SIGMUND FREUD, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS.
El creador del método psicoanalítico, murió en la ciudad británica
de Londres hace cinco décadas.
“La Vanguardia”. Ciencia. Domingo, 24 de septiembre 1989, página 9.
Cuando el psicoanálisis está a punto de cumplir cien años de investigación,
clínica y teoría, se conmemora este mes de septiembre el cincuenta aniversario
de la muerte de Freud. Puede decirse que este lapso de tiempo es apto para un
balance de logros y problemas en curso y para una reconsideración de la figura,
de la personalidad del creador del método psicoanalítico. (…)
Inquietudes adolescentes.
(…) A los dieciséis años Freud se muestra profundamente afectado por la lectura
del “Edipo” de Sófocles; escribe un ensayo escolar sobre el personaje, y se
enfrenta con los múltiples aspectos del mito: la bisexualidad, la ternura y la
agresividad de los primeros vínculos, la fascinante paradoja de un afán de saber
y la capacidad de ignorar para evitar el sufrimiento. Freud queda fascinado por
la vicisitud de Edipo pero todavía más por la complejidad del héroe y del mito
mismo, como un personaje múltiple dentro de una unidad tensa y ambigua en donde
se debaten los grandes vectores de la aventura humana: amor y odio, masculinidad
y feminidad, afán de vivir y de morir, angustia de saber y relegación
inconsciente de la verdad.
Una buena parte de la futura temática del psicoanálisis está en germen en este
encuentro con Edipo desde su sensibilidad adolescente. Más adelante cuando con
su autoanálisis se dispone a desafiar el enigma de su propio inconsciente, corre
la polimorfa aventura de vivirse en los diferentes personajes del mito: inmerso
en la zozobra de sus propios conflictos, cauto a la distancia del observador
expectante y atento, inspirado en la transposición de la experiencia, cobrada en
su aventura interior, a un doble lenguaje de naturalista y de poeta. Tras uno y
otro el trasfondo de su concreto vivir nos muestra un Freud cálido, emotivo,
pasional y otro Freud de humor escéptico, capaz de renunciar o de relativizar
sus propios descubrimientos. El genio terapéutico y su capacidad asistencial se
acreditan no obstante de manera elocuente en su propio ensayo de autoanálisis.
Lo preconizará después como modelo para afrontar sin ambages el conflicto
edípico interior y, con su esclarecimiento y elaboración, para evitar la
actualidad de una desembocadura trágica.
Una particularidad que asoma sobresaliente en la biografía de Freud es la
trabazón entre su vida personal y su obra científica, buena parte de la cual se
empeña en hacer formulable, descriptible y explicable la intimidad humana. Para
eso todo su vivir es aportado como materia de estudio: vida profesional, social,
familiar y lo más nuclear de su experiencia, deseos y temores, impulsos y
sentimientos que laten en sus fantasías y en sus sueños. Freud se hace
investigador de sí mismo para conocer y enseñarnos su verdad. Pero hace pública
también su dificultad en alcanzarla, toda su resistencia a alcanzarla. Por
experiencia propia nos dirá años más tarde que la verdad sólo podemos conocerla
por sus deformaciones.
La plena y consecuente aceptación de una coexistencia de verdad y mentira en
nuestra realidad psíquica había impresionado a Freud mucho antes que su
experiencia clínica pudiera formularse en términos metapsicológicos. Desde muy
pronto en su práctica médica Freud prestó atención a la noción de personalidad
múltiple, en boga en la psiquiatría de mediados del siglo pasado, para explicar
las conductas desconcertantes de una misma persona, exhibiendo a uno y a otro
tiempo actitudes inconciliables. Freud pensaba en ello al contrastar la actitud
de sus pacientes histéricas cuando hablaban en plena vigilia o cuando lo hacían
en estado hipnótico. Con ello hizo su primera descripción de la “Spaltung” de la
personalidad, es decir de su resquebrajamiento o escisión.
La trascendencia de esta situación, avalada por la observación clínica, fue el
reconocimiento de la universalidad de este desgajamiento del individuo en áreas
de la personalidad de función autónoma, en concierto en el mejor de los casos,
en colisión o en convivencia en otros o en una penosa coexistencia de
subyugación y destrucción en los más severos.
La “personalidad múltiple” sale así del acantonamiento en que se le conocía para
expresar un síndrome de patología espectacular y se hace modelo de la
organización de la mente. Freud con su método, hace convivir, comunicarse y
hablar a estos diferentes vectores de la personalidad y descubre un método –el
psicoanalítico- que potencia las posibilidades de encuentro de estas diferentes
partes de la vida anímica del individuo en el ámbito de la sesión
psicoanalítica, en la relación del psicoanalista con su analizando.
Ahora bien, cuando la mente se va haciendo, por decirlo así, asamblearia, cuando
en su ámbito se encuentran los más distantes de uno mismo, la realidad del
conflicto, su riqueza y su miseria se hacen inevitables. La miseria, lo sabemos,
se expresa en pautas respectivas que lo amansen, lo niegan o lo banalizan. La
riqueza del conflicto es la posibilidad creativa de todo punto de encuentro, de
concertación, de pluralidad indefinida.
