Apunts Jota'O

Material de suport de l'assignatura de filosofia per alumnes de primer i segon de batxillerat

 

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¿HA MUERTO FREUD?


En EEUU se recrudece el asalto contra el inventor del psicoanálisis
y uno de los hacedores del siglo.
(El País, domingo 28 de noviembre de 1993, página 16 y 17/Domingo. Paul Gray)


Son numerosas las formas de enfrentarse a las vicisitudes del mundo. Algunas personas temen y propician los malos espíritus. Otras ordenan sus programas de acuerdo con la disposición de los planetas a través del zodíaco. Están aquellas que asumen que, en algún lugar dentro de sí mismas, portan una cosa llamada el inconsciente. Éste es casi siempre invisible, aunque furtivamente puede ser vislumbrado en sueños y escuchado en los lapsus linguae. Pero el inconsciente no es un polizón pasivo en el viaje de la vida; tiene el poder de hacer que sus anfitriones se sientan muy mal o se conduzcan de formas extrañas, autodestructivas. Cuando esto sucede, uno de los recursos consiste en ir a la consulta de un sanador especialmente cualificado, tumbarse en un diván y empezar a hablar.

Las dos primeras formas, salvo para aquellos que las defienden, pueden ser fácilmente desestimadas como supersticiones. La tercera –un principio o dogma de la teoría clásica del psicoanálisis inventada por Sigmund Freud- se ha convertido en el modelo dominante de pensar y hablar sobre la conducta humana en este agitado siglo.

Hasta un grado notable, las ideas, conjeturas y opiniones de Freud han calado mucho más allá del círculo de sus seguidores profesionales hasta llegar a la mentalidad y el discurso públicos. Personas que nunca anélido ni una sola palabra de su obra saben, sin embargo, de cosas cuyo rastro puede seguirse retrospectivamente, a veces mediante rodeos, hasta Freud: la envidia del pene, la angustia de la castración; los símbolos fálicos; el yo, el ello, y el superyó; los recuerdos reprimidos; el complejo de Edipo; la sublimación sexual. Esta rica panoplia de metáforas de la vida mental ha llegado a ser, en extensas superficies del planeta, algo muy cercano al conocimiento común.


¿Equivocado?

Pero, ¿y si Freud estaba equivocado? Esta pregunta ha existido siempre desde la publicación de las primeras comunicaciones psicoanalíticas de Freud de finales de la década de los noventa del siglo pasado. En la actualidad está siendo planteada con una urgencia sin precedente, gracias a una coincidencia de acontecimientos que suscitan dudas no sólo sobre los métodos, descubrimientos y pruebas de Freud y sobre el vasto conjunto de terapias derivadas de ellos, sino también sobre la duradera importancia de las descripciones de la mente hechas por él. El hundimiento del marxismo, la otra gran teoría unificada que dio forma y sacudió al siglo XX, es un conjunto de monstruos desatados. ¿Qué horrores ocultos o nuevos sueños podrían surgir de derrumbarse también el complejo monumento freudiano?

Esto puede no suceder, y seguramente no sucederá de repente. Pero nuevas fuerzas están minando los cimientos freudianos. Entre ellas:

- La problemática proliferación, particularmente en Estados Unidos, de acusaciones de abuso sexual, rituales satánicos, sacrificios humanos de niños y cosas por el estilo llevados a cabo por personas, muchas de ellas guiadas por terapeutas, que súbitamente recuerdan lo que supuestamente reprimieron durante años o décadas. Aunque casi con toda certeza Freud habría considerado la mayor parte de esas acusaciones con un mordaz escepticismo, su teoría de la represión y el inconsciente está siendo utilizada –la mayoría de los freudianos dirían mal utilizada- para afirmar la autenticidad de las mismas.
- El continuado éxito de las drogas en el tratamiento o alivio de desórdenes mentales que van desde la depresión a la esquizofrenia. Aproximadamente diez millones de estadounidenses, por ejemplo, están tomando ese tipo de medicación. En honor de Freud hay que decir que previó esta tendencia. En 1938, un año antes de su muerte, escribió: “El futuro puede enseñarnos a ejercer una influencia directa, por medio de sustancias químicas particulares”. No obstante, el reconocimiento de que algunas neurosis y psicosis responden favorablemente al tratamiento mediante drogas hace astillas el dominio originalmente reivindicado para el tratamiento psicoanalítico.
- Una riada de nuevos libros que atacan Freud y a su invento del psicoanálisis por una generosa serie de errores, duplicidades, evidencias amañadas y pifias científicas.

