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L'ENVEJA
Extracte del llibre
"LOS ENVIDIOSOS"
Francesco Alberoni
1.- La confrontación envidiosa.
2.- La condena social.
3.- Sentimientos y palabras.
4.- La envidia es violencia irregular.
5.- La punzada de la envidia.
6.- Admiración y envidia.
7.- A quién envidiamos.
8.- Qué envidiamos.
9.- El valor de sí mismo.
10.- El proselitismo envidioso.
11.- La mala fe.
12.- La provocación.
13.- El reconocimiento.
14.- Envidia y justicia.
15.- Fuerza conservadora o fuerza revolucionaria?
16.- Consideraciones finales.
LA CONFRONTACION ENVIDIOSA.
Deseamos lo que vemos. Ser como los demás, tener todo lo que tienen los demás.
Pero esta incesante actividad deseosa encuentra inevitablemente frustraciones.
No siempre logramos obtener lo que han obtenido aquellos que nos han servido de
modelo. Entonces nos vemos obligados a dar un paso atrás. Este retroceso puede
asumir varias formas: cólera, tristeza, renunciamiento. O bien, un rechazo del
modelo con el cual nos habíamos identificado. A fin de contener el deseo,
rechazamos a la persona que nos lo ha suscitado, la desvalorizamos, decimos que
no tiene méritos, que no vale nada. Esta es la primera raíz de la envidia.
La otra raíz de la envidia surge de la exigencia de juzgar. A fin de saber
cuánto valemos nos confrontamos con algún otro.
Si no tenemos éxito, si la confrontación nos pone en situación desventajosa, nos
sentimos disminuidos, desvalorizados, vacíos. Entonces, procuramos proteger
nuestro valor. Y podemos hacerlo de muchas maneras diferentes: renunciando a
nuestras metas, volviéndonos indiferentes, o bien tratando de desvalorizar el
modelo rebajándolo a nuestro plano. Este mecanismo de defensa, este intento de
protegernos mediante la acción de desvalorización, es la envidia. Por
consiguiente, la envidia es un retroceso, una retirada, una estratagema para
sustraernos de la confrontación que nos humilla. DESEAR y JUZGAR son dos pilares
de nuestro ser, pero también son la fuente de la envidia.
La envidia es perversidad hacia los demás cuando pensamos que la sociedad, el
mundo, no son suficientemente buenos para con nosotros. Es un veneno que
esparcimos y con el cual intoxicamos el ambiente. Pero también cuando somos
nosotros los envidiados sentimos ese clima maléfico, de inquina. La envidia de
los demás nos hiere, envenena nuestra vida.
LA CONDENA SOCIAL.
Primero aparece la confrontación, la impresión devastadora de empobrecimiento,
de impotencia, y, luego, la reacción agresiva. La envidia es, además, un
"vicio", algo que la sociedad condena y que nosotros condenamos en nosotros
mismos. No es solamente un sentimiento o una conducta, es también un juicio, una
prohibición.
El primer movimiento del proceso envidioso es la comparación negativa, la
pérdida dolorosa del propio valor. Le sigue un impulso de odio, y por último, la
condena social y su internalización. Pero, de qué se acusa al envidioso? De
tres culpas: REBELARSE al juicio social, ponerlo en duda o negarlo es la primera
culpa del envidioso. Sólo entonces aparece la segunda culpa. La AGRESIVIDAD. El
envidioso desvaloriza al otro, trata de disminuirlo, de dañarlo. Violencia que
resulta tanto más culpable porque está dirigida contra una persona que la
sociedad aprecia, estima.
Por consiguiente, la acusación es doble: te rebelas contra el juicio de valor de
la sociedad y atacas a aquel que la sociedad tiene en consideración. Se abren
paso, entonces, en nosotros sentimientos nuevos: el sentimiento de CULPA por
haber experimentado envidia y la vergüenza por haber sido descubiertos. Pero eso
no es suficiente. En la palabra envidia hay una tercera acusación. "QUÉ MAL TE
HIZO?", nos dicen.
