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Relaciones humanas: construcción de las primeras relaciones

La importancia de las relaciones tempranas y su impacto en la maduración cerebral y la regulación emocional

  • Los niños nacen con varios sistemas biológicos innatos: el apego y la defensa, ambos vitales para la supervivencia del bebé. La madre es fundamental durante los dos primeros años de vida para regular y cuidar al niño tanto a nivel físico como emocional.
  • Las relaciones que establecemos con nuestras figuras de apego nos ayudan a entender cómo vemos el mundo, cómo vivimos los conflictos y cómo nos relacionamos con los demás.

Las circunstancias en las que somos concebidos, gestados, paridos, nutridos y criados conforman los patrones básicos de nuestra manera de ser, de nuestro sistema de creencias implícitas y de nuestro guión de vida.

El lugar que ocupamos en la red de las vidas de los demás es lo que nos define. (Ken Liu)

Como cualquier otro ser vivo, nuestra finalidad es sobrevivir. Los seres humanos somos seres “necesitados”, nacemos indefensos, frágiles y vulnerables, necesitamos de los otros para sobrevivir.  Nacemos con esquemas biológicos innatos que son necesarios para la supervivencia: el sistema de defensa (miedo) y el sistema de apego. Durante el período de gestación, nuestra vida física, emocional y mental depende absolutamente de nuestra madre. Lo que nos ocurre durante los nueve meses que van de la concepción al nacimiento moldea y conforma nuestra personalidad. Los estudios indican cómo en esos nueve primeros meses el niño va aprendiendo cosas que lo marcan para toda la vida. Tras nuestro nacimiento el cuidado, atención y apoyo de los otros continúa siendo una necesidad que no podemos eludir.  Esa necesidad es satisfecha fundamentalmente a través de las conductas de “apego”. El "apego" es una conducta que desarrolla el bebé en relación con los padres o cuidadores. Constituye una necesidad básica cuya finalidad última es asegurar nuestra supervivencia. Una necesidad que bajo distintas formas perdura a lo largo de toda la vida. El pequeño tiene una necesidad natural de protección corporal y afecto para sentirse seguro. El "apego" en la infancia es un vínculo fundamental para sobrevivir física y emocionalmente. Contribuye a la supervivencia física y psíquica del sujeto, generando seguridad y facilitando la exploración y el conocimiento del mundo. El afecto constituye un alimento básico que anonada a los niños que se ven privados de él. La falta de afecto desespera y mata el sentido que ha de tener la vida. La persona que se encuentra en tales circunstancias, dado que no cuenta con ninguno otro que le proporcione el necesario afecto, se desarrolla centrándose en sí misma. El estudio del apego, de las relaciones entre padres e hijos y en general de los vínculos humanos, nos arroja una gran luz sobre cómo llegamos a ser quiénes somos. Su estudio nos ayuda a comprender por qué esta relación es tan importante y clave para un desarrollo sano y equilibrado y para nuestra futura salud mental. La calidad de nuestras primeras relaciones marcará el rumbo de nuestra orientación en la vida. Nos ayuda a comprender también cómo las experiencias vividas a lo largo del ciclo vital y, particularmente, durante la infancia y adolescencia, influyen sobre nuestro funcionamiento psíquico posterior.