Este último fenómeno constituye la intensificación de una historia progresiva. Mientras Freud iba captando cuadros de acólitos y legiones de reclutas teóricos, él y sus ideas atraían regularmente violentos ataques, a menudo de sectores influyentes. Ya en 1909, el filósofo William James observaba en una carta que Freud “me dio personalmente la impresión de un hombre obsesionado con ideas fijas”. Vladimir Nabokov, cuyas novelas trazan el juego sin límites e impredecible de las imaginaciones individuales, lanzaba regularmente maliciosos comentarios al “brujo doctor Freud” y al “curandero vienés”. Por razones parecidas, Ludwig Wittgenstein hacía objeciones a los clasificadores efectos de las categorías psicoanalíticas, aun cuando hizo a Freud un ambiguo cumplido en el proceso: “Las fantasiosas seudoexplicaciones de Freud (precisamente porque son tan brillantes) resultan perjudiciales. Ahora, cualquier asno tiene esas descripciones para utilizarlas en la explicación de síntomas de enfermedad”.

La constante lluvia de argumentos anti Freud hicieron poco para desalentar la presentación de sus teorías o para desanimar el celo de sus seguidores. De hecho, Freud levantó un paraguas aparentemente invulnerable contra las críticas de los principios psicoanalíticos. Él caracterizó tales desacuerdos, de pacientes o cualesquiera otros, como “resistencia”, y luego afirmó que los ejemplos de tal resistencia equivalían a “una real evidencia a favor de lo correcto” de sus afirmaciones. Durante mucho tiempo, ese círculo vicioso funcionó maravillosamente: a los que se oponían a los métodos se les propuso curarles y otros pudieron ser apartados, quizá con inamistoso apretón de manos y una sonrisa de complicidad, como chiflados.

Freud y Jung

Esta ilógica defensa se ha desmoronado en gran parte. El reciente descubrimiento de documentos relacionados con Freud y su círculo, más la acompasada autorización para publicar otros por parte de los herederos de Freud, han proporcionado un cuerpo de evidencia firmemente en expansión sobre el hombre y sus obras. Algunos de los nuevos juicios iniciales sobre ellos son inquietantes.

Por poner un ejemplo, la colaboración durante 10 años de Freud y Carl Gustav Jung se rompió bruscamente en 1914, con profundas consecuencias para la disciplina que ambos contribuyeron a crear. A partir de entonces, habría freudianos y jungianos, conectados principalmente por animosidades mutuas. ¿Por qué acabó en un glacial cisma una cooperación cálida, fructífera? En el libro “A most dangerous method (Knopf)”, John Kerr, un psicólogo clínico que ha visto nuevos diarios, cartas y periódicos, sostiene que las disputas cada vez más filosóficas entre Freud y Jung se veían exacerbadas por un juego tipo ratón y gato de sospecha sexual y chantaje. Freud creía que una ex paciente de Jung llamada Sabina Spielrein había sido también de éste: Jung, a su vez, suponía que Freud había llegado a estar enredado con su cuñada, Minna Bernays. Ambos antagonistas en este empate tenían bombas que podían hacer saltar por los aires la reputación del otro desde Viena a Zúrich y viceversa; ambos dejaron de respaldarse, se dividieron el botín de sus investigaciones comunes y se retiraron a tiendas de teoría opuestas.

De cualquier manera, ¿sirvió esto para encontrar una ciencia objetiva? Los defensores de Freud sostienen que su vida personal no tiene nada que ver con su contribución al saber –una opinión más bien extraña, dada la declaración de Freud de que su desarrollo del método analítico se inició con su primer análisis de sí mismo. Sin embargo, Arnold Richards, director del boletín de la Asociación Psicoanalítica Americana, desestima cualquier atención que se preste a la conducta privada de Freud: “No tiene ninguna consecuencia científica práctica. No guarda ninguna relación con la teoría o en la práctica de Freud”.

Al observar el hecho de que las historias de casos de Freud publicadas registran resultados poco convincentes o lamentables, algunos leales han adoptado una posición de retirada: Freud puede no haber sido muy bueno al practicar lo que predicaba, pero ese lapso no invalida en modo alguno sus teorías generales.