No hemos sido agredidos por nadie. Vivimos la experiencia devastadora de
resultar destruidos por otro, sin poder siquiera acusarlo. La frase "Qué te
hizo?" sirve para condenarnos. No te hizo nada malo y tú lo atacas. Por lo tanto
eres malvado. La envidia es, pues, un daño que has sufrido pero que nadie te ha
infligido.
SENTIMIENTOS Y PALABRAS.
La envidia es un sentimiento vergonzoso. Es algo que no le decimos a nadie y que
nos cuesta admitir incluso frente a nosotros mismos. Solamente estamos
dispuestos a hablar de nuestra envidia en situaciones en las cuales suponemos
que podremos desembarazarnos de ella.
Hablar de nuestra envidia significa hablar de nuestras esperanzas más secretas,
de nuestros sueños más íntimos y de nuestros fracasos, de nuestra incapacidad,
de los límites insuperables que encontramos dentro de nosotros mismos. Significa
hablar de las injusticias que consideramos que hemos sufrido y que no osamos
confesar porque, se trataba realmente de injusticias o de nuestra incapacidad?
La envidia se lleva en el interior de nosotros mismos, allí adonde debería estar
la plenitud del ser y donde en cambio descubrimos imprevistamente un vacío
doliente y rencoroso. La envidia habla de las mentiras que nos decimos para
consolarnos y de las que les decimos a los demás para hacer buena figura.
LA ENVIDIA ES VIOLENCIA IRREGULAR.
Con la envidia, al observar al otro, nos sentimos disminuidos y, por
consiguiente, dañados. La envidia ha generado en nosotros un deseo que no
hubiéramos querido tener. Sin él hubiéramos vivido en paz, contentándonos con lo
que teníamos. Pero todas estas consideraciones no pueden decirse, no pueden
gritarse.
La envidia nace de la prohibición de la violencia, una violencia que se
manifiesta, furiosa, en el niño cuando advierte que le han dado a su hermano
algo y a él no. Una violencia capilar, difusa, cotidiana, que la sociedad no
puede permitirse, porque resultaría desgarrada por una cadena insaciable de
venganzas. Por eso, la sociedad obliga a los individuos a hacerla desaparecer, a
esconderla o a expresarla de manera deformada, desviada. Nos enseñaron que
desear el mal de los demás porque tienen más que nosotros es una culpa, un
pecado, un vicio.
En las sociedades guerreras la cólera envidiosa suscitada por la llegada de otro
campeón se canalizaba en la institución del reto, del torneo, del duelo. El
resultado era la expulsión o la muerte del recién llegado o su inserción en un
punto preciso de la jerarquía social. Algo análogo ocurre en las comunidades
deportivas. La competencia, la carrera, ya sea ésta un duelo, un concurso de
belleza o el juicio de Dios, son formas diferentes de dirimir una incertidumbre
envidiosa.
La sociedad capitalista, por ejemplo, elogia a quien tiende a elevarse, a quien
intenta superar al competidor, aprecia a quienes se sientes motivados para
alcanzar el éxito. La sociedad no condena la agresividad, no condena el intento
de derrotar a los demás. Sino únicamente la manera en que se obtiene esa
victoria. La sociedad quiere que la confrontación se realice según sus reglas,
quiere la competencia, quiere que haya un vencedor y un vencido, y que se
acepten las jerarquías. El envidioso está fuera de juego. Como se siente
derrotado no entra en la arena, se sustrae a la humillación y trata de
desvalorizar la meta o al adversario. La envidia es un rechazo de las reglas de
la sociedad. Al envidiar, nos rebelamos contra sus valores, los ponemos en tela
de juicio. Esquivamos sus normas de competencia y su imposición de aplaudir al
vencedor.
LA PUNZADA DE ENVIDIA.
No se envidia cada día, cada hora, cada minuto. La punzada de envidia es una
envidia completa; puede ser una experiencia breve, incluso de unos pocos
segundos. Cuando experimentamos la punzada de envidia, nuestra nulidad se
compara con la grandeza de la persona que ha tenido éxito. La punzada tiene la
doble naturaleza de deseo y de rechazo, de admiración y de negación.
ADMIRACION Y ENVIDIA.
