Apunts Jota'O

Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

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Conceptes fonamentals
Biografia
Jean Charcot
Leslie Stevenson
Muy interesante: S. Freud
El cas d'Anna O.
"Esquema del Psicoanálisis"
Cincuenta años después
1939
Sueños y madurez
La lucha entre pulsiones
Los continuadores
Pere Bofill
Ha muerto Freud?
Sexualidad y agresividad
Vigencia de Freud
Levedad del Psicoanálisis
Les forces inconscients
Juego test
Malestar cultura
Marx i Freud
Exercicis

 

Enllaços

SIGMUND FREUD, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS.



El creador del método psicoanalítico, murió en la ciudad británica
de Londres hace cinco décadas.

“La Vanguardia”. Ciencia. Domingo, 24 de septiembre 1989, página 9.


Cuando el psicoanálisis está a punto de cumplir cien años de investigación, clínica y teoría, se conmemora este mes de septiembre el cincuenta aniversario de la muerte de Freud. Puede decirse que este lapso de tiempo es apto para un balance de logros y problemas en curso y para una reconsideración de la figura, de la personalidad del creador del método psicoanalítico. (…)

Inquietudes adolescentes.

(…) A los dieciséis años Freud se muestra profundamente afectado por la lectura del “Edipo” de Sófocles; escribe un ensayo escolar sobre el personaje, y se enfrenta con los múltiples aspectos del mito: la bisexualidad, la ternura y la agresividad de los primeros vínculos, la fascinante paradoja de un afán de saber y la capacidad de ignorar para evitar el sufrimiento. Freud queda fascinado por la vicisitud de Edipo pero todavía más por la complejidad del héroe y del mito mismo, como un personaje múltiple dentro de una unidad tensa y ambigua en donde se debaten los grandes vectores de la aventura humana: amor y odio, masculinidad y feminidad, afán de vivir y de morir, angustia de saber y relegación inconsciente de la verdad.

Una buena parte de la futura temática del psicoanálisis está en germen en este encuentro con Edipo desde su sensibilidad adolescente. Más adelante cuando con su autoanálisis se dispone a desafiar el enigma de su propio inconsciente, corre la polimorfa aventura de vivirse en los diferentes personajes del mito: inmerso en la zozobra de sus propios conflictos, cauto a la distancia del observador expectante y atento, inspirado en la transposición de la experiencia, cobrada en su aventura interior, a un doble lenguaje de naturalista y de poeta. Tras uno y otro el trasfondo de su concreto vivir nos muestra un Freud cálido, emotivo, pasional y otro Freud de humor escéptico, capaz de renunciar o de relativizar sus propios descubrimientos. El genio terapéutico y su capacidad asistencial se acreditan no obstante de manera elocuente en su propio ensayo de autoanálisis. Lo preconizará después como modelo para afrontar sin ambages el conflicto edípico interior y, con su esclarecimiento y elaboración, para evitar la actualidad de una desembocadura trágica.

Una particularidad que asoma sobresaliente en la biografía de Freud es la trabazón entre su vida personal y su obra científica, buena parte de la cual se empeña en hacer formulable, descriptible y explicable la intimidad humana. Para eso todo su vivir es aportado como materia de estudio: vida profesional, social, familiar y lo más nuclear de su experiencia, deseos y temores, impulsos y sentimientos que laten en sus fantasías y en sus sueños. Freud se hace investigador de sí mismo para conocer y enseñarnos su verdad. Pero hace pública también su dificultad en alcanzarla, toda su resistencia a alcanzarla. Por experiencia propia nos dirá años más tarde que la verdad sólo podemos conocerla por sus deformaciones.

La plena y consecuente aceptación de una coexistencia de verdad y mentira en nuestra realidad psíquica había impresionado a Freud mucho antes que su experiencia clínica pudiera formularse en términos metapsicológicos. Desde muy pronto en su práctica médica Freud prestó atención a la noción de personalidad múltiple, en boga en la psiquiatría de mediados del siglo pasado, para explicar las conductas desconcertantes de una misma persona, exhibiendo a uno y a otro tiempo actitudes inconciliables. Freud pensaba en ello al contrastar la actitud de sus pacientes histéricas cuando hablaban en plena vigilia o cuando lo hacían en estado hipnótico. Con ello hizo su primera descripción de la “Spaltung” de la personalidad, es decir de su resquebrajamiento o escisión.

La trascendencia de esta situación, avalada por la observación clínica, fue el reconocimiento de la universalidad de este desgajamiento del individuo en áreas de la personalidad de función autónoma, en concierto en el mejor de los casos, en colisión o en convivencia en otros o en una penosa coexistencia de subyugación y destrucción en los más severos.

La “personalidad múltiple” sale así del acantonamiento en que se le conocía para expresar un síndrome de patología espectacular y se hace modelo de la organización de la mente. Freud con su método, hace convivir, comunicarse y hablar a estos diferentes vectores de la personalidad y descubre un método –el psicoanalítico- que potencia las posibilidades de encuentro de estas diferentes partes de la vida anímica del individuo en el ámbito de la sesión psicoanalítica, en la relación del psicoanalista con su analizando.

Ahora bien, cuando la mente se va haciendo, por decirlo así, asamblearia, cuando en su ámbito se encuentran los más distantes de uno mismo, la realidad del conflicto, su riqueza y su miseria se hacen inevitables. La miseria, lo sabemos, se expresa en pautas respectivas que lo amansen, lo niegan o lo banalizan. La riqueza del conflicto es la posibilidad creativa de todo punto de encuentro, de concertación, de pluralidad indefinida.