Esos defensores tienen ahora que enfrentarse a “Validation in the clinical theory of psicoanálisis” (Internacional Universities Press), de Adolf Grünbaum, un eminente filósofo de la ciencia y profesor en la Universidad de Pittsburg. El libro, basado en la crítica de Grünbaum de 1984 de los cimientos psicoanalíticos, es una monografía, y una sobria, a veces exasperantemente abstrusa, devastación del status del psicoanálisis como ciencia. Grünbaum examina desapasionadamente una serie de premisas psicoanalíticas claves: la teoría de la represión (lo que Freud denominaba “la piedra angular sobre la que descansa toda la estructura del psicoanálisis”), las capacidades investigadoras ofrecidas por la asociación libre, la importancia del diagnóstico de los sueños. Grünbaum no pretende que la idea de los recuerdos reprimidos, por ejemplo, sea falsa. Simplemente, sostiene que ni Freud ni ninguno de sus sucesores ha demostrado alguna vez la existencia de un vínculo causa-efecto entre un recuerdo reprimido y una neurosis posterior o entre un recuerdo recuperado y una consecutiva curación.

En las notas, Grünbaum es capaz de hacer su crítica un poco más accesible para la gente lega. Del supuesto vínculo entre el acoso sexual en la infancia y la neurosis del adulto, dice: “Solamente contar lo primero y lo segundo que ha sucedido, y deducir que lo uno causó lo otro, no es bastante. Hay que demostrar más”. Grünbaum encuentra fallos similares en la importancia que Freud atribuye a los sueños y a los actos fallidos, tales como los denominados lapsus freudianos: “Los tres principios –la teoría de la neurosis, la teoría de por qué soñamos y la teoría de los lapsus- tienen el mismo problema. Todos están socavados por el fracaso de Freud en demostrar una relación causal entre la represión y la patología. Éste es el motivo de que los cimientos del psicoanálisis sean muy movedizos”

¿En qué medida lo son? De forma interesante, el propio Grünbaum piensa que todo no está perdido, aunque su veredicto no es del todo reconfortante: “Categóricamente, yo no creo que Freud esté muerto. La cuestión es:¿son estas explicaciones dignas de crédito? ¿Han sido validadas las hipótesis mediante evidencias convincentes, sólidas? Mi respuesta a esto es no.

A los psicoanalistas les gusta señalar que su tratamiento está ganando conversos en España, Italia y América Latina, además de en partes de la antigua Unión Soviética, donde había estado formalmente prohibido. Unos 14.000 turistas acuden cada a años al Freud Museum en Londres, donde pasan por la casa de Hamsptead que fue propiedad de Freud durante el último año de su vida. Su hija Anna, que continuó con dedicación y destreza la obra de su padre, permaneció allí hasta su muerte en 1982. La biblioteca de Freud y su estudio, conteniendo este último un sofá cubierto con un tapiz oriental, siguen en gran parte tal como él los dejó. Michael Molnar, el director de investigación del Museo y uno de los editores de los diarios de Freud, reconoce que el psicoanálisis está sufriendo el desafío de los nuevos tratamientos con drogas y los avances en la investigación genética. “Pero”, arguye, “Freud está en mejor forma que Marx”.

Al otro lado del Canal de la Mancha se ha estrenado en París una obra teatral titulada “El Visitante”, del joven dramaturgo francés Eric-Emmanuel Schmitt, presentando al octogenario Freud y a su hija Anna como los principales personajes. Mientras tanto, en el Gran Palais se exhibe una exposición llamada “El alma ene. Cuerpo”, con objetos que ponen de manifiesto la interacción entre el arte y la ciencia. Uno de los principales objetos expuestos es el diván sobre el que se recostaban en Viena los pacientes de Freud. En su consulta, tapizada de cuero y situada a unos pocos bloques del Gran Palais, Serge Leclaire, de 69 años, uno de los ex presidentes de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, observa todo ese alboroto cultural en Francia y lo contrasta con los asaltos a Freud en Estados Unidos. “Lo que en Norteamérica le sucede al psicoanálisis freudiano es culpa de los psicoanalistas estadounidenses”, afirma. “Ellos congelan las cosas en una doctrina, casi en una religión, con sus propios dogmas, en lugar de cambiar con los tiempos”.

Por su parte, los psicoanalistas estadounidenses admiten que últimamente Freud ha venido recibiendo golpes bastante duros, ero niegan que como resultado de los mismos haya disminuido su impacto o su importancia. George H. Allison, un analista con base en Seattle, dice: “Creo que la influencia de Freud en la salud mental, así como en las humanidades, es mucho mayor ahora de lo que lo era hace 40 años. Oigo hablar mucho más de lo que se escribe y se dice sobre Freud”. Allison señala la proliferación de terapias –existen ahora más de 200 curas a través de la palabra compitiendo en el mercado de la salud mental en Estados Unidos, y de 10 a 15 millones de estadounidenses haciendo alguna clase de esas curas- y él sostiene que “están basadas en los principios freudianos, aun cuando muchos de los que encabezan esos movimientos sean oficialmente antifreudianos. Pero ellos están situados sobre las espaldas de un genio “.

