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Nuestros sofistas contemporáneos

Hoy como antaño entre nosotros, y especialmente en nuestra vida pública, pululan engreídos personajillos paseándose por diferentes escenarios reales y virtuales, lanzando mensajes, slogans y soflamas, empeñados en persuadir a la población con la finalidad de conseguir determinados objetivos. A menudo sus ocurrencias ocupan las primeras páginas de los periódicos y sus sentencias y soflamas aparecen fulminantes en las portadas de los telediarios. Aparentemente cercanos, persuasivos, falazmente empáticos, pretenden llamar nuestra atención con la intención de embelesarnos y embaucarnos.

Son artífices de la palabra, su discurso suele ser locuaz, aunque a menudo vacuo de verdadero contenido. Charlatanes empedernidos, algunos con mordaz lengua viperina, agitadores sociales, con sus trampas dialécticas y manipulando el lenguaje, van a la caza del voto cautivo. Voceros de humo y paja, prestidigitadores de la palabra, a menudo instalándose en la ciénaga de la post-verdad, elaborando razonamientos falaces con la intención de engañar, con argumentos sutiles y capciosos y que como lluvia fina, van lanzando e inoculando sus mensajes en la parte más frágil de la opinión pública. Para algunos de ellos la verdad objetiva ya no existe, todo es relativo. Los puntos de referencia que nos han guiado durante milenios se han desvanecido. Hoy nos encontramos ya en la época de la post-verdad. La «verdad» ya no interesa. Lo importante es conseguir el objetivo, no importa a través de qué medios. Para ello, si es necesario tergiversan la verdad, crean realidades paralelas, construyen «relatos» ficticios, criminalizan procesos políticos legítimos, retuercen y fuerzan las leyes a su antojo, niegan la realidad, inventan, manipulan, mienten, insultan, difaman al adversario. Su escasa credibilidad es heredera de su exigua autenticidad. Son los nuevos y modernos «sofistas».

Esa especie de «rol social» que pretenden desempeñar algunos no es algo nuevo. Viene ya de antiguo. En la antigua Grecia, en un determinado momento, alrededor del s. V a. C,  y favorecido por un cúmulo de circunstancias históricas y sociales, apareció una corriente de pensamiento cuya manera de razonar y actuar les ha podido servir de modelo a nuestros modernos sofistas. En un principio en Grecia "sophós" (sabio) era el que entendía, sobresalía en algo, aquél que como buen conocedor de su oficio estaba capacitado para transmitirlo y enseñarlo a sus semejantes. Los "sofistas" de la Grecia clásica eran una especie de enseñantes profesionales itinerantes que proporcionaban instrucción en diversas ramas del conocimiento a cambio de unos honorarios. Sabían −o simulaban saber− de todo, pero su afán no estaba orientado hacia la búsqueda de la verdad.... sino más bien a la “venta” de su “producto”: un saber más aparente que bien fundamentado. El arte de la persuasión, practicado por ellos con habilidad, no estaba tanto al servicio de la verdad sino al servicio de sus propios intereses. Un tipo de saber muy solicitado por determinadas capas sociales y bien retribuido, muy útil para estar en cada momento a la altura de lo que las circunstancias sociales y políticas demandaban. El sofista intentaba persuadir a su “clientela” utilizando hábilmente determinadas “artes”: su retórica, a través del dominio de la palabra y de una argumentación a menudo falaz. Se trataba de poder convertir en sólidos los razonamientos más débiles. “Sofística” designa la actitud de quienes buscan ante todo el triunfo dialéctico sobre el interlocutor, o el adversario, sin cuidarse de si, al alcanzar semejante triunfo, han defendido o no una tesis que se supone "verdadera" o "plausible". El término “sofista” adquirió así un significado despectivo y peyorativo que ha llegado hasta nuestros días, al igual que el de “sofisma”, que puede ser definido como argumentación o razonamiento falso.

