LOS CONTINUADORES DE FREUD
La Vanguardia, Ciencia, 24 septiembre 1989, página C-8
Neri Daurella
Llucià Viloca
Psicoanalistas del Instituto de Psicoanálisis de Barcelona
La influencia de Freud en el pensamiento contemporáneo es muy amplia y abarca
múltiples áreas de la cultura desde el campo más específico de la psicología y
la psiquiatría, pasando por la filosofía, la pedagogía, el arte, la literatura o
el cine, hasta incorporarse como esquema referencial común que se traduce en el
lenguaje cotidiano, en esa “prosa freudiana” en la que hablamos muchas veces sin
saberlo. Por ello se hace difícil acotar el terreno para dar una somera
panorámica de los que podríamos considerar continuadores de Freud.
A partir de 1902, pasados los años de investigación en solitario que le
llevarían a sentar las bases de la teoría y el método psicoanalíticos, la “bella
época heroica”, y tras la publicación de “La interpretación de los sueños”,
empieza a congregarse en torno a Freud un pequeño círculo de “médicos y otras
personas cultas” interesadas en sus descubrimientos, embrión de lo que en 1908
se convertirá en la Asociación Psicoanalítica Internacional (API). Sobre
objetivos que se proponía al fundar esta asociación, dice Freud en su “Historia
del movimiento psicoanalítico”: “Creía necesario dar al núcleo analítico la
forma de una asociación oficial para evitar los abusos que sabía habían de
cometerse a la sombra del psicoanálisis en cuanto éste adquiriese popularidad.
Debía existir entonces una organización revestida de autoridad suficiente para
delimitar el campo de nuestra disciplina y declarar ajenos a ella tales abusos”.
El reciente congreso de la API, celebrado en julio de este año en Roma, se
centró en “El terreno común en psicoanálisis: el proceso clínico y sus objetivos”,
temática que responde a una necesidad lógica en el momento actual del desarrollo
del pensamiento y la investigación psicoanalíticos.
El propio Freud, como buen investigador clínico, fue introduciendo
modificaciones en algunos de sus conceptos a medida que encontraba otros más
adecuados para la comprensión de la vida mental; así se produjo, por ejemplo, la
sustitución de la teoría traumática por el estudio de la transferencia, o la
sustitución de la paralización pulsión sexual-pulsión de conservación por la de
pulsión de vida (que incluye a las dos anteriores)-pulsión de muerte. Pero, al
mismo tiempo, tuvo siempre la preocupación de defender aquellos conceptos
fundamentales cuya vigencia se mantenía y se confirmaba en la experiencia
clínica, y evitar que se diluyeran o distorsionaran gratuitamente sin ser
sustituidos por nada mejor. De ahí la actitud que mantuvo ante los dos primeros
“disidentes” Adler y Jung. Declaró que ambos habían hecho aportaciones valiosas
al psicoanálisis (Adler con el estudio del yo y el reconocimiento de la
importancia del instinto agresivo, Jung con su estudio sobre la utilización de
los impulsos infantiles al servicio de nuestros intereses religiosos y éticos
más elevados), pero les reprochó que hubieran abandonado conceptos fundamentales
como los de inconsciente, represión, resistencia y transferencia, considerando
que eso los situaba fuera del marco del psicoanálisis propiamente dicho.
El año pasado, como introducción al debate del congreso de Roma, el entonces
presidente de la API, R. Vallerstein, norteamericano (al que ha sucedido ahora
en el cargo el británico J. Sandler), publicaba en el “International Journal of
Psicoanálisis” un artículo titulado “One Psicoanálisis or manyí?” en el que se
refería a los avatares propios de la transición gradual que ha experimentado el
psicoanálisis, pasando de ser una estructura teórica unificada que evolucionaba
en torno al corpus intelectual creativo de su genio fundador, Sigmund Freud,
hasta la diversidad teórica actual en la que coexisten la psicología americana
del yo, la escuela kleiniana, la bioniana, la escuela británica de las
relaciones objetales, los lacanianos (con algunos representantes dentro de la
asociación en Europa y América Latina, aunque mayoritariamente están fuera de
ella), y, como nombres significativos actualmente en Estados Unidos, agregaba,
entre otros, los de Mahler y Kohut. Por supuesto, la enumeración de Wallerstein
no es exhaustiva, pero sí nos parece útil tomarla como punto de referencia y dar
alguna información sobre las corrientes mencionadas por él.
