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Entre el sueño y la Realidad (continuar soñando o despertar)

Sólo el conocimiento profundo de uno mismo, arraigado en el conocimiento de nuestro lugar en el cosmos, puede ser fuente de plenitud y de verdadera y permanente transformación. (M. Cavallé)

De la Realidad, de cuanto existe, sólo vemos el mundo de las formas, de las apariencias, de los fenómenos… hay que trascender esa visión superficial y epidérmica para intentar penetrar, para percibir, el fondo último, el fondo del Ser, la esencia última de la Realidad, aquello que todo lo informa y sostiene, aquello que la sabiduría perenne en diversas culturas ha denominado Tao, Logos, Realidad última, Esencia, Absoluto, Dios…

Ámbitos de la Realidad y cuál es el grado de unión o separatividad que mantenemos con ella.

Cómo se encuentra el ser humano ante la Realidad global

¿Permanecer en la ignorancia como consecuencia del sueño profundo en la percepción de esa Realidad esencial o despertar?

Del sueño profundo al despertar de la conciencia.

No es fácil elevar la mirada para aquél que está urgido por las necesidades materiales más elementales… Ni para aquél que apremiado por las urgencias cotidianas para sobrevivir le falta tiempo para pararse y reflexionar sobre su vida, ampliar su mirada más allá de la problemática cotidiana y esforzarse por ensanchar los horizontes de su espíritu… Sin embargo, hay gentes sencillas que desde su serena naturalidad han aprendido a vivir en profundidad, en profunda conexión con ellas mismas y con todo cuanto existe… Sin el ejercicio consciente de pensar, vivimos por vivir, como seres adormilados e irracionales. Nos convertimos así en personas que no se dan cuenta de qué es lo esencial en la vida, ignorantes de lo fundamental... Se trataría de darnos tal vez una oportunidad, de abrir una ventana a una manera diferente de ver y percibir la Realidad y de examinar cuál es el grado de separatividad o unión e integración que mantenemos en relación con uno mismo, con el otro, con el mundo, con el universo entero…

E. Fromm nos presenta la cuestión de esta forma: La existencia humana plantea un problema. El ser humano es lanzado a este mundo sin su voluntad y retirado de él también sin su aprobación. El hombre a diferencia del resto de especies carece de un mecanismo instintivo de adaptación al medio. Tiene que vivir, tiene que “crear” su propia vida, andar su propio camino, trazar su propio proyecto, recorrer su propia trayectoria. A lo largo de ese trayecto a veces se siente integrado y formando parte de la naturaleza, y con capacidad para trascenderla. A su vez también tiene conciencia de sí como de un ente desgajado, separado de ella, y eso le hace sentirse solo, perdido, impotente. La existencia nos plantea una pregunta, y cada uno debemos responder a esta pregunta. La pregunta es: ¿cómo podremos superar el sufrimiento, el aprisionamiento, la vergüenza que crea la experiencia de separación? ¿cómo podemos evitar la dispersión y encontrar la unión dentro de nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la naturaleza, con el universo entero? El problema para todo ser humano es siempre el mismo: cómo superar ese sentimiento de separatividad, cómo lograr la unión con uno mismo y con todo lo que nos rodea, cómo trascender la propia vida. La necesidad más profunda del ser humano es la necesidad de superar su separatividad, su soledad. Y básicamente hay sólo dos respuestas: superar la separación e intentar encontrar la unidad en un proceso de «regresión» (como quien quiere volver a la confortable situación en que se encontraba en el útero materno) o nacer completamente, «despertar», desarrollar la propia conciencia, la propia razón, desplegando la propia capacidad de amar. (Ver aquí)

Los seres humanos no somos islas. Somos seres individuales sí, pero estamos llamados a ser seres sociales y hasta cósmicos. ¿Cuál es nuestro nivel de integración, de unión o separatividad con todo lo que nos rodea: personas, mundo, cosmos, Realidad última-Absoluto-Dios? ¿Cuál es nuestro nivel de anclaje con respecto a esos diversos ámbitos de la Realidad? ¿Cómo vivimos nuestra relación con ese amplio entorno del que más o menos consciente o inconscientemente formamos parte y en cuyo seno nos desenvolvemos… estamos conectados a nivel epidérmico, superficialmente, o enraizados en lo profundo? ¿Vivimos en la superficie de la Vida o nos sentimos arraigados en la profundidad de la misma? Ver aquí dos actitudes bien distintas ante la realidad: (ver aquí) y (ver aquí).