Parte de nuestra sociedad contemporánea, como antaño, no sólo no condena a los nuevos sofistas, sino que los arropa y los aplaude y más bien parece experimentar una gran fascinación con sus “artimañas”. En efecto, qué duda cabe de que los sofistas de la Grecia clásica, algunas de cuyas características y artimañas han sido adoptadas por nuestros personajillos contemporáneos, con su retórica, relativismo y escepticismo, están causando furor en determinados sectores de la sociedad actual. Conozcamos un poco más quiénes eran, qué pensaban, cómo actuaban, cuáles eran las finalidades de esos personajes en los tiempos antiguos, a fin de comprender mejor la manera de hacer y actuar de nuestros distinguidos personajillos contemporáneos.

Antiguos y nuevos sofistas

Los modernos «sofistas»

  • El sofista era un individuo que hacía gala y profesión de engañar a los demás por medio de argucias y sofismas.
  • Su intención, no era teorética, indagatoria o especulativa sino sólo práctico-educativa.
  • Sabían −o simulaban saber− de todo, pero su afán no estaba orientado hacia la búsqueda de la verdad, sino más bien velaban por conseguir sus objetivos.
  • Los sofistas fueron, pues, maestros de “cultura”; es decir, formación del hombre en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un determinado ambiente social. Pero el tipo de "cultura" que constituía el objeto de su enseñanza era la que resultaba útil a la clase dirigente.
  • Su creación fundamental fue la retórica, o sea, el arte de persuadir, independientemente de la validez de las razones aducidas.
  • La base de su moral era, no la idea de lo justo y de lo bueno, sino lo útil y agradable al oído de sus clientes.
  • Subordinaban la moral a la política en vez de fundar ésta sobre aquélla.
  • Platón: "los sofistas no hablan ni escriben sino para engañar, por enriquecerse, y no son útiles para nadie". Y los consideraba "comerciantes que trafican con mercancías espirituales".
  • Para ellos la ley natural es la ley del más fuerte y es de justicia que el fuerte domine al más débil.

Los sofistas

En su origen, el nombre de sofista no llevaba consigo la idea desfavorable que hoy le atribuimos, puesto que solía darse esta denominación a los que hacía profesión de enseñar la sabiduría o la elocuencia. Sólo a contar desde la época de Sócrates y Platón, el sofista se convirtió en un hombre que hace gala y profesión de engañar a los demás por medio de argucias y sofismas; que considera y practica la elocuencia como un medio de lucro; que hace alarde de defender todas las causas, y que procede en sus discursos y en sus actos como si la verdad y el error, el bien y el mal, la virtud y el vicio, fueran cosas, o inasequibles, o convencionales, o indiferentes. Tales fueron los que en la época socrática se presentaron en Atenas, después de recorrer pueblo y ciudades, haciendo alarde de su profesión y de su habilidad sofística. “Sofística” designa la actitud de quienes buscan ante todo el triunfo dialéctico sobre el interlocutor, o el adversario, sin cuidarse de si, al alcanzar semejante triunfo, han defendido o no una tesis que se supone "verdadera" o "plausible".

Por un cúmulo de circunstancias especiales, Atenas vino a ser el punto de reunión y como la patria adoptiva de los sofistas. La forma solemne, pública y ruidosa en que estos exponían sus teorías, el brillo de su elocuencia, los aplausos que por todas partes les seguían, las máximas morales, o, mejor dicho, inmorales que profesaban, todo se hallaba en perfecta armonía y relación con el estado social, religioso y moral de la ciudad de Minerva. Atenas se había convertido en la capital intelectual y moral de toda la Grecia. En torno al siglo V a. C. en su seno convivían la opulencia y el lujo, la relajación de las costumbres públicas y privadas; a ella afluían también los últimos representantes de las escuelas filosóficas y era foco de todas las intrigas políticas. Aquella ciudad estaba en condiciones las más favorables para ser visitada y explotada por los sofistas, y para servir de teatro a sus empresas.