Qué relación hay entre la envidia y la admiración? No es acaso posible que la
envidia sea una admiración enmascarada, rechazada? Existe una relación de
oposición y de exclusión. Este tipo de relaciones está caracterizado por una
energía ascendente que tiende hacia el modelo como si tendiera hacia una
perfección ; corresponde a aquello que los griegos llamaban EROS. La envidia
nace de una catástrofe del movimiento ascendente, de una catástrofe del eros.
A través de la experiencia de la envidia, el sujeto comprende que ya nada le
será dado, que todo deberá ser obtenido, mendigado o conquistado.
ENVIDIA Y CONOCIMIENTO.
La clave de la envidia es no el deseo de algo concreto, sino el carácter
insoportable de una diferencia. Una diferencia de ser. Sufro por una carencia de
ser, una carencia evocada por la presencia del otro. Es no el deseo del otro,
sino la superioridad del otro, el valor del otro, lo que mueve la envidia.
El envidioso continúa envidiando, aun cuando el envidiado haya muerto. Sufre por
la admiración, el respeto, la veneración que tiene por él la sociedad. El
envidioso no comprende su sufrimiento, no toma en consideración sus angustias,
sus luchas, sus desilusiones, sus desafíos, las fatigas que el otro ha soportado
para alcanzar esa meta. Niega todo esto. Por eso la envidia no es un camino de
conocimiento, no es una manera de compartir la experiencia. Por el contrario, la
envidia es un obstáculo, un impedimento para el conocimiento, un rechazo.
Cuando caemos en poder de la envidia nos volvemos incapaces de apreciar las
propuestas valiosas que nos llegan de los demás. En un universo de envidiosos
puros, nadie aprende nada.
La envidia es una rebelión contra la sociedad, un desafío a sus valores.
Mientras la sociedad es fuerte, puede rechazar el desafío, y establecer con
energía lo que todos deben creer. Por lo tanto no hay mucho lugar para el
trabajo de la envidia. Pero cuando la sociedad se debilita, todo es materia
opinable, cada individuo puede erigirse en juez y, al mismo tiempo, puede
pretender que vale y que es admirado. Aparece así el triunfo de la envidia. La
propagación de la envidia es por consiguiente un síntoma de la disgregación
social, una manifestación de la pérdida de las raíces, de la soledad del
individuo.
A QUIÉN ENVIDIAMOS.
La envidia tiene mucho que hacer con una especie de depósito de "sueños
prohibidos" y se enciende cuando un acontecimiento externo debilita nuestra
vigilancia, nos hace entrever la posibilidad de satisfacerlos, de volver a
ponerlos en movimiento. Esta ley fundamental fue descubierta y redescubierta por
todos aquellos que se ocuparon de la envidia, empezando por Aristóteles quien
escribe en la RETÓRICA: "Envidiamos a las personas que están cerca, en el
tiempo, en el espacio, en la edad, en la reputación (y en el nacimiento)". Es
decir, a las personas que tienen más o menos los mismos deseos y las mismas
posibilidades. Porque una diferencia excesiva entre él y yo atenúa el deseo,
porque hace que la confrontación sea más difícil y le quita significación.
La envidia estalla cuando, en este tejido homogéneo, habitual, conocido,
familiar, aparece una diferencia inesperada y, sin embargo, posible, imprevista
y, sin embargo, predecible. Es pues la violación de una disposición considerada
estable, la creación de un desequilibrio en un lugar donde todo debía permanecer
como estaba, la irrupción de una diferencia donde se esperaba lo idéntico.
QUÉ ENVIDIAMOS.
La envidia se refiere tanto a lo que se tiene como a lo que se es, a los objetos
como a la calidad, a las posesiones como a los reconocimientos. Por lo tanto, la
envidia sería siempre una competencia por el prestigio, por el éxito, por el
poder. Parece paradójico y, sin embargo, es cierto. La envidia puede aumentar
con el triunfo, con la fortuna, con la gloria. Porque la naturaleza humana desea
expandirse, acrecentarse y, una vez alcanzada una meta, aparece otra más alta.
Es la pura y sencilla consecuencia de nuestra naturaleza de seres que aprenden
sus deseos de los demás. Hasta que encuentra un límite insuperable, un límite
que no alcanza a ver, a comprender, o que su presunción le ha ocultado. A partir
de ese momento se ve obligado a consumirse de envidia.