A lo largo de nuestro ciclo vital las relaciones humanas son un baluarte fundamental. A lo largo de nuestra vida establecemos muchas relaciones y a distinto nivel con otras personas. Unas son relaciones cotidianas normales, otras quizás a un nivel más profundo.  Mantener unas buenas relaciones y duraderas en el tiempo no siempre es fácil. Pero las relaciones humanas son un arma de doble filo: en general contribuyen a nuestro desarrollo positivo, sin embargo, en ocasiones se deterioran e incluso se pueden convertir en tóxicas y dañinas. Durante la infancia de los seres humanos la prioridad será mantener el vínculo de apego a cualquier precio. Si éste se rompe, el niño tendrá que desarrollar estrategias (la mayoría de las veces inconscientes) para encontrar un equilibrio que le permita regularse emocionalmente en relación a los cuidadores. Otras veces puede ocurrir que tengamos que pasar por situaciones o experiencias que nos desbordan, que no podemos llegar a digerir, que nos abruman tanto que se convierten en traumáticas, hasta tal punto que rompen nuestro equilibrio psicológico. Existen una gran variedad de causas naturales unas, sociales otras, que pueden llevarnos a tal situación. Sin embargo, son las quiebras en nuestro mundo afectivo las que psíquicamente más nos impactan y afectan. La pérdida de personas queridas, el maltrato, la negligencia, el abandono son las heridas que más perduran. El abandono de nuestra pareja, de nuestros padres en la infancia o incluso la marginación o estigmatización en la propia sociedad, generan una herida que no se ve, pero que está ahí y que uno siente profundamente cada día. En la infancia la falta de atención, de interés, de cuidado, de protección o de cariño por parte de los padres o cuidadores hace que el niño se sienta abandonado y solo. Y todo ello, todo lo que vivimos, queda registrado en nuestro organismo, en nuestra memoria corporal. El cuerpo tiene memoria, lo recuerda,  y nunca miente.  A pesar de todo esas relaciones desgarradoramente dañadas, deterioradas o rotas siempre pueden ser reparadas.

1. El papel de las relaciones humanas

Las relaciones se ubican en el centro de la experiencia humana. Las relaciones humanas nos van conformando profundamente. Nuestras relaciones cercanas dan forma a los contornos de nuestra vida: nos aportan una alegría inmensa o nos abocan a la tristeza, nos pueden potenciar o nos pueden dañar. Cuando somos pequeños, nos mantienen vivos, de adultos nos sostienen y nos ayudan a seguir adelante en la vida. Nos preocupa perderlas... Cuando son dolorosas, nos consumen. Su importancia es capital para el desarrollo humano. Sin embargo, las relaciones humanas son un arma de doble filo: hay relaciones que nos hieren y duelen, otras nos benefician, ayudan y curan. Las pérdidas, traiciones y desengaños pueden sumirnos en profundas emociones. La forma en que las gestionamos condiciona nuestro carácter. Ellas orientan nuestras relaciones de pareja y nuestro parentaje. Ellas estructuran, en suma, las historias que constituyen nuestra vida.

Nuestras relaciones nos constituyen. Y dentro de ellas las relaciones interpersonales, las relaciones con el otro, son claves: ponen contenido y sentido a nuestra vida, nos dan motivos para vivir. Toda la vida real es una sucesión de encuentros. Hay encuentros y encuentros. «Muchas personas pasan por nuestra vida, pero sólo muy pocas llegan a ocupar un gran lugar en nuestro corazón.» Hay encuentros que acaban siendo intrascendentes, otros, sin embargo, nos marcan y pueden resultar cruciales. Hay relaciones y encuentros que dejaron huella… produjeron un impacto profundo en nuestras emociones y vivencias.

En las relaciones personales hay dos factores relevantes. Son el resultado del “contacto” que mantenemos con las personas y también de la “distancia” a la que nos situamos de ellas (ver aquí). El “contacto” puede tener diversa “calidad” y producirse a muy distintos niveles de superficialidad o profundidad. En las relaciones interpersonales la “distancia” es un factor muy importante y puede manifestarse de forma física, emocional, anímica o espiritual. El equilibrio en esos dos vectores resulta crucial. El secreto de una buena “distancia” consiste en conocer cuál debe ser la distancia adecuada en cada momento y observarla: ni tan lejos que la relación se enfríe, ni tan cerca que se pinche. Esa distancia es un factor dinámico y va cambiando a lo largo de la relación. Saber cuándo conviene acercarse y cuándo corresponde alejarse. Muchas amistades pueden deteriorarse por falta de esa sensibilidad, de este saber cuándo estar cerca y cuándo conviene estar lejos. En nuestras propias vidas y en las de otras personas podemos ver cómo este sentido de la “distancia” puede ayudar a fomentar y construir una relación auténtica o puede poner en peligro la amistad, si no tenemos la delicadeza de observarla y practicarla.