En la vida diaria, la mente humana es comparable a un pasajero en un barco; sólo ve el horizonte. Pero lo que hay más allá, es mucho mayor y más grandioso que lo anterior. Nuestra consciencia sólo reconoce la realidad que es captada por la razón y los sentidos. La magnitud de lo que hay más allá de esa capacidad de conocimiento es inimaginable. (W. Jäger)

Dice un versículo de los Upanishad que este mundo es todo movimiento y se halla penetrado por una unidad suprema, no pudiendo, por lo tanto, obtenerse el verdadero goce mediante la satisfacción del deseo, sino siempre merced a la sumisión de nuestro ego individual al Ego Universal. (R. Tagore)

Despertar a la auténtica dimensión de lo real implica percibir que el yo y las cosas no están separados entre sí, sino que forman parte de un todo... (X. Melloni)

Parémonos, pues, a pensar, detengámonos unos momentos, reflexionemos... La realidad circundante presenta muchas caras. En primer lugar, ¿cómo percibimos esa Realidad? Y, en segundo lugar, ¿cómo nos relacionamos con ella? No es fácil superar la relación a veces un tanto banal y epidérmica que mantenemos con nuestro variado entorno. La Realidad no es unívoca, todo cuanto nos rodea y ocurre no siempre se nos presenta de forma clara y precisa. La Realidad no simplemente está constituida por lo que parece a primera vista. Existen dimensiones diversas de la misma. Existen realidades aparentes y otras que se nos presentan ocultas, que permanecen escondidas a una mirada superficial…  

¿Cuál es nuestra percepción, nuestra actitud, nuestra posición, ante la Realidad como globalidad? En contra de nuestra creencia habitual la sabiduría de todos los tiempos nos advierte que lo que hemos tomado por «Realidad» no es más que un sueño, y no es la forma real del Ser, sino algo ilusorio. La Realidad presenta diversas caras y está constituida por múltiples dimensiones. En ella podríamos distinguir dos grandes planos: las diversas «formas» que toma esa Realidad y que aparecen ante nosotros y otra «dimensión más profunda», de naturaleza esencial, no siempre por todos perceptible. Los humanos estamos constituidos de tal forma que nuestro yo superficial nos impide captar la dimensión profunda, esencial, de la Realidad.

A continuación presentamos unos textos de diversos autores que sin duda pueden aportarnos una nueva perspectiva, que nos ayudan a adentrarnos en una percepción de la Realidad diferente a la habitual, una nueva visión sobre la Realidad, y contribuir así a tomar consciencia sobre nuestras menguadas y limitadas posibilidades de conocimiento al tiempo que nos abren una ventana que nos facilita el acceso a una nueva forma de mirar, una nueva manera de comprender y una nueva forma de ser... Una invitación, pues, a reflexionar respecto a nuestra relación con todo lo que nos rodea, a adentrarnos por la senda que tantos sabios de todos los tiempos y hombres espirituales han recorrido… estando abiertos a una Realidad más amplia que la que podemos constatar.

«Cada uno ve el mundo según la idea que tiene de sí mismo. Según lo que crees ser, así crees que es el mundo». (Nisargadatta)

El yo superficial no es consciente de la subjetividad y arbitrariedad que caracteriza la contrucción de nuestro particular mundo mental y su particular interpretación de las cosas confundiéndolas con la realidad. No advierte que sus creencias crean una realidad a su medida. Cada uno crea su propia realidad: uno sólo ve lo que quiere ver y lo que no contraria dichas creencias. Cada uno construye su propio mundo. El mundo es para cada persona lo que ésta piensa o cree que es. (M. Cavallé).

Sólo tomando consciencia de que estamos dormidos, de que ante la Realidad estaños soñando y no percibimos su profundidad, su dimensión esencial, tendremos la posibilidad de despertar.