Personalidad beligerante
La personalidad de Freud, en su fuero más interno, debió tener mucho de esta
indefinida beligerancia que él sabía conceder a las tendencias, inspiraciones y
puntos de vista más antitéticos. Su manera de concebir la realidad psíquica
debió e ser una manera profesada de vivir. En efecto, las noticias que del
hombre Freud tenemos confirman por un lado su actitud resuelta, tenaz y
obstinada pero capaz de detenerse a reconsiderar y a repensarlo todo de nuevo.
Es en la experiencia insólita de su autoanálisis donde Freud vive la convicción
creciente de que lo que nos hace de verdad penetrantes es la capacidad de
transitar entre posiciones extremas y diversas de nosotros mismos. Más que en
los destellos de inspiración él cree en la capacidad de ser imparcial y de
acercarse con igual atención y entusiasmo a los puntos de vista más encontrados
y distantes. Para ello hay que ser capaz de renunciar a verdades parciales que
se ofrecen prometedoras, como la bien conocida teoría de la seducción.
La historia es bien conocida. Al renunciar a la idea de que los niños son
víctimas de la seducción de unos padres abusivos y perversos, no es sólo el
pundonor del científico que resulta amargamente lastimado. De hecho el
reconocimiento de su error le lleva al no menos espectacular descubrimiento de
la sexualidad infantil, a la universalidad de las fantasías de seducir y ser
seducido que anima la vida emocional del infante. Con ello el victimista se ha
hecho culpable, aquello que supuestamente procedía de fuera, ahora se ha de
reconocer como propio con todo la vehemencia del impulso incestuoso en su
vertiente erótico y destructiva.
Seducción externa y sexualidad infantil se ofrecían al comienzo como posiciones
inconciliables. Certeramente Freud no renunció del todo a su primera teoría pues
el curso de su investigación clínica debería probarle que seducción externa y
pulsión infantil no se excluyen. La ilusión de la seducción no es totalmente
ilusoria. La ilusión y el mismo delirio se nos dirá más tarde, mantienen toda su
fuerza por la parcela de realidad que contienen.
Ahora bien, esta concatenación de dentro y fuera, en último término de sujeto y
objeto, conlleva una derivación epistemológica en el sentido de que el proceso
de conocimiento, en particular de autonocimiento, pasa por esta particular forma
excéntrica de adquisición de la noción de uno mismo. En efecto, sabemos lo que
late en nuestro interior de más recóndito porque lo podemos reflejar, transponer,
transferir a estos recipientes vivos que son los demás, aquellos que se sitúan a
un a distancia emocional óptima para hacerse, en la realidad y sobre todo en la
fantasía, sustentadores y animadores de nuestra identidad más arcaica. Este
amor, ese odio de transferencia que nos hace vivir y empezar a conocer fuera de
nosotros aquello que llevamos de más lejos y de más interno, es otra vez una
encrucijada de fuera y dentro, de pasado y presente que e vinculan y engarzan en
la actualidad de las relaciones interpersonales.
Freud en su trabajo se situaba en un punto de encuentro de múltiples
confluencias. Todo lo que nos dice y no nos dice de su mundo más íntimo se
vierte en su manera de comprender al enfermo, sus pasiones, sus impulsos, sus
inhibiciones y sus razones. Obra y vida vuelven a encontrarse en su manera de
dejar comprender los movimientos de las masas, los afanes creativos del artista
y los destructivos que motivan las guerras y los regímenes tiránicos. El
anecdotario de Freud es indicador de aquello que e más emocional había
impregnado su obra: su constelación familiar judía y su distancia del sionismo,
su espíritu revolucionario ante la opresión familiar y social pero al mismo
tiempo su capacidad de expectativa, de diferir la descarga para hacerse dueño de
lo que pudiera subyugarle, su pesimismo y desilusión pero al mismo tiempo su
interés y aprecio incondicionales por la vida.
Puntos ciegos.
Su biografía está también salpicada de puntos ciegos, de negaciones
sorprendentes de sus propios descubrimientos. Freud se vivió en correspondencia
pero también en contraste con su obra.
(…) Sabemos de su voluntad de no prolongar una vida vegetativa, no para librarse
del sufrimiento –siempre había rechazado los calmantes-, sino para interrumpir
una vida definitivamente exenta de sentido. Sabemos también de sus múltiples
reflexiones sobre la muerte y su concepción clínica y metapsicológica de la
ansiedad de muerte, de la representación de la muerte y del oscuro impulso del
hombre al sufrimiento y a la autodestructividad.
Al margen de la contradicción y de la controversia suscitada por su teoría de la
pulsión de la muerte, las páginas dedicadas al estudio diferencial entre el
temor a la muerte como ansiedad realística, el miedo al propio impulso
experimentado como autodestructivo y el miedo a perder el amor de los demás y de
sí mismo, de la propia consciencia, tienen tanto de precisión conceptual como de
emocionante belleza. Freud nos dice que el Yo sucumbe cuando se siente odiado y
perseguido en lugar de amado. “Para el Yo, por tanto, vivir supone lo mismo que
se amado.”
(…)
Pere Bofill, Pere Folch
(Miembros fundadores y didácticos de l a Sociedad Española de Psicoanálisis,
componente de la Asociación Psicoanalítica Internacional)
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