2. La dimensión emocional de nuestras relaciones

Interrelación cerebro, cuerpo, mente: percepciones, emociones y conductas. Existe una relación estrecha entre estas tres instancias. Existe una imbricación íntima entre nuestro cuerpo y nuestro cerebro y ello influye en nuestra mente. Cómo se siente nuestro cuerpo condiciona el funcionamiento de nuestro cerebro, éste a su vez influye en nuestra mente y nuestros “estados mentales” determinan nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás. El cerebro de todos los seres vivos ha ido desarrollando estructuras y funciones aptos para asegurarnos la supervivencia. La meta humana primaria es la supervivencia. Poseemos áreas cerebrales que regulan la alimentación, la reproducción, el miedo… Todo está orientado a esa finalidad fundamental. La tarea primordial de la mente es asegurar la supervivencia del individuo, y ello lo hace originariamente a través de la guía de las “emociones”. Los pensamientos son engendrados por las emociones. Las emociones son más básicas y primitivas que los procesos mentales y tienen la función de informar al organismo de cada situación concreta (bueno o malo, atracción o huida, agradable o desagradable, acercamiento o evitación, miedo o valentía... La “razón” es la herramienta que la mente utiliza para lograr sus fines emocionales.

Veamos someramente cómo se desarrolla ese proceso. El cerebro está preparado para procesar la información que le llega del entorno. Esa información procedente del medio externo o interno los seres humanos la procesamos a dos niveles: a nivel cognitivo, a través de la percepción, el pensamiento y la acción, y a nivel emocional. La cognición nos permite percatarnos de las condiciones del medio y crear las estrategias adecuadas para adaptarnos a él y no sucumbir. La emoción es la disposición que sentimos hacia algo que se evalúa como bueno o malo y a partir de dicha evaluación se genera un comportamiento de acercamiento o evitación hacia dicho objeto o evento. La información que ha sido aprehendida se almacena en el  cerebro con una valencia emocional positiva o negativa. La emoción es el resultado de la valoración subjetiva de determinados estímulos que nos llegan del medio interno o externo y esa valoración subjetiva se expresa somáticamente. Las emociones van a regular gran parte de nuestros pensamientos y nuestros comportamientos. Las emociones son inconscientes, no podemos controlar su aparición, lo cual va a hacer que dominen de forma involuntaria gran parte de nuestra mente y nuestro cuerpo. La “emoción” es lo que hace que actuemos o no en función de ciertos estímulos que sintamos como positivos o negativos y que no podemos controlar voluntariamente. La emocines surgen de forma espontánea en función de los diferentes estímulos que nos llegan  y están mediadas por nuestros pensamientos. Las emociones son vitales para la supervivencia y están presentes en todas nuestras decisiones y conductas como el amor, el miedo o la huida, la búsqueda de pareja o la crianza de los hijos. Reflejan los estados de nuestro organismo e informan del bienestar o malestar que producen en nosotros ya sea en relación con nuestro mundo interno o externo. Nos permiten evaluar, de forma consciente o inconsciente, las oportunidades y los riesgos que nos rodean en relación con nosotros mismos y con los demás. Las emociones ayudan a modelar el pensamiento y a decidir qué acciones debemos tomar. A lo largo de la vida podemos pasar por experiencias que pueden provocar en nosotros emociones intensas. Hay circunstancias que pueden tener un gran impacto emocional. Las rupturas afectivas, por ejemplo, pueden conllevar la aparición de emociones inconscientes como son el miedo, la rabia, la culpa o la vergüenza. Un sentimiento puede crear miles de pensamientos durante un largo período de tiempo. Pensemos,  por ejemplo, en un recuerdo especialmente doloroso, una pena o angustia terrible que hemos vivido en nuestra intimidad. Observemos la cantidad de pensamientos que se han generado asociados a ese simple suceso a través de los años. Para comprender, pues, cómo hemos llegado a ser como somos en la actualidad es importante referirse a las relaciones mantenidas en nuestros primeros años de vida, cómo eran nuestras relaciones con las personas que estuvieron a nuestro alrededor en esos primeros años de vida y qué emociones producían esas relaciones en nosotros. El tipo de relaciones que mantuvimos con nuestros cuidadores en nuestros primeros años de vida son cruciales para comprender la orientación de nuestra psique ante la vida.