Entre las causas principales que contribuyeron a la aparición de los sofistas en aquella época, puede contarse también el estado de la Filosofía por aquel entonces. La lucha entre la escuela filosóficas, la contradicción y oposición de sus doctrinas, direcciones y tendencias; a la vez que su negación radical de la experiencia y de los sentidos, etc.  debían conducir, y condujeron naturalmente al escepticismo a los espíritus en una sociedad predispuesta a prescindir de la verdad y de la virtud. Los sofistas se paseaban por las calles de la ciudad, seguidos de numerosa y brillante juventud, ávida de escuchar sus pomposos discursos, y más todavía de escuchar y aplaudir sus máximas morales, las cuales se hallaban muy en armonía con los gustos y costumbres de la sociedad ateniense por aquel tiempo.

Para Platón, el nombre de sofista venía representando para todos los escritores y a través de todas las edades y escuelas filosóficas, inmoralidad sistemática, carácter venal, charlatanismo filosófico, dialéctica y teorías falaces, además de presentarlos como corruptores de las costumbres públicas y privadas. «Detrás de ellos, añade Platón, marchaba un tropel de gente, cuya mayor parte eran extranjeros que Protágoras lleva siempre consigo, y que, cual otro Orfeo, arrastra con el encanto de su voz a su paso por las ciudades. Las doctrinas morales y religiosas de los sofistas correspondían a sus ideas escépticas y ateístas. La base de su moral era, no la idea de lo justo y de lo bueno, sino lo útil y agradable. De aquí es que subordinaban la moral a la política en vez de fundar ésta sobre aquélla. Cicerón atribuye a los sofistas en general, la idea que todo lo que existe es resultado del acaso, y que las cosas humanas nada tienen que ver con una providencia divina. Platón en sus obras, y principalmente en el diálogo Thaetetes, nos representa a los sofistas negando la distinción entre la virtud y el vicio, como enemigos de la moralidad, y como los corruptores de las costumbres públicas y privadas.

Corrientes de pensamiento presocráticas: la transición del “objeto” al “sujeto”

Lo que distingue y caracteriza el periodo presocrático de la Filosofía griega, es el predominio de la idea cosmológica (no tanto en sentido estricto, sino amplio, viendo la realidad y el mudo como un “cosmos”, es decir, como un todo interrelacionado, bien ordenado, equilibrado, con un principio esencial como denominador común de todo lo existente, regido por unas leyes internas no siempre fáciles de percibir). La creciente racionalización de la realidad experimentada por el pensamiento griego llegó a concebir el mundo como un "cosmos", que significa "orden, belleza, armonía". De tal manera que el mundo entero, el universo, podía concebirse como algo bello y ordenado, en el que cada cosa ocupa un lugar determinado y en el que todos los elementos constituyen un todo coordinado y organizado. El origen, formación y constitución del mundo, constituyen el objeto preferente de indagación y casi exclusivo de todas las escuelas filosóficas que en él aparecen. Las escuelas anteriores se habían ocupado casi exclusivamente del mundo, del Universo, de la realidad externa, dejando escapar apenas alguna que otra idea en orden al modo, posibilidades y condiciones del conocimiento. La escuela jónica y sus derivaciones, la pitagórica, lo mismo que la eleática, concentran toda su atención sobre el mundo objetivo; el mundo subjetivo, considerado como elemento y principio de la especulación filosófica, apenas llama su atención. Hemos visto que los filósofos presocráticos se habían ocupado preferentemente del estudio de la naturaleza, es decir de la investigación acerca del principio último de la realidad, del "arjé". Los sofistas, aunque contemporáneos prácticamente de los pluralistas, desplazarán su centro de interés hacia el estudio del hombre y de la sociedad, y de todo lo relacionado con ellos.

