SEXUALIDAD Y AGRESIVIDAD.
La Vanguardia.
Ciencia, domingo 24 de septiembre 1989, página C-7
Rogeli Armengol, Joan Coderch
(Doctores miembros de la Sociedad Española de Psicoanálisis, componente de
la Asociación Psicoanalítica Internacional)
Se halla extendida la creencia de que el psicoanálisis intenta explicar el
comportamiento, los conflictos y las perturbaciones psíquicas de los seres
humanos a partir de la sexualidad. Sin embargo, cuando a finales del siglo
pasado Freud, el creador del psicoanálisis, inició sus investigaciones, estaba
muy lejos de pensar que la sexualidad gozara de especial importancia en la
génesis de los trastornos psíquicos.
Él pensaba, de acuerdo con su formación básicamente neurológica, que los
pacientes neuróticos que trataba padecían alteraciones del sistema nervioso, y
que los síntomas que presentaban eran la manifestación de estas alteraciones.
Freud quedó fuertemente sorprendido cuando se dio cuenta del papel que jugaba la
sexualidad en la aparición de los síntomas neuróticos, y en la vida psíquica en
general, pero tuvo el valor de seguir adelante con su trabajo, soportando la
reacción adversa y tremendamente crítica de la sociedad de su tiempo.
Aun cuando en la actualidad queda fuera de toda duda la importancia de la
sexualidad en el acontecer psíquico normal o conflictual de los seres humanos,
debe advertirse que, desde la perspectiva psicoanalítica, el concepto de
sexualidad posee unas connotaciones mucho más amplias de las que tiene en el
lenguaje habitual.
Comportamiento humano
Existe un menor conocimiento, por otra parte, del significado de la agresividad
en la estructuración del comportamiento humano y en el origen de los conflictos
psíquicos. El descubrimiento de la trascendencia de los impulsos agresivos para
la comprensión de la vida psíquica lo realizó Freud en una etapa posterior de
sus investigaciones. En nuestra opinión, si bien la importancia de la sexualidad
es subestimada en ocasiones, lo es con mucha mayor frecuencia el poder
conflictual de la agresividad o destructividad en el funcionamiento
intrapsíquico del ser humano. Creemos que esto sucede porque a todo individuo le
resulta muy difícil confrontarse con la propia agresividad y salir bien librado
de la inevitable relación con ella. Por esta causa, la agresividad suele ser
negada con mayor fuerza que la sexualidad.
En el curso del proceso psicoanalítico se ponen de manifiesto dos grandes grupos
de tendencias y actitudes. Las que configuran uno de ellos se caracterizan
porque, de una u otra forma, se dirigen hacia el crecimiento: la relación con
otros, el amor, la sexualidad, la búsqueda de la verdad, la vinculación o la
creatividad.
Las que pertenecen al otro grupo se expresan en forma de agresividad, violencia
hacia uno mismo y hacia los otros, odio, envidia, rechazo de la verdad, negación
de la realidad, sadismo, masoquismo, etc.. Para explicar estas tendencias y
actitudes, que se presentan tanto en el comportamiento como en las fantasías o
imaginaciones –ya sean conscientes o inconscientes-, los estados de ánimo y los
sueños, Freud distinguió dos tipos de pulsiones, cuya energía concibió como la
fuerza propulsora de la vida psíquica humana: las pulsiones de vida, llamadas
también eróticas o libidinales, y las destructivas o de muerte.
El concepto de pulsión se halla íntimamente entrelazado con la idea de que,
junto a los estímulos externos de los que el sujeto puede huir o protegerse,
existen excitaciones internas, de base somática, de las que aquél no puede
librarse más que con algún tipo de comportamiento que haga cesar la necesidad
que se encuentra en la base de tal excitación.
Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista biológico, la pulsión se
nos muestra como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como un
representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del organismo.