EL VALOR DE SI MISMO.
Cada individuo tiene un valor, sabe que lo tiene, procura conservarlo. El punto
de partida de este valor es su propia subjetividad, el hecho de ser el centro de
su universo. Es una experiencia fundamental que está antes que cualquier
reconocimiento de los demás. Pero cada individuo es también una fuerza que
tiende a crecer, a aumentar sus posibilidades, a expandir aquello que puede
hacer, ser o tener. No para alcanzar un fin particular, sino todos los posibles
fines que, sucesivamente, se le vayan manifestando.
La idea que nos forjamos de nuestro valor y del valor que los demás nos
atribuyen son dos columnas de mercurio muy sensible. Hacemos todo lo que está a
nuestro alcance para mantenerla alta, pero siempre hay algo que tiende a
bajarla. En una situación consolidada, dentro de instituciones eficientes,
elaboramos expectativas bastante seguras, nos movemos con un grado de relativa
seguridad. De ahí la importancia de otros conceptos fundamentales: LA CONFIANZA
DE BASE y LA ESTIMA DE BASE.
La Confianza de Base es el producto de nuestros recursos naturales y de nuestra
historia. Desde la primera infancia desarrollamos una idea de nuestras dotes, de
la capacidad que tenemos para realizar nuestros fines, para obtener lo que
queremos, de las dificultades que nos presenta el medio, de los auxilios con los
cuales podemos contar. La confianza de base tiene que ver con la seguridad o la
inseguridad con que afrontamos la vida.
Mientras la confianza de base es un recurso esencialmente interno, la ESTIMA DE
BASE es un recurso que procede de la sociedad. La estima de base no depende del
hecho de que hayamos alcanzado una posición social excelente o preeminente. Sino
de que gocemos del respeto social, de consideraciones por lo que somos y por lo
que hacemos.
EL PROSELITISMO ENVIDIOSO.
El envidioso está siempre en la busca de cómplices. Se aproxima primero a una
persona y luego a otra para investigar qué piensan de aquel que lo obsesiona. El
envidioso hace permanentemente preguntas como si estuviera interesado en saber
qué es lo que ocurre en realidad. Pero, al mismo tiempo, espera recibir una
respuesta negativa. El trabajo de la envidia es no solamente procurar
convencerse a uno mismo, sino también y sobre todo intentar convencer a los
demás, arrastrarlos a juzgar de una manera diferente. El envidioso busca
cómplices, se empeña en aumentar su número, pero en su interior los considera
estúpidos, se ríe de ellos. Es como si dijera: "Pero, cómo me creen? Cómo no
se dan cuenta de que actúo de mala fe? Cómo pueden ser tan ingenuos?".
LA MALA FE
La envidia se funda en la mentira y en la mala fe. Mentir es engañar a otro a
sabiendas de que todo cuanto se le quiere hacer creer no es verdad. Cuando hay
mala fe, en cambio, nos mentimos o tratamos de mentirnos a nosotros mismos.
Intentamos disfrazar a nuestros ojos una realidad desagradable o presentarnos
como verdad una mentira agradable.
El envidioso debe mantener todas estas emociones, estos razonamientos, esta
actividad, cuidadosamente ocultos a quienes lo circundan. La envidia tiene esta
característica: ser, antes que nada, un secreto. Por consiguiente, la envidia
debe esconder cuidadosamente nuestro deseo, nuestro interés y poner en escena lo
contrario: nuestra indiferencia, nuestra superioridad. El envidioso nunca debe
dejar transparentar sus verdaderos sentimientos agresivos. Cada vez que habla
del envidiado debe hacer como que no lo conoce, o bien debe sostener que es su
amigo.
La envidia es, en definitiva, un gran fingimiento mentiroso, en el cual el actor
quisiera huir de su papel pero no logra hacerlo. No puede decir la verdad sobre
sí mismo, porque debería decir que ha odiado a quien consideraba mejor que él, y
que les ha mentido a todos.
LA PROVOCACIÓN.