Su escepticismo. Los primeros filósofos griegos se habían ocupado principalmente del objeto y habían tratado de determinar el principio último de todas las cosas. Sucesivas hipótesis que propusieron acabaron por producir cierto escepticismo respecto a la posibilidad de lograr un conocimiento seguro de la naturaleza última del mundo, una cierta actitud escéptica respecto a la validez de la percepción sensible. Si el ser es estático y la percepción del movimiento ilusoria, o si, por otra parte, todo está cambiando sin cesar y no hay ningún principio real de estabilidad, nuestra percepción sensible no merece crédito alguno y, con ello, se socavan las bases mismas del saber cosmológico. Eso provocó un cierto estancamiento en la actividad indagatoria.

El paso del “objeto” al “sujeto”. Si se quería progresar de veras, estaba haciendo falta volver los ojos hacia el sujeto como tema de meditación. El volverse de la consideración del objeto a la del sujeto, cambio de enfoque que hizo que el progreso fuese posible, tuvo lugar por primera vez con los sofistas, y fue en gran parte una consecuencia del fracaso de la antigua filosofía griega. Además del escepticismo subsiguiente a la primera filosofía griega, otro factor contribuyó a dirigir la atención hacia el sujeto: la creciente reflexión sobre el fenómeno de la civilización y la cultura, reflexión facilitada sobre todo por las amplias relaciones que tenían los griegos con otros pueblos. Así pues, la sofística se diferenció de la anterior filosofía griega por el objeto del que se ocupaba, a saber, el hombre, su civilización y sus costumbres: trataba del microcosmos más bien que del macrocosmos. El hombre empezaba a adquirir conciencia de sí.

Con los sofistas se modifica este estado de cosas. Los sofistas inician un movimiento de reversión del objeto al sujeto. El pensamiento, que hasta entonces sólo se había ocupado del mundo externo (objeto), se repliega sobre sí mismo, y comienza a fijar su mirada en el mundo interno (sujeto). Los sofistas, después de atacar y demoler los sistemas “cosmológicos” interpretativos de la realidad propios de la Filosofía coetánea, oponiendo los unos a los otros, plantearon el problema crítico, dirigiendo su atención hacia el individuo, empezando a fijar su atención y examinar las condiciones y posibilidades del conocimiento humano, si bien es cierto que no supieron darle solución acertada. Con la sofística el elemento subjetivo recibe carta de naturaleza en la especulación filosófica, y toma asiento en la historia de la Filosofía al lado del elemento objetivo. La indagación filosófica, que hasta entonces había sido meramente objetiva, comienza a fijarse en el sujeto cognoscente en cuanto cognoscente; se plantean, discuten y resuelven con mayor o menor acierto las cuestiones que se refieren al valor y legitimidad de los sentidos y de la razón como facultades de conocimiento, a los límites de la ciencia, a las condiciones de la certeza científica; en una palabra: el problema crítico queda iniciado, ya que no planteado en su verdadero terreno, ni discutido en relación con su importancia y en sus diferentes aspectos, ni resuelto de una manera profunda y verdaderamente filosófica. Los sofistas prepararon el terreno que había de cultivar Sócrates, y representan la transición del periodo “cosmológico” al periodo “psicológico o antropológico”, iniciado por Sócrates, desenvuelto y perfeccionado por las escuelas y filósofos que constituyen el movimiento socrático.

Contexto social, político y educativo

Desde la mitad del siglo V hasta fines del IV, Atenas se convierte en el centro de la cultura griega. La victoria contra los persas abre el período más florido de la potencia ateniense. Los cambios sociales que tienen lugar en Atenas a lo largo del siglo V y que la llevarán a ejercer la hegemonía cultural y política en el mundo griego, bastarían para explicar el desarrollo de la sofística, así como el papel de los sofistas como personajes "ilustrados", poseedores de un saber útil que transmitirán a los atenienses. La ordenación democrática hacía posible la participación de los ciudadanos en la vida política y hacía preciosas las dotes oratorias que permiten obtener el éxito. Los sofistas vinieron a satisfacer la necesidad de una cultura adaptada a la educación política de las clases dirigentes.