3. La relación primordial

Nuestros bebés, como todos los mamíferos, nacen totalmente indefensos y sin posibilidad de supervivencia si no cuentan con la presencia y el cuidado de sus padres o cuidadores. Por ello necesitan, durante muchos años, la protección de figuras de apego que los alimenten y los cuiden hasta que puedan valerse por sí mismos, vinculada al mantenimiento de una relación física y emocional con sus cuidadores. El análisis de la relación madre-niño constituye el centro focal para la comprensión de la constitución y orientación del psiquismo humano. La conexión entre madre e hijo, el llamado vínculo primario, comienza ya durante el período de la gestación. Ahí es donde empieza todo. La vida intrauterina constituye nuestra verdadera escuela primaria. El feto percibe, siente, reacciona. El niño intrauterino es un ser humano consciente que reacciona y tiene una activa vida emocional relacionada con su madre. El nacimiento, supone encontrarse con un mundo nuevo. El bebé se agarra literalmente a su madre; ella es su gran apoyo. Su existencia en este mundo tan hostil en el que ha nacido, con ruidos, frío, calor, luces, gente moviéndose a su alrededor, etc. es sentida como potencialmente amenazante, por eso el niño busca refugio en su madre; se confía a ella; y ésta si es una buena madre se entrega al niño, con cariño absoluto, con atención y dedicación total, cuando la necesita.

Venimos al mundo equipados y programados con una serie de reflejos innatos necesarios para nuestra supervivencia. Todos nacemos con esquemas biológicos innatos que son necesarios para nuestra supervivencia: el sistema de defensa (miedo) y el sistema de apego. El bebé no tiene todavía la capacidad para cuidarse y calmarse a sí mismo debido a la falta de maduración neurológica que le caracteriza al nacer. Las estructuras cerebrales vienen preparadas para percibir el mundo interno o externo como potencialmente seguro o potencialmente peligroso en función de las respuestas que ha percibido en su vida intrauterina. El bebé no es consciente de lo que le pasa ni de lo que necesita; y no puede hacer gran cosa por satisfacer sus necesidades. Necesita de la atención y el cuidado de su madre.

La principal fuente de dichos mensajes conformadores es la madre del niño. Todo lo que la madre siente y piensa al estar embarazada se lo transmite a su hijo. Puede sentir y reaccionar no sólo ante emociones amplias e indiferenciadas, como el amor y el odio, sino también ante complejos estados afectivos más matizados, como la ambivalencia y la ambigüedad. Las actitudes y los sentimientos maternales dejan una marca en la personalidad del niño todavía por nacer. El individuo tiende a reaccionar de una manera u otra en función de si percibe el mundo como potencialmente seguro o peligroso. Lo que un niño siente y percibe, incluso ya antes de nacer, comenzará a modelarlo e influirá en sus actitudes y expectativas de sí mismo y así va creando su concepto de sí mismo. Se ha investigado cómo el sistema nervioso y el perfil bioquímico del recién nacido están conformados por el estado mental de la madre durante el embarazo. Si finalmente se ve a sí mismo y, por ende, actúa como una persona feliz o triste, agresiva o dócil, segura o cargada de ansiedad, depende en parte de los mensajes que recibe acerca de sí mismo mientras está en el útero. Esto no significa que toda preocupación, duda o ansiedad fugaces que una mujer experimenta repercutan sobre su hijo. Lo importante son los patrones de sentimiento profundos y constantes que se van estableciendo, el sentimiento que se va instalando en el hijo a partir de los mensajes recibidos de su madre.  

Nuestro cuerpo va grabando, sin nosotros ser conscientes de ello, todas nuestras vivencias y nuestras células van guardando el sabor agradable o desagradable de las experiencias vividas. Así pues, las circunstancias en las que somos concebidos, gestados, paridos, nutridos y criados conforman los patrones básicos de nuestra manera de ser, de nuestro sistema de creencias implícitas y de nuestro guión de vida.