El envidiado puede mostrarse, exhibir sus éxitos, puede vanagloriarse de ellos y
hacerlo de manera tal que ofenda al otro. Esta es la provocación. El envidiado
no advierte la herida, el dolor que provoca en el envidioso y no comprende la
violencia de su reacción agresiva. En estos casos la envidia se carga de un
matiz sombrío y puede transformarse en malvada agresividad, en resentimiento.
Lo que habitualmente transforma la envidia en odio es la provocación, sobre todo
cuando se hace con la intención de producir la humillación, la sumisión del
otro. Los poderosos, los ricos, los triunfadores, han ejercido siempre, en el
curso de la historia, esta presión sobre los más pobres, sobre los vencidos,
sobre los inferiores.
EL RECONOCIMIENTO.
Uno de los sentimientos más fuertes que vincula al envidioso con el envidiado es
la necesidad espasmódica y frustrada de reconocimiento. Detrás del obsesivo
reflexionar del envidioso, detrás de la constante presencia del otro, está este
anhelo de contacto, de respuesta, esta muda, no formulada, solicitud de amistad.
Porque lo que el envidioso le pide al envidiado es la estima verdadera,
profunda, sincera, que el amigo ofrece al amigo. Que siempre y en cualquier
circunstancia esté de su parte, que lo respete, que respete la seriedad de sus
intenciones, de sus esfuerzos. Que vea no lo que hay de mezquino sino lo que hay
de bueno y meritorio en su vida.
Por esa razón, el envidioso tiene impulsos de acercamiento, aspira a la amistad
de aquel a quien envidia y es feliz si éste le tiende una mano, o le hace sentir
su reconocimiento. Pero, en la mayor parte de los casos este proceso termina por
transformarse en una envidia todavía más intensa. Y, con frecuencia, en
actitudes de violencia o malevolencia.
Ciertamente, el envidioso desea acercarse al envidiado, desea su amistad, su
reconocimiento. Pero desea mucho más. Desea estar siempre con él, a su lado, y
luego, ser como él, estar en su lugar, identificarse con él, sustituirlo. Y
puesto que no lo logra no está nunca en paz. La envidia produce un movimiento de
identificación, pero es un movimiento voraz, insaciable, que quisiera avanzar
hasta lograr la asimilación, la deglución, y no se detiene hasta alcanzar su
objeto. La envidia se transforma en desapego, repudio, solamente porque no logra
devorar al otro, incorporarlo, digerirlo.
Hay que temer al envidioso que se acerca demasiado, al envidioso a quien
tratamos amistosamente, de manera fraternal, que invitamos a nuestra casa,
porque, sin quererlo, inflamamos en su corazón feroces impulsos de odio.
La amistad solo es posible entre iguales, o entre desiguales que no se comparan,
que no se miden mutuamente. Para que exista amistad es necesario que cada uno
encuentre en sí mismo su fuente de valor, una fuente de valor, que el otro
reconoce y de la cual no trata de apropiarse.
ENVIDIA Y JUSTICIA.
Puede derivar de la envidia el sentido de justicia? Muchos lo creen así. Según
Girard, la sociedad primitiva y la sociedad antigua no solamente no buscaban la
igualdad, sino que la temían. La sociedad primitiva y la sociedad antigua vivían
continuamente bajo la amenaza de ver desaparecer las diferencias, de caer en la
indiferenciación total en la cual el padre no se distingue del hijo, los
hermanos no se distinguen entre sí, ni los miembros de una familia de los
miembros de otra. En esta situación, cuando todos son iguales, todos se
identifican unos con otros, y entonces todos desean las mismas cosas. De ello
deriva una envidia y un conflicto universales y la sociedad se desgarra en una
violencia incontrolable.
Por eso estas sociedades tienen miedo de todo lo que recuerda o simboliza la
desaparición de las desigualdades como, por ejemplo, el nacimiento de dos
gemelos idénticos. Ellos son el signo de una grieta del sistema de las
diferencias, la peligrosa señal de una resquebrajadura del orden. Por esa razón,
en muchas sociedades primitivas se los mataba y además eran objeto de numerosos
tabúes. En muchos mitos, los gemelos se miden en una lucha mortal, como en el de
la fundación de Roma, en la cual Rómulo mata a Remo. Otro símbolo de los
indistinto es el incesto. Porque anula la separación entre progenitores e hijo,
entre hermano y esposo. La regla de la exogamia, difundida universalmente, tiene
el objeto de crear una diferencia.