La palabra “sofista” no tiene ningún significado filosófico determinado. Originariamente significó solamente “sabio” y se empleaba para indicar así a cuantos se distinguían en cualquier actividad teorética o práctica. Eran “sofistas” los que hacían profesión de sabiduría y la enseñaban a los demás mediante remuneración. Los sofistas influyeron en realidad potentemente sobre el curso de la investigación filosófica, pero esto aconteció de manera por completo independiente de su intención, que no era teorética, sino sólo práctico-educativa. Ellos se consideran "sabios" en el sentido antiguo y tradicional del término: es decir, en el sentido de hacer a los hombres hábiles en sus tareas, aptos para vivir juntos, capaces de salir airosos en las competiciones civiles. Verdad es que, en este aspecto, no todos los sofistas manifiestan, en su personalidad, las mismas características. Protágoras reivindicaba para los sabios y para los buenos oradores la tarea de guiar y aconsejar lo mejor a las mismas comunidades humanas. Otros sofistas ponían su obra expresamente al servicio de los más poderosos o de los más astutos. En todo caso, el interés de los sofistas se limitaba a la esfera de las actividades humanas y la misma filosofía era considerada por ellos como un instrumento para moverse sagazmente en dicha esfera.

Los sofistas no pueden relacionarse con las investigaciones especulativas de los filósofos jonios, sino con la tradición educativa de los poetas los cuales dirigieron su reflexión hacia el hombre, hacia la virtud y hacia su destino y sacaron de tales reflexiones consejos y enseñanzas. Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor formativo del saber y elaboraron el concepto de “cultura” (παιδεία), que no es suma de nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino formación del hombre en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un ambiente social. Los sofistas fueron, pues, maestros de cultura. Pero la cultura que constituía el objeto de su enseñanza era la que resultaba útil a la clase dirigente de las ciudades en que impartían su magisterio: por eso era pagada. Para que su enseñanza fuese no sólo permitida, sino buscada y recompensada, los sofistas debían inspirarla en los valores propios de las comunidades en donde la exponían, eludiendo críticas e investigaciones que chocaran con tales valores. Precisamente por esta situación, podían darse cuenta muy bien de la diversidad o heterogeneidad de tales valores.  Los sofistas podían ver que, de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, muchos de los valores sobre los que se afianza la vida del hombre, experimentan variaciones radicales y resultan inconmensurables entre sí. La naturaleza relativista de sus tesis teóricas no es más que la expresión de una condición fundamental de su enseñanza.

Educación para la participación política. En Grecia, después de las guerras contra los persas, se intensificó naturalmente la vida política, y esto ocurrió más que en ningún otro sitio en la democrática Atenas. El ciudadano libre podía tener siempre alguna participación en la vida política, y si quería desenvolverse en ella de un modo provechoso y digno necesitaba, claro está, poseer cierta cultura. La educación antigua era ya insuficiente para quien deseara abrirse camino hacia los cargos públicos; los viejos ideales aristocráticos, fuesen o no superiores de suyo a los ideales nuevos, eran incapaces de satisfacer la demanda de dirigentes impuesta por el auge de la democracia: era preciso algo más, y a cubrir tal necesidad acudieron los sofistas. Dice Plutarco que éstos sustituyeron la antigua educación de tipo práctico -basada casi toda ella en la tradición familiar, las relaciones con políticos eminentes, y el entrenamiento consistente en ir participando en los asuntos públicos- por un aprendizaje teórico. Lo que ahora se requería era seguir unos cursos de enseñanza, y los sofistas los daban en las ciudades. Eran profesores itinerantes, que iban de ciudad en ciudad, con lo que reunían un valioso caudal de noticias y experiencias; y su programa de enseñanzas era bastante variado: gramática, interpretación de los poetas, filosofía de los mitos y de la religión, y varias otras cosas más. El objeto de la enseñanza sofística se limitaba a disciplinas formales, como la retórica o la gramática, o a diversas nociones brillantes pero carentes de solidez científica, que podían ser de utilidad para la carrera de un abogado o de un hombre político. Pero sobre todo profesaban la enseñanza del arte retórica, que era absolutamente imprescindible para la vida política.