La “psicología del yo “ parte básicamente de la obra de la hija de Freud, Anna,
que realizó un análisis sistemático de los mecanismos de defensa, muy
interesante para la clínica, si bien, al poner el acento en el yo y relegar el
estudio de los actos pulsionales, abrió el camino para aproximar el
psicoanálisis a una terapia adaptativa a lo socialmene aceptable, lo cual puede
contribuir a explicar la popularidad alcanzada por este enfoque entre la clase
media americana. El principal representante de esta corriente, Heins Hartmann,
se dedicó sobre todo el el estudio del desarrollo del yo y los problemas de
adaptación. Así como en la obra de Freud la noción central es la de conflicto,
en la de Hartmann lo es la de adaptación.
El aspecto crítico de Freud queda mitigado. Hartmann subraya lo que él llama el
“área libre de conflicto” del yo, en la que incluya la percepción, el lenguaje,
la psicomotricidad y muchas otras funciones. Lamenta que el psicoanálisis haya
cedido a la psicología experimental el estudio de aspectos que constituyen una
parte muy importante del yo, al que considera el órgano específico de la
adaptación, y se aproxima en muchos momentos a postulados cognitivistas.
Relaciones objetales
La escuela británica de las relaciones objetales (en la que podríamos considerar
incluidos a Guntrip, Fairbairn, Winnicott y Balint) abandona también el énfasis
puesto por Freud en lo instintivo y subraya más lo relacional que lo biológico.
Fairbairn sustituye el esquema evolutivo anterior (fases oral, anal, fálica y
genital), referido a partes del cuerpo, por otro basado en la calidad de la
relación con los objetos (el concepto de objetos incluye personas, cosas y
entidades abstractas, tomadas en su totalidad o parcialmente): fases de
dependencia inmadura, de transición (latencia, adolescencia) y de dependencia
madura. Para esta escuela, la psicopatología deriva de una falla básica en la
estructura psíquica (Balint), del desarrollo de un falso “self” (Winnicott),
cuando el ambiente en la primera etapa de la vida no ha facilitado
suficientemente el desarrollo psíquico del niño.
En cuanto a la escuela kleininana, toma su nombre de Melanie Klein,
psicoanalista formada con dos de los primeros colaboradores de Freud: Ferenczi,
creador de la escuela húngara de psicoanálisis, y Abraham, primero en el estudio
de las fases de desarrollo de la líbido, de las psicosis y de las relaciones
objetales. M. Klein se trasladó de Berlín a Londres, y su labor tendría una
repercusión muy importante entre los psicoanalistas británicos. Partiendo de su
experiencia en el psicoanálisis de niños, en el que utilizaba una técnica basada
no sólo en la palabra sino también en el juego, llega a desarrollar una teoría
sobre la evolución del psiquismo que combina elementos de la teoría pulsional
freudiana con otros precedentes de su estudio de las relaciones objetales.
Postula la existencia de relaciones objetales desde el principio de la vida del
niño, que pasa por dos etapas fundamentales en su desarrollo (las posiciones
esquizo-paranoide y depresiva), experimenta angustia y utiliza mecanismos de
defensa primitivos, sobre todo la escisión y la identificación proyectiva. M.
Klein localiza la presencia del superyo y del complejo de Edipo en etapas
evolutivas más precoces que en la teoría freudiana (no olvidemos que Freud no
tuvo prácticamente experiencia en el tratamiento de niños). Insiste en la
importancia del papel de la fantasía inconsciente (la expresión mental de las
pulsiones), que influye constantemente en nuestra percepción de la realidad, y
estudia los derivados de la pulsión de muerte (la envidia, la voracidad, el
sadismo…) presentes en el desarrollo de todo individuo, así como los intentos de
controlar la destructividad y las actividades reparatorias y creativas de las
que también es capaz el individuo.