Esta imagen suscita de nuevo una pregunta de arenas movedizas. Si las teorías de Freud son realmente tan cenagosas como mantienen sus críticos, ¿qué hay que hacer para evitar que todas las terapias con las que se sienten en deuda se hundan lentamente también en el olvido? Hipotéticamente, nada, aunque pocos esperan o desean que esto ocurra. Sorprendentemente, Peter Kramer, autor del actual éxito de ventas “Listening to Prozac”, llega a la defensa de las curas mediante la palabra y de su fundador. “Incluso los analistas freudianos no se adhieren en un ciento por ciento a Freud. La psicoterapia es como uno de esos árboles frondosos, en los que cada una de las ramas reivindica legítimamente una ascendencia común, a saber, Freud, pero ninguna de las ramas está asentada en la raíz. Hemos estado muy equivocados al deshacernos de la psicoterapia o de Freud”.

Frederick Crews, profesor de inglés en la Universidad de California en Berkeley y conocido reseñador y crítico, antes aplicaba con entusiasmo los conceptos freudianos a las obras literarias y enseñaba a sus alumnos a hacer lo mismo. Luego se desilusionó y ahora figura como uno de los más duros desprestigiadotes estadounidenses de Freud. Incluso mientras argumenta que Freud era un mentiroso y que algunas de sus ideas no surgieron de las observaciones clínicas, sino que fueron tomadas del folclor, Crews es cada vez más cauteloso sobre la perspectiva de un mundo privado repentinamente de Freud o de sus métodos. “Aquellos de entre nosotros que estamos interesados en señalar los fallos intelectuales de Freud no somos, en general, expertos en toda la gama de la psicoterapia. Yo no tomo posición sobre si la psicoterapia es algo bueno o no”.

Tal prudencia puede estar bien aconsejada. Freud no fue el primero en postular el inconsciente; el concepto tiene una larga ascendencia intelectual. Tampoco probó nunca Freud, en términos empíricos, que los científicos aceptaran la existencia del inconsciente, pero Jonathan Wilson, profesor emérito de neurociencias en la Rockefeller University en la ciudad de Nueva Cork, que ha realizado una vasta investigación sobre la fisiología del sueño y los sueños, afirma ahora que la intuición por Freud de su existencia era correcta, aun cuando sus conclusiones fueron demasiado rápidas: “Tiene razón en que existe una estructura psicológica coherente por debajo del nivel de lo consciente. Ésta es una maravillosa idea, por la que merece el debido reconocimiento. Y lo merece también por percibir que los sueños constituyen el “camino real” hacia el inconsciente”.

Críticos

Éste puede ser, finalmente, el problema central en el hecho de declarar acabado a Freud. A pesar de todo, de sus agitados diarios y su influencia difundida con los métodos de la buhonería, de su incesante trato desconsiderado a colegas y pacientes, a pesar de todos los pecados de omisión y comisión que los críticos pasados y presentes atribuyen justamente a su diván, todavía se las arregla para crear un edificio intelectual que se siente más cercano a la experiencia de vivir, y, por tanto, más hiriente, que cualquier otro sistema actualmente en juego. Lo que él legó no era (a pesar de sus argumentos al contrario), ni tampoco ha demostrado todavía, una ciencia. El psicoanálisis y todos sus retoños pueden, en el análisis final, llegar a ser no más fiable que la frenología o el mesmerismo, o cualquiera de las otras incontables seudociencias que en algún momento ofrecieron respuestas sin justificación o falso consuelo. Sin embargo, las seguridades proporcionadas por Freud de que nuestras vidas interiores sonrisas en dramas y significados ocultos se perderían si desapareciera el psicoanálisis, no dejando nada en su lugar.

Poco después de que Freud muriera realmente en 1939, W. H. Auden, uno de los numerosos escritores del siglo XX que explotaron el psicoanálisis por su amplia provisión de símbolos e imágenes, escribía una elegía que acababa: “… Triste es Eros, fundador de ciudades,/ y llorona anárquica Afrodita”.

La elección por parte de Auden de figuras procedentes de la mitología griega era deliberado y apropiada. Posiblemente, Homero y Sófocles y los demás demuestren ser, cuando todo esté dicho y hecho, mejores guías para la condición humana que Freud. Pero él no se escapa de tal competición.

 

 

 

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