Existe una sabiduría perenne, imperecedera

La sabiduría perenne es la visión del mundo compartida por los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores y hasta científicos del mundo entero. Se la denomina «perenne» o «universal» porque se halla implícita en todas las culturas y en todas las épocas y lo mismo la encontramos en la India, México, China, Japón y Mesopotamia, que en Egipto, Tibet, Alemania o Grecia. Dondequiera que la hallemos, siempre presenta los mismos rasgos distintivos fundamentales, ya que es un acuerdo universal en lo esencial. Se trata de un consenso de amplitud universal, sostenido por muchos hombres y mujeres que, tanto hoy como hace seis mil años, comparten las mismas experiencias y han enseñado esencialmente la misma doctrina, desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente. Estas verdades de naturaleza universal constituyen el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad que, en todo tiempo y lugar, coinciden en las mismas verdades profundas con respecto a la condición humana y al modo de acceder a lo Divino…

Entre esas verdades en las que hay un amplio consenso están las siguientes:  la mayoría de los seres humanos vivimos tan inmersos en nuestro mundo particular, en un estado de separación y dualidad, que no nos percatamos de esa dimensión profunda de la Realidad que todo lo sostiene. Que es posible salir de la ilusión e ignorancia profunda en la que nos encontramos, y que existe un Camino que conduce a la liberación, a una experiencia directa del Fondo Único que nos sotiene y todo lo informa, a una Liberación Suprema.

Una Realidad multidimensional

¿Qué es la «Realidad»? ¿Qué abarca y cuáles son sus diversos niveles? ¿La «Realidad» es simplemente lo que vemos, lo que observamos, lo que aparece materialmente ante nuestros ojos o hay algo más allá de las formas que aparecen ante nosotros?  Podemos aproximarnos a la Realidad desde perspectivas diferentes. La percepción de los sentidos no es el único cmino para acceder a la realidad. Además de profundizar en ella a través de la razón, existen diferentes niveles de conciencia que nos permiten abarcar la realidad más ampliamente. La razón humana es muy limitada e incapaz de comprender muchos aspectos no evidentes de la realidad, ya sea en el ámbito cósmico, macroscópico, microscópico y más aún en el ámbito subatómico. El ser humano y el cosmos son más de lo que es capaz de interpretar nuestra razón y nuestra consciencia intelectual. Nos ocurre que incluso una misma realidad es vista e interpretada de distintas formas según las condiciones q ue presente el observador. Muchas personas intuyen que la vida es más de lo que es capaz de vislumbrar nuestro nivel de conciencia ordinario. Parece ser que la realidad se presenta, pues, multiforme y está dotada de diversas dimensiones. Nos encontramos ante un mundo multidimensional del que solamente somos capaces de captar (no estamos constituidos para más) algunas de sus múltiples dimensiones. Ejemplos de esa multidimensionalidad los podemos encontrar contemplando realidades y fenómenos diversos (mundo natural, mundo humano, clima social, mundo mental, ética, sexualidad, belleza, amor…). Es la propia ciencia la que a través de su metodología científica confirma esa multidimensionalidad.

La realidad no simplemente es lo que parece. Hay mucho más de lo que en principio somos capaces de percibir con nuestros sentidos (por ejemplo, todo el sorprendente mundo que aparece al adentrarnos en el ámbito subatómico de la física cuántica: la realidad cuántica, el nivel cuántico de la realidad). Lo que vemos, lo que percibimos, depende del aparato metodológico e instrumental que utilicemos para adentrarnos en ella o del nivel de conciencia en el que nos situemos para observarla. Más allá de las «formas» que percibimos, está la otra cara de la «Realidad», lo que permanece oculto a los sentidos y a nuestra mente. Hay otros niveles de la realidad más allá de las «formas» externas y de las «apariencias», dimensiones que trascienden esas formas y las sostienen. Se ha afirmado que el gran problema de Occidente es que nos hemos acostumbrado a ver solamente la cara externa de la realidad, las formas externas, las apariencias. Nuestra tragedia es vivir en la ignorancia de esa dimensión profunda de la «Realidad». Es como si estuviéramos sumidos en un profundo sueño, enajenados, cegados, con el acceso cerrado a ese otro nivel de la Realidad, incapaces de percatarnos de esa dimensión profunda de la misma que a su vez es la fuente que nos da vida y nos sostiene. Nuestra consciencia está habituada sólo a percibir y reconocer esa parte de la realidad que es captada por la razón, nuestro intelecto y nuestros sentidos.

Nuestra situación ante la Realidad es semejante a la que se encuentra un analfabeto ante un escrito. Nos encontramos ante la realidad como se encuentra un analfabeto ante una poesía preciosa. Como no sabe leer ni escribir lo mira todo concienzudamente y se da cuenta de que algunos signos se repiten constantemente. Empieza entonces a contar esos signos, a ordenarlos y a clasificarlos. Al final se da cuenta que el papel contiene tantos signos de a, b, c, etc. y se siente orgulloso de haber logrado este descubrimiento, pero en realidad no ha entendido absolutamente nada del poema.