Bion, Lacan y la escuela americana
Entre los científicos e investigadores que siguieron avanzando en las teorías de
Freud encontramos la corriente bioniana, que toma su nombre de Wilfred Bion.
Este psiquiatra británico llegó al psicoanálisis a partir de su experiencia en
el tratamiento de los soldados durante la Segunda Guerra Mundial y, una vez
finalizada ésta, a través del estudio de los fenómenos grupales.
Como psicoanalista, y partiendo de una base kleniana, Bion trató de ampliar el
modelo de la mente utilizado hasta entonces para poder investigar los procesos
del pensamiento y los trastornos en la capacidad de pensar. Según Bion, para que
el aparato mental pueda desarrollarse y ejercer adecuadamente su función
(convertir las experiencias emocionales en pensamientos), se requiere la
presencia de un continente (madre, psicoanalista) con capacidad de “réverie”,
que permita al niño o al paciente digerir adecuadamente las impresiones caóticas
y los temores catastróficos que éste experimenta.
Con esa idea Bion se refiere a la parte psicótica de toda personalidad que, si
no es contenida e integrada dentro del mundo real, puede dar lugar al mundo
irreal, delirante y alucinatorio de la psicosis clínica. Actualmente la mayoría
de psicoanalistas que se dedican al tratamiento de los psicóticos y autistas
tienen muy presentes las aportaciones realizadas por Klein y Bion, a este
respecto.
De otro lado, se hallan muy difundidas en los medios culturales –especialmente
en los de influencia francesa- las ideas en las que trabajó Jacques Lacan.
Influido poderosamente a su vez por la escuela estucturalista, que pone de
relieve el carácter de estructura formal del lenguaje –y más concretamente por
la obra del lingüista Saussure-, Lacan sostiene que el sujeto humano llega a
construirse a través del lenguaje que habla: de esto se deduce que somos
poseídos y “hablados” por un lenguaje que, sin embargo, no poseemos.
Para Lacan, es el mundo de las palabras el que llega a crear el mundo de las
cosas. Según esto, el inconsciente está estructurado de forma parecida al
lenguaje, es decir, como una cadena de significantes al que sólo podemos acceder
a través de la palabra del sujeto.
Dentro de este apartado de continuadores, mencionamos, por último, a los dos
psicoanalistas norteamericanos que Wallarstein sitúa en la época postpsicología
del yo: Margaret Mahler, que ha utilizado sus observaciones del desarrollo
infantil para elaborar toda una teoría evolutiva y aplicarla en la práctica
psicoanalítica; y Heinz Kohut, quien considera crucial el desarrollo del sentido
del “self”, y Basa su concepción de la psicopatología y de la terapia más en
conceptos de déficit y restauración que en los de conflicto y resolución.
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De este brevísimo repaso podrá deducir fácilmente el lector que el psicoanálisis
no es un sistema cerrado. El campo de la experiencia clínica psicoanalítica es
la fuente principal de datos a partir de los cuales se pueden ir confirmando o
modificando hipótesis. Ciertamente, los continuadores de Freud representados en
el Congreso de roma parecían estar muy de acuerdo en este punto: es sobre la
base del material clínico que se puede dar un verdadero intercambio científico y
se evita correr el riesgo de babelización, las discusiones estériles o las
traducciones conceptuales precipitadas y falsas. Se insistió en la necesidad de
continuar buscando métodos adaptados a la naturaleza subjetiva de los datos que
se obtienen en la situación analítica, y de utilizar los modelos teóricos como
marcos flexibles que permiten observar y comprender cada vez un poco mejor los
múltiples niveles de esa realidad tan compleja con la que se enfrenta el
psicoanalista: el funcionamiento del psiquismo humano.
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