Estas pulsiones imponen al sujeto algún tipo de actividad –corporal o mental-
para zafarse de la tensión displacentera que su insatisfacción provoca, y se
encuentra, por tanto, en la base del funcionamiento psíquico humano, tanto el
que puede considerarse normal como el patológico.
Dada la confusión que frecuentemente se produce entre instinto y pulsión,
creemos conveniente aclarar este punto. Clásicamente se considera al instinto
como un tipo de comportamiento heredero, propio de una determinada especie
animal, que varía poco de un individuo a otro y que parece responder, aunque no
sea así, a una finalidad.
Este comportamiento se halla establecido genéticamente en el animal, y proviene
de la evolución de la especie. En los mamíferos superiores, especialmente en el
hombre, la conducta instintiva no es tan importante. La confusión a que nos
referimos proviene, esencialmente, de que en las primeras traducciones inglesas
y castellanas de las obras de Freud se tradujo el término alemán “trieb”,
empleado por Freud, como “instinct” e “instinto”, respectivamente, lo cual no se
corresponde, sin lugar a dudas, con el pensamiento de Freud.
Es evidente que cuando éste utiliza el término “trieb” no se está refiriendo a
un comportamiento fijo y estereotipado, invariable para todos los individuos de
una misma especie, sino a una fuerza imperativa que, emergiendo desde el
interior del organismo, trasciende a la esfera psíquica y es vivenciada como un
empuje hacia una meta gracias a la cual alcanzará su fin, el cual consiste en
suprimir el estado de tensión. Quede, pues, claro, que cuando en psicoanálisis
hablamos de sexualidad y de agresividad no nos referimos a un comportamiento
instintivo, repetitivo e invariable, sino a las múltiples y variadas formas con
que se presentan en los seres humanos las pulsiones sexuales y agresivas.
Si pasamos ahora a referirnos a la sexualidad en el sentido más habitual del
lenguaje, consideramos esencial el concepto de que la sexualidad adulta se
construye a partir de las fantasías infantiles, las cuales persisten en el
inconsciente durante el resto de la vida. Intentamos explicar esto, de forma
comprensible, para los no habituados a la terminología y los conceptos
psicoanalíticos.
En los primeros años de vida, el niño vive a las personas que cuidan de él, ya
sean los padres o quienes hacen sus veces, de manera, que éstas quedan en el
interior de su psiquismo en forma de imágenes. Estas imágenes permanecen
internalizadas en lo que podemos llamar un espacio virtual de la mente, aunque
no tan como verdaderamente son en la realidad exterior, sino tal como el niño
las percibe, modificadas y distorsionadas por las emociones e impulsos que ha
dirigido sobre ellas.
Dicho de otro modo, estas imágenes personales y relacionadas quedan, en gran
parte, teñidas y alteradas por lo que en psicoanálisis llamamos fantasías
inconscientes, que son los derivados o representantes psíquicos de las pulsiones
de las que hemos hablado. Este espacio virtual de la mente viene a constituir
una suerte de mundo interno, poblado con las diferentes imágenes incorporadas,
con las que se relaciona el Yo.
No se trata, claro está, de que tales imágenes estén dentro de la mente, como si
fueran cosas materiales situadas en un lugar determinado, sino de las fantasías
inconscientes del bebé y del adulto acerca de ellas, y de las relaciones del Yo
con las mismas.
Críticas
No queremos pasar por alto que el concepto psicoanalítico de pulsión como motor
energético de la vida psíquica está sujeto a numerosas críticas. Sin espacio
para ni tan sólo enumerarlas, queremos decir que la que consideramos más
fundamentada es la de inspiración epistemológica, la cual considera inaceptable
cualquier recurso a fuerzas abstractas detrás de los fenómenos observables.
A causa de ello, en la actualidad gran parte de los autores psicoanalíticos
interpretan los conceptos freudianos de pulsiones de vida y de muerte desde un
punto de vista clínico y observable, distinguiendo claramente entre los aspectos
hipotéticos de la teoría de las pulsiones de vida y de muerte, y el examen de
los hechos clínicos que pueden, en un esfuerzo para llegar a las bases
biológicas de la vida psíquica, ser asociados con estos conceptos.