Estamos soñando y conviene despertar

Siguiendo a M. CAVALLÉ, filósofa sapiencial, podemos afirmar: Esa sabiduría perenne ancestral sostiene que ante la Realidad estamos soñando y que hemos de despertar del sueño profundo en el que solemos estar instalados. En relación a nuestra percepción de la Realidad, nuestra inconsciencia e ignorancia a este respecto es supina. La mayoría de los seres humanos, aunque creen estar despiertos y ser habitantes del único mundo, en realidad están soñando, habitando en sus respectivos mundos subjetivos y particulares. «Cada uno ve el mundo según la idea que tiene de sí mismo. Según lo que crees ser, así crees que es el mundo». Nuestro ego cae, de este modo, en una ilusión: cree ver «la realidad», pero lo que «ve», fundamentalmente, es el reflejo de sus propias creencias, está soñando. La Realidad, en toda su amplitud, riqueza y constante novedad, nos es desconocida. El ego sueña en tanto y cuanto se mueve fundamentalmente en el círculo cerrado de sus propias creaciones mentales. La imagen mental que nos hemos creado sobre nosotros mismos y nuestro mundo definen nuestro yo y, a su vez, estas ideas que uno tiene sobre sí mismo y sus creencias condicionan su percepción del mundo, sus ideas sobre la realidad.

Cada individuo suele habitar, pues, en un universo único, en su mundo particular. Lo construye a partir de sus vivencias y percepciones, las cuales han sido filtradas por sus creencias, valores e intereses, por los condicionamientos que le han impuesto su cultura y su educación, y por la particular interpretación que él mismo ha hecho de su experiencia pasada. En la medida en que el yo superficial no es consciente de la subjetividad y arbitrariedad que caracteriza a esos filtros que mediatizan nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos, pues está totalmente identificado con ellos, confunde su particular interpretación de las cosas con la realidad. No advierte que sus creencias crean una realidad a su medida: sólo ve lo que quiere ver y lo que no contraria dichas creencias. En otras palabras, no es consciente que su percepción opera siempre como un mecanismo de proyección mediante el cual proyecta en la realidad, en el ámbito de los hechos, su propio mundo mental. En resumen, el mundo es para cada persona lo que ésta de hecho piensa o cree que es. Las personas que conviven con nosotros y con las que nos cruzamos diariamente por la calle están viviendo, literalmente, en universos diferentes.

Sólo tomando consciencia de ésta nuestra situación, de que estamos dormidos ante la Realidad, de que estamos soñando ante esa Realidad porque no percibimos su dimensión profunda, su dimensión esencial, tendremos la posibilidad de despertar.

Ibn ‘Arabi: Sueño y Realidad (s. XIII)

Ibn Arabi, nace en Murcia el año1165 y muere en Damasco el año 1240. De padre murciano y madre bereber, fue místico sufí, filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí. Sus importantes aportaciones en el ámbito de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de Vivificador de la religión. Esta es su visión sobre la cuestión que nos ocupa.

La supuesta «realidad», el mundo sensible que nos rodea y que acostumbramos a considerar como «realidad», para Ibn ‘Arabi, no es más que un sueño. Percibimos por los sentidos un gran número de cosas, las distinguimos unas de otras, las ordenamos según nuestra razón y, de este modo, acabamos estableciendo algo sólido a nuestro alrededor. Llamamos a eso construir la «realidad», y no dudamos que sea real. Sin embargo, según Ibn ‘Arabi, eso no es realidad en el verdadero sentido de la palabra. En otros términos, no es el Ser (wuyúd) real. Viviendo como vivimos en este mundo fenoménico, el Ser en su realidad metafísica nos resulta igual de imperceptible que las cosas fenoménicas en su realidad fenoménica para un hombre que esté dormido y soñando con ellas. Citando la famosa tradición, «Todos los hombres están dormidos [en este mundo]; solo cuando mueren despiertan», comenta: El mundo es una ilusión; no tiene existencia real. Y eso es lo que significa «imaginación» (jayal). Porque imaginas que [el mundo] es una realidad autónoma, distinta e independiente de la Realidad absoluta, cuando, en verdad, no es nada de eso. ...Has de saber que tú mismo eres una imaginación, y todo lo que percibas y aquello de lo que digas «esto no soy yo», también es imaginación. De modo que todo el mundo de la existencia es imaginación dentro de la imaginación.