En la ciudad-estado griega, y en Atenas más que en las restantes, era imposible abrirse camino como hombre público si no se sabía hablar con elocuencia. Los sofistas hacían profesión de enseñar el arte de la palabra, de instruir y entrenar en la "virtud" política por excelencia, en la "virtud" de la nueva aristocracia del talento y la habilidad. Su creación fundamental fue la retórica, o sea, el arte de persuadir, independientemente de la validez de las razones aducidas. Los sofistas afirmaban la independencia y omnipotencia de la retórica: la independencia de todo valor absoluto cognoscitivo o moral; la omnipotencia respecto a todo fin que alcanzar. Otro aspecto de la sofística era la erística, es decir, el arte de vencer en las discusiones refutando las afirmaciones del adversario sin considerar su verdad ni su falsedad. Uno de los lugares comunes de la erística es que no se puede indagar ni lo que se sabe ni lo que no se sabe: porque es inútil indagar sobre lo que se sabe y es imposible investigar si no se sabe qué investigar. La erística fue ciertamente la actividad más inferior de los sofistas y la que más contribuyó a desacreditarlos. No obstante, en cierto modo, formaba parte de su bagaje; ya que cuando se niega todo criterio objetivo de investigación y se reconoce la omnipotencia de la palabra, se da cabida a la posibilidad de usar la palabra como puro instrumento de batalla verbal o como simple ejercicio de pericia polémica.

Ni que decir tiene que en esto no había, de suyo, nada malo, pero la obvia consecuencia de que el arte de la retórica podría emplearse en poner en circulación un concepto de la política no precisamente desinteresado o que fuese, en definitiva, perjudicial para la ciudad o forjado tan sólo para favorecer en su carrera al político, contribuyó a dar a los sofistas mala reputación. Tal era lo que sucedía especialmente con su enseñanza de la erística. Si alguien quería enriquecerse bajo el régimen de la democracia griega, tenía que hacerlo principalmente por medio de litigios judiciales, y los sofistas se dedicaban a enseñar el mejor modo de ganarlos. Pero claro está que ello era fácil que equivaliese, en la práctica, al arte de enseñar a los hombres cómo conseguir que la causa injusta pareciese justa. Semejante proceder difería mucho, evidentemente, de la actitud de afanosa búsqueda de la verdad que había caracterizado a los antiguos filósofos, y por aquí se explica el trato que recibieron los sofistas en manos de Platón.

Los sofistas realizaban su tarea culturizante por medio de la educación de los jóvenes y dando lecciones públicas en las ciudades; mas, como eran profesores que iban de población en población y hombres de gran experiencia y que representaban, a pesar de todo, una reacción un tanto escéptica y superficial, vino a ser corriente la idea de que, reuniendo a los jóvenes, se los arrebataban a las familias y desprestigiaban ante ellos los criterios tradicionales hasta dar al traste con el código de las costumbres y con las creencias religiosas. Por tal motivo, los partidarios incondicionales de la tradición miraban a los sofistas con malos ojos, mientras que los jóvenes se declaraban de parte de ellos con todo entusiasmo. Pero lo que más atrajo la atención fueron sus tendencias escépticas, sobre todo porque no ponían nada realmente nuevo ni sólido en lugar de las viejas convicciones que procuraban echar abajo. A esto podría añadirse el detalle de que exigían una remuneración, un salario, por las enseñanzas que impartían. Esta práctica, aunque legítima de suyo, difería de la que distinguió a los filósofos antiguos y desentonaba de la opinión griega respecto a "lo conveniente". A Platón le parecía abominable, y Jenofonte sostiene que "los sofistas no hablan ni escriben sino para engañar, por enriquecerse, y no son útiles para nadie".