Personalidad beligerante

La personalidad de Freud, en su fuero más interno, debió tener mucho de esta indefinida beligerancia que él sabía conceder a las tendencias, inspiraciones y puntos de vista más antitéticos. Su manera de concebir la realidad psíquica debió e ser una manera profesada de vivir. En efecto, las noticias que del hombre Freud tenemos confirman por un lado su actitud resuelta, tenaz y obstinada pero capaz de detenerse a reconsiderar y a repensarlo todo de nuevo.

Es en la experiencia insólita de su autoanálisis donde Freud vive la convicción creciente de que lo que nos hace de verdad penetrantes es la capacidad de transitar entre posiciones extremas y diversas de nosotros mismos. Más que en los destellos de inspiración él cree en la capacidad de ser imparcial y de acercarse con igual atención y entusiasmo a los puntos de vista más encontrados y distantes. Para ello hay que ser capaz de renunciar a verdades parciales que se ofrecen prometedoras, como la bien conocida teoría de la seducción.

La historia es bien conocida. Al renunciar a la idea de que los niños son víctimas de la seducción de unos padres abusivos y perversos, no es sólo el pundonor del científico que resulta amargamente lastimado. De hecho el reconocimiento de su error le lleva al no menos espectacular descubrimiento de la sexualidad infantil, a la universalidad de las fantasías de seducir y ser seducido que anima la vida emocional del infante. Con ello el victimista se ha hecho culpable, aquello que supuestamente procedía de fuera, ahora se ha de reconocer como propio con todo la vehemencia del impulso incestuoso en su vertiente erótico y destructiva.

Seducción externa y sexualidad infantil se ofrecían al comienzo como posiciones inconciliables. Certeramente Freud no renunció del todo a su primera teoría pues el curso de su investigación clínica debería probarle que seducción externa y pulsión infantil no se excluyen. La ilusión de la seducción no es totalmente ilusoria. La ilusión y el mismo delirio se nos dirá más tarde, mantienen toda su fuerza por la parcela de realidad que contienen.

Ahora bien, esta concatenación de dentro y fuera, en último término de sujeto y objeto, conlleva una derivación epistemológica en el sentido de que el proceso de conocimiento, en particular de autonocimiento, pasa por esta particular forma excéntrica de adquisición de la noción de uno mismo. En efecto, sabemos lo que late en nuestro interior de más recóndito porque lo podemos reflejar, transponer, transferir a estos recipientes vivos que son los demás, aquellos que se sitúan a un a distancia emocional óptima para hacerse, en la realidad y sobre todo en la fantasía, sustentadores y animadores de nuestra identidad más arcaica. Este amor, ese odio de transferencia que nos hace vivir y empezar a conocer fuera de nosotros aquello que llevamos de más lejos y de más interno, es otra vez una encrucijada de fuera y dentro, de pasado y presente que e vinculan y engarzan en la actualidad de las relaciones interpersonales.

Freud en su trabajo se situaba en un punto de encuentro de múltiples confluencias. Todo lo que nos dice y no nos dice de su mundo más íntimo se vierte en su manera de comprender al enfermo, sus pasiones, sus impulsos, sus inhibiciones y sus razones. Obra y vida vuelven a encontrarse en su manera de dejar comprender los movimientos de las masas, los afanes creativos del artista y los destructivos que motivan las guerras y los regímenes tiránicos. El anecdotario de Freud es indicador de aquello que e más emocional había impregnado su obra: su constelación familiar judía y su distancia del sionismo, su espíritu revolucionario ante la opresión familiar y social pero al mismo tiempo su capacidad de expectativa, de diferir la descarga para hacerse dueño de lo que pudiera subyugarle, su pesimismo y desilusión pero al mismo tiempo su interés y aprecio incondicionales por la vida.

Puntos ciegos.

Su biografía está también salpicada de puntos ciegos, de negaciones sorprendentes de sus propios descubrimientos. Freud se vivió en correspondencia pero también en contraste con su obra.

(…) Sabemos de su voluntad de no prolongar una vida vegetativa, no para librarse del sufrimiento –siempre había rechazado los calmantes-, sino para interrumpir una vida definitivamente exenta de sentido. Sabemos también de sus múltiples reflexiones sobre la muerte y su concepción clínica y metapsicológica de la ansiedad de muerte, de la representación de la muerte y del oscuro impulso del hombre al sufrimiento y a la autodestructividad.

Al margen de la contradicción y de la controversia suscitada por su teoría de la pulsión de la muerte, las páginas dedicadas al estudio diferencial entre el temor a la muerte como ansiedad realística, el miedo al propio impulso experimentado como autodestructivo y el miedo a perder el amor de los demás y de sí mismo, de la propia consciencia, tienen tanto de precisión conceptual como de emocionante belleza. Freud nos dice que el Yo sucumbe cuando se siente odiado y perseguido en lugar de amado. “Para el Yo, por tanto, vivir supone lo mismo que se amado.”
(…)

Pere Bofill, Pere Folch
(Miembros fundadores y didácticos de l a Sociedad Española de Psicoanálisis, componente de la Asociación Psicoanalítica Internacional)
 

 

 

 

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