¿Entonces, qué debemos hacer, si lo que hemos tomado por «realidad» no es más que un sueño, si no es la forma real del Ser, sino algo ilusorio? ¿Debemos abandonar de una vez por todas este mundo ilusorio e ir en pos de un mundo totalmente distinto, un mundo verdaderamente real? Ibn ‘Arabi no adopta esta postura ya que, desde su punto de vista, el «sueño», la «ilusión» o la «imaginación» no equivalen a algo sin valor o falso; significan sencillamente «ser un reflejo simbólico de algo verdaderamente real». Lo que llamamos «realidad», por consiguiente, no es la Realidad verdadera, pero ello no significa que se trate meramente de una cosa vana y sin fundamento. La supuesta «realidad», aun no siendo la Realidad en sí, refleja ésta, de forma vaga e indistinta, en el plano de la imaginación. Es, en otras palabras, una representación simbólica de la Realidad. Solo tenemos que interpretarla adecuadamente, tal como solemos interpretar nuestros sueños con objeto de averiguar cuál es la situación real de las cosas, más allá de los símbolos oníricos.

Respecto a la mencionada tradición, «Todos los hombres están dormidos; solo cuando mueren despiertan», Ibn ‘Arabi señala que «con estas palabras, el profeta destacaba el hecho de que lo que el hombre percibe en este mundo es para él lo mismo que un sueño para el hombre que sueña, y como tal ha de ser interpretado». Lo que se ve en un sueño es una forma «marginal» de la Realidad, no la Realidad en sí. Lo único que debemos hacer es devolverla a su condición verdadera y original. Es lo que significa «interpretación» (ta’wíl). Para Ibn ‘Arabi, la expresión «morir y despertar» que aparece en la Tradición no es sino una referencia metafórica al acto de interpretación entendido en ese sentido. Así, la «muerte» no es aquí un acontecimiento biológico. Se trata más bien de un acontecimiento espiritual consistente en que un hombre se desprenda de las trabas del sentido y de la razón, traspase los confines de lo fenoménico y vea lo que subyace tras la membrana de las cosas fenoménicas. Se refiere, en pocas palabras, a la experiencia mística de la «autoaniquilación» (fa m ’).

¿Qué ve un hombre cuando se despierta de su sueño fenoménico, abre sus verdaderos ojos y mira a su alrededor? ¿Qué clase de mundo contempla entonces, en la iluminación que le produce el estado de «subsistencia»? Describir ese extraordinario mundo y dilucidar su estructura metafísico-ontológica es el principal cometido de Ibn ‘Arabi. La descripción del mundo tal como lo observa a la luz de sus experiencias místicas constituye su visión filosófica del mundo. ¿Qué es, pues, ese Algo que se oculta tras el velo de lo fenoménico, haciendo de lo que llamamos «realidad» una red de símbolos a gran escala que indican de forma vaga y oscura lo que se encuentra tras ellos? La respuesta es inmediata. Es lo Absoluto, la Realidad autentica o absoluta que Ibn ‘Arabi llama al-haqq. De este modo, a pesar de que la supuesta «realidad», no sea más que un sueño, no se trata de una completa ilusión. Es una apariencia particular de la Realidad absoluta, una forma determinada de su manifestacion (tayalií). Es un sueño con base metafísica. «El mundo del ser y el devenir (kaum) es una imaginación», dice, «pero es, en verdad, la Realidad en si».

Así, pues, el mundo del ser y el devenir, o la supuesta «realidad» consistente en formas, propiedades y estados diversos, es en sí un variopinto tejido de fantasía e imaginación, pero indica, al mismo tiempo, la Realidad, siempre y cuando uno sepa considerar esas formas y propiedades no en sí mismas, sino como manifestaciones de la Realidad. El hombre capaz de ello alcanza los misterios más profundos de la Vía (faríqa).

A. Einstein (s. XX): hacia la contemplación amorosa de la Realidad

«Un ser humano es parte de un todo, llamado por nosotros Universo, una parte limitada en tiempo y espacio, se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto. Esa separación es una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta falsa ilusión es una especie de prisión para nosotros. Nos limita a nuestros deseos personales y a ser amorosos sólo con las personas cercanas. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión, incluyendo a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza» (A. Einstein).

W. Jäger (s. XX): Sentido de nuestra condición de seres humanos

W. Jäger (1925 - 2020): monje benedictino alemán, estudió filosofía y teología, maestro Zen, fundó un centro de zen y contemplación en la abadía de Münsterschwarzach en 1983, y su propio Benediktushof, un centro interreligioso de meditación y conciencia, en 2003.