4. La importancia del vínculo emocional primordial

Los vínculos que establecemos con los otros constituyen el núcleo fundamental en torno al cual gira la vida de una persona. El centro de nuestra vida, de la cuna a la tumba, gira en torno al tipo de apegos que construimos con los otros, a la calidad de los apegos que establecemos. Además de la necesidad de asegurar nuestra supervivencia biológica, la comunicación entre un bebé y su figura de apego es esencialmente de naturaleza emocional. En nuestros primeros años de vida los afectos son el principal «medio de comunicación» que tenemos para comunicarnos con nuestros cuidadores.  Son los vínculos de la primera infancia los que en esencia nos conforman. Desde el principio de nuestra vida, los afectos son el medio y el contenido primordial de comunicación entre madre e hijo. El afecto es un alimento que anonada a los niños que se ven privados de él. Al llegar al mundo el bebé todo lo que sabe hacer es llorar, es su manera particular de comunicar sus necesidades. Y necesita de alguien que esté atento a esas necesidades y sepa responder adecuadamente a su llamada. La mayoría de las madres están atentas a las necesidades de sus bebés y responden de manera acogedora y satisfactoria en cualquier circunstancia, otras, sin embargo, por circunstancias diversas reaccionan de forma ambivalentes y son incapaces de establecer contacto afectivo nutricio con su hijo.

El «apego» es una conducta innata fundamental que tenemos los humanos para sobrevivir física y emocionalmente. Se trata de un vínculo afectivo que se extiende en el tiempo con dos funciones básicas: obtener protección para asegurar nuestra supervivencia, y adquirir seguridad emocional. Su quiebra o deterioro puede acarrear consecuencias nefastas para el sano desarrollo psico-emocional del neonato. A partir de esa relación fundamental el niño va conformando sus representaciones mentales que estructuran su vínculo con el mundo y con los otros. El niño necesita de un cuidador para llegar a ser alguien y reconocerse como tal.  La figura de apego actúa como una base que proporciona al niño la seguridad necesaria para la exploración del mundo físico y social. La capacidad de utilizar a la figura de apego como base de seguridad se mantiene a lo largo de toda la vida.  El psiquismo del bebé se va configurando gracias a las dinámicas sociales con las que empieza a interaccionar. La calidad de la relación madre-hijo, la calidad del vínculo establecido entre ambos, aparece como eje vertebrador del desarrollo bio-psico-emocional y social del nuevo ser humano. El apego es vivido como “seguro” cuando se está seguro de que la otra persona, la figura principal de apego, estará ahí incondicionalmente cuando la necesite, lo que facilita que aparezcan la empatía, la comunicación emocional y hasta el amor entre ambos. La calidad del vínculo, su continuidad, discontinuidad o ruptura tras el nacimiento conlleva consecuencias que se arrastrarán no solamente durante la infancia sino también en el transcurso de su desarrollo, incluida su vida adulta. El tipo de crianza y el afecto desarrollado por los padres pueden tener efectos positivos o negativos de larga duración en la salud mental de sus hijos. La falta de afecto desespera y mata el sentido que ha de tener la vida. En esas circunstancias dado que la persona no cuenta con ninguna otra que le proporcione el necesario afecto, la persona se desarrolla centrándose en sí mismo.

Posibilidades de reparación. La importancia de las relaciones de apego con los cuidadores es, pues, literalmente vital para la supervivencia física y emocional del niño y, si no existen o son defectuosas, los daños perdurarán en el tiempo. En algunos casos, puede haber figuras de sustitución que permitan la resiliencia del niño y posteriormente la adquisición o restablecimiento de un apego seguro. Las relaciones que establecimos de pequeños con nuestras figuras de apego nos ayudan a comprender cómo vemos el mundo, cómo vivimos los conflictos y cómo nos relacionamos con los demás.

Elaboración a partir de materiales diversos

La formación de los primeros vínculos. Allí donde empieza todo

Les experiències primerenques

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