a su vida?

Desde el instante en que adquiere una conciencia ética, categóricamente, sí.

PRIMERO, porque está capacitada para hacer un juicio de valor sobre el sentido de la vida como un todo genérico y de sus entrelazados derechos personales y colectivos.

Y SEGUNDO, porque está capacitada para comprender el valor de su vida individual y de las consecuencias de renunciar a ella conscientemente.

Así, la muerte como un acto de libertad es un acto de reflexión exclusivamente personal. El grado de comprensión, aceptación y tolerancia social, aunque puedan servir como puntos de referencia, no deben ser determinantes a la hora de ejercer un derecho exclusivamente personal.

En casos de enfermedades irreversibles y de taras físicas que incapacitan a la persona para vivir por sí misma –tetraplejía, por ejemplo– casi todo el mundo afirma comprender las razones. Es decir, el deseo común o sentido común considera dichas circunstancias no deseables. La tolerancia, al menos, ante la opción de renunciar a ellas, mostraría la superioridad de los dominantes.

LA DIGNIDAD Y LA MUERTE

Sólo el análisis que hace el individuo a partir de sus circunstancias puede determinar el concepto de su propia dignidad. Sólo la conciencia personal puede aceptar como digna y tolerable una circunstancia dolorosa que otra consideraría irracional, indigna e insoportable.

Toda persona tiene el derecho de rechazar cualquier análisis que le sea impuesto por otra conciencia, tanto personal como colectiva –teocrática o democrática -. La persona sólo puede ser regida por su conciencia. Regirse por la conciencia significa algo más que la libertad de pensar. Regirse por la conciencia lleva implícito el derecho a que la voluntad sea escrupulosamente respetada. Sólo tendrá el justo límite que le impone el derecho de otra conciencia a disfrutar de su misma libertad. No puede haber ningún impedimento para la libertad de obrar en conciencia, dentro de los límites éticos de la igualdad.

En una verdadera cultura de la vida, el derecho de la muerte como un acto de libertad de conciencia es la conducta moral positiva.

Se dice que vivir en sociedad conlleva deberes y derechos. Sí, pero cuando una parte es la que impone las normas, a la otra sólo le queda el deber de la obediencia y el derecho al pataleo estéril como única forma de discrepancia. Eso no es respeto sino paternalismo.

Cuando a alguien se le niega un derecho cuyo ejercicio objetivo resulta esencial para que se cumpla su voluntad, y con ello el respeto por sí mismo como ser humano libre, a esa persona sólo le queda el deber de la humillante resignación. Esa esclavitud de la conciencia es la verdadera cultura de la muerte.

Sin el derecho a ser dueño y señor de toda su persona, el ser humano no disfruta de plenos derechos.

No puede haber dignidad posible ni libre albedrío sin libertad plena.

Si no tiene el derecho a renunciar a su vida, nadie es dueño de ella.