¿Cuál es el sentido del cosmos? ¿Cuál es el sentido de un árbol, de un animal, de una persona? Eckehart hubiera dicho: existen «sin por qué». Y Ángelus Silesius dice: «La rosa carece de por qué, florece porque sí. No hace caso de sí misma, no pregunta si se la ve.» ¿Tiene nuestra existencia una razón mayor? ¿Por qué no florecemos y desaparecemos como la flor? No podemos buscar el sentido de nuestra existencia fuera de ella. Este acto de nuestra vida es de un grandísimo valor. Nos proporciona posibilidades que no son posibles en otras formas de existencias. La primera pregunta que figuraba en los catecismos antiguos era: ¿Por qué estamos en la tierra? Contestábamos: «Estamos en la tierra para conocer, amar y servir a Dios y después gozar de Él eternamente.» Pero la interpretación que le doy yo ahora es muy diferente de la que me dio mi profesor de religión.

No hay nada que no sea la manifestación de Dios. Existe esta Vida que lo penetra todo y que denominamos Dios, lo Absoluto, la Realidad última, el verdadero Ser, etc. La Vida Divina puede manifestarse y ser experimentada en formas diferentes. Este verdadero Ser es la profundidad de nuestra existencia. Es el Ser a partir del cual vivimos. Mejor dicho: es el Ser que vive en y a través de nosotros. Somos su forma de manifestarse.

Nuestra consciencia del yo nos impide experimentar nuestro verdadero Ser. No sabemos quiénes somos ni lo podemos saber; únicamente podemos experimentarlo. Nuestra consciencia del yo nos separa de esa experiencia, pero no del Ser en sí. Si estamos separados de la experiencia del Ser Divino, no podrá influenciar nuestra vida. Un mero encuentro con el verdadero Ser en el nivel filosófico, teológico, ritual y sacramental no es capaz de hacer que su potencia sea plenamente eficaz. Las manifestaciones de la religión han de conducirnos a una experiencia más honda de lo divino. El sentido de nuestra vida radica en la experiencia de nuestra naturaleza divina, así como de la de todos los seres.

Es una tarea noble cuidar nuestras potencias mentales, psíquicas y sensuales para poder desarrollar en ellas lo divino y experimentarlo en su despliegue. Dios es la única realidad. Está presente siempre y en todo. Penetra todo y se manifiesta en todo. En la gran sinfonía que representa el Cosmos, los humanos somos un «modo de tocar» de Dios. Somos «sinfonía de Dios». Somos el baile del bailarín Dios. El morir, igual que el nacer, forma parte de este baile.

Es posible acercarse a lo numinoso de diferentes maneras; mejor dicho, existen distintos caminos de desasimiento para que lo divino penetre en nosotros:

  • El camino del intelecto, reflexionando sobre Dios y el mundo. Ese es el origen de la filosofía, de la metafísica y de la teología.
  • El camino de la religión, o sea, del culto, del rito, de la ceremonia, de los sacramentos y, lo que suele ir unido, el estudio de las Sagradas Escrituras, es decir, de las parábolas, de los símbolos y del mito oculto en ellas que apunta a lo esencial.

En esa reflexión el ser humano ha llegado a darse cuenta de su limitación, de su impotencia, de su aislamiento y de su soledad. La sensación de estar desgajado es la verdadera fuente del miedo del ser humano, se ha dado cuenta de su desnudez, de su separación, de su soledad, de su incapacidad de vivir por su propia fuerza y de tener que buscar su fondo dentro de sí mismo.

Desde siempre tiene el anhelo innato de vencer su soledad, de convertir su condición de estar desgajado a la de estar salvado y de ser un todo-uno. Ese anhelo de unión con lo Absoluto es un instinto mucho más fuerte que el de la sexualidad o el ansia de poder. Es el anhelo originario por encontrar el «hogar».

Existen muchas pseudoposibilidades de resolver el problema de la soledad: el sexo, las drogas, el alcohol, la distracción, el entretenimiento... medios que no nos acaban de llenar... entonces la desesperación resultante es mayor que antes. La sensación de estar desgajados hace surgir el deseo de amor, de afecto, de integración con toda la realidad y de unión con el Absoluto.

Elaboración a partir de materiales diversos:

  • M. CAVALLÉ: La sabiduría recobrada
  • K. WILBER, Antología de textos: Filosofía perenne
  • T. IZUTSU: Sufismo y taoísmo. Cap: Sueño y Realidad
  • W. JÄGER: En busca del sentido de la vida.

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