Preferencias temáticas. Temas preferidos por ellos eran la oposición entre la naturaleza (φισιξ) y la ley (νόμοξ). Las leyes no son una cosa seria porque carecen de uniformidad y de estabilidad y los mismos que las hacen, a veces las suprimen. Las verdaderas leyes son las que prescribe la naturaleza y que, aun sin estar escritas, "son válidas en todo país y del mismo modo". Esta antítesis entre la ley y la naturaleza se convierte en el tema preferido de la generación más joven de sofistas que, a veces, la emplea para defender una ética aristocrática e incluso para tejer un elogio de la injusticia. Es verdad que los sofistas, mostrando la relatividad de los valores que rigen la convivencia humana y negándose a proceder a la investigación de los valores absolutos y universales, llegaron a ver en las leyes nada más que convenciones humanas más o menos útiles, pero indignas de un reconocimiento obligatorio. El sofista Antifonte afirmaba que todas las leyes son meramente convencionales y, por lo tanto, contrarias a la naturaleza y que el mejor modo de vivir es el de seguir a la naturaleza, esto es, pensar en la propia utilidad, guardando un respeto puramente aparente o formal a las leyes de los hombres. Sostienen que la ley natural es la ley del más fuerte y que las leyes que los hombres hacen valer en su convivencia son puras convenciones arbitrarias, encaminadas a impedir a los más fuertes que prevalga su derecho natural. Según naturaleza, es justicia que el fuerte domine al más débil y siga en cualquier circunstancia, sin freno, el propio talante.

Método. La sofística se diferenció también de la filosofía griega precedente en cuanto al método. Aunque el método de la vieja filosofía no excluyó en modo alguno la observación empírica, sin embargo, era característicamente deductivo: una vez que el filósofo había establecido su principio general del mundo, su último principio constitutivo, no le quedaba otra cosa por hacer sino explicar conforme a aquella teoría los fenómenos concretos. En cambio, los sofistas procuraban reunir primero un gran acervo de observaciones sobre hechos particulares: eran enciclopedistas, polymathai; luego, de aquellos datos que habían acumulado, sacaban conclusiones, en parte teóricas y en parte prácticas. Así, del arsenal de datos que lograran reunir acerca de las diferencias entre las opiniones y las creencias, podían sacar la conclusión de que es imposible saber nada con certeza; o a base de sus conocimientos de distintas naciones y maneras de vivir podían formar una teoría sobre el origen de la civilización o los inicios del lenguaje; o podían sacar también conclusiones de orden práctico, por ejemplo, la de que la sociedad estaría mejor si se organizase de esta o de la otra manera. El método de la sofística fue, por lo tanto, "empírico inductivo".  Se debe tener presente, con todo, que las conclusiones prácticas de los sofistas no pretendían establecer normas objetivas, basadas en una verdad necesaria. Y esto señala otra diferencia entre la sofística y la filosofía griega precedente, a saber, sus diversas finalidades. La vieja filosofía buscaba la verdad objetiva: los cosmólogos querían descubrir, en efecto, la verdad objetiva acerca del mundo, eran ante todo desinteresados buscadores de la verdad. A los sofistas, por su parte, no era la verdad objetiva lo que les interesaba principalmente: sus fines eran prácticos y no especulativos. Por eso, los sofistas se convirtieron en instrumentos de la instrucción y de la educación en las ciudades griegas, y trataron de enseñar el arte de vivir y de gobernar.

Entre los caracteres generales de la Filosofía durante el periodo presocrático, figura también la obscuridad de expresión y la consiguiente obscuridad de conceptos. También bajo este punto de vista, los sofistas representan un progreso, en atención a que expusieron sus conceptos en prosa y en términos claros y precisos. La sofística perjudicó a la Filosofía, haciéndola perder su profundidad y atacando todas sus verdades; contribuyó, sin embargo, a generalizar los conocimientos científicos, y a difundir las ideas filosóficas en todas las clases sociales.

