El anillo de Giges
Hace dos mil quinientos años, en el alba del pensamiento filosófico occidental, Sócrates tenía fama de ser el hombre más sabio de Grecia. Un día, Glaucón, un acomodado ateniense, le desafió a contestar la pregunta de cómo hemos de vivir. Este desafío es un elemento clave de la República de Platón, una de las obras fundacionales de la historia de la filosofía occidental. Es también una formulación clásica de lo que hemos venido llamando elección radical.
Según
Platón, Glaucón comienza por narrar la historia
de un pastor que servía al rey de Lidia. Un día
en que el pastor salió con su rebaño, se desató
una tormenta y se abrió una grieta en el suelo. El
pastor se introdujo en la grieta y encontró un anillo
de oro, que se puso en el dedo. Pocos días después,
cuando estaba con los otros pastores, comenzó a juguetear
con el anillo y, para su sorpresa, comprobó que, si
movía el anillo de cierta manera, él se volvía
invisible para los demás. Una vez descubierto esto,
hizo lo posible por ser uno de los mensajeros enviados al
rey para informar sobre las condiciones de los rebaños.
Una vez llegó a palacio no tardó en utilizar
el anillo para seducir a la reina, conspiró con ella
contra el rey, lo mató y de este modo obtuvo la corona.
Glaucón considera que esta historia ilustra un extendido
punto de vista sobre la ética y la naturaleza humana.
Lo que el relato sugiere es que cualquiera que poseyese un
anillo así abandonaría todas las normas éticas
y, aun más, al hacerlo obraría de un modo harto
racional:
"... no habría nadie tan íntegro que perseverara firme-mente en la justicia y soportara el abstenerse de los bienes ajenos, sin tocarlos, cuando podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera como, al entrar en las casas, acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según su voluntad, y hacerlo todo a semejanza de un dios entre los hombres [...] Y si alguien dotado de tal poder se abstuviese de cometer injusticias y de apropiarse de los bienes ajenos, sería considerado el hombre más desdichado y tonto, aunque lo elogiaran en público por temor a padecer injusticia."
Glaucón desafía entonces a Sócrates a que demuestre
que este extendido punto de vista en materia ética es erró-neo.
«Convéncenos —le dicen Glaucón y otros
que participan en la discusión— de que hay motivos
sólidos para hacer lo correcto, no sólo razones como
el miedo a ser descubierto, sino razones que serían válidas
incluso en caso de que no nos descubrieran. Demuéstranos
que, a diferencia del pastor, una persona sabia que encontrara el
anillo seguiría haciendo lo que está bien.»
En cualquier caso, así es como Platón describió
la escena Según Platón, Sócrates convenció
a Glaucon ya los otros atenienses presentes de que, por muchos benéficios
que aparentemente puedan cosecharse de la injusticia, solo son felices
quienes actúan correctamente. Por desgracia, pocos lectores
modernos se ven persuadidos por la larga y complicada relación
que hace Sócrates de los vínculos entre actuar rectamente,
poseer la armonía adecuada entre los elementos de la naturaleza
de uno mismo, y ser feliz. Todo parece demasiado teórico
y rebuscado, y el dialogo se vuelve soliloquio. Existen objeciones
evidentes que quisiéramos se le hicieran a Sócrates
pero, tras el planteamiento inicial, Glaucon parece haber perdido
las facultades criticas y mansamente acepta todos los argumentos
que Sócrates le propone.
En la información que Dennis Levine le proporcionaba,
Ivan Boesky tenía una especie de anillo mágico; algo
que podía convertirle en lo más parecido a un rey
en la sociedad individualista y orientada a la riqueza de Estados
Unidos. Sin embargo, el anillo tenía un defecto: Boesky no
era invisible cuando quería serlo. Pero ¿fue ése
el único error de Boesky, la única razón por
la que no tendría que haber solicitado y usado la información
que Levine le proporcionaba. El desafío que la oportunidad
de Boesky nos plantea es una versión moderna del que Glaucon
planteo a Sócrates ¿Podemos dar una respuesta mejor?
Una «respuesta», que en realidad no lo es, consiste
en hacer caso omiso del desafío. Eso es lo que hace mucha
gente gente que vive y muere de un modo irreflexivo, sin que nunca
se haya interrogado sobre sus objetivos y su comportamiento. Si
está usted plenamente satisfecho con la vida que lleva y
se halla completamente seguro de que es la vida que quiere vivir,
este libro le servirá de poco. Lo que sigue sólo conseguirá
perturbarle. Sin embargo, mientras no se haya planteado las preguntas
que Sócrates tuvo que afrontar, usted no habrá elegido
cómo vivir.
P. Singer. Ética para vivir mejor.
Ed. Ariel. B. 1995