A fin de cuentas, ya hemos dicho que aquello que motivó las teorizaciones de
Freud sobre las pulsiones –especialmente por lo que respecta a la pulsión de
muerte- fueron las consideraciones sobre los fenómenos clínicos que presentaban
sus pacientes: sadismo, masoquismo, compulsión de repetición, impulsos al
suicidio tendencias criminales, etc..
Por otro lado, las manifestaciones eróticas o de vida y las destructivas, así
como la lucha entre las pulsiones de vida y de muerte, pueden ser explicadas en
términos puramente psicológicos a partir de la teoría de las relaciones
objetivas. Ésta trata de las relaciones del yo con las primeras personas que
cuidan del niño.
Esta teoría ha sido, ampliamente desarrollada por discípulos y seguidores de
Freud, tales como K. Abraham, W.R. Bion, W.R. Fairbain, M. Klein, D. Meltzer,
etc.. Desde esta perspectiva relacional, la pulsión agresiva puede ser
comprendida como la reacción que se origina en la mente infantil contra aquellas
personas –generalmente los padres- que al estimular la necesidad y el deseo
crean una tensión y malestar internos que han de ser resueltos de alguna manera.
Y una de ellas consiste en aniquilar estas imágenes hacia las que se dirigen el
impulso y la demanda, así como al propio Yo perceptor de tales tensiones y
deseos. Desde esta perspectiva, pues, la pulsión agresiva es una respuesta a la
perturbación provocada por las necesidades: hambre, sed, dolor, soledad,
malestares somáticos diversos, etc… Las personas encargadas de calmar estos
estados sentidos como dolorosos y amenazadores para la supervivencia, y de
ofrecer placer y satisfacción, son amadas por esta capacidad, pero también
envidiadas por ella.
La envidia es un sentimiento extremadamente penoso, y la forma más rápida de
librarse de ella puede reducirse a eliminar a quien la produce y al yo que la
experimenta. Naturalmente, este ataque e intento de destrucción se produce tan
sólo a nivel mental, es decir, a nivel de la fantasía o imaginación del niño.
Pero para la mente infantil de los primeros tiempos de la existencia no hay una
diferencia clara entre lo pensado y lo actuado, y lo mismo ocurre en las
fantasías inconscientes del adulto que, como un resto de estas primeras
relaciones interpersonales, persisten a lo largo de toda la vida.
En conjunto, podemos decir que la salud mental y la patología psíquica dependen
del grado en que el amor y las pulsiones de vida pueden contener, neutralizar y
poner a su servicio las pulsiones agresivas. El grado de participación del yo en
la vinculación amorosa de los padres, denominada en psicoanálisis “escena
primaria”, apunta la dirección para el posterior desarrollo de una sexualidad
madura, creadora y gratificante.
Es importante entender que el aspecto positivo y promocionador del crecimiento
de dicha identificación se basa en la que se realiza con las funciones
esenciales de maternidad y paternidad, con relativa independencia de cómo eran
los padres en sus rasgos concretos y circunstanciales. Las ansiedades y terrores
infantiles, provocados por la actuación en el mundo interno de las pulsiones
agresivas y autodestructoras, son contenidas y mitigadas por la pareja de padres
internos, y retornados al yo una vez liberados de sus tonalidades persecutorias.
Los impulsos de amor, deseos eróticos y rivalidad dirigidos a ambos progenitores
dan lugar, bajo el predominio de las pulsiones de vida, al ulterior desarrollo
del amor adulto, la sexualidad madura y creadora, la amistad y el interés por
los otros. Por el contrario, si ostentan la primacía el odio, la agresividad y
la envidia, el sadismo y el masoquismo, se presentarán como elementos
imperativos de una sexualidad triste y profundamente insatisfactoria.
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