Reputación social

Por lo dicho, queda claro que la sofística no se hizo acreedora de una condena radical. Los sofistas más antiguos se granjearon general respeto y estimación, y, como los historiadores lo han puesto de relieve, no era raro que se les escogiera como "embajadores" de sus respectivas ciudades, cosa difícilmente compatible con que fuesen o se les tuviese por meros charlatanes. Volviendo la atención de los pensadores hacia el hombre mismo, hacia el sujeto pensante y volente, sirvió de transición a la fase de las cimeras elucubraciones de Platón y Aristóteles. Proporcionando un método de educación y de instrucción, desempeñó un papel necesario en la vida política de Grecia y, a la vez, sus tendencias panhelenísticas fueron un factor que ciertamente sale en defensa de su crédito. Hasta sus mismas propensiones al escepticismo y al relativismo, que eran, después de todo, consecuencias en gran parte del fracaso de la antigua filosofía y también de una mayor experiencia de la vida humana, contribuyeron por lo menos a que se plantearan nuevos problemas, aunque la sofística fuese, de por sí, incapaz de darles solución. Tuvieron también una importante influencia sobre el drama griego.

Sólo más tarde adquirió el término "sofista" una acepción peyorativa, como en las obras de Platón; y en tiempos posteriores parece que recuperó un sentido honroso, pues se designó con él a los maestros de retórica y a los prosistas del Imperio sin que comportase ya el sentido de enredoso y engañador. Fue principalmente por su oposición a Sócrates y a Platón por lo que los sofistas se ganaron una reputación tan mala que ese vocablo significa ahora, corrientemente, o bien que alguna verdad es refutada o puesta en duda mediante falsos razonamientos, o bien que se prueba y se hace plausible algo que es falso. Por otra parte, el relativismo de los sofistas, su mucha insistencia en la erística, su falta de normas fijas, su aceptación de emolumentos y las extravagantes tendencias que mostraron algunos de los sofistas más tardíos a sutilizar sin fin, justifican bastante el sentido peyorativo del término. Para Platón, no son sino "comerciantes que trafican con mercancías espirituales". Y Aristóteles afirmó que la sofística era una sabiduría aparente. Tengamos presente, no obstante, que Platón tendía a recalcar lo malo de los sofistas, en gran parte para que se advirtiese la gran ventaja que les llevaba Sócrates, quien había desarrollado todo lo bueno que había en la Sofística y lo había elevado a un nivel mucho más alto que el alcanzado por los sofistas.

Como conclusión, conviene advertir que no hay motivos para achacar a los grandes sofistas la intención de dar al traste con la religión y la moral. De hecho, los grandes sofistas ayudaron a que se concibiese una "ley natural" y tendieron a ampliar las miras del ciudadano griego corriente; fueron, en la Hélade, una fuerza educadora. Al mismo tiempo, no deja de ser verdad que, "de acuerdo con Protágoras, toda opinión es verdadera, en algún sentido, y toda opinión es falsa. Esta propensión a negarle a la verdad el carácter de objetividad absoluta lleva fácilmente a la consecuencia de que, en vez de tratar de convencer a alguien, el sofista procurará persuadirle o discutir con él.

Los grandes sofistas, como hemos dicho, fueron en la Hélade una fuerza educadora; pero uno de los factores principales de la educación griega, desarrollado por ellos, fue el de la retórica, y la retórica entrañaba evidentes peligros, en cuanto que el orador podía tender a dar más importancia a la presentación de un asunto que al asunto mismo. Además, poniendo en cuestión lo absoluto de los fundamentos de las instituciones tradicionales, las creencias y las costumbres, la sofística fomentaba cierta actitud relativista, aunque su mal más profundo no consistía tanto en el hecho de que plantease problemas, cuanto en el de que no podía ofrecer ninguna solución de los mismos que satisficiese al entendimiento. Contra este relativismo reaccionaron Sócrates y Platón, esforzándose por sentar con firmeza las bases del conocimiento verdadero y de los juicios éticos.

Fuente: ABBAGNANO Historia de la filosofía + COPLESTON Historia de la filosofía + otros

Ver también:

Antiguos y nuevos sofistas

Los modernos «sofistas»


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