La explicación de la diferencia y las reglas de justicia son instrumentos
intelectuales y prácticos para reducir la frustración de la confrontación
envidiosa y canalizar sus energías en acciones socialmente prescritas en lugar
de en conflicto desordenado.
En conclusión, qué relación hay entonces entre envidia y sentimiento de
injusticia? El trabajo de la envidia se ejerce continuamente alrededor de lo que
es justo y lo que es injusto. Trata por todos los medios de encontrar la
justicia en el propio deseo, de hacer que el propio deseo sea justo aun a los
ojos de los demás. Pero es envidia, precisamente porque no lo logra.
¿ FUERZA CONSERVADORA O FUERZA REVOLUCIONARIA?
Muchos son los que han intentado encontrar una función social a la envidia,
asignarle un papel importante en la historia, en el desarrollo de la
civilización. La envidia individual no es una fuerza revolucionaria sino una
fuerza conservadora. El verdadero envidioso tiende únicamente a conservar su
privilegio y a adquirir uno nuevo.
La envidia constituye la resistencia de fondo, biológica, primordial, que oponen
los individuos, en toda sociedad, a quien intenta elevarse más alto que ellos.
Si alguien quiere defender la idea de que en la base de cada revolución está la
envidia, debe añadir que para convertirse en fuerza colectiva, en ideología
movilizadora, esta fuerza de freno debe convertirse en algo completamente
diferente, sufrir una metamorfosis radical.
CONSIDERACIONES FINALES.
Son más envidiosas las sociedades antiguas o las modernas? Probablemente las
antiguas. La imagen de una sociedad primitiva y de un mundo campesino formado
por comunidades armónicas y serenas carece por completo de fundamento. La
envidia surge de observar al vecino, de compararse con él. Por eso la envidia se
manifiesta en su máxima expresión en las pequeñas comunidades, en las cuales la
gente vive una junto a la otra, en la que todos desarrollan casi la misma
actividad, es decir, en la cual todos pueden ponerse en el lugar del otro.
La envidia aparece cuando el Yo se separa de la colectividad y se contrapone a
los demás para afirmar su propio valor, su excelencia, sus pretensiones. Esta
actitud puede llamarse narcisismo, orgullo o soberbia. En realidad, la envidia
es, sobre todo, un estado de soledad, de pérdida de relaciones, de raíces, de
sentido. El envidioso trata de sustituir estos vínculos cortados con un acto
solitario de agresión, un acto de guerra privado. Llevado a cabo, sin embargo,
fuera de los valores, fuera de las reglas sociales. Y, para tener la ilusión de
formar parte todavía del cuerpo social, de tener el apoyo de los otros, se
miente a sí mismo y a los demás. El envidioso es un exiliado del mundo que
miente ante el juez a fin de que se lo vuelva a admitir en él. Pero, puesto que
ese juez es él mismo, cuanto más miente, más excluido se siente. Si la envidia
es un abandono de lo social, ella desaparecerá cuando lo social vuelva a
imponerse al individuo, lo admita nuevamente en el gran cuerpo colectivo.
Todos los seres humanos tratan de sobresalir por encima de los demás, para ser
preferidos, amados, admirados, adorados. Si queremos sustraernos a esta
debilidad debemos tratar de cultivar en nosotros mismos la capacidad de
afrontar, con serenidad, tanto la fortuna como los infortunios, de afrontar
impávidos hasta el resultado más absurdo, más amargo. Podemos llamar a esto
virtud, fuerza de ánimo, que es una forma de la valentía. Valentía en la lucha,
valentía ante la derrota, valentía ante la catástrofe. Es una virtud de firmeza,
que alguna vez se llamó viril. Es la disposición de ánimo con la que el guerrero
afronta la batalla. El sabe que la muerte no obedece a una ley moral, no hiere a
los malvados y evita a los justos. Llega por casualidad, por una bala perdida,
por una bomba que estalla ahí